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Contenido creado por Manuel Serra
Historias
Barbarella después de tomar speed

Debbie Harry o la importancia de homenajear en vida a los astros que siguen rockeando

Con mas de cinco décadas arriba de los escenarios, la legendaria cantante de Blondie continúa brillando con luz propia.

20.07.2023 10:56

Lectura: 18'

2023-07-20T10:56:00-03:00
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Por Diego Paseyro
dpaseyro

Es tarde en la noche. Estoy releyendo tu autobiografía. Después de varios años preguntando si había llegado a Uruguay, tuve la suerte de que mi novia decidiera regalármela. La trajo por Amazon. Salió en el 2019 y se tradujo al español en el 2020. Face it. La traducción me pareció muy oportuna, aunque no fuese literal. De cara. Así quedé después de leerla. Desde entonces no han parado de precipitarse en mi cabeza las ganas de dedicarte algunas líneas, de repasar tu vida, de entender cómo esa Pippi Longstocking neoyorquina terminó siendo una de las front singers más importantes de la escena del rock mundial. El pasado 1° de julio cumpliste 78 y allí podría haber sido una buena oportunidad, pero por alguna razón la dejé pasar. Pocos días antes habían tocado en el festival de Glastonbury, pero tampoco sentí que fuera por ahí el motivo de estas palabras. Y después entendí que no venía por el lado de las efemérides, ni de los aniversarios. Venía por la necesidad de homenajearte en vida. Algo que estoy seguro hubieras querido hacer con tantos que tuviste la chance de conocer pero que la vertiginosidad de los días, y, sobre todo, de las noches, no te permitió. Después de una vida entera entregada al mundo del rock and roll, supongo que uno hace las paces con la muerte. Que es parte del negocio. Entender que muchos se irán prematuramente. Ser vos, supongo, es, entre muchas otras cosas, estar dispuesta a decir adiós más de la cuenta. En estos momentos tengo más de quince ventanas abiertas en mi explorador. Fotos de tu niñez, de tus años de camarera, de conejita de Playboy. Tengo una con imágenes del Max´ Kansas City, de la escena del Village, de tus primeros conciertos. De tu pasaje por Wind in the willows y por Stillettos. Al lado mío está tu libro. Marcado, anotado, rayado. He tratado de entender por qué seguiste insistiendo con tener una banda si estabas llegando a los treinta y ni por asomo se podía predecir el éxito que tendrías luego. Estoy un poco harto de los homenajes post mortem. También de los artistas que dicen adiós a través de un tuit. Haberte visto durante esa hora y diez minutos en Inglaterra, abriendo con One way or another y cerrando con Dreaming, vestida con una remera del CBGB y lentes futuristas, conquistando el escenario como hace cincuenta años, me terminó de convencer: escribir sobre vos es escribir sobre el tempus fugit. Es escribir sobre el amor, la locura y la muerte, y contra toda lógica, o si querés, against the odds, poder, no solo contarlo, sino seguir de pie, cantando-lo, y escribiendo una historia que nos remonta a los late sixties y early seventies.  

 Tu primer recuerdo data de cuando tenías tan solo tres meses. Podés fecharlo con semejante exactitud porque fue el día en que tus padres te recogieron de la agencia de adopción. Tu madre, Cathy Harry, no podía creer cuando años después le narraste con llamativa precisión aquellos gigantes -para tus ojos- patos, gansos y cabras, y allí recordó que ese día, junto a tu padre, Richard Harry, habían decidido ir a un zoológico. Eran oriundos de Paterson, New Jersey, pero naciste el 1 de julio de 1945, en Miami, con el nombre de Angela Trimble. Nunca supiste mucho de tus padres biológicos, aunque de tu madre lograste averiguar que era de clase media, con ascendencia irlandesa-escocesa, y de quien seguramente hayas heredado los genes que te dieron esa angelical, iconoclasta e inconfundible silueta y mirada -denunciada tempranamente por tu pediatra quien le dijo a tus padres que era sencillamente arrolladora-, que tantos años después sería una parte esencial de ese personaje irreverente, punk, algo andrógino, inspirado -dicho por vos- en Marilyn Monroe -también una niña adoptada-, y que Andy Warhol lo inmortalizaría. Tus padres adoptivos habían perdido a su primera hija debido a una neumonía luego de un embarazo prematuro, y más tarde, tuvieron un aborto espontáneo de un niño. Finalmente, cuando ya tenías seis años cumplidos, Martha llegó al mundo y tuviste una hermana, a quien le calentabas la mamadera cuando tus padres dormían más de la cuenta algún fin de semana.

