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Contenido creado por Manuel Serra
Beat
Nacidos para perder

Editorial | Beat: la cultura como un golpe en la mandíbula

Nacimos para perder, como dice aquella bella canción, pero queremos hacerlo entre libros y música. Lo que ya significa ganar.

15.03.2022 18:27

Lectura: 5'

2022-03-15T18:27:00-03:00
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Quizá la primera pincelada sea, por norma, la más difícil de un texto. Y esta es la primera de Beat. La dificultad no está en que sea una palabra nunca usada. Al contrario. Es un término polisémico que puede remitir a tantas cosas, pero que, sin embargo, están muy vinculadas entre sí.

Es posible que nuestra formación literaria clásica no nos haya dejada otra opción: se desprende Beat por la generación beatnik. Aunque estemos en esta penillanura semiondulada llamada Uruguay, no escapamos a la pluma bebop de Kerouac y a las aventuras de Neal Cassady o Dean Moriarty (como prefieran llamarlo).

Sería un error enorme pensar que el nombre de este proyecto solo hace referencia a esa literatura. Hace referencia a la literatura en general, al amor por las letras. A Gustavo Escanlar, a Juan Carlos Onetti, a Idea Vilariño, a Julio Herrera y Reissig, a Roberto de las Carreras, a Ida Vitale, a Cristina Peri Rossi, a Marosa di Giorgio, a Mario Levrero. Qué serían ellos – qué seríamos nosotros– sin la totalidad de lo escrito en el mundo.

Entonces Beat también es Fiódor Dostoievski, Natsumi Söseki, Haruki Murakami – con su obsesión por la música, por partida doble –, también Yukio Mishima y William Shakespeare, Joyce, Borges, Vargas Llosa, García Márquez, Bukowski, Bret Easton Ellis y Foster Wallace. ¿Y cómo dejar de mencionar a Michel Houellebecq? Y a tantos, tantísimos, otros y otras.

Eso sí, tampoco podemos dejar de afirmar –con el puño en el pecho– que, como a Sal Paradise en On the Road, “la única gente que (nos) interesa está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas”.

Porque sí, porque esa es la gente que le interesa a Beat. Y no solo eso: esa es a la gente a la que se debe. A la que nos debemos. Es la que marca nuestro rumbo y el que intentamos seguir. Por más que muchas veces resulte imposible. Pero esto no se trata de llegar, sino de “hacer camino al andar”. Y volvemos a mostrar la eclectitud que nos mueve. Antonio Machado y Joan Manuel Serrat también tienen su lugar en Beat. Así como Raphael, del que nos conmueve su voz absoluta y su histrionismo. Porque ese es el otro beat que nos importa tanto como el primero: el de la música, el de las notas, el del sonido.

Y también tendrá – cómo podría ser de otra manera – su lugar la música uruguaya, esa en la que nos criamos y la que nos hizo crecer. La bohemia bolichera del Darno, el canto inmenso de Zitarrosa, el arrabal tanguero del que tanto mamó nuestra cultura, el folklore con sus versos costumbristas. Y, claro está, los acordes infinitos de las guitarras eléctricas.

Estas páginas van a estar repletas de todo eso y tienen como objetivo ulterior hacer que convivan. Lo que parece que no puede pegar, pero pega. Y pega con fuerza. Casi como un uppercut de Robert de Niro en Raging Bull. El arte, aunque haya quienes que, por intereses espurios, por ignorancia, o por simple incapacidad, quieran separarlo, es solo uno. Y no es algo obvio. Repetimos: es algo que se debe buscar. Y de esa búsqueda es la que queremos hacernos cargo.

Recién mencionábamos al fantástico Jake Lamotta de Martin Scorsese, pero perfectamente podríamos haber mencionado al enorme Rocky Balboa de Sylvester Stallone. La discusión de alta y baja cultura se la dejamos a los académicos universitarios. Nosotros buscamos precisamente eso: el golpe que nos impacte en la mandíbula. Y nos despierte. Y nos recuerde que está bueno estar vivos, que vale la pena caminar, que no hay nada mejor que tirarse al mar en invierno. Porque Beat significa eso también: latir.

Y vaya si late el corazón de uno luego de hacerse a la mar en pleno julio. Ese latido que es cultural hay que verlo, pero, sobre todo, sentirlo.

Volviendo a la primera acepción de Beat la literal, la de la contracultura americana –, hay unos versos de Allen Ginsberg que queremos resignificar. Comienza diciendo –aullando, más bien– así: “Vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas”. Y quizá la segunda parte pueda ser cierta: que las mejores mentes de nuestra generación –la de Beat– estén “hambrientas, histéricas, desnudas”. Aunque, seguramente, no todas. Ni siquiera la mayoría.

Lo que sí es claro es que no están “destruidas por la locura”, aunque quizá deberían estarlo, porque motivos no les faltan. En Beat pensamos que sí están destruidas, pero por otra cosa: por la falta de voz, por la falta de lugares de exposición, por la falta de reconocimiento. Y queremos dar vuelta eso. Queremos que Beat amplifique su voz hasta el último latido que exista. En definitiva: que les dé el lugar que se merecen.

Por Manuel Serra (@serra_sur) y Federica Bordaberry (@federicaborda)

Equipo editorial de Beat