En 1850, el célebre escritor francés Alejandro Dumas dirigió su mirada muy al sur y redactó su novela La Nueva Troya, en la que describía —o eso intentaba— las vicisitudes del Sitio de Montevideo.

Embanderado con la causa de los sitiados, Dumas no dudó en trazar paralelismos entre la gesta criolla y la epopeya homérica. Así, fue capaz de calificar al combatiente Marcelino Sosa —de quien sin duda no sabía más que el nombre— como “Héctor redivivo”.

Esa obra —que en su momento se sospechó pagada por el bando asediado— fue la única que el autor de Los Tres Mosqueteros ambientó en Sudamérica y también —con perdón por la irreverencia— una de las más flojas de las que firmara.

Tampoco lo ayudó el conflicto. Por mucho que intentara comparar la capital uruguaya con la ciudad rodeada por los aqueos, lo cierto es que aquello fue —como escribiría con sarcasmo Amir Ahmed— una “Troya Blanda”, en la que las flotas de Inglaterra y Francia garantizaban la comunicación y el suministro a la plaza asediada.

Así, Dumas se perdió por catorce años la ocasión de historiar una verdadera hazaña trágica, de esas que —valga el lugar común— superan a la ficción. Porque la Defensa de Paysandú es sin duda un episodio único en la historia de la poliorcética, y tiene todo lo que un escritor dramático podría buscar: la enorme disparidad de fuerzas, la estoica e inquebrantable resistencia de unos defensores que conocían de antemano la adversa suerte que les esperaba, y lo más importante: que estos eran en verdad los buenos de la historia.

Por ello, ya en aquel entonces la triste proeza sanducera fue calificada como “Nueva Numancia”, en alusión —esta vez sí acertada— a la ciudad ibérica que los romanos arrasaron en el siglo II.

Mucho se ha escrito sobre la “Heroica Paysandú”. Ahora, a esa bibliografía se suma una obra diferente creada por un escritor también singular. Porque Diego Fischer es una rara avis en la novela histórica, género que a menudo produce papel deleznable.

En las novelas de Fischer la ficción se aplica por cuentagotas, y a menudo se ofrece información nueva hasta para los historiadores. Esto se debe al hábito del autor de consultar directamente los acervos documentales existentes, y a su olfato para descubrir nuevos.

En este caso, se las ingenió para acceder a los archivos de Joaquim Marques Lisboa, marqués de Tamandaré, oficial al mando de la escuadra brasileña que intervino de forma gravitante en el conflicto. De ese acervo obtuvo información desconocida en nuestro país, y que sin duda contribuye a comprender mejor el episodio historiado.

La Iglesia de Paysandú destruida por la artillería. Archivo Biblioteca Nacional

Consultado por LatidoBeat acerca de cómo dio con ese material, el autor explica: “Iniciamos una investigación hace bastante tiempo por los canales habituales que manejamos, que son el Archivo General de la Nación, el Museo Histórico Nacional, documentos de la Biblioteca Nacional y el Ministerio de Relaciones Exteriores. Todos lugares que habitualmente son fuentes de información, porque en ellos hay muchos documentos depositados”.

“Una vez que reunimos —y hablo en plural, porque la investigación la hice con el colega Rodrigo Guerra— y revisamos todo el material, me di cuenta de que faltaba algo. Y ese algo era tener la voz, a través de documentos, de Brasil. Saber por qué Brasil se involucra, se entromete y se compromete de la manera en que lo hace. Alguna razón debía haber, más allá de lo que algunos libros han insinuado, de que esto [la destrucción de Paysandú y el derrocamiento del gobierno nacional] fue un paso previo, que de hecho lo fue, a la Guerra de la Triple Alianza”.

Por ello, el autor estaba convencido de que en el país norteño debía haber huella documental de lo ocurrido. Esa idea se veía sostenida por el hecho de que Brasil no envío entonces precisamente a un don nadie a encargarse del “problema” de la Banda Oriental.

“Tamandaré es una figura histórica relevante en Brasil, es el referente de la marina brasileña. Mandaron a alguien especial, y que también estaba especialmente vinculado a los intereses brasileños en esta zona, porque era oriundo de Río Grande do Sul. Toda su familia era de grandes terratenientes de la zona, y lo mismo sucedía con los generales Mena Barreto y Souza Neto”, quienes comandaron la invasión por tierra. Los tres eran “gente muy importante en Rio Grande do Sul, y tenían muchos esclavos”.

La historia la escriben los vencedores

“Fue entonces que nos pusimos en contacto el archivo histórico de la marina brasileña, que funciona en Rio de Janeiro”, recuerda el autor, quien reconoce que se vio gratamente sorprendido por “la rapidez, eficiencia y apertura que tuvieron para suministrarnos todo el material que íbamos pidiendo”.