Tus primeros cinco años los viviste en una casa de madera a dos aguas, en Hawthorne, New Jersey, y más que una casa tal vez haya sido una pequeña gran incubadora creativa porque fue cuando tu curiosidad por el mundo comenzó a catalizar, gracias a aquel bosque lindero que te maravillaba tanto y al que no podías dejar de ir, aunque tu padre te advertía de todo lo indeseable que allí podía haber. Y tú lo corroborabas a cada paso, encontrando insectos, serpientes, ratas y vagabundos que saltaban de los trenes buscando trabajo y que sus primeros días los pasaban viviendo allí. Fue en aquella casa que conociste la caja mágica y desde las cinco de la mañana ya te sentabas en el piso y de piernas cruzadas, a esperar que comenzara a transmitir dibujos animados, lucha libre, y lo que sea que fuese por más que la antena no captara bien la señal y tuvieras que verlo todo borroso y en blanco y negro. Años después vos estarías dentro de esa caja, y también dentro de las salas de cine, como la que había en la calle principal de tu pueblo y que nunca te perdías las sesiones matinales de sábado, 25 centavos mediante. Llegarías a actuar en treinta, y si le agregamos las series de TV llegaste a los 60 papeles interpretados. En el ático de esa misma casa despertarías tu afición de diseñadora y recolectora -por no decir requechadora- y te volverías una experta, combinando lo imposible y vistiéndote siempre de segunda o tercera mano. Tu afición a la moda comenzó temprano, y años más tarde serías la encargada de decidir y diseñar el atuendo con el que saldrías a escena a romper todo, y nadie nunca habría sospechado que tenías puestos retazos y despojos que te las habías ingeniado en convertir en algo único.

Desde una edad muy temprana tuviste que lidiar con las fantasías que proyectabas en la mente de hombres perturbados, o sencillamente, en la de hombres a secas, sin una patología, al menos diagnosticada, que te abordaban, aun siendo una niña, que despuntaba mujer. Una noche, de vacaciones en Cape Cod, Massachusetts, junto a tu prima Jane, decidieron emperifollarse, vestirse de manera llamativa, maquillarse y salir a caminar por la calle haciendo alarde de una inocencia con la que todavía contabas, cuando no tendrías más de trece años. Fue allí que dos hombres se les insinuaron e invitaron a salir, aunque contaban con treinta y largos. Ustedes les siguieron la corriente, pero no les dijeron la dirección de su casa. Sin embargo, a las once de esa misma noche, ambos sujetos se apersonaron en la casa donde se estaban quedando, y fueron atendidos por tu padre y tu tío. Unos de esos pretendientes era Buddy Rich, a la postre, uno de los más grandes bateristas de jazz. Esta anécdota puede resultar algo simpática, pero desde mucho antes de ese episodio, ya habías tenido que lidiar con exhibicionistas, voyeristas, y toda una larga lista de perversiones que están a la orden del día, pero que, si no se es mujer, tal vez no se padezcan tanto. Tú las sufriste todas, e incluso la peor de las violencias sexuales, cuando ya viviendo en Nueva York, y siendo pareja de Chris Stein, fuiste violada por un tipo que entró a robarlos en el apartamento donde vivían. Este tipo de asedios y situaciones desagradables que implicaron algún tipo de acoso, luego te inspirarían, cuando inmortalizaste aquellos versos en uno de tus más grandes hits: One way, or another, I'm gonna find ya I'm gonna get ya, get ya, get ya, get ya. Y si de asedios se trata, cómo no traer aquel siniestro episodio de principios de los setenta, cuando te dirigías caminando en una calurosa noche veraniega a ver a los New York Dolls, que por esos días te encantaban, y cuando quisiste acordar, ir caminando, sola y a las dos de la mañana por West Houston tal vez no había sido la mejor idea, decidiste parar un taxi, y te diste cuenta que por esas horas y en esa parte de la ciudad no se encontraría ninguno. Entonces te sacaste unos zapatos con plataforma no muy cómodos para andar, y mientras maldecías y eludías todos tipo de vidrios y otros objetos cortantes, un auto comenzó a seguirte lentamente, cuando en determinado momento se detuvo junto a vos y el conductor te preguntó si necesitabas que te llevase a algún lado. Dudaste, pero la inconciencia y el cansancio te hicieron hacer autostop por primera vez en tu vida. Aunque aquel sujeto al comienzo te pareció atractivo, luego te llamó poderosamente la atención el olor que tenía, y que aquel auto estuviera totalmente despojado de todo. De hecho, del lado de tu puerta no tenías manivela para abrirla ni para bajar la ventanilla que estaba entreabierta. Cuando tu sentido arácnido te dijo que debías salir de allí en ese instante, te las ingeniaste para meter la mano por esa rendija de la ventanilla y abrir la puerta del lado de afuera. El sujeto, al ver tu intento de escape, giró violentamente el auto hacia la izquierda y vos saliste despedida hacia el pavimento. No te hiciste nada, pero cuando llegaste al concierto, los Dolls ya habían tocado. Quince años después, cuando se llevaba a cabo la ejecución en la silla eléctrica del asesino serial Ted Bundy, viste una foto de él y te enteraste sobre su modus operandi, y tomaste conciencia sobre lo afortunada -y lista- que fuiste aquella noche de principios de los setenta, cuando te eyectaste de su auto.

