Por Carlos Dopico
Carlos Dopico
“Morir es una costumbre que sabe tener la gente, y sin embargo me duele decirle adiós a la vida, esa cosa tan de siempre, tan dulce y tan conocida”, canta el Darno, aquel zurcidor uruguayo de melodías y letras a principios de su carrera, musicalizando un texto de Borges en su disco debut, Canción de muchacho.
Por aquel año 73, convulsionado si los hay, Eduardo Darnauchans comenzaba oficialmente una carrera musical discográfica exquisita con la que publicaría siete álbumes de estudio y otros seis en vivo, además de varias colaboraciones. Lo último fue El ángel azul, un disco que honra su carrera y sus amigos de ruta.
Darno se murió el 7 marzo de 2007 e, increíblemente, desde entones han pasado ya quince años. Apunta su amigo Fidel Sclavo, citando al propio Eduardo y una frase que le gustaba decir: “El tiempo tiene esa vocación y manía recurrente de pasar y seguir pasando sin descanso”.
Ese día, a principios de este año, recibió un homenaje por parte de sus amigos y la Universidad de la República con una proyección de registros audiovisuales pocas veces vistos, algunos inéditos, en la explanada misma de la casa de estudios. Sin embargo, quienes lo tributaron estuvieron de acuerdo en una cosa: no habían sido 15 años de ausencia artística. Hace tiempo que le buscan la vuelta dialéctica a la convoctoria; a los cinco años de su muerte titularon el homenaje “Con / sin Darno”, pero esta vez le dieron un giro poético inverso y la consigna fue “15 años sin / con Darno”.
“No es solo un juego de palabras. En todo caso es un juego de palmas”, precisa el poeta y gestor cultural Víctor Cunha, impulsor de estos encuentros recordatorios y amigo del Darno.
“Ahí están los aplausos de los veteranos que estuvimos en mil y una, pero también de los chiquilines que vimos aplaudir a rabiar los videos de alguien a quien seguramente nunca vieron cantar en vivo. No tienen edad para haberlo hecho, a no ser que los llevaran de bebés al Solís o a los pubs. Y eso sin contar los discos que empiezan a reeditarse en vinilo, a los músicos que a la hora de versionar colegas incluyen sus canciones en el repertorio y las usan para cerrar función, a los cancioneros que están en proceso, a los múltiples homenajes donde se cantan sus canciones enteramente, las obras de teatro que lo tienen de personaje, a él y a su obra musical. ¿Así que de qué ausencia artística me habla usted? Darno es un ausente muy presente”, apunta en diálogo con LatidoBEAT.
Esta vez es, además, aniversario de su nacimiento, y otro tibuto tendrá lugar en el parque de la Amistad de Villa Dolores.
“El 7 de marzo hicieron 15 años. Ahora festejamos lo que hubiera sido el 69° aniversario de su nacimiento, el 15 de noviembre de 1953. Y todo está hecho con la clarísima intención de ir agregando fuego a la hoguera de 2023 cuando Darnauchans hubiera cumplido 70 años”, subraya su también socio compositivo en varias obras, Víctor Cunha.
La proyección (programada para el mismo 15 de este mes pero que tuvo que ser aplazada por reivindicaciones municipales y finalmente tendrá lugar el 21 de noviembre, con entrada libre) incluye además una serie de diapositivas tomadas a lo largo de la vida de Darnauchans (el Darno) por el propio Cunha.
“Pienso que el tiempo es un constructo social e individual cuyo eje, generalmente, es psicológico, subjetivo en cuanto a nuestros vínculos y emociones. Por lo tanto, estos 15 años sin/con Darno han marcado una ausencia presente. Eduardo es un amigo que no necesita su aspecto físico para estar. Aparece, continuamente, en la vida cotidiana de diferentes maneras... su música, su poesía, amigos en común, objetos que lo evocan, lecturas compartidas... Se aprende a dialogar, metafóricamente, con un código nuevo”, responde su amiga, la escritora Dora González Vidriales.
“El tiempo, su transcurrir, es algo que nos afecta a todos”, señala, por su parte, el periodista, curador, músico y fotógrafo Guillermo Baltar. “Desde los griegos a los posmodernos, hasta la visión ‘líquida’ de la vida de [Zygmunt] Bahuman. Eduardo lo tenía presente. El tema ‘De los relojeros’ puede ser una síntesis de esa preocupación propia, pero también generacional. El tema de la muerte que aparece en varias de sus canciones, pero no como una apología, sino más bien como una sentencia irrevocable, es propia de la misma existencia”, agrega.
En las escalinatas de la Universidad, la escritora e investigadora Marita Fornaro, responsable del CIAMEN (Centro de Investigación en Artes Musicales y Escénicas), señaló al portal universitario que “Darnauchans es una figura especialísima en el canto popular uruguayo por su capacidad como creador, a pesar de que generalmente se pone atención a su capacidad de intérprete —que es maravillosa—, desde el timbre de su voz hasta la manera particular de cantar”.
