“El texto que usted escribe debe probarme que me desea. Esa prueba existe: es la escritura”. (Roland Barthes en El placer del texto)
En el año 2006, Leila Guerriero, argentina, publicó un libro llamado Los suicidas del fin del mundo. Se publicó como una crónica, como el género “no ficción” porque trata sobre Las Heras, un pueblo en la Patagonia donde se suicidaron doce personas jóvenes en el correr de un año y medio.
Ese libro está escrito, está compuesto, además de por una historia que es cierta, por cientos de recursos literarios. Incluso, lo que Leila llama “la música de fondo”: el viento que empieza sacudiendo el ómnibus en el que llega y que luego se vuelve un rugido inevitable, molesto, angustiante.
A Martín Caparrós, otro cronista argentino, le preguntaron una vez cuál es la diferencia entre la literatura y el periodismo, o la no ficción. Y dijo: ¿por qué tiene que haberla? ¿Quién postula que la hay?
Es que, si según la Real Academia Española la palabra “Literatura” refiere al “Arte de la expresión verbal” (antes estaba esta definición: “es el arte que emplea como medio de expresión una lengua”), y el periodismo utiliza la expresión verbal para manifestarse, entonces, ¿por qué tiene que haber una diferencia? ¿Quién postula que la hay?
Y la diferencia, la que propone Caparrós, es que todo difiere en el pacto con el lector. Es decir, si en la no ficción el pacto es que lo que viene a continuación es verdadero, sucedió, en la ficción es que es mentira. Lo que vuelve al periodismo literatura, o arte, no es el “qué” cuenta, sino “cómo” lo cuenta. “No hay nada en la calidad intrínseca del trabajo que imponga una diferencia”, agregó, según lo que contó Leila en una de las columnas que recopila su libro Zona de obras.
Hay un texto, otro texto, escrito por Juan Villoro, mexicano, que se llama La crónica, el ornitorrinco de la prosa. Y, allí, dice: “El prejuicio que veía al escritor como un artista y al periodista como un artesano resulta obsoleto. Una crónica lograda es literatura bajo presión”.
Es literatura porque usa, para expresarse, para escribirse, las mismas técnicas que usa la ficción. Usa recursos literarios, todos. Metáforas, anáforas, tonos, estructuras, climas, uso de imágenes sensoriales. Y todo el resto. Lo único que cambia, entonces, es el pacto: de la mentira a la verdad. Lo que sucede es que es una forma de contar y eso lo vuelve, también, un arte.
En una columna publicada en 2008, en el suplemento Babelia del diario El País de España, bajo el título Música y periodismo, Leila Guerriero escribió, en tono irónico, esto:
“Porque esto es periodismo y entonces ritmo y entonces tono y entonces forma no aportan, a lo que se dice, nada. Porque esto es periodismo y no hay diferencia entre romper el silencio de una página con una sustancia gris o con un tajo inolvidable. Porque esto es periodismo y tampoco hay relación entre el coraje necesario para tocar un crescendo y el que hace falta para guiar a un lector hacia el centro donde, como una angustia lejana, como una enfermedad antigua, late la semilla de una historia. Porque esto es periodismo y, entonces, da lo mismo escribir un texto herido -un río de sustancia radioactiva- o unos cuántos párrafos retráctiles: viscosos. Porque esto es periodismo y no hay por qué tomarse todo ese trabajo si se puede -con menos sudor, con menos riesgo- ser un notario.
No un periodista: un funcionario de la prosa”.
Una más, una última, sobre por qué es importante el “cómo” contar una historia, por qué la no ficción es también literatura en tanto que usa recursos literarios para constuirse, también de Leila Guerriero:
“Una historia, cualquier historia, tiene como destino posible la gloria o el olvido. Y la clave no está en el cuento que la historia cuenta, sino en cómo lo cuenta: eso que la hace arribar con toda pompa a un puerto majestuoso o hundirse en el mar de la indiferencia. No en la historia, sino los vientos que la empujan”.
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