Verte en escena siempre es reeditar el encanto y el hechizo. Es ver la angelical fragilidad de una rubia menuda, seguramente debido a lo poco que te preocupaste en alimentarte sanamente y lo mucho que le dedicaste a las noches de juerga, y a su vez, la seguridad, sensualidad y determinación en cada uno de tus movimientos. Por momentos estática, otros desenfrenada, y a veces hasta incluso con cierta torpeza en el manejo de los espacios, pero todo le cayó bien a la impronta que perseguían con Blondie. Aciertos y dislates eran parte de la misma performance, y muchas veces no vale la pena distinguir unos de otros, como cuando una vez, en el año 1978, apareciste en un programa neoyorquino, al que ibas ocasionalmente, llamado TV Party, enseñando a hacer pogo en un palo saltarín. “Barbarella después de tomar speed”, supo llamarte una vez Iggy Pop, haciendo referencia a ese personaje de comic de un futuro en el que la gente ya no tenía relaciones sexuales; una mujer sin experiencia en el arte amatorio a quien enviaban a una misión para salvar el planeta y que en el camino aprendía los placeres del sexo.

Claro que no fue todo color de rosas desde que llegaste a la gran manzana, y te llevó cinco años de intensa búsqueda creativa y vital, dar con los nodos adecuados que te pusieran en la vereda de lo que ibas a ser, pero aún no lo sabías. Comenzaste a incursionar en pintura mientras tenías trabajos olvidables. Luego fuiste secretaria en la BBC, tuviste tu primera incursión musical en un grupo llamado Wind in the willows, donde tocabas la pandereta y aportabas algunas voces, e incluso, en ese único álbum grabado con el nombre homónimo, se te puede escuchar en tu primera canción como solista: Djiny Judy. Sin embargo, no demoraste mucho tiempo en saber que aquello era una mera parada en tu camino, y de ninguna manera un destino. Te fuiste de tu apartamento en St. Mark´s Place a vivir con el último baterista de aquella banda, en el número 52 de la calle Uno Este: Gil Fields. Con él probaste heroína por primera vez y fue quien te sugirió que te presentaras a trabajar en el restaurante y club nocturno Max´s Kansas City, al lado de Union Square. Allí te toparías con un sinfín de personalidades que aún no te conocían ni sospechaban que detrás de aquella camarera de minifalda había una supernova a punto de explotar. Allí supiste atender a Miles Davies, recibir buenas propinas de Janis Joplin, conocer a tu luchador preferido, ese que veías cuando niña en el televisor de la casa en Hawthorne, le serviste la cena a los de Jefferson Airplane dos días antes de que marcharan a Woodstock, concierto al que tú fuiste y supiste embarrarte como todos. Conociste a Jimmy Hendrix, a Andy Warhol y a Candy Darling, una despampanante actriz transgénero que tú mismo dirías luego que era imposible sacarle los ojos de encima. Conociste a Eric Emerson, un bailarín de cuerpo esculpido y tuvieron sexo dentro de una cabina telefónica y un día se te apersonó un tal Jerry Dorf, y te dijo que lo dejaras todo, y te fueras con él a Los Ángeles. Lo hiciste, pero luego de un mes anodino, decidiste volver a tu ciudad, y allí te convertiste en conejita de Playboy.

