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Historias
Siento, luego existo

Del renacimiento al romanticismo: Da Vinci, Voltaire, Darwin, Descartes y el veganismo

La consideración de la relación humano-animal es milenaria; sin embargo, su discusión en los últimos siglos se hizo cada vez más importante.

11.01.2023 14:08

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2023-01-11T14:08:00-03:00
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Por Joaquín Osimani Gil
osimanidi@gmail.com

En mi nota anterior hablo de los primeros filósofos en la historia occidental que comenzaron a teorizar la ética animal desde la antigua Grecia y Roma. A pesar de que sus argumentos eran sorprendentemente sólidos para la época, aún no existían las condiciones socioculturales para que la consideración animal se volviera un tema abordado a nivel social. Es por eso que en esta columna nos adelantamos unos siglos para conocer cómo fue evolucionando la cuestión animal, hasta los comienzos del movimiento moderno por los derechos animales.

El renacimiento, como es sabido, marcó un gran cambio en la cosmovisión del humano en relación al mundo, la religión, los demás animales y la naturaleza. El surgimiento de las ciencias y el racionalismo trajeron más posturas y cuestionamientos en la diferenciación humano-animal y, como es costumbre, despertó nuevas preguntas para la filosofía y la ética.

Uno de los mayores cambios de esta época fue el comienzo del estudio de la anatomía humana por medio de la disección de cuerpos. El gran Leonardo da Vinci (1452-1519) fue un apasionado estudioso de la anatomía de animales y plantas, algo que sirvió de inspiración para sus inventos y le permitió descubrir la enorme semejanza en las estructuras y funcionamientos de los animales, incluido al humano.

Bosquejos y anotaciones de da Vinci sobre la anatomía humana.

Bosquejos y anotaciones de da Vinci sobre la anatomía humana.

El biógrafo Giorgio Vasari (1511-1574) cuenta en uno de sus libros que Leonardo compraba aves en los mercados con el único fin de abrir sus jaulas y liberarlas en el momento. No es de extrañar que, al estudiar las aves, sintiera criminal negarles su capacidad de volar en libertad, cosa que admiraba con sana envidia.

En sus cuadernos y anotaciones, Da Vinci menciona en varias ocasiones pensamientos sobre el humano y los demás animales, como en este fragmento de Quaderni d’Anatomia II refiriéndose al humano:

“Rey de los animales —como lo has descrito— yo más bien diría rey de las bestias, siendo tú el mayor, porque tú sólo los ayudas para que te den sus crías para beneficio de tu garganta, la cual has intentado convertir en sepulcro de todos los animales; y yo diría todavía más, si se me permitiera decir toda la verdad”.

Posteriormente menciona: “Pues ¿no produce la naturaleza suficientes alimentos simples para satisfacerte? Y si no estás complacido con ellos, ¿no puedes realizar infinitos combinados mezclándolos, como escribió Platina y otros autores sobre alimentación?”.

Una carta que envía el explorador Andrea Corsali a Giuliano de Médici en una expedición a India relata con curiosidad los hábitos de los locales escribiendo el siguiente párrafo que, junto con los anteriores mencionados, ha despertado mucha discusión entre historiadores sobre la posibilidad de que el mismo Leonardo no comiera animales:

“Ciertos infieles llamados Guzzarati [hindúes] no se alimentan de nada que contenga sangre, ni permiten entre ellos infligir daño a ninguna criatura viviente, como nuestro Leonardo da Vinci”.

A pesar del avance de la biología y estudios como los de Leonardo, décadas más tarde René Descartes (1596-1650) propuso una postura totalmente distinta, retomando una visión anterior del animal como objeto. Incapaz de ver la similitud del funcionamiento del cuerpo humano y el de otros animales, Descartes pensaba que los animales no eran más que máquinas autómatas que no podían pensar, sentir, ni experimentar nada, al extremo de mencionar que sus gritos, al matarlos, no eran más que partes de su mecanismo emitiendo ruidos, como engranajes de reloj sin aceitar. Dichos comentarios fueron cuestionados incluso en su época, por su poco contacto con la realidad empírica que uno podía tener al interactuar con los animales.

