Por Nicolás Medina
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El cine de deportes siempre ha sido un terreno propicio para desempolvar los clichés más universales: la lucha, el sacrificio, la gloria y, sobre todo, esa humanidad que florece (o no) en los momentos de éxito o fracaso. Dentro de este subgénero, el boxeo ha sido el rey indiscutido. Quizá porque la brutalidad del deporte deja poco espacio para excusas o porque el ring, con su forma cerrada y su público hipnotizado, se presta maravillosamente a las alegorías. Desde Raging Bull (1980), de Scorsese, hasta Million Dollar Baby (2004), de Eastwood, pasando por los incontables episodios de Rocky; el cuadrilátero no es solo un campo de batalla, sino un confesionario brutal donde los personajes enfrentan a sus demonios internos y externos.
Pero no todo es sudor y golpes. A menudo, quienes manejan las riendas fuera del cuadrilátero se convierten en figuras tan intrigantes como los propios deportistas. Tomemos el caso de Guillermo Coppola, el histriónico representante de Maradona, cuyo carisma y moralidad cuestionable lo han elevado al panteón de los personajes icónicos y de hecho le valió una serie de Star + (Coppola, el representante, de 2024 y protagonizada por Juan Minujín). Esta figura de los representantes, una mezcla de maestro de ceremonias y titiritero, fascina porque personifica la tensión entre ambición y lealtad, entre el arte de vender sueños y la cruda realidad de cobrarlos. Y claro, también está el humor involuntario que inevitablemente acompaña a estos personajes cuando se toman demasiado en serio.
El representante no es solo el arquitecto de los contratos y los patrocinios; es también, en muchos casos, un reflejo distorsionado del atleta. Saben vender promesas, disfrazar derrotas y sostener un frágil equilibrio entre lo real y el espejismo. Mientras el boxeador pelea con los puños, el representante pelea con la lengua, la pluma y, muchas veces, el cinismo. No sorprende que Don King, con su electrónica cabellera y su sonrisa calculadora, sea casi tan conocido como los pugilistas que representó. O que Jerry Maguire, un representante ficticio, haya conquistado los corazones del público con su mezcla de idealismo y desesperación.
En este contexto aparece La Máquina, una serie que se atreve a traer frescura al drama deportivo explorando no solo la vida de un boxeador en el ocaso de su carrera, sino también la relación que mantiene con su representante, un personaje que promete ser tan fascinante como controvertido. Este es el drama que el deporte necesitaba, contado en clave latina y con la intención de tocar un tema universal desde una perspectiva local.
En el marco de las nominaciones a los Globos de Oro, LatidoBEAT tuvo la oportunidad de charlar con Diego Luna, uno de los protagonistas de La Máquina, quien justamente da vida al representante de Esteban "La Máquina" Osuna, el boxeador cuyo apodo le da título a la serie.

Diego Luna en "La Máquina"
Diego Luna está sentado frente a la cámara de Zoom, relajado y con ese aire de quien sabe que está en algo grande. La Máquina no solo es importante para él, sino también para el panorama de la producción audiovisual en español. Pero, siendo honestos, esta serie es apenas otro capítulo en una carrera que ha probado ser una de las más versátiles y fascinantes del cine latinoamericano reciente. Desde aquel debut infantil en El Abuelo y Yo (1992), pasando por el fenómeno generacional de Y tu mamá también (2001), de Alfonso Cuarón, Luna ha recorrido un espectro tan diverso que abarca el cine independiente, Hollywood y hasta el teatro. Es el tipo de actor que podés imaginar filmando con Cuarón, otro con Del Toro, y al siguiente con Spielberg, mientras dirige una obra pequeña a mucho pulmón en un pequeño teatro.
En 2007, Diego decidió cambiar las reglas del juego y se pasó detrás de la cámara con J.C. Chávez, un documental que no solo mostraba su interés por los temas sociales, sino también una mirada muy personal hacia el boxeo. Luego vino Abel (2010), su ópera prima de ficción, que demostró que también podía contar historias pequeñas y profundas. Y por si no era suficiente, en 2016 llegó con Mr. Pig, reafirmando su inclinación por proyectos con peso emocional y cultural. Pero no se queda solo en dirigir; con su compañía La Corriente del Golfo, que fundó junto a su inseparable amigo Gael García Bernal, ha producido historias que buscan trascender las fronteras de México, llevando una mirada fresca a temas universales. Y es que luna no es solo un actor, es un narrador en el sentido más amplio del término.
