Contenido creado por Sofia Durand
La Trastienda
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Danilo Astori Sueiro: “Una serie de situaciones lineales me llevaron a este lugar”

El director de La Trastienda y de Gaucho habla sobre su rol como productor y explica el cierre del mítico “venue” montevideano.

18.02.2025 10:07

Lectura: 16'

2025-02-18T10:07:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández y Manuel Serra

La primera vez que puso un pie en el recinto de Fernández Crespo fue cuando era un niño. Allí funcionaba el Cine Miami; su padre lo había llevado a ver su primera película, Willy Wonka (1971). Volvería para el estreno de Tangos, el exilio de Gardel (1985), de Pino Solanas. Por ese entonces, ya no era más el Cine Miami, sino el Centro Cine (Cinemateca).

Sin embargo, años más tarde, cuando manejaba por la ciudad y puso la vista en la iglesia evangelista ubicada en esa misma dirección, no recordaría nada de esto. Lo que sí tenía claro es que era el lugar idóneo para izar la bandera del proyecto que tenía en mente: La Trastienda.

“Una serie de situaciones lineales en mi vida que me llevaron a ese lugar”, dice Danilo Astori Sueiro. Tras casi dos décadas, el productor baja las cortinas del venue que recibió a varios de los nombres dorados de la música de la región y del mundo. Explica con impasibilidad que no significa que deje de traer artistas, sino que dejará de hacerlo con su sede como escenario, ya que continuará con su dirección en la productora Gaucho.

A diferencia de ciertos prejuicios sobre los promotores de eventos, Danilo, ante todo, se define como un apasionado de la música. Puede que a eso se deba la cercanía que tiene con el público, que lo saluda en el hall de La Trastienda antes de entrar a la sala, o le pide que traiga a ciertos artistas cuando lo ven, incluso, hasta por redes sociales.

Esto es, entonces, una garantía de que la buena música seguirá llegando a nuestro país.

Pero no solo se trata de eso. En estos 17 años, La Trastienda ha unido a los melómanos de la ciudad. El sentimiento de pérdida es inexorable. De hecho, durante la pandemia fue uno de los pocos bastiones que permitieron vivenciar la música en vivo.

En entrevista con LatidoBEAT, Astori Sueiro repasa los comienzos del venue, algunas grandes noches y la génesis del lugar al que hoy muchos lloran.

Fotos: Javier Noceti

Fotos: Javier Noceti

¿Por qué creés que el anuncio del cierre de La Trastienda causó tanta consternación en el público?  

Hay un sentido de pertenencia del público hacia la sala. No es una novedad, pero es muy lindo poder verlo. Me hace muy bien, es muy sano. Es una sala que se transformó en un hogar; tiene esa cercanía con el artista y con quien vas, eso de encontrarte con un amigo, o verme a mí en el hall. Se generó una gran familia, y hay gente que es fan de la sala; más allá de lo que hayan visto, les gusta ir a La Trastienda.

Mantenés un vínculo cercano con los asiduos al venue. Incluso hay una especie de folclore en X (Twitter) de pedirte que traigas artistas. ¿Cómo nace esta dinámica?  

Se generó una relación con la audiencia en las primeras redes sociales. Primero fue en Facebook, después en X, y coincidió con la primera camada de shows internacionales. Arrancó por el 2010 y fue en simultáneo con las dos primeras temporadas de La Trastienda. Esos shows no fueron necesariamente ahí, algunos sí, pero otros fueron en diversos lugares de la ciudad.

¿Fue algo pensado o se dio de manera espontánea?  

Al principio lo utilicé como un ejercicio. Por un lado, era lúdico y me divertía tanto a mí como a aquella gente con la que interactuaba. A su vez, las redes y el mecanismo absolutamente digital de conexión que hay hoy no estaba en esa época, entonces lo empecé a utilizar como una alternativa para medir el posible éxito o fracaso de la empresa de traer a ciertos artistas.

Honestamente, en su momento no lo pensaba como un ejercicio de marketing, pero lo era en sí mismo. Y me sirvió y me es útil hasta el día de hoy. Ahora hay aplicaciones de medición, algunas son gratuitas, otras las pago. Estamos trabajando con una nueva herramienta que es impresionante, mide la audiencia —entre otras cosas— de cada artista en cualquier lugar del mundo con relación a qué números tiene en cada plataforma. En esa época no existía nada de eso.

Hay un prejuicio hacia el productor de espectáculos que consiste en que piensan más en el rédito económico que en la calidad musical de los artistas que traen. De alguna manera, vos lo derribaste.  

