El primer ejemplo es este:
Nellie Bly, en 1887, se infiltró en un manicomio en Nueva York, donde relata en un reportaje su experiencia ahí dentro. Esa misma es la que, en 1980, dio la vuelta al mundo en 72 días y relató todo, de forma diaria, a la prensa. Su nombre real era Elizabeth Cochran, pero escogió aquel pseudónimo para firmar.
Cuando estuvo en Nueva York, tocó la puerta de Joseph Pulitzer, director del New York World, el diario de mayor tirada del país en aquel momento. Fue entonces que se introdujo en ese manicomio, haciéndose pasar por enferma mental. Según sus narraciones, lo primero que hizo fue ensayar un papel de locura frente a su espejo para que los responsables de la casa donde se alojaba llamaran a la policía.
Luego de intercambiar unas palabras con ella, la calificaron de “demente” y un juez firmó la orden de su ingreso al pabellón psiquiátrico del Hospital de Bellevue. Ahí dentro, se encontró con pacientes que de verdad tenían una enfermedad mental y con otras que habían ingresado estando sanas. Las segundas estaban ahí por falta de alternativas económicas. Estaban ahí para no dormir en la calle. En ese sentido, ese centro de rehabilitación funcionaba, también, como alojamiento.
La periodista fue sometida a varias pruebas de cordura, pero nadie modificó su diagnóstico. Gracias a eso, la trasladaron al manicomio femenino de Blackwell’s Island, frente a Manhattan.
Vio, estando ahí, como los psiquiatras le hacían las mismas preguntas a todas las pacientes y no escuchaban sus respuestas, porque el diagnóstico ya estaba. Las mujeres en Blackwell’s Island estaban condenadas a cadena perpetua porque no podían demostrar su salud mental. "Es muy fácil entrar pero, una vez dentro, es imposible salir", escribió Bly.
El reportaje que vino después, diría: "Un extraño examen médico que no examinó nada. Una larga espera para comer bajo el frío. No hay cuchillos ni tenedores. Comida sosa e inapropiada. Casi la ahogan en un baño helado. Jabón sólo una vez por semana. La meten en la cama con la ropa mojada. Ruidos nocturnos. El horror del fuego en una habitación cerrada y con barrotes. Enfermeras que vejan y molestan a las pacientes, las sujetan bajo el agua hasta casi ahogarlas. Castigo a las desgraciadas que piden protección".
Después de diez días en ese lugar, el abogado del diario fue a buscarla y solo así la liberaron. Una vez fuera, publicó ese reportaje llamado “Tras las rejas de un manicomio”, que tuvo una repercusión enorme.
Narró lo que ella misma vivió: la falta de comida, de abrigo, los malos tratos que terminaban en palizas a los pacientes. Aunque los psiquiatras y los enfermeros ofrecieron disculpas y justificaciones, se destinó en Estados Unidos más de un millón de dólares a la mejora de condiciones de vida en los manicomios.
Aunque todo esto sigue pasando: el 3 de mayo de este año, La Diaria publicó un artículo sobre un funcionario del Vilardebó que acumulaba ocho denuncias por abusos y que fue trasladado a funciones que no implicaban contacto con pacientes.
Las denuncias eran de diferentes personas y por distintos motivos. Dos de ellas eran por abuso de pacientes, otras por maltrato a usuarios del centro o por ausentismo laboral.
El segundo ejemplo:
Panama Papers es el nombre de esa investigación periodística que fue liderada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés) que expuso negocios offshore de empresarios, deportistas, políticos y personas de fama internacional.
La base de lo que sucedió fue la filtración de 11,5 millones de documentos del estudio panameño Mossack Fonseca, convirtiéndose en la más grande de la historia del periodismo. Por eso tuvo el impacto que tuvo a nivel mundial.
Los archivos que fueron infiltrados incluyeron mails, listas de sociedades anónimas, beneficiarios, actas, escrituras, registros de las offshores. Todo proveniente de un intercambio entre Mossack Fonseca y sus clientes en los últimos cuarenta años. Allí se incluyeron datos bancarios de 214.488 empresas offshore de más de 200 países.
La información llegó mediante una fuente anónima al diario alemán Süddeutsche Zeitung, luego a la ICIJ, y trabajaron más de 370 periodistas miembros de la organización de 76 países.
Las primeras revelaciones periodísticas aparecieron el 3 de abril de 2016 y se puso sobre la opinión pública mundial el concepto “paraísos fiscales”, jurisdicciones que tienen nula o baja tributación y se permite el anonimato de sus dueños. Así era como se mantenían ocultas.
Aunque la constitución de este tipo de sociedades es legal, suelen utilizarse para evadir impuestos, esconder bienes o, incluso, lavar dinero que proviene del crimen organizado. Además, se les llama “pantalla” porque no tienen actividad comercial real, ni oficina, ni empleados. Se utiliza para luego abrir cuentas bancarias en otros países y mover dinero, o comprar en cualquier destino del mundo.
