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Literatura
¡Por el poder de Grayskull!

Diego Paseyro, el “realismo eufórico” y el humor como antídoto contra el tedio cotidiano

Es profesor de filosofía y ahora también autor con “Her-Man y los amos del universo”, su primera novela.

08.11.2022 16:02

Lectura: 9'

2022-11-08T16:02:00-03:00
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Por Agustina Lombardi

“Encontramos la conjunción de una novela rebelde, políticamente incorrecta, o más bien desafiante, en tiempos de una prosternación insoportable y de un miedo a quedar siempre en offside si no seguimos a la manada, al enjambre, al mainstream de opinólogos que se merecen con el viento que mueve las mareas de la moral, otro invento”. Esa oración, que es larguísima y de muchos adjetivos, la escribió Rodrigo Bacigalupe y, si el prólogo es la caracterización de una novela, entonces esta sería la personalidad de Her-Man y los amos del universo.

Las quinientas páginas se destacan por “el humor y lo bizarro”, sintetizaría su autor, Diego Paseyro, que es profesor de filosofía. Seguro que esa forma de ver el mundo se escapa a través de las voces y las preguntas que se hacen los 70 amos de este universo, aunque él diga que evita caer en el academicismo. Pero si aparece no lo censura.

También hay ficción, personajes y saltos que irán de Uruguay a Noruega y llegarán hasta Kiev. ¿Qué puede unir a tantos personajes en espacios tan diversos? Será algo del universo de Paseyro, que se enamoró de “la prosa, el vértigo y el compás” de la generación beat. Irreverente como su imposibilidad de “hablar o escribir sin putear”. 

Her-man y los amos del universo es la ópera prima de Paseyro, que decidió publicar con Editorial Dunken en Buenos Aires.

 Foto: Sebastián Astorga / Montevideo Portal

 Foto: Sebastián Astorga / Montevideo Portal

¿Cuándo empezaste a escribir?

El primer cuento del que tengo memoria data de la escuela. Tal vez 5º, tal vez 6º. Se titulaba “El secuestro” y narraba cómo una banda de maleantes secuestraba un avión de pasajeros Boeing 747. No recuerdo más nada, pero sí recuerdo la cara de orto de la maestra cuando se lo di para leer. ¡Era larguísimo! De hecho, creo que se llevó dicho galardón. Luego no recuerdo un vínculo cercano con la escritura hasta la edad de 15 años, cuando empecé a adolecer y la prosa de Jim Morrison me parecía todo lo que estaba bien. No se entendía nada, pero tenía la capacidad de mezclar cosas imposibles. Un cura con una rana, una serpiente con un autobús azul, etcétera. A esa edad, todo lo que quería era escribir poesía y aforismos. Luego, lentamente me fui (re)encontrando con el cuento. Tardaría hasta casi los treinta años para proponerme un proyecto de más largo aliento como este. El antecesor fue una novela que nunca dio a luz y de la cual me desenamoré. Y en febrero del año veinte comencé con esta. Luego sobrevino la pandemia y en relación a mi escritura fueron todas buenas noticias.

¿Cómo surge la novela? ¿Qué la inspira?

La novela surge a partir de un cuento que, básicamente, narraba una abducción de un grupo de feministas en una marcha por 18 de Julio a manos de una misteriosa nave dorada con forma de pene. Mis pretensiones eran retomar la narrativa, cosa que no hacía desde hacía meses, tal vez años. Luego, ese cuento fue leído por algunos allegados. Las respuestas fueron variopintas, pero había un común denominador: se destacaba el humor y lo bizarro. Esos primeros feedbacks fueron el combustible. Ahí entendí que si mantenía ese tono y comenzaba a generar historias que satelizaran el arco argumental, podía tener algo. Y así empezó.

¿Qué relación tiene con tu realidad? ¿Hay cierto reflejo de vos mismo?

Mi realidad es tan bizarra como la de cualquier asalariado que paga impuestos, pero lo cierto es que el humor ha sido un poco mi antídoto y mecanismo de defensa para que el tedio no avance. Y creo que ese es el tono de la novela. Así me vinculo con las cosas. Cuanto más serias parecen, más humorísticas se me presentan. Algo como lo que pasa en los velorios, ¿viste? Es todo tan serio, solemne y circunspecto que uno no puede menos que cagarse de la risa en algún momento. Me pasa lo mismo en muchas otras situaciones, especialmente aquellas que impliquen hacer filas, ser atendido en ventanillas o sacar número.

Sos profesor de filosofía. ¿Cómo se mezcla esta disciplina con la literatura?

Si hay algo que trato de hacer cuando escribo es evitar por todos lados que se me cuele lo académico, la teoría o las palabras esdrújulas. Pero también entendí que, cuando sucede, no debo cercenarlo. Que, si la filosofía entra sin que yo me dé cuenta, lo acepto, pero trato siempre de no ser consciente de tal cosa, de que mis personajes no sean académicos. Todo lo contrario, que obren desde la más tierna ignorancia.