En esta nueva instancia, el viernes 18 de noviembre, habrá una mesa redonda coordinada por Gabriel Weiss en la Casona de Villa Dolores, dentro del ex zoológico. En esta participarán su amiga por años, la escritora Dora González Vidriales; su amigo y diseñador del arte de tapa de sus trabajos, Fidel Sclavo, además de autor del libro sobre su disco Zurcidor; el artista plástico y fotógrafo Guillermo Baltar, y Ernesto Tabárez, el músico y compositor al frente de Eté y Los Problems, también amigo del Darno.
En razón de esta convocatoria, LatidoBEAT se propuso hablar anticipadamente con quienes participarán de este homenaje y conocer algo más del Darno —su personaje escénico— y de Eduardo —el individuo que lo encarnaba—. A cada uno, además, le pedimos una canción, con la certeza de que en cada caso encontraríamos rarezas fuera del repertorio clásico.
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Fuiste amiga personal. ¿Cómo lo definirías? ¿Quién estaba detrás del Darno?
Dora González Vidriales: Eduardo era una persona sensible, generosa, de una erudición renacentista. Recuerdo momentos de timidez subrayados por su sonrisa y su mirada baja. Su humor era una nota constante en su diario devenir cuando no rayaba con una exquisita ironía no perceptible por todos; obsesivo en su trabajo, en su cotidianeidad. Un gran seductor, encantador tanto en el escenario como fuera de él. Su comportamiento era el de un caballero fuera de tiempo y lugar, su forma de saludar, su reverencia, su actitud protocolar que se distendía amablemente, con suavidad.
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Esa fue también la premisa de Fidel Sclavo al momento de escribir, para la serie de Estuario, un libro que abordará las canciones de Zurcidor (Sondor, 1980), su cuarto trabajo: espantar el gris de su figura, ahuyentar al menos por un rato ese halo lúgubre y sombrío con el que muchos asocian a este músico y refinado poeta que le cantó al amor y a la muerte, al páramo, al risco, al dolor y a la flor, al sol y al frío, a los adoquines de espantos, a la soledad o a la catedral de sueños.
¿Qué hizo que te decidieras a escribir finalmente un libro sobre Zurcidor? ¿Hacerlo fue una forma también de honrar a un amigo y su obra?
Al principio me resistí, pero luego de unos años lo encaré no solamente como forma de honrar a un amigo y su obra, sino también para derribar ese mito de asociarlo al bajón y la tristeza, cuando en realidad era una de las personas con humor más fino y delicado que he conocido. Con poca gente me he reído tanto como con él, de una manera completa e inteligente. Simplemente sucede que no barría bajo la alfombra esa tristeza que todos tenemos, y aparece cuando aparece.
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A lo largo de su vida artística, sobre todo en los principios de su búsqueda poética personal, Darnauchans tuvo algunos socios compositivos. Uno de los más trascendentes fue sin dudas su maestro Washington Bocha Benavides, el trovador de Tacuarembó, impulsor también de la carrera de Eduardo Larbanois, Héctor Numa Moraes o Carlos Benavidez. Pero otro fundamental fue, sin dudas, el poeta Víctor Cunha, con quien Darno compuso a cuatro manos piezas tan importantes como “De Despedida”, “Final”, “Tristezas del Zurcidor”, “No existe”, “Dylaniana”, “Canción sin nombre”, “En Tacuarembó si te parece”, “Policanto de la Invención”, “Zoom” o “Los Neo Vampiros” (para el proyecto Los Kafkarudos).
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¿Cómo definirías tu relación con él?
Víctor Cunha: Es como siempre. Cambiante. Intensa. Apresurada y al toque a veces, y a veces morosa, como de subir un repecho, con mochila pesada. O sea, exactamente como siempre, como toda la vida y lo que va de la muerte. […] De lo que queda de tus preguntas, elijo para contestar las que no me incluyan o me resulte implicante opinar. Y te quiero decir que la canción preferida es “Señora Otra”. Por el provocativo desenfado de su texto, por la maravillosa melodía que la sustenta:
Casi me olvido de usted
La muy
la mía la otra
Señora
Señora
Señora muerte…
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Si bien Eduardo Darnauchans nació en Montevideo, su infancia y adolescencia transcurrieron al norte del país, primero en Minas de Corrales (Rivera) y luego en la ciudad de Tacuarembó, donde muy tempranamente debutó en los terrenos de la canción. Poco después de algunas presentaciones en certámenes del interior, en 1971, a sus 18 años regresó a Montevideo para su participación artística como parte de “Los conciertos de La Rosa”, en el Teatro Stella D’Italia. Dos años más tarde, editó su primer larga duración, Canción de muchacho, y un año después Las quemas. En 1978 alcanzaría su mayor notoriedad tras publicar Sansueña, un álbum complejo, grabado en medio de internaciones, en el que Jorge Galemire se encargó de la ejecución casi total de los instrumentos.