Fusilamiento de Leandro Gómez y sus lugartenientes. Archivo Biblioteca Nacional

“El Archivo Tamandaré está compuesto por dieciséis volúmenes de centenares y centenares de páginas. Nosotros tomamos los que correspondían a este período, y ahí empezaron las sorpresas: comenzamos a completar una historia que estaba, hasta ahora, parcialmente contada”, relata.

Además de información de esos archivos brasileños que eran desconocidos en nuestro país, la obra de Fischer también incluye correspondencia inédita de Leandro Gómez, el mártir de la Defensa. Este hallazgo es todavía más curioso que el anterior, porque el material no se encontraba a mil ochocientos kilómetros de Montevideo, sino bajo las propias barbas de los escritores e historiadores uruguayos.

“Son esas sorpresas que uno se lleva”, cuenta al respecto Fischer, quien recuerda que algunas de esas cartas estaban en la antigua casa de Juan Antonio Lavalleja, hoy parte del Museo Histórico Nacional.

“En cada libro que he escrito me he topado con hallazgos muy grandes”, señala. Esa característica significa una suerte de inversión del proceso habitual en la redacción de la novela histórica, en el que el autor se limita a documentarse con el material ya existente y glosado. En el caso de Fischer, sus investigaciones personales suelen dar con nuevos documentos o datos.

“No es la primera vez que pasa con mis novelas. Es un hecho objetivo que este libro aporta documentos que jamás habían sido vistos aquí. No sé si en Brasil tampoco, no puedo asegurarlo, pero en Uruguay, nunca”, enfatiza.

En cuanto a eventuales reacciones —positivas o negativas— de los historiadores locales, Fischer marca una distancia. “Conozco a algunos, pero no tengo relación con ninguno de ellos. Sé que no les gusta mucho mi trabajo, pero tampoco me preocupa”, asegura.

Nuevo bajo el sol

Consultado sobre lo más relevante o poco conocido que halló en los papeles del marino brasileño, el autor destaca la documentación acerca del pacto que hizo con Venancio Flores, algo de lo que “siempre se habló”, pero cuyos pormenores no eran conocidos.

En los archivos, el escritor accedió a “una carta en la que se detalla punto por punto ese pacto, que fue firmado el 20 de octubre de 1864, a bordo del buque Recife”, nave desde la que Tamandaré dirigía una flota de doce navíos “que durante un largo año anduvieron por el Río de la Plata y el río Uruguay como si estuvieran en su propio territorio”.

En cuanto al pacto, el autor señala que “la fecha estaba en los registros” uruguayos, “pero no se conocían los detalles de lo que se firmó ese día”.  Sobre ello, Fischer subraya que ese acuerdo “entregaba al país” y lo obligaba a “defender unos intereses mezquinos y algunos verdaderamente ridículos, que Brasil venía reclamando al gobierno de Montevideo”, aunque estos no constituían el asunto de fondo. “En definitiva, lo que había detrás era la ambición y el apetito de Brasil por restaurar la provincia Cisplatina”, nombre que recibiera el actual territorio uruguayo durante la dominación luso-brasileña.

Intereses económicos

“Otro de los detonantes, que a menudo la historia soslaya, es el tema de la esclavitud. Los cientos o miles de esclavos que eran la mano de obra de los terratenientes de Río Grande, y que huían al Uruguay, porque acá eran libres. Y aunque fuera en condiciones tremendamente miserables, tenían la ilusión y la posibilidad de empezar una nueva vida libre. Eso, en los libros que yo consulté, no está mencionado”, explica el autor.

Corbeta Recife, buque insignia de la escuadra de Tamandaré. Imagen: Alexander Gardner / Wikimedia Commons

La importancia de ese “detalle” queda de manifiesto si se tiene en cuenta que —tal como se lee líneas arriba— los tres líderes militares de la invasión pertenecían a familias de terratenientes gaúchos, con intereses y tierras en Uruguay.

Buen ejemplo de ello es el caso de Souza Neto, que por ese entonces vivía “en una enorme estancia entre los actuales departamentos de Paysandú y Tacuarembó”. Este militar brasileño “se casa con una uruguaya y trae desde Brasil a cientos de sus esclavos a los que mantiene en esa condición, pese a estar en un país donde ya no existía la esclavitud”, cuenta.

En contrapartida, “encontramos una figura como la de Leandro Gómez, que es un militar de mando sin lugar a duda, un hombre de enorme carisma, furibundo antimperialista y también un gran antiesclavista”, describe. Con esas características, Gómez se convirtió en una piedra en el zapato para los hacendados norteños y para el levantisco Venancio Flores, quien “no tenía ningún escrúpulo, y vendió a su país por una ambición personal de poder, y que acabó por ser un dictador”, expresa.