En junio de 2018, apareció una segunda tanda de documentos filtrados, tres meses antes de que Mossack Fonseca cerrara definitivamente tras el escándalo.
Y todo esto sigue pasando:
En 2021, los Pandora Papers reveló el uso de sociedades offshore en países donde hay tributos bajos. Más uso de sociedades pantalla en paraísos fiscales. De vuelta, coordinado por ICIJ, el escándalo volvió a involucrar a políticos, empresarios y celebridades.
En Uruguay, el Semanario Búsqueda estuvo involucrado y dio a conocer que los jugadores de la selección uruguaya de fútbol Diego Godín y Luis Suárez, el empresario del transporte Juan Salgado y la familia Peirano son algunos de los que tenían empresas offshore. Se identificaron un total de 485 uruguayos beneficiarios de estas sociedades.
El tercero:
Spotlight fue el nombre de la unidad de investigación del Boston Globe, la más antigua de Estados Unidos. En 2003, ganaron el premio Pulitzer (el Óscar del periodismo), por una investigación que desenmascaró un escándalo en el que la Iglesia Católica de Massachusetts escondía abusos sexuales a niños, por parte de varios curas de Boston.
Y eso, también sigue pasando: el 8 de febrero de 2022 condenaron a ocho años de cárcel a un sacerdote de Lavalleja por abuso sexual de menores. El hombre fue hayado culpable por reiterados delitos de atentado violento al pudor y abuso sexual, y un caso de abuso sexual especialmente agravado en la ciudad de Minas, informó la Fiscalía General de la Nación.
Y el quinto:
El 8 de junio pasado, desde Beat hicimos un honor a la “niña de napalm”, que cumplía cincuenta años. Esa foto, la de Nick Ut, se convirtió en un ícono de la fotografía de guerra. Un ícono de lo que sucedió en la Guerra de Vietnam.
Aunque sí tuvo un gran impacto alrededor del mundo y se publicó en los medios más leídos, la foto de la niña de napalm no hizo que las tropas americanas se retiraran de Vietnam, ni hay evidencia de que haya acelerado el final de la guerra.
Reafirmó todo lo que la opinión pública creía ya en ese momento: que Estados Unidos no tenía que participar del conflicto. De hecho, la presencia militar americana en Vietnam del Sur se había retirado casi por completo cuando Ut sacó la foto.
Lo que sí es cierto y seguro es que la foto se convirtió en un símbolo de sentimiento contra los conflictos bélicos. Contra la guerra.
Pero las cosas no han cambiado:
Fue por 2014 que Rusia invadió y anexó la península de Crimea, parte del territorio de Ucrania. Rebeldes prorrusos se levantaron en el este del país, formando las separatistas Donetsk y Luhansk, apoyadas por el gobierno de Moscú. Aquello fue el inicio de una guerra civil en el territorio ucraniano que aún persiste.
En 2019 llegó al poder el ucraniano Volodymir Zelensky, dando lugar a una nueva ola de tensiones políticas militares. A finales de 2021, Rusia comenzó con el despliegue de soldados y artillería militar en la frontera, en esa zona separatista llamada Donbás.
Y fue el 24 de febrero de este año cuando Putin comienza con una operación militar especial en Ucrania. Las tropas rusas cruzaron la frontera e invadieron el país y comienzan a reportarse, de forma mediática y mundial, bombardeos, muertes, destrucción.
Y Zelensky, con los ucranianos, lograron una movilización militar general con el fin de garantizar la defensa del Estado. Desde entonces, la guerra continúa a los ojos del mundo entero.
Es que el periodismo no cambia el mundo, lo narra.
Joe Sacco es un maltés que se ha convertido en uno de los hombres que más sabe de cobertura de guerra. Es periodista, dibujante, antropólogo, investigador. Pero se ha especializado en el conflicto de Israel y Palestina de una forma particular: a través del dibujo. Él ha dicho, en más de una ocasión, que su lugar como periodista, como narrador, es “mostrar que son seres humanos”, refiriéndose a las víctimas civiles de la guerra.
En una entrevista con Semana, se le pregunta si siente culpa por no haber hecho nada por las víctimas estando ahí, si hay una imagen de guerra que siempre tendrá presente.
Y él responde: “Sentir que no puedes ayudar a la población ocurre siempre en este tipo de cubrimientos, por desgracia. Pero el papel de un periodista es contar una historia más amplia, aunque a menudo eso se hace a través de los individuos que están sufriendo. Y claro, es difícil dejar a estas personas atrás. Pero lamento decir que el periodismo no puede salvar el mundo”.
Es cierto, no es su misión. No es el objetivo del periodismo salvar al mundo, ni moralizarlo, ni hacerlo un lugar mejor. Si aquello sucede, habrá sido una buena consecuencia de lo primero, del narrar, del contar la historia basada en la verdad que hay que contar.
Es eso, el periodismo no cambiará al mundo, pero quizá inspire a otros a hacerlo. Ese no puede, y no debe, ser el motor que lo mueva.
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