El año comenzó con una noticia triste para la cultura en Montevideo: La Trastienda cierra sus puertas después de 17 años.
La deuda será eterna. Desde 2008, nos dimos el lujo de tener a bandas de alto calibre nacional e internacional, conocer a artistas emergentes y asistir a todo tipo de espectáculos.
Desde LatidoBEAT, consideramos que el agradecimiento más justo es recopilar las distintas voces que supieron habitar aquel recinto. Ese local que supo ser cine, luego iglesia, para finalmente convertirse en templo de la cultura.
La primera nota del especial Gracias totales abarca una parte tan discreta como fundamental en la construcción de la hazaña: los periodistas. Los que van y ejercen como fanáticos, pero vuelven directo a su casa a escribir al respecto. Varios comunicadores aceptaron la tarea de escribir lo que significó y significa La Trastienda para ellos. Aquí están los resultados.
Pavement en La Trastienda (2024). Foto: Javier Noceti
Juanchi Hounie (@JuanchiHounie): Periodista, comunicador y melómano. Conduce actualmente el programa "Fácil desviarse" (99.5 FM). A su vez, estuvo al frente de "Suena tremendo" en El Espectador.
Una lástima el cierre de La Trastienda. Un lugar significativo. Necesario. Una lástima porque será un escenario menos, cuando no abundan. Pero sobre todo por la agenda. Los gustos musicales de Danilo son los de muchos. Aunque quizás esos muchos no sean suficientes para sostener un negocio. Pero la cantidad de buenos artistas que vi en La Trastienda no los hubiera visto en otro lugar en Uruguay. Y eso tiene que ver con la sensibilidad musical de su dueño. Los veteranos neoyorquinos de Televisión. Calexico. Los escoceses de Franz Ferdinand. Stephen Malkmus y sus Pavement. Belle & Sebastian y tantos otros. Pero el mejor recuerdo que tengo de La Trastienda fue con The Cult. Una aplanadora de rock and roll. Un Ian Astbury magnético y en gran estado, una banda bien afiatada, pasando por el mejor cancionero ochentero de los británicos. ¡Bomba!
Foto: @JuanchiHounie
Adela Dubra (@adeladubra): Directora del Sodre. Fue editora de la revista Galería y periodista en la Sección Cultura del semanario Búsqueda.
El cierre de La Trastienda me da tristeza. Y me recuerda muchos y buenos toques que allí vi. También me hace pensar en los bares o boliches de Montevideo donde vi espectáculos y fui feliz. Y son muchos: Lorenzo, el primer Tabaré, Milenio, Pachamama, Lindolfo, La Ronda, Clyde´s, Perdidos en la noche, donde veía a Exilio Psíquico y a los Supersónicos.
Y después, El Ciudadano: por calidad, sonido y swing, uno de los puntos altos que tuvimos en esta ciudad. Cerró, y fue triste, pero después el mismo Danilo Astori abrió La Trastienda.
A lo largo de sus 17 años pude ver shows exquisitos. Vi a Juana Molina —a esta altura, medio como de la casa— a Malena Pichot, a Favio Posca, a Illya Kuryaki and the Valderramas. Vi, con mis hijos, Matilda, el musical. Y también Belle & Sebastian y Los Traidores. Y al Cuarteto de Nos, a los que en una época seguí mucho.
Ir a un espectáculo empieza ¿días? ¿horas? ¿semanas? antes de salir hacia allí. En el caso de este viejo cine, varios elementos ayudan a que sea especial. Pienso en la fachada, en esas puertas fascinantes, en el hall, la boletería: todo eso también hace al asunto.
Jaime Roos dijo en una entrevista con Andrés Torrón que la idea de un show es que el espectador salga a la calle con un sentido de extrañeza. Eso me pasaba casi siempre en La Trastienda. El año pasado fui a un cumpleaños allí, Juan Casanova cantó el "Que los cumplas feliz" y después bailamos de manera libre y desprejuiciada. Mi última vez en La Trastienda: fui a ver a Melingo, sola, en busca de sus tangos bajos.
