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Contenido creado por Sofia Durand
Literatura
Disección periodística

Desmitificar a la heroína y a la villana: la búsqueda de Leila Guerriero en “La llamada”

El último libro de la escritora argentina deja al descubierto, una vez más, su metodología insaciable para contar historias.

08.05.2024 17:08

Lectura: 6'

2024-05-08T17:08:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
sofdurfer

Verdades hay muchas, realidad solo hay una.

Leila Guerriero se hace la misma pregunta que sus lectores. De hecho, es probable que la induzca a través del orden y el ritmo con los que narra la historia —tridimensional, compleja, plagada de matices— de Silvia Labayrú en La llamada (2024). ¿Qué es lo que realmente pasó? Una pregunta que, al igual que una pieza de dominó que hace caer a otras en cadena, la envuelve en un ciclo donde no parece haber principio, ni final. Intentar encontrar un absoluto en La llamada es en vano. De lo contrario, no estaría escrito bajo el puño Leila Guerriero.

“El periodismo es la mejor excusa para meterte donde nadie te llama”, dijo la escritora en una conversación con el periodista español Ander Izagirre, publicada en un libro titulado En el fondo la forma (2022). Dani Yako, fotógrafo y amigo de ambas, le mandó una entrevista que Página 12 le hizo a Silvia. “¿Querés que la llame y le pregunte si quiere hablar con vos?”, le preguntó él. Entonces, alguien sí la llamó.

Silvia Labayru, hija de un militar, perteneciente a la organización armada argentina Montoneros, ex-presa política de la ESMA, exiliada en Madrid una vez que fue liberada, lugar donde fue repudiada por sus excompañeros de militancia. Esto último, principalmente a causa de haber sido obligada a participar en la infiltración de un militar en el grupo de Madres de Plaza de Mayo. Este hecho culminó con la desaparición del grupo y varios de sus integrantes, entre ellos, dos monjas francesas. 

La historia de Silvia Labayru per se puede contarse desde varias perspectivas, según quién, cuándo y dónde. Sin embargo, pertenece a un contexto histórico cuyos acontecimientos siguen generando discusiones. Acontecimientos por los cuales aún se exigen respuestas. Acontecimientos que llevaron a la desaparición sistemática de miles de personas. Acontecimientos que llevan a que esta historia ya no solo sean parte de la historia de una mujer, sino de una nación toda.

De hecho, con Silvia Labayru en el centro, varios testimonios ayudan a dar una mayor claridad y un panorama más amplio de cómo fueron los años en los que Argentina vivió bajo una dictadura cívico militar. 

Leila Guerriero. Foto: Esther Vargas vía Flickr.

Leila Guerriero. Foto: Esther Vargas vía Flickr.

El laberinto en el que Guerriero se mete es incómodo.

Incómodo, porque pone sobre la mesa el machismo presente en diferentes ámbitos: en la militancia montonera, en la ESMA, en el exilio y durante los juicios a los militares. Labayru denunció los delitos sexuales que sufrió en cautiverio recién en 2014 y llegó a juicio oral en 2020. Alberto Eduardo “Gato” González, su violador, y Jorge Eduardo “el Tigre” Acosta, instigador de estas, fueron condenados 20 y 24 años de cárcel por ejercer violencia sexual en 2021. “Las violaciones fueron parte de un plan común en muchos de los campos como forma de arrasamiento de la subjetividad de las secuestradas. Éramos un botín de guerra”, dijo al respecto en la entrevista con Página 12.

A su vez, Labayru relata cómo sus compañeros de militancia la juzgaron por abortar y declara que los mismos veían mal que se realicen denuncias por las violaciones cometidas por militares, por una cuestión de honor.

Incómodo, porque Labayru es más que esos años en los que ella considera que tomó “todas las peores decisiones juntas”. Bajo esa línea, Guerriero también aborda el “antes” y el “después” de la ESMA. En consecuencia, pone bajo la lupa la revictimización de las víctimas, fenómeno ante el que la protagonista se muestra crítica, al igual que cuando habla de los ideales que defendía cuando fue secuestrada. Una postura que varios de sus compañeros comparten. 

Incómodo, porque las voces que participan del libro, por momentos, dan opiniones que se alejan de lo que el imaginario común espera. Hechos como el relacionamiento que mantenían en la ESMA con los militares y las salidas transitorias son testimonios que no son tan conocidos, en gran parte, por la reacción negativa y el descreimiento que generan. 

Foto: Silvia Labayru en entrevista con Periodismo Puro (2024)

Foto: Silvia Labayru en entrevista con Periodismo Puro (2024)

“Cada cosa que uno escribe es traer al mundo algo que no existía”. Así es como Guerriero concibe su tarea. A lo largo del libro, narra como varias personas le preguntan si es realmente necesario volver a hablar de los 70. Al mismo tiempo, menciona diferentes textos, que van desde entrevistas, reportajes y libros, donde la impronta que sus autores toman resulta ofensiva, descuidada y desprolija para las víctimas. 

“Yo siempre tengo ese chip: ir más allá, y más allá, y más allá”, afirmó la escritora. Su modus operandi incluye buscar tantas voces como pueda que aporten a la narración. Analizar qué respuestas van en paralelo y cuáles chocan. Si ocurre lo último, indagar, indagar e indagar, pero nunca aportar una conclusión que pueda arrimarse hacia una de las dos campanas. Si hay algo que tiene claro es que la historia no le pertenece a ella.

Sin embargo, su voz ocupa un rol activo. El vínculo que construye junto a Labayru se ve atravesado por una pandemia mundial, en el que las formas de comunicación se modifican de manera radical. A su vez, permite que pueda vivenciar desde un lugar más cercano y cotidiano los acontecimientos presentes en su vida, como el amor que la protagonista revivió después de cuarenta años y la mudanza desde Madrid a Buenos Aires a raíz de este reencuentro y el vínculo con sus hijos. La estructura exige que no sea lineal, sino más bien llevada a partir de los puntos de encuentro y las diferencias entre los testimonios. 

Hay algo que Leila Guerriero ha afirmado numerosas veces y es su aversión al caricaturismo a la hora de hacer un perfil. Esto es, cometer el error de simplificar a la persona y enmarcarla a grandes rasgos. La complejidad de Silvia Labayru genera una paradoja en la que caer en lugares comunes puede parecer más difícil que en otros casos, pero en realidad, es sumamente fácil. Para alcanzar el nivel de precisión logrado en La llamada, fue necesario que la escritora se tome el tiempo para investigar, entrevistar y editar —probablemente, más de una vez—. Hacer una disección periodística. Pero, sobre todo, observar, no quedarse con lo evidente, escarbar.  En tiempos como estos, prestar atención es una virtud que, una vez más, Leila Guerriero demuestra que puede manejar.

Por Sofía Durand Fernández
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