Y si hablamos de trascender fronteras, resulta inevitable mencionar su paso por el universo de Star Wars. Interpretó a Cassian Andor, lo cual no solo lo hizo entrar en un radar de producciones mucho más globales, además consiguió una nominación al Globo de Oro por su actuación en la serie Andor (2022). Y ahora está de vuelta en la carrera por los premios con La Máquina, donde interpreta a Andy Luján, un personaje lleno de capas que nos recuerda que Diego sabe moverse entre la complejidad emocional como pocos.

Diego Luna en "Star Wars: Andor"
El auge de las plataformas de streaming ha cambiado las reglas del juego, abriendo paso a historias locales que tienen un atractivo global. Ejemplos sobran: Dark en Alemania, El Juego del Calamar en Corea del Sur, La Casa de Papel en España. Cada una de estas producciones ha demostrado que una narrativa bien arraigada en su cultura puede romper las barreras del idioma y conquistar audiencias internacionales. En este marco, La Máquina no solo encuentra su lugar, sino que lo redefine. Es un recordatorio de que las historias en español no tienen que pedir permiso para resonar en todo el mundo; simplemente lo hacen. “Hoy hay un nivel de confianza y además un apetito por ver historias que le pongan tal atención a la especificidad. Que tengan claramente un lugar de origen, un arraigo, y que no se repitan unas a otras”, explica Luna, quien también celebra que esta sea la primera producción completamente en español de Hulu. Logro que subraya la importancia de representar historias auténticas que conecten con audiencias globales sin sacrificar su identidad cultural. “Es la primera vez que Hulu hace un proyecto completamente en español, y que nos haya dado la libertad de hacerlo nosotros como lo hicimos nos hace sentir verdaderamente agradecidos”, añade.
En La Máquina, dirigida por Gabriel Ripstein, seguimos a Esteban “La Máquina” Osuna (Gael García Bernal), un boxeador al borde del retiro que busca esa última pelea que redima su carrera y, ya que estamos, su vida entera. A su lado está Andy Luján (Diego Luna), su mánager, un tipo tan interesante como problemático, que combina ambición desmedida con una buena dosis de conflictos internos. Por si esto fuera poco, Eiza González entra en escena como Irasema, la exesposa de Esteban, que no solo suma tensión, sino también profundidad emocional a esta narrativa que mezcla el drama deportivo con la exploración de las relaciones humanas y el precio del éxito.
La serie no se queda en los golpes y los entrenamientos; profundiza en las relaciones que rodean al boxeador y a su mánager. Es un viaje por la redención, la lealtad y las cargas emocionales que enfrentan quienes viven a la sombra del éxito o lo persiguen a toda costa. Irasema, interpretada con carisma por González, es la pieza que desarma y reconstruye a los personajes principales. Su presencia cuestiona las decisiones de Esteban y Andy, mientras ella misma carga con una historia que no se queda atrás en complejidad.
Y luego está la química. Diego Luna y Gael García Bernal llevan décadas siendo el sueño del cine latinoamericano. Amigos desde siempre, compañeros de aventuras y genios detrás de La Corriente del Golfo, han convertido su amistad en una máquina creativa imparable. Esta serie es un regalo para quienes los seguimos desde Y tu mamá también; es verlos jugar, desafiarse y empujar sus límites en pantalla. “Fue muy bonito, porque llevábamos mucho tiempo queriendo volver a trabajar juntos Gael y yo como actores. Hacemos muchas cosas juntos, tenemos una compañía, producimos, y cada quien hace sus proyectos. Pero actuar juntos no nos había pasado en un rato”, comenta Luna. Y se siente: esta colaboración no solo es profesional, es un festejo personal que trasciende lo laboral.

Gael García Bernal y Diego Luna en "Y tu mamá también"
“La posibilidad de diseñar un proyecto donde además pudiéramos tomar riesgos, donde pudiéramos hacer algo que nos divirtiera muchísimo y empujarnos el uno al otro a ir un poco más lejos, y trabajar con gente que conocemos desde hace más de dos décadas y con la que venimos trabajando hace mucho tiempo, y que por ende tenemos un lenguaje en común fue muy lindo”, reflexiona Luna acerca de otros aspectos que evidentemente atesora acerca de La Máquina.
Pues sucede que Luna, a través de la compañía que fundó con García Bernal, ha aprendido a ver mucho más allá de su visión como actor en relación a los procesos creativos. Ocupando en muchos casos el rol de productor ejecutivo, el mexicano comenta qué es lo más importante para el al ocupar este rol: “Pues, en todos sentidos, primero es aprender del proceso de otros y buscar la forma de ser útil para que otras u otros cuenten sus historias. Yo llevo mucho tiempo dirigiendo y me gusta mucho hacerlo. Para mi dirigir es algo que ya se volvió una necesidad. Pero ha sido a través de producir que he podido ir aprendiendo y cuestionando mis propias ideas e historias”.