Ya tenías veintisiete años y habías vuelto a vivir a New Jersey con un pintor celópata del que tuviste que huir no sin que antes irrumpiera una noche en el apartamento donde vivías, -de vuelta en Nueva York- y te apuntara con un arma. Allí te fuiste a vivir a Little Italy. Pero haberte librado de ese infeliz fue una batalla tan necesaria como insignificante, en relación a lo que vos querías lograr en el mundo del arte. Sin embargo, una noche del año 72 en el Mercer Arts Center conociste a una banda de drag queens llamados New York Dolls que sin dudas fueron un parteaguas en la búsqueda de tu identidad creativa. Aunque aún no lo sabías, su técnico de gira y bajista ocasional era el mismísimo Chris Stein, tal vez el nodo más importante de tu vida. Si alguna vez existió una banda llamada Blondie, fue porque los dioses del rock dispusieron que Chris y vos se encontrarían. Y esto sucedió una noche cuando estabas arriba del escenario, tocando en el Bobern, con tu nueva banda llamada The Stillettos: tres cantantes mujeres solistas y una banda de acompañamiento integrada por hombres. La noche que lo conociste estabas nerviosa. Supongo que los nervios escénicos nunca se van, pero con el tiempo se gestionan mejor. Por aquellos tiempos solo te precedía algún concierto con The wind in the willows y no mucho más. Así que, para mitigar los nervios, y debido a las luces que tenías de frente, que casi no te dejaban ver el público, decidiste hacer foco en una silueta que veía el show sentado y a la cual no podías casi divisar, pero que, por alguna misteriosa razón, te aportó la calma necesaria para que pudieras actuar con cierta tranquilidad. Luego dirías que tuviste una conexión psíquica con esa silueta. Silueta que se apersonó en el camerino esa misma noche, y el resto ya es historia. Desde ese encuentro hasta que dejaras Stillettos y comenzara a forjarse lo que luego ya sería Blondie no pasó mucho tiempo. El baterista y el bajista los siguieron y allí nació Angel and the snake, nombre que le dio paso a Blondie and the Banzai Babies, para finalmente, ser simplemente Blondie, como el mundo te recordaría y catapultaría. El mítico nightclub CBGB pasaría a ser tu segunda casa y allí abrirían y cerrarían para bandas como Television, Ramones o Talking Heads. Ya no habría nadie que pudiese detener lo que había nacido con el único destino posible de las estrellas más lejanas. Eras punk, eras glam, eras dark, eras queen, eras un ángel caído en medio de la noche de los bajos fondos neoyorquinos: eras Blondie

Durante seis meses tocaron, a cambio de cervezas, todos los fines de semana, en el CBGB. Ese agujero ubicado en el número 315 de Bowery. Un auténtico antro neoyorquino donde pasaban cosas auténticas, como en esos edificios abandonados tomados por transas y artistas. Los primeros años de la década del setenta no había celulares, y, por lo tanto, no existía esa tóxica y ansiógena necesidad de hacerlo toda una historia, un reel o un supositorio digital. Eso sí. Se fumaba. Se fumaba mucho y en todas partes. Y ese apéndice oral que tan bien le hacía a la dialéctica, y, por lo tanto, que tantas buenas ideas forjó, hoy fue suplantado por ese tete digital que no se chupa, pero nos chupa, y que no lubrica en absoluto el intercambio con el otro, sino que nos encierra en un juego onanista, recursivo y narcisista. ¿Cómo puede nacer una banda como la tuya o cualquier cosa que valga, hoy, que ya no existen los antros, todo es digital, está prohibido fumar y sobre el consumo de drogas hay demasiada conciencia sobre su impacto negativo? En aquellos años la(s) droga(s) estaba(n) allí. Eran, a lo sumo, un buen condimento de un viaje más hondo, que implicaba, experimentar, expandirse, descubrir. Claro que a veces pegaba mal, y en otros, directamente, podía implicar la muerte. Pero no se estaba denunciado su costado oscuro de manera tan obsesivamente moralizante. ¡Como si la vida eco-fit-macro-bio-masturbatoria-vegana nos estuviera llevando a algún lugar tanto más interesante!       