Poco después, ya en el período de La Ilustración, en su libro Dictionnaire Philosophique, Voltaire (1694-1778) escribe una refutación a los planteamientos de Descartes, haciendo a su vez una fuerte crítica a la crueldad de la vivisección:

“Hay salvajes que se apoderan de este perro, que tan sobradamente supera al hombre en fidelidad y amistad, lo clavan a una mesa y lo despedazan vivo para mostrar sus venas mesentéricas. Se descubren en él los mismos órganos sensoriales que en uno mismo. Contéstame, mecanicista, ¿es que la naturaleza ha dispuesto todos los resortes sensoriales en este animal con el fin de que no sienta?”.

Desafortunadamente para los animales, la postura de Descartes terminó siendo más difundida en Occidente, manteniendo al animal como una mera máquina, objeto para uso y consumo del humano.

Grabado de Josep Ritson (1752-1803), vegetariano, anticuario y escritor de “Sobre la abstinencia de comidas animales como deber moral”. Se muestra rodeado de vegetales y una vaca comiendo entr<em>an</em>do por su ventana.

Grabado de Josep Ritson (1752-1803), vegetariano, anticuario y escritor de “Sobre la abstinencia de comidas animales como deber moral”. Se muestra rodeado de vegetales y una vaca comiendo entrando por su ventana.

Uno de los filósofos que más influenció en aclarar el debate moral sobre los animales fue Jeremy Bentham, que descartó todo aspecto arbitrario como la capacidad cognitiva o la capacidad del habla, para poner la sintiencia en el eje del debate moral racionalista:

“Es probable que llegue el día en que el resto de la creación animal pueda adquirir aquellos derechos que jamás se les podrían haber negado a no ser por obra de la tiranía. Los franceses han descubierto ya que la negrura de la piel no es razón para que un ser humano haya de ser abandonado sin remisión al capricho de un torturador. Quizá un día se llegue a reconocer que el número de patas, la vellosidad de la piel o la terminación del sacro, son razones igualmente insuficientes para dejar abandonado al mismo destino a un ser sensible. ¿Qué ha de ser, si no, lo que trace el límite insuperable? ¿Es la facultad de la razón, o quizá la del discurso? Pero un caballo o un perro adulto es, más allá de toda comparación, un animal más racional, y con el cual es más posible comunicarse, que un niño de un día, de una semana, e incluso de un mes. Y aun suponiendo que fuese de otra manera, ¿qué significaría esto? La cuestión no es si pueden razonar, o si pueden hablar, sino: ¿Pueden sufrir?”. Una introducción a los principios de la moral y la legislación (1780), Jeremy Bentham.

El siglo XIX tuvo la primer gran ola de vegetarianos a nivel popular, muchos de ellos motivados por el romanticismo, una nueva búsqueda de la conexión con la naturaleza y los sentidos. La defensa de los derechos animales pasó del mundo de las ideas y debates entre filósofos a una cuestión practicada también en la vida de los ciudadanos, desde médicos, artistas, intelectuales, revolucionarios y todo aquel que entendía su vida y sus hábitos como parte activa de la construcción de la sociedad.

A su vez, este siglo también trajo una ola de médicos e investigadores como William Lambe, que promovían una alimentación vegetal como forma de prevenir y tratar enfermedades. La alimentación basada en plantas por motivos de salud comenzó a estudiarse y a ganar adeptos, complementando (aunque a veces confundiendo) los aspectos éticos que ya venían tomando fuerza.

La cuestión moral del consumo y uso de animales también empezó a verse desde una visión político-social, donde muchos de sus promotores eran además participantes de otras luchas como la abolición de la esclavitud, los derechos laborales y el sufragismo de la mujer, siendo quizás los comienzos de la interseccionalidad de luchas.

Como si esto fuera poco, en el siglo XIX empezaron a surgir los “proto-veganos”, personas que además de no alimentarse de ningún producto de origen animal, también rechazaban otras formas de uso, como el cuero, la lana y los caballos como transporte. Uno de ellos fue Lewis Gompertz (1784-1861), escritor e inventor británico. En 1824 publica Moral Inquiries on the Situation of Man and of Brutes, un libro que debate el uso de animales para carne, leche y huevos, transporte y vestimenta.