No fumo, pero en La Trastienda me gusta salir a la vereda con los que fuman porque ahí puede uno intercambiar algunas frases con extraños, y eso suele ser bueno.
Me gustaría ser de esas personas que anotan todo lo que ven y dónde. O de las que guardan las entradas. No lo hago. Por eso, en este recuento desordenado, me estoy olvidando de muchos artistas; desde aquí, mis disculpas. A veces creo que en algún momento voy a empezar a anotar. Estos días, habrá quienes publiquen esa información y les estaremos agradecidos.
Felicitaciones a Danilo, a Inés y a todo el equipo por haber creado y sostenido una sala donde se toca música en vivo. Ojalá reencarne en otro lugar. Seguro nos volveremos a encontrar por ahí.
Adela Dubra. Foto: archivo
Sebastián Auyanet (@Sebauyanet): periodista cultural y experto en comunicación. Escribió en el diario El Observador sobre música y hoy asesora empresas sobre impacto en audiencias en Sembramedia.
Lo que recuerdo de cuando cobraba un sueldo por ejercer la crítica y la opinión, con el objetivo de que cada texto fuera el primer argumento de una conversación sobre música, es que todo se sentía como una transición. Pasábamos de una era en la que el disco y el rock de estadios —salvo excepciones— daban paso a una experiencia de escucha más personal, individual, de descargas ilegales en Rapidshare (previa al advenimiento de la playlist) y a la necesidad de mejores espacios para audiencias más pequeñas. Ver a Babasónicos, a Spinetta o al Cuarteto de Nos en el cine Plaza era una experiencia auditiva pobre y lejana, inadecuada para una época en la que tanto artistas como audiencias sentían una mayor necesidad de conectar.
La Trastienda llenó ese vacío, pero no solo eso la hizo esencial: también se convirtió rápidamente en la pista de aterrizaje de una enorme cantidad de fenómenos internacionales con los que ni artistas ni público local habían podido conectarse en vivo, algo que desde la prensa tampoco osábamos reclamar por imaginarlo inviable. Sin embargo, al primer —y para mí, al mejor— James Blake lo vi a 20 metros de distancia en una noche hipnótica, de las mejores que recuerdo en una vida en la que las salas de concierto han sido una constante, ya fuera por trabajo o por inquietud. Tengo el recuerdo de un concierto íntimo con unos pocos alrededor del libertino Carl Barat, de un par de noches calientes al son de Marcelo D2 o de un amigo que, a unos 20 metros de mí, descubrí cantando "Go with the Flow", de QOTSA [Queens of the Stone Age]. En su mirada adiviné la emoción de no poder creer que eso estuviera pasando en un local de la avenida Fernández Crespo que antes había sido una iglesia.
Seguro que hay tantas anécdotas como asistentes; yo me quedo con un improvisado abrazo a Thomas Mars, de Phoenix, luego de que bajara a cantar con el público, el mejor cierre a mi historia con un lugar que desafió todas las convenciones de la siempre compleja gestión cultural en Uruguay y que puso a Montevideo en un circuito en el que antes no estaba. No debería olvidarse, hablando de Phoenix, que apenas meses después de tocar ahí, en Fernández Crespo, estaban cerrando los Juegos Olímpicos de París.
Ojalá eso no deje de suceder.
Si algún día alguien escribiera una historia de los públicos de conciertos en Uruguay —y sería muy bueno leer algo sobre eso—, La Trastienda debería ocupar un lugar acorde a la enorme cantidad de noches brillantes que ofreció a esta ciudad.
Sebastián Auyanet. Foto: Cedida a Montevideo Portal
Federica Bordaberry (@federicaborda): periodista y escritora. Trabajó en Montevideo Portal y cofundó LatidoBEAT. Actualmente es editora de proyectos en El Observador.
El primero fue a los 18 años. Una sala oscura, con una barra a un lado y del otro una especie de mural con estrellas. Encima, como cayéndose arriba mío, un balcón con asientos y mesas que veía desde abajo. Al frente, un escenario aún vacío. Ese es el recuerdo que tengo o que quiero tener. Y el que quiero tener también involucra el primer show que vi de los Buenos Muchachos. El verdadero podría ser, quizá, el primer show del Mandrake que vi.