Blondie editó seis álbumes de estudio entre 1976 y 1982 antes de decidir separarse, y quince años después volverían con el álbum No exit, editado en 1999, que tendría a María como número uno en Gran Bretaña. En ese interludio, debido a un desgaste natural de un grupo que literalmente no había parado de grabar y rodar por cuatro años consecutivos, todos los integrantes se abocaron a proyectos personales. Luego vendrían cuatro más, siendo Pollinator el último, editado en 2017. De todo este recuento de años y discos hay un dato que siempre me llamó la atención. Si bien la banda ya venía tocando durante meses, y su sonido comenzaba a ir calando lentamente por las cloacas del under neoyorquino, no fue sino hasta Parallel Lines, editado en 1978, que la cosa tuvo esa explosión mundial que los eyectara fuera de la gran manzana. Es que es recién con ese disco que comenzaron a rodar las granadas cuyas esquirlas llegarían hasta nuestros días y seguirán rodando, girando y sonando por el resto de la eternidad; Hanging on the Telephone, One Way or Another, Sunday Girl y Heart of Glass, formaron parte de esa imprescindible dinamita sonora de la new wave. O sea que, el éxito masivo de la banda, y por ende de vos como artista, te agarró con treinta y tres años recién cumplidos. Dato que me parece encomiable para alguien que puso siempre todos sus huevos en la canasta del arte y la música y nunca claudicó, no se bajó del barco, ni tampoco creyó que “eso del éxito no era para uno”, porque la fama y el reconocimiento no llegaban, cuando otras bandas y artistas ya eran mundialmente reconocidas varios años antes de cumplir los treinta. Como ejemplo paradigmático de esto tenemos al club de los 27. Lo tuyo fue distinto, fue a tu tiempo, a tu modo. Siguiendo el pálpito que nunca te hizo confundir paradas intermedias con destinos, senderos con caminos, y trayectos con atajos. Machacaste y te hiciste un lugar en el híper masculino mundo del rock, sin renegar de que eras ese ideal femenino en la cabeza de cualquier hombre, pero escribiendo letras que nunca pedían que nadie volviera, sino que siempre supiste que in between, what I find is pleasing and I'm feeling fine.

Tu último concierto fue el pasado domingo 25 de junio en el festival de Glastonbury. Saliste a escena con una remera del CBGB para que nadie olvide que, a pesar de los años, y de la masividad de estos conciertos en comparación con los de antaño, siguen siendo una banda de punk neoyorquina. Es cierto, el tiempo ha pasado y tu voz no es la misma, pero el magnetismo y tu presencia está intacta, y seguís siendo desafiante y rupturista. Con 78 años. Desafiando cualquier lógica cronológica que nos pueda querer decir dónde y cómo debemos estar haciendo qué y con quién. Es que tal vez, esa manzana, que te costó tanto morder, y que recién pudiste saborearla como querías a tus treinta y pico, es lo que te ha hecho valorarla cada día, y tal vez por eso, y en honor a aquella tozudez de negarte a abandonar, es que vas a sacarle todo el jugo que tenga. Por tu público no te preocupes; siempre estará listo para verte atómica, porque desde hace mucho que ya sabe que soñar es gratis y siempre estará de pies a cabeza, bailando muy cerca, apenas respirando, casi comatosos, de pared a pared, hipnotizados, y pisando livianos, colgando cada noche en un éxtasis.

Por Diego Paseyro
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