Sí, es verdad, soy consciente de eso y me gusta que suceda. Me siento bastante orgulloso porque soy melómano de nacimiento. Pero sí soy un productor, y trato de ser exitoso porque tengo que sostener toda esta estructura y me tiene que ir bien. Con el correr de los años, aprendí a pararme en un lugar en el que esa ecuación está balanceada. Todavía sigo dándome algunos gustos que no son puramente personales, porque sé que también hay cierto público que va a admirarlos. Supongo que a casi todos los promotores les gusta la música, pero la gran mayoría están abiertos a cualquier tipo de negocio. Yo lo analizo un par de veces, más allá de que Gaucho ha tomado diversos caminos que creemos que son necesarios para que la cadena de trabajo se sostenga.

Fotos: Javier Noceti

Fotos: Javier Noceti

¿Cuál es la génesis de La Trastienda? ¿Qué idea o necesidad tenías en mente?  

Amalgama un montón de variables. En mi caso, empieza a nacer con El Ciudadano, que fue el primer emprendimiento artístico en el que participé al 100% y que tenía que ver con la música. Más allá de que fuera un restaurante y tuviera otras prestaciones, el alma de El Ciudadano fueron los notables shows que sucedieron allí. Allí conocí personalmente a Fito Páez, a Babasónicos y a Juana Molina, que son artistas con los que trabajo desde ese día hasta la actualidad y hoy son amigos y familia. A su vez, El Ciudadano tuvo un recorrido muy corto e intenso. Son increíbles las cosas que pasaron en un año y medio, que fue lo que duró su existencia, cerró con la crisis del 2002. Pero fue la llama que encendió este relato personal que deriva en La Trastienda. Entre El Ciudadano y La Trastienda yo empecé a dedicarme puramente a la música.  

Mis primeros conciertos como productor fueron en el año 2002, que hice la presentación de Influencia, de Charly García, en el Cine Plaza. Desde el 2003 hasta el 2008, hice una serie de producciones internacionales y nacionales. Comencé a trabajar con Jaime Roos en la época en la que editó Fuera de ambiente (2006), su último disco de estudio.

Otra de las variables fue La Trastienda Argentina, que fue la que originó tener la opción del franchising de la marca en Uruguay, y en esa época era un bastión al que yo admiraba e iba mucho. En paralelo, también comencé a trabajar con una productora argentina y era la que gestionaba La Trastienda Argentina. Ahí surgió de mí la idea de hacer una en Uruguay.

¿Tenías visto el lugar desde antes o lo descubriste cuando comenzaste con el proyecto?  

Cuando la idea de que la sede uruguaya de La Trastienda podría funcionar empezó a tomar andamiento, me puse a pensar en potenciales lugares, y la verdad es que fue un poco “toma 1”. Un día estaba solo, andando en auto, bajando por Fernández Crespo y lo miré. Ahí rápidamente me di cuenta de que había una iglesia, pero que ya no estaba, se acababan de ir porque estaba todo inmaculado. Salió muy rápido, en un par de llamadas.

Hay una serie de situaciones lineales en mi vida que me llevan a ese lugar. No me di cuenta cuando encontré el lugar para hacer La Trastienda, me fui dando cuenta después. Por supuesto que sabía que había sido el Cine Miami, y, antes de la iglesia, un Centro Cine (Cinemateca). Resulta que, hablando con mi padre, me dijo que la primera película que vi en mi vida fue en el Cine Miami, la original de Willy Wonka (1971). Impresionante.

Después, ya con La Trastienda abierta, veo algo que publicó Cinemateca donde hay una foto de época, del día en el que se presentó la película de Pino Solanas, Tangos, el exilio de Gardel (1985). Fue en Uruguay y estaban Pino y los actores. Resulta que yo estaba ahí con mis viejos y me acordaba. Fue una película muy movilizadora en su momento, me encantó. El Centro Cine mantenía el escenario del Cine Miami, en esa época estaba aquello de los cines teatro, podía subirse alguien a tocar. Ahí tocó mucha gente: Rada, Mateo, Fernando Cabrera.  

¿Sentís que La Trastienda, por la curaduría y el tipo de bandas que tocaron, asumió un rol educador en el oído del público uruguayo?  

Lo que creo, y también quiero creer, es que, en estos 17 años, si solo le prestamos atención a los shows internacionales, el lineup es absolutamente magnífico. Hablando solo de Argentina, Estados Unidos, Brasil, España y Gran Bretaña, por nombrar solo algunos. Estuvieron hasta los Van Van, el día antes de las elecciones que ganó Mujica, con veda alcohólica, estaban mi padre y Jaime entre el público. Fue una noche gloriosa de La Trastienda. El recorrido es realmente impresionante. 