Como diseñador industrial, no puedo dejar de admirar la visión que tuvo este hombre por idear soluciones con el fin de aportar tanto a la sociedad humana como al remplazo de la explotación animal. “¿Cómo se las podría arreglar el hombre sin la ayuda de caballos...? Descubrirlo es problema suyo”.

Y esto no lo decía a la ligera, antes de la invención del automóvil y la bicicleta moderna, el único medio de transporte para la ciudad eran los carruajes tirados por caballos, a los que Gompertz se rehusaba a usar por la crueldad y desgaste al que eran sometidos. Prefería ir caminando.

“Admito como axioma que cada animal tiene más derecho a usar su propio cuerpo que otros tienen de usarlo”.

Con motivo de buscar alternativas al uso de caballos como transporte, en 1821 Gompertz creó y patentó el primer diseño precursor de la bicicleta que no requería impulsarse con los pies sobre la tierra, décadas antes de la creación del sistema a pedal. También fue la primera persona en proponer la creación de ciclovías y, como dato curioso, a él también le debemos la invención del mandril del taladro.

Lewis Gompertz y su patente en 1821.

Lewis Gompertz y su patente en 1821.

En 1824, es miembro fundador de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales (SPCA, hoy RSPCA), la cual lideró durante años. Irónicamente fue acusado por varios de sus compañeros de “promover doctrinas pitagóricas” (es decir, el no consumo de carne), estableciendo que la SPCA debería admitir solo a personas con “valores cristianos”. Gompertz se vio obligado a renunciar el cargo, por ser judío y “pitagórico”.

En 1847 se funda la Vegetarian Society de Inglaterra, acuñándose también el término “vegetariano” que sustituyó el de “dieta pitagórica” que se venía utilizando por 2300 años. Desde ahí, la palabra vegetariano se usó de forma amplia para denominar todas las personas que evitaban el consumo de carne tanto por motivos de salud como por motivos éticos.

Algunos de los miembros de la Sociedad vegetariana: Francis William Newman (arriba), John Davie (izquierda), Isaac Pitman (abajo) y William Gibson Ward (derecha).

Algunos de los miembros de la Sociedad vegetariana: Francis William Newman (arriba), John Davie (izquierda), Isaac Pitman (abajo) y William Gibson Ward (derecha).

Para terminar, un personaje histórico marcó un antes y un después en la visión del humano y los demás animales, fue sin dudas Charles Darwin (1809-1882).

La publicación de su libro El origen de las especies (1857) posiblemente causó una de las mayores controversias de la historia junto con el heliocentrismo de Copérnico. Ya no solo planteaba que el humano tenía estructuras biológicas iguales a la de los animales, si no que ahora el humano era también un animal, primate, emparentado consanguíneamente con todas las demás especies. De ser la imagen y semejanza de dios, pasó a ser la imagen y semejanza de los gorilas, chimpancés y bonobos, algo que muchos no pudieron tolerar. El humano cada vez se alejaba más de esa imagen endiosada de sí mismo.

Con el paso de los años se ha malinterpretado la teoría darwiniana, usando “la supervivencia del más fuerte” y “ser la especie más evolucionada” en un intento de justificar moralmente la opresión hacia otros en situación de menos poder (tanto humanos como no humanos).

La realidad es que Darwin en ningún momento plantea que tener más poder y utilizarlo en contra de otros sea un indicador de evolución, mucho menos una justificación moral. Para él la capacidad más importante en una especie es la adaptación al cambio.

Ya en su vejez, publica El origen del Hombre, donde nos deja una cálida reflexión, muy lejana a justificar la opresión y destrucción del humano hacia las demás especies.

“La experiencia viene a demostrarnos, desgraciadamente, cuán largo tiempo transcurrió antes de que miráramos como semejantes a los humanos que difieren considerablemente de nosotros por su aspecto exterior y por sus hábitos. Una de las últimas adquisiciones morales parece ser la empatía, extendiéndose más allá de los límites de la humanidad. […] Esta virtud, que es una de las más nobles que el humano posee, parece tener su origen incidental en que nuestras empatías, al hacerse más delicadas y extenderse por mayor esfera, alcanzan, por último, a todos los seres sensibles.”

Por Joaquín Osimani Gil
osimanidi@gmail.com