Y añade lo esencial que es para él entender el proceso creativo del resto del equipo a quienes ve como pares: “Para mi también producir es la forma de involucrarme con algo desde su génesis, y acompañarlo hasta el final. Es un trauma probablemente como actor. Esta cosa de que el actor participa en una parte del proceso que es muy breve, que es crucial, pero que es muy poquita. Donde el tiempo para digerir lo que ahí pasa es casi nulo. La diferencia entre un director o un productor que están ahí cuando algo es una idea y la acompañan, y después van y buscan el financiamiento y después ejecutan, y luego se termina pero se vive el proceso de entregarla, como actor todo te pasa en semanas. Y creo que también es una respuesta a eso, me encanta el cine, me encanta el teatro y no involucrarme desde el origen comienza a parecerme un error fundamental”,
Sobre el reto de interpretar a Andy, Luna detalla: “Yo hice un documental sobre boxeo y estuve pensando mucho en los representantes y en los promotores. Y si bien no tiene nada que ver, sí detonó la reflexión sobre lo que significó Don King en el mundo del boxeo”, y hace mención a un tipo que llegó a ser denunciado por boxeadores como Muhammad Ali y Mike Tyson. “Hablamos de un tipo que de pronto decidió ser el centro de atención, un tipo que decidió volverse el personaje, dar un paso al frente y dejar a los boxeadores atrás, básicamente. Y habla de una necesidad de figurar, de ser el centro de atención, una necesidad de trascender la historia de quienes realmente la marcan o se vuelven leyendas, que son aquellos que representas”, agrega.

"La Máquina"
“Es como esta distorsión que debe llegar con el éxito y la popularidad. Estos personajes que son capaces de creer que crearon a un boxeador, que le deben sus carreras, que lo descubrieron. Es casi como este lenguaje que habla de la creación, casi bíblico”—reflexiona Luna—, y es interesantísimo preguntarse como llegan a ese punto, como llegan a sentirse eso. El todopoderoso. De ahí nace la construcción del personaje de Andy. Después hay muchos referentes.”
La serie y su personaje, según Luna, también tienen que ver con “el lugar en el que estamos hoy”, en cómo las redes sociales moldean la identidad y el sentido de uno mismo: “Esta cosa de estar siempre expuestos, siempre a cuadro, en un streaming de 24/7, posteándolo todo. Y qué pasa entonces con la forma en la que nos vemos. Con la percepción de nosotros mismos, cómo eso se puede distorsionar a un punto donde ya no te das cuenta del daño que te está haciendo”.
El boxeo es el hijo favorito del drama deportivo, un escenario donde las emociones suben y bajan como golpes bien dados. Desde Rocky (1976), con su eterno sube y baja de superación personal y montañas rusas emocionales, hasta Creed (2015), que refrescó el género para una nueva generación, el cuadrilátero se ha convertido en un lugar donde los personajes exorcizan sus demonios, luchan contra sus fantasmas y, de paso, contra sus oponentes. La Máquina toma este legado y lo lleva a otro nivel, no solo enfocándose en los golpes en el ring, sino también en las batallas silenciosas y no tan silenciosas que los personajes enfrentan fuera de él. Porque, seamos honestos, a veces la pelea más difícil está en casa, en el trabajo o en el propio espejo.
Lo que distingue a La Máquina de otros dramas del género es su manera de mirar. No se trata solo de mostrar cómo se prepara un boxeador para su última gran pelea, sino de desmenuzar cómo esa pelea afecta a quienes lo rodean y cómo las relaciones también tienen sus propios rounds. Hay algo profundamente humano en la forma en que explora las conexiones entre Esteban, Andy y los demás personajes, entregando un retrato honesto de lealtades, fracasos y redenciones.
Y es que Diego Luna parece tener un talento especial para habitar este tipo de historias. No es la primera vez que el actor explora los bordes más crudos y emocionales de personajes que también son, de alguna forma, narradores de su propia tragedia. Con Andy Luján, Luna lleva este concepto un paso más allá, entregando una actuación que combina carisma, vulnerabilidad y una dosis de cinismo que le sienta perfectamente. Es una interpretación que nos recuerda por qué Luna ha sido, y sigue siendo, una de las figuras más interesantes de su generación.
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