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“Como sucede a menudo con los verdaderos creadores, pocas veces son masivos, y la obra tiene curvas de aceptación y rechazo o indiferencia. Creo que luego de una primera instancia de élite (con alguna burla incluso, debido a su delivery vocal atemporal o emisión manierista, por decirlo de alguna manera), amplió luego su público hasta cierto punto, donde canciones como ‘Final’ son reconocidas por más cantidad de gente”, advierte Fidel Sclavo al referirse al alcance de su obra exquisita, única y tan sofisticada como sensible. “Me parece también que en determinado momento parecía que su obra no iba a envejecer bien, pero por el contrario, cada día goza de mayor salud y se renueva, hasta adquirir esa curiosa etiqueta de clásico en algunos casos”.
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“Eduardo es terriblemente inseguro, y es terriblemente seguro. Duda siempre, y está convencido siempre. Por respeto a lo que quisiera ser, dice que no es músico, y es músico. Dice que no es poeta, y es poeta. Se autodestruye todos los días, y esa resulta ser su manera de estar vivamente vivo todos los años”. Así, en parte, lo definía el musicólogo Coriun Aharonián en el libro Memorias de un trovador, escrito por Nelson Díaz.
El alcance de su trabajo en los primeros tiempos estuvo marcado y ceñido por la censura. Su obra podía ser radiada, pero su autor estaba impedido de tocar aquellas canciones en vivo (también tenía prohibido estudiar en Uruguay, razón por la cual decide cursar humanidades en La Plata/Argentina). Alfredo Zitarrosa en su programa radial Casi en privado, lo señala con claridad y asombro: “¿Por qué está prohibido este cantor popular uruguayo del presente? Seguramente porque reúne mucha gente cuando canta. Seguramente Eduardo Darnauchans compró un bono del Frente Amplio o se manifestó en contra del fascismo, y dijo que además de ser poeta y cantor era uruguayo de los buenos, de los templados, de los creadores que trabajan y creen en el futuro para vivir una vida digna”.
“Me importa dos veces lo que escribe Darnauchans. Primero porque siempre tiene calidades y esto es lo que más importa, y segundo porque Darnauchans apunta hacia cosas permanentes: los sentimientos, las ansiedades, los sueños y las angustias del hombre”, señaló el periodista y escritor Carlos Maggi al suplemento Nueva Viola (1985). “Darnauchans que nunca dejó de luchar contra la dictadura, cantó canciones que iban más allá de lo puramente circunstancial. Ahora, cuando tantos cantantes huecos, políticos en verso, se quedan sin discurso, Darnauchans puede seguir diciendo lo suyo, es un creador y no un puro agresivo”.
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En el prólogo de su biografía Darnauchans, entre el cuervo y el ángel, escrita por Marcelo Rodríguez, el Bocha Benavides señala: “Sabemos (el maestro Borges nos alertó sobre ello) que toda historia (acaso) pertenece al género ficcional; Borges suponía así que no existe una historia de Roma, sino de distintas Romas. Por lo tanto, y más en el caso de que quien queremos historiar es un contemporáneo, el mar de reflejos en sus amigos, sus acólitos y aún sus adversarios, reproduce una interminable sucesión de Darnos, como espejos enfrentados”.
“Eduardo era un ser dicotómico, en el que se conjugaban la luz y la sombra, lo público y lo privado, la vida y la muerte, la camisa roja y el smoking, la religión y la política, la persona y el personaje. Al igual que su obra, tanto musical como poética, que se desplaza desde lo académico a lo popular”, señala Dora González Vidriales exhibiendo las distintas aristas de un personaje célebre y de culto.
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¿Podrías elegir una canción de su repertorio? ¿Qué sentimientos te despierta?
Dora González Vidriales: Es difícil elegir una sola canción. Haré un poco de trampa, señalaré la que refleja su personalidad, desde mi perspectiva, en la excelencia de su música y poesía: “El prisionero de la parada 2”.