¿De qué forma te influye la Generación Beat en tu escritura? ¿Te marcó algún libro?

En el camino, de Jack Kerouac, fue la primera novela que leí que me llegó hasta los huesos. No fue solo un desafío intelectual, sino que algo en mí se había transformado. Claro que no llegué de casualidad. La beat generation tuvo mucha influencia en los sesenta, en particular en Jim Morrison. Paradójicamente, The Doors me abrió las puertas a mucha literatura. Luego apareció Burroughs, y Ginsberg y toda esa banda de putos faloperos y hermosos. Me enamoró la prosa, el vértigo, el compás, y que se tratara de escribir y no de hacer que las piezas encastraran en un gran puzzle. En el camino empieza y termina en el mismo lugar; no hay transformación de los personajes, no hay catarsis. O, mejor dicho, es toda una gran catarsis. A lo que voy es que la trama no es una excusa para llegar a algún lado, “un medio para”. Los tipos van y vienen por Estados Unidos, se falopean, tienen sexo, pasan hambre y frío, pero no pueden dejar de hacerlo y no saben bien por qué, y, en el medio, hay pinturas increíbles y epifanías de todo tipo y color.

¿Cómo definís tu estilo?

Si bien me identifico con la suciedad y lo picaresco de Bukowski, el humor de Kennedy Toole o lo trágico de Quiroga, siempre me hice esa pregunta y nunca termino de acertar un estilo. Pero una vez hablando con mi amigo Rodrigo, quien tuvo mucha parte en la novela ya que hizo la corrección de estilo y las ilustraciones, llegamos a la conclusión de que podríamos hablar de “realismo eufórico”. Seguramente ya deba existir porque está todo inventado. Pero, si no lo está, que quede asentado acá que fuimos los primeros en ponerle nombre a ese género.

¿Por qué editarlo en Dunken, Buenos Aires?

Un amigo acababa de publicar una obra por ahí. Quedó muy satisfecho con el trabajo y yo no tenía idea por dónde arrancar. Acá en Uruguay era más caro, y además no te dan pelota. Es un mercado muy chico y hay muchos escritores. Entonces dije ‘vamos por ahí’.

¿Qué implica publicar a través de una editorial independiente?

Yo diría que por un lado está muy bueno porque podés, con un precio razonable, ver tu obra editada y en una muy buena calidad, y, por otro lado, corrés el riesgo de clavarte con los ejemplares y que no te los lea ni tu madre. Yo no tenía ganas de tener un golpe de suerte, ganar un concurso o esperar a que alguien creyera que eso valía para ser publicado. Al igual que me pasó con la novela anterior, entendí que si me demoraba mucho me iba a desenamorar y la iba a encajonar, y por alguna razón entendí que esta merecía ver la luz.

La novela menciona muchas ciudades: ¿Qué tienen en común Rocha, Kiev, Progreso, Bergen, Young?

¡Qué buena pregunta! Menos Kiev, donde no estuve, son todos lugares que se conectan directamente conmigo. Rocha, en especial sus costas, es el lugar donde transité toda mi juventud, especialmente aquellos años en que estaba de moda. Es un paisaje tan conocido que me resultaba muy fácil escenificarlo. De Young es oriundo Julito, un gran amigo, y de quien obtuve material hiperrealista. Hay historias que aparecen en el libro que solo podía haberlas escrito si me las contaba él. De lo contrario las hubiera desechado por imposibles, forzadas o de baja monta. Pero que hayan sido reales me obligaba a ponerlas. A veces la verosimilitud es como un palo enjabonado. En Bergen viví seis meses y pude traerme también vivencias muy ricas que me sirvieron para seguir anudando la trama. Pero ahora que lo pienso, cualquiera de esas ciudades, tan distintas y distantes, tal vez compartan un secreto. No sé, me lo quedo pensando. Son como el no lugar. En Progreso di clase en un liceo agrario.

¿Por qué decís que tu literatura es incorrecta?

Cuando en el libro escribí los agradecimientos, hago mención a eso. Es incorrecta a mi pesar. Me parece una estupidez que se denuncie la escritura como incorrecta. O sea, si no lo es, ¿pa’ qué escribís, viejo? Es como de suyo que lo sea. Pero bueno, lo cierto es que me gusta, en la literatura y en la vida, usar epítetos todo el tiempo. Me cuesta hablar o escribir sin putear.

En los agradecimientos también mencionás que el título original sería otro, ¿cuál era?

El patriota, el hombre plateado y otros personajes secundarios.

¿Por qué el epígrafe? ¿Resume el tema de la novela?

No sé si logra tanto. Lo que me propuse allí fue poner la cita de alguien que para el lector sea totalmente desconocido, pero luego apareciera en la novela. Jugar con la cuarta pared, digamos. Porque cuando uno elije un epígrafe en general utiliza alguien que efectivamente existe. Pero en este caso, es un personaje que se “escapa de la novela” y pide pista en “el mundo real”.

Foto: Sebastián Astorga / Montevideo Portal

Foto: Sebastián Astorga / Montevideo Portal

Por Agustina Lombardi