A esos le siguieron varios otros. El que recuerdo con más estima, probablemente, sea uno de los "Enlaces" que se hicieron ahí. Recién empezaba a entender un panorama, o una red, de músicos y de cultura uruguaya. La Trastienda se convirtió de a poco, y sin acusar recibo, en eso: una puerta de entrada a lo que sucedía musicalmente en Uruguay. Y, de a poco, y sin acusar recibo, también a lo que sucedía a nivel internacional.
Es probable que le deba gran parte de mi profesión, de mi formación y de mis noches de ocio musical a La Trastienda. Es probable que le deba gran parte de quién soy y de qué hago. De los amigos que tengo. De los que se convirtieron en familia y de los que no. De los recuerdos de una época y del presente. Del crecimiento personal. De las memorias bellísimas de una vida corta puesta en perspectiva.
Es probable, entonces, que le deba a La Trastienda aquel silencio y aquella pausa de tragedia y de nostalgia del día en que supe que cerraba.
Federica Bordaberry. Foto: Cedida a Montevideo Portal
Andrés Torrón (@AndresTorron): músico, periodista, escritor y experto en historia musical. Escribe en La Diaria. A su vez, tiene su proyecto musical, Dos, junto a su hija Lucía.
Durante más de una década vi alguno de los mejores conciertos de mi vida, descubrí nueva música, escribí sobre propuestas que me apasionaban, entrevisté a varios artistas muy valiosos y hasta toqué en vivo junto a músicos queridos y admirados. Todo gracias a un solo lugar que —de más está decir— ocupa un lugar muy importante en mi vida.
Estoy hablando de La Trastienda de Montevideo, el lugar dirigido y curado con pasión por Danilo Astori Sueiro desde noviembre de 2008.
Cuando me enteré de su cierre, más allá de la tristeza, pensé en cómo siempre uno empieza a valorar lo que tuvo cuando lo pierde.
En la segunda década de los 2000 nos comenzamos a acostumbrar a que Montevideo recibiera artistas internacionales que estaban comenzando a marcar tendencia en el mundo, a figuras de culto o a artistas multitudinarios en una sala de aforo mediano. Y esa sala se convirtió también en el lugar de la música uruguaya.
Había escrito una lista interminable de nombres que pasaron por el escenario de La Trastienda; conciertos que creo marcaron la escena musical de este lado del mundo. Decidí quedarme con cinco momentos personales: ver a James Blake en el momento mismo de su aparición en la escena global, disfrutar de lo que imagino fue una de las mejores presentaciones en vivo de Daniel Johnston acompañado por Eté y Los Problems, quedarme casi sordo en una presentación demoledora de Mogwai, comenzar a salir de la oscuridad de la pandemia con un recital histórico de los Buenos Muchachos y compartir escenario con mi hija junto a un plantel soñado de músicos como parte del proyecto "Enlaces".
La Trastienda cambió la vida de nuestra ciudad y marcó la mía. Quizá, en ese mismo lugar, haya en el futuro otra propuesta igualmente importante. Ojalá. Pero esta década y media de La Trastienda no se olvidará nunca.
Andrés Torrón. Foto: archivo
Sofía Durand Fernández (@sofdurfer): subeditora de Latido BEAT y conductora del programa Cosas dulces en Radiomundo (1170 AM).
Una adolescente curiosa, sintiendo un empuje de rebeldía —qué ternura— al cruzar por primera vez las puertas del local en Fernández Crespo. Una versión un poco más grande, pero igual de terca, dándose cuenta de que todo lo que le habían dicho antes no era una exageración, que los Buenos Muchachos sí tienen 500 caballos de fuerza en vivo. Una joven pandémica sentándose con amigos a escuchar música con la misma desesperación que aquel que vaga por el desierto y encuentra un oasis. Un amor que nació y murió en la misma fecha y en el mismo local —tal vez fueron más—.