Al otro lado del río

Si bien Uruguay se ha caracterizado por cultivar una diplomacia pendular, que le permite apoyarse en un vecino cuando se malquista con el otro, hubo ocasiones en las que el péndulo quedó apretado por ambos lados.

“En esta historia, Argentina no juega un papel secundario. [El presidente] Bartolomé Mitre por un lado dice que no intervendrá, pero por otro protege a Flores y vende armas. En definitiva, hace su juego. Y otro caudillo cuya actitud es una sorpresa es Justo José de Urquiza”, el poderoso gobernador de Entre Ríos, dueño de una vastísima fortuna.

“Él hace negocio, porque a través de Venancio Flores vende caballos a los brasileños cuando están por atacar Paysandú”, relata. La conducta de Urquiza resulta especialmente triste dado que “un pronunciamiento suyo hubiera bastado para detener la masacre”, considera Fischer.

Más allá del bronce

Para el autor, la correspondencia hallada en los archivos fortalece y agiganta el carácter heroico de la figura de Leandro Gómez. “Él y sus mil hombres sabían que iban a morir”, dice Fischer, y pone énfasis en la cifra. “Era algo imposible no entregar la vida ante esa disparidad de fuerzas, once mil contra mil”. Y por si esto no bastara, estaba la flota de Tamandaré fondeada frente a la ciudad, con un poder de artillería muy superior al de los defensores. Esos cañones, sumados a los que se colocaron luego en zonas elevadas junto a la ciudad, lanzaron miles de balas y redujeron a escombros la urbe litoraleña.

Según Fischer, la firme resolución de Gómez y sus soldados era compartida por muchos compatriotas. “No estaba en juego una divisa. Los documentos dejan claro que lo que se jugaba era la libertad, la dignidad, la república”, asevera.

“En Montevideo había un gobierno constitucional, más allá de todas las carencias que pudiera tener la Constitución de 1830”. En ese sentido, Fischer recuerda que, tras la caída de Paysandú, Flores y sus aliados procedieron a sitiar Montevideo. Entre las exigencias de Tamandaré se destacaron la renuncia del presidente interino Atanasio Cruz Aguirre y “el exilio de todos los que simpatizaran con el Partido Blanco”.

El Baluarte de la Ley, en el centro de la ciudad de Paysandú

Eso deja claro que, para el gobierno de Brasil, la idea era una y clara: “reinstaurar la Cisplatina y marchar luego sobre Paraguay, donde la masacre fue cien veces mayor que la de Paysandú”.

Para Flores, la guerra en la que su pacto con Brasil embarcaba a Uruguay no era precisamente un desvelo. Fischer recuerda que eso queda negro sobre blanco en la correspondencia de Pierre-Daniel Martin-Maillefer, a la sazón cónsul de Francia en nuestro país. En una de sus cartas, el diplomático asegura que el propio Flores le había confesado que la guerra lo tenía sin cuidado, dado que el costo económico que suponía era menor al monto de los subsidios que recibía de sus aliados.

Maillefer no fue el único extranjero que observó —con rechazo y quizá desprecio— el comportamiento de Flores. Todos los diplomáticos europeos —italianos, españoles, británicos y franceses— se negaron a apoyar al tirano. En ese sentido, Fischer recuerda que la presencia de naves de países europeos en el río Uruguay fue “de una gran ayuda humanitaria” y evitó que la catástrofe de Paysandú fuera todavía mayor.

La metrópoli que no fue

Antes de que la guerra la convirtiera en tierra arrasada, la ciudad de Paysandú se perfilaba como un polo de desarrollo y prosperidad en la región.

El autor recuerda que el auge de la capital sanducera se produjo “en pocos años, y de la mano de Basilio Pinilla, un jefe político colorado que no llegó a ver el desastre porque murió poco antes”, el 11 de noviembre de 1864.

“Por algo las potencias europeas tenían vicecónsules acreditados allí. La ciudad tenía cinco mil habitantes, dos bancos, construcciones modernas, y se estaba construyendo un teatro. Tenía una vida muy animada, con gran actividad comercial Era una ciudad moderna para aquellos tiempos”, refiere.

Todo ese progreso fue destruido en menos de un mes por los cañones de Tamandaré y Flores, que provocaron un daño cuya superación insumió décadas.

Legado

Para Fischer, Leandro Gómez y su gesta están vigentes y son de relevancia para el presente y el futuro.

“Es fundamental conocerlo y saber qué sucedió”, Por ello, aboga para que todos los uruguayos, y en especial las futuras generaciones, sepamos “quiénes fueron Leandro Gómez y Venancio Flores, Y saber también cuáles fueron las ambiciones de Brasil y Argentina hasta bien entrado el siglo XIX".

“Es importante conocer realmente nuestra historia, nuestros hechos patrióticos”, concluye.