Por otro lado, y ya metiéndome en Montevideo y Uruguay, no solo actuaron las bandas y artistas más populares, sino que también hemos acompañado a un montón de gente emergente al empezar en su camino en la música. A tal punto que, para muchos, La Trastienda era un zenit que alcanzar. Conozco a muchos artistas que nos tenían como el lugar oficial para festejar el aniversario de un disco, para presentar un trabajo nuevo. Les dimos un espacio a muchos artistas que crecieron con y en La Trastienda.

Hubo un cambio en la cabeza del público uruguayo, nos hizo pensar que era posible ver ciertos shows en vivo.  

Empezaron a venir los artistas que no venían nunca y que ahora tenían un espacio. Porque, de repente, vendían el aforo de La Trastienda y no más que eso. Es una sala con un aforo muy versátil para traer ese tipo de shows. Aunque no hagas un sold out, la sala está vestida y se ve bien. El primer show grande internacional que hice no fue en La Trastienda, fue en 2010, el de Pixies en el Teatro de Verano. Ahí me di cuenta de que se podía, ahí arranca toda esta recorrida de estos artistas que veníamos mencionando.  

Uno de los aspectos que más se destacan de La Trastienda es la calidad del sonido. ¿Cuáles eran los innegociables, eso que tenía que estar sí o sí, cuando se inauguró?

La realidad es que La Trastienda arrancó sonando mal. La apertura tuvo un montón de dificultades, se dilató muchísimo, tuvimos algunas complicaciones con la obra. Se nos alargaron muchísimo los tiempos de apertura y no llegamos a tener pruebas de sonido, al punto de que abrió prácticamente en obra. No había camarín. La primera vez que se prendió un parlante fue en el día de la inauguración a la tarde. Y fue un desastre. Ya habíamos puesto una fecha, no podíamos ir para atrás, estábamos vendiendo entradas para conciertos que iban a suceder después: había que abrir. No sé si fue la mejor decisión, pero así fue. Había polvo, sonaba muy mal. Fue a ensayo y error, hasta que le encontramos la vuelta y empezamos a corregir, pero nos costó. Hoy en día, no hay sonido en Uruguay como el de La Trastienda. 

El sonido era innegociable, pero tuve que transar con el calendario, a sabiendas de que en algún momento lo iba a lograr y con la esperanza de que no sea tan malo como lo fue en las dos primeras fechas. Por supuesto que en esa lista entran el sonido, que la gente la pase bien, el servicio, la calidad de lo que te dan, que la experiencia sea buena. 

¿Cómo compaginaste la gestión de Gaucho y de La Trastienda durante tanto tiempo?  

Son dos emprendimientos y empresas distintas. De hecho, si bien yo dirijo las dos, hay otras personas involucradas en ambas. De alguna manera, tanto Gaucho como La Trastienda son dos plataformas para promover y producir eventos, entonces la relación es absolutamente directa, pero son dos entes separados. Son familia, pero ahora La Trastienda va a desaparecer y Gaucho va a seguir adelante.  

¿Ya venías pensando en el cierre de La Trastienda? ¿Significa un duelo para vos?  

No lo estoy viviendo como un duelo, quizá aparezca porque recién empezó. Tampoco estoy triste. Como director, el cierre lo vengo visualizando y pensando hace varias temporadas. La decisión inicial de los propietarios de venderla es absolutamente cierta y me ayudó a encontrar el momento en el calendario y acercarme a la fecha justa para decir “hasta acá llegamos”. Cuando cambiaron el rumbo y me dijeron que, si quería, podía seguir, estaba absolutamente convencido de que ya había tomado la decisión de terminar con la propuesta.  

Por un lado, una parte de mí no quería y no quiere cerrar. Pero hay otra que sí, y es bueno después de tantos años. Esto tiene que ver con lo pasional que soy por la música y de seguir empujando esta empresa que es muy difícil de empujar. Es un emprendimiento 100% privado que necesita atención permanente. Yo ya no estoy dispuesto a darle esa atención que merece.  

Fotos: Javier Noceti

Fotos: Javier Noceti

¿Podías disfrutar el show como cualquier otro cuando traías a una banda o un artista que te gustaba? 

Lo logro separar. Los shows que quería ver los disfruté todos. Pero está esa dualidad de ese día que te salió mal el negocio, que pasó tantas veces y que va a seguir pasando. Una de las variables más complejas que tiene esta profesión es que siempre te puede ir mal, hasta en lo más seguro. Tiene mucho de timba esto, lamentablemente. En este mercado tan chico es realmente muy difícil hacer esto. Y si bien durante el momento de la parte artística logro separar, siempre tenés esa dualidad.  