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“Eduardo ha tenido, a mi criterio, tres elementos, tres aspectos en los que se ha desarrollado”, observa el periodista y escritor Carlos Martins en Memorias de un Trovador. “Uno, es el animal escénico. Puedo imaginar un magnetismo similar en gente de la talla de un Gardel, y con más seguridad puedo compararlo en ese sentido con Alfredo Zitarrosa. No hay en el mundo muchos artistas de escena que puedan hacer en tal grado gala de un dominio, de un control, de un desparpajo si cabe, frente al público. Dos, es el melodista, el creador de canciones de esas que quedan en la memoria, que nos gusta canturrear, que los colegas gustan incorporar a su repertorio o, por otro lado, las de un compositor con quien atrae crear juntos. Tres, y lo ubico en este lugar porque fue una faceta no primordial al comienzo, pero que se fue haciendo, labrando, y consolidando con los años, es la del poeta, el poeta que ha optado por dedicarse a escribir letras de canciones, en vez de poemarios para la imprenta”.
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Guillermo Baltar, además de haber abordado la obra de Darnauchans como periodista y más tarde como artista plástico con intervenciones visuales, tuvo también oportunidad de asistir a algunas sesiones de Zurcidor. “Como oyente estuve al menos en tres o cuatro secciones. Recuerdo particularmente algunas tomas de ‘Mujer Flaca’ con arreglos de Andrés Recagno. Es una de mis preferidas. Y luego mi participación a puro violinazo en el final de ‘Tristezas de Zurcidor’. […] Como el tema habla de un violinista callejero, finalmente me dediqué a dar fuertes violinazos. En la edición final bajaron el volumen. Eduardo por entonces estaba interesado en crear ‘tramas sonoras’ y trataron de que estas no se salieran de esos registros. Pero si escuchás el final de la canción ahí aparecen algunos staccato que sí pertenecían al arreglo original”.
Su cuarto disco, Zurcidor, se grabó entre mayo y diciembre de 1981. Luego seguirían Nieblas & Neblinas (1984), El trigo de la luna (1989), Noches blancas (grabado en vivo en el Teatro Solís en mayo de 1991), Dylan (1991), y Sin perder el tiempo, una antología que reúne 20 años de trayectoria.
Un par de años antes de su fallecimiento, el Darno volvió al estudio después de 15 años de ausencia, para grabar su séptimo y último disco El ángel azul (Ayuí, 2005). Se trata de un álbum exquisito que tan solo cantaría en vivo en una oportunidad.
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¿Podrías elegir una canción de su repertorio?
Fidel Sclavo: Debería decir “Como los desconsolados”, que es una canción enorme y representativa, pero me dan ganas de elegir “Canción de Robinson Crusoe”, a la que le tengo especial afecto.
¿Por qué de esa elección? ¿Qué sentimientos te despierta?
Me acuerdo el momento donde vio la luz lentamente, grabándola en un antiguo casete Fuji etiqueta azul, un verano en mi casa de Tacuarembó. Dentro de su simpleza —sobre un texto de Benavides— habla de esa soledad que nos habita a todos, y la tarea es pasarnos la vida tratando de conocer nuestra isla.
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¿Qué anécdota vital crees que ilustraría el mejor pasaje de vuestra relación?
Dora González Vidriales: A fines de los 80, en el viejo Amarcord, rodeados de amigos y conocidos, iniciamos una conversación a parte del resto, difícil abstraernos del contexto. Eduardo llevaba colgado de su cuello una cadena de plata con un dije: Jai. Reconozco el objeto y sorprendido comenzamos a hablar sobre el colgante. Las letras que lo componían, jet y yod, sus valores numéricos, respectivamente 8 y 10... A Eduardo le interesaban las interpretaciones de los números, el estudio de la Kabala. Seguimos en el mismo tema y recordamos una vieja película del 72, La aventura del Poseidón. En ella el personaje de la Señora Rosen, antes de morir, le entrega a su marido su Jai para que continúe en la familia… Ese amuleto para los judíos es de suerte, otorga larga vida, vida eterna. Su traducción es vida. Las horas transcurrieron serenamente hablando e intercalando conocimientos del dije. Al retirarnos del boliche, Eduardo inclina la cabeza, retira su Jai y lo coloca en mi cuello. Aún conservo el Jai, la vida que Eduardo compartió.
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“Su ausencia artística no sólo es grande para mi. En un tiempo de hipócritas y de un declive intelectual como no recuerdo, su ausencia es trascendente para la vida cultural del país”, señala Guillermo Baltar y agrega: “Perder a alguien que anteponía la búsqueda de la belleza ante todo, que tenía un marcado apego a la estética, que nos dijo a través de su canto y sus letras una cantidad de cosas que desatendimos, significa también un reflejo de nuestra culpa y de una idiosincrasia barata, populista y empobrecida del país en que vivimos”.
¿Cuán grande es para ti su ausencia?
Fidel Sclavo: A diferencia de lo que me sucede con otros amigos y/o artistas muertos, con Darno tengo simplemente la sensación de que no nos vemos desde hace un tiempo, porque andamos distraídos en nuestras cosas, pero que tendría que llamarlo para tomar algo uno de estos días. En cualquier caso, es una constante presencia in absentia.
Por Carlos Dopico
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