Todas esas cosas son piezas de dominó, organizadas en un espiral que fue cayendo hasta moldear mi vocación por completo. Todas esas cosas pasaron en La Trastienda.
Nos acostumbramos a tener un venue en zona céntrica. A que las guitarras suenen como tienen que sonar, y las baterías peguen donde tienen que pegar. A pedirle a Danilo Astori Sueiro por X, solo de angurrientos, que trajera a tal y cual a La Trastienda. A emocionarnos si anunciaba al artista que esperábamos. Y si no era ese, nos emocionábamos igual.
El lado B del periodismo cultural es palpar una cierta sensación de desgano remanente en el ambiente, transmitida a través de cuentos como: "los artistas solo vienen a Uruguay cuando están arruinados", "como público somos un embole", y así hasta encallar en un muelle donde la arena es gris y el sol nunca sale.
En los últimos 17 años, este lugar —que solía ser una iglesia y se convirtió en un templo— se encargó de apagar ese ruido molesto y brindar un abanico de propuestas, con un público agradecido, atento, dispuesto a escuchar lo que era nuevo para sus oídos y a disfrutar lo que admiraba hace décadas. Nos malcriaron bastante. No creo que nos quiten lo bailado, y la huella que dejó —y que manifiesta que nos merecemos escuchar lo que está bueno y lo que nos gusta en vivo, con un sonido de alta calidad— no va a borrarse.
Sofía Durand Fernández. Foto: Cedida a Montevideo Portal
Carlos Dopico (@CDopico): Ejerció como periodista cultural en Teledoce. Actualmente, se dedica a la escritura, está en "Montevideo Sonoro" y hace entrevistas en LatidoBEAT.
Los primeros días de enero se confirmó el rumor que llevaba un tiempo en el aire para quienes habitamos desde distintos lugares la escena musical: el triste cierre de La Trastienda. Es sabido que el período pandémico (2020/21) había sacudido los cimientos de este escenario y resquebrajado áreas de su estructura financiera, afectando incluso parte del equipo que venía trabajando desde su apertura (2008). Sin embargo, su agenda nutrida e internacional parecía dar señales contrarias.
Su ausencia será enorme, no solo por sus prestaciones técnicas de calidad y sus proporciones físicas, que garantizaban un concierto de cercanía en pleno centro de la ciudad, sino por la apuesta siempre sólida y arriesgada de quien llevará el timón hasta el final de los días, Danilo Astori Sueiro. Son muy pocos los dueños y programadores que siguen su instinto musical, más allá del mercado y la rentabilidad o las modas que los algoritmos imponen. En La Trastienda tuve la posibilidad de ver artistas plenamente vigentes, como la poderosa banda de rock alternativo Queens of The Stone Age, la indie rock escocesa Franz Ferdinand, el atmosférico triphopero británico Tricky, la magnética banda hard rock de The Cult, la banda británica pospunk Public Image Ltd que lidera el mismísimo John Lydon, la banda punk neoyorkina Television, la británica Echo & The Bunnymen, la legendaria agrupación jamaiquina The Skatalites, el mítico Lee Scratch Perry, la californiana Pavement, el saxofonista y cantante estadounidense Maceo Parker, o el trío de jazz norteamericano Medeski, Martin & Wood, por solo mencionar algunos que hoy mi mente evoca al detalle.
Pero, además, alternar grandes apuestas regionales desde Divididos o Babasónicos, pasando por Os Paralamas, Marcelo D2, O Rappa, y llegar hasta Café Tacuba.
Durante casi dos décadas, La Trastienda dio refugio a una enorme cantidad de melómanos que hasta entonces jamás había pensado asistir en su ciudad a conciertos de tal envergadura. Pero además, fue escenario de cientos de artistas locales de toda la escena, permitiendo incluso impensadas series de conciertos de bandas nacionales (Buitres, NTVG, Vela Puerca, Buenos Muchachos), que hartas de la masividad buscaban programar shows de cercanía. Se pierde un icónico espacio musical, un punto de encuentro y referencia. ¡Salú Trastienda, tu música suena todavía!
Carlos Dopico. Foto: Javier Noceti