¿Hay alguna noche en particular que destaques de estos 17 años?  

Me acuerdo de un show de Fito, él estaba solo en el escenario, con un piano y de traje. Tocó “Confesiones de invierno”, de Sui Generis, y me citó en la canción, inventó una frase: “La fianza la pagó Danilo”. La sacó de la manga y le quedó con rima y todo. El otro día, en el show de Buitres, Pepe Rambao, que además es un amigo de hace años, dijo unas palabras divinas sobre la sala y sobre mí. También me acuerdo de un show de los Babasónicos en el que tocaron “Fizz”, mi canción favorita de ellos, que jamás tocan. No me avisaron y me la dedicaron, tampoco suelen dedicar canciones. 

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Algunos de los shows insoslayables en estos 17 años en que estuvo La Trastienda: James Blake, Jonathan Richman, Daniel Johnston, Laurie Anderson, Julia Holter, Laura Marling, Queens Of The Stone Age, Franz Ferdinand, John Cale, PIL, Johnny Marr, Phoenix, Pavement, Franz Ferdinand, The Cult, Echo & The Bunnymen, Steel Pulse, The Wailers y Nicolas Jaar.

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El rol de La Trastienda para la cultura durante la pandemia fue fundamental. 

Fue la primera sala de la región en abrir, gracias a un trabajo de hormiga de una organización de colegas llamada Uruguay es Música. En la pandemia empezamos a organizarnos y éramos managers, agentes, algunos músicos, gestores culturales, y logramos que nos dieran un protocolo para abrir que era absurdo, visto hoy en día. En ese primer show, Buenos Muchachos tenía que tocar de tapabocas, excepto el cantante, y solo podían estar cuatro de ellos en el escenario. El aforo era para 100 personas y tenían que estar todos sentados. Esa fue la primera vez que se abrió un espectáculo público. Historia pura.  

¿Ha variado el público en todos estos años?

Absolutamente. Cuando nosotros abrimos, entre 2008 y 2009, la primera intención fue fijar La Trastienda como sede. En esa época no había tantas salas, estaban las clásicas, pero no había una alternativa y privada. Hoy hay más, por suerte. Y nos encargamos de pisar fuerte: estuvieron Divididos, Fito Páez, Babasónicos, Buitres, Hereford, Jaime Roos... 

Sobrevivir a la pandemia no fue solamente un ejercicio del alma y de la cabeza, sino que también cambió radicalmente la industria musical, y pasó a tener preponderancia un público muy menor que empezó a ir a La Trastienda y también a cualquier otro lugar. Tienen 14, 15, 16 años. Fue ahí cuando se juntaron a hacer música en la casa y con la computadora. De ahí salen el trap y sus variables, eso se empieza a solidificar ahí. En estas últimas temporadas estuvimos alimentando a esa generación también.  

¿Cerrás La Trastienda sin tener en tus planes abrir otro lugar? 

No tengo ningún plan que tenga que ver con abrir algún lugar. Una de las razones por la que me empujo a terminar este ciclo es porque necesito descansar de eso. Para empujar un lugar hay que hacerlo bien, dándole contenido de manera constante y pensando en un montón de variables, en un negocio que no es el mejor. Es muy difícil, si fuera un gran negocio me apañaría para seguir de alguna manera, pero no lo es. Cuando cierre la sala de manera definitiva, quiero concentrarme en Gaucho. Ese es mi presente y futuro inmediato. No descarto nada porque soy inquieto, y cuando cerró El Ciudadano dije: “nunca más me meto en algo así”, y me metí 17 años en esto. Pero hoy no estoy pensando en abrir absolutamente nada.  

Voy a seguir haciendo esos shows pequeños, pero no en la sala que dirijo: los voy a redirigir a otras salas alternativas de la ciudad. Voy a seguir desarrollando esas cosas pequeñas que me gustan y que sé que a un montón de gente también. Simplemente no voy a tener la dualidad de ser el productor del show y el director de la sala. 

¿Cuál es el legado que deja La Trastienda?  

Creo que deja un legado importante. La Trastienda va a quedar en la historia más rica de la cultura uruguaya como una sede oficial de lo mejor. Y no solamente por las noches y los conciertos de artistas increíbles que tuvimos la chance de ver y escuchar; un montón de artistas nacieron con La Trastienda y sus primeras actuaciones fueron ahí, empezando con 100 entradas y a las dos temporadas llenando la sala. Creo que eso es muy importante y notable.