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Beat
El fogón de la tribu

Editorial | Que la rocola no deje de sonar: la tragedia de Spotify como pérdida cultural

Nadie niega el manejo depredador de la app, sin embargo, no deja de ser un servicio que nos acerca a la música. Y también entre nosotros.

05.12.2023 14:54

Lectura: 7'

2023-12-05T14:54:00-03:00
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Por Manuel Serra

Cuando nos llegó la carta de Spotify, el jueves pasado, a muchos nos movió la estantería. Lo que veníamos viendo como algo lejano, como una serie de dardos intercambiados en la agenda noticiosa, pero que jamás iba a pasar –¿cómo se iba a ir la plataforma musical más importante del mundo de un país como Uruguay?–, empezó a tener cara, nombre y apellido. Pasó de ser algo abstracto a algo palpable, más allá de que fuera vía mail o en banner de la propia app. Todos sabemos que hoy lo digital es igual de importante que lo físico. Si no lo es más, considerando su alcance.

Curiosamente, lo primero que me vino a la mente cuando recibí mi propia misiva fue la canción “The Letter” de The Box Tops. Curiosamente –o no, más bien–, era un tema que había conocido a través del streaming sueco. Curiosamente –o no–, me puse a pensar en tantos discos, canciones, artistas o playlists que conocí en ese mismo repositorio cultural. Y vaya si se me hizo larga la lista.

Esta reflexión no busca meterse en el barro político, al que tantos han entrado. Y que es lo normal en el juego democrático. Sin embargo, no es lo que solemos buscar en LatidoBEAT, que, si bien, obviamente, somos parte de las contingencias del día a día, buscamos analizarlas o vivirlas por fuera de las luchas político partidarias. Que son más que válidas, pero alguien tiene que correrse un poco. Si puede, claro está. Eso no quiere decir no tener un compromiso férreo con los códigos que defendemos día a día, pero eso va por otro carril. Como este. Tenemos ideas, no banderas.

Porque, como humanos, de lo cotidiano surgen nuestras mayores preocupaciones y también cavilaciones. Voy a pensar en mis últimos días como ejemplo de la “tragedia” –sí, esa es la palabra utilizada– que sería que se fuera Spotify de nuestro país. Es gracioso, porque no suelo tuitear en X –en algún momento vamos a tener que empezar a llamarlo así, supongo– más que notas o recomendaciones culturales.

Sin embargo, esta problemática me hizo romper con mi costumbre de aislamiento social y dejé un mensaje, utilizando esa propia palabra. ¿Para qué? Más de uno saltó a responder que cómo iba a usar ese término, que si no era mucho. Obviamente, no respondí. Todos sabemos que no se trata de una red social de debate, sino más bien de una plataforma de voyeurismo virtual dónde la gente ama ver supuestas “discusiones” como si se tratara de justas medievales. Pero eso no quiere decir que no haya pensado al respecto. Y sí: que Spotify se vaya de Uruguay –si es que efectivamente sucede– sería una TRAGEDIA de grandes proporciones.

Para que algo pueda ser catalogado con ese concepto que hizo tan famoso el amigo Aristóteles –aunque en “El nombre de la Rosa”, la disputa estaba por su contracara– no tiene por qué haber muertes o inundaciones. Obviamente, estas también pueden serlo. Y, como todo en la vida, hay grados en la medida del drama. Sin embargo, esta sería una tragedia importante. Porque, por lo menos, para quien escribe el acceso a la música, ergo, a la cultura, es algo de importancia capital. Y más con las posibilidades democratizadoras que tiene este servicio para el usuario.

Soy consumidor de vinilos, y a mucha honra. No obstante, si quiero compartir lo que escucho con amigos, familiares, o quien sea, si no vienen a mi domicilio particular, no tengo cómo. Podré grabar un video a lo sumo o un audio de WhatsApp, pero no es lo mismo. Hoy en día, con Spotify agarro la canción, el disco, el artista, lo que quiera, y lo comparto directamente. Llega sin intermediarios directamente a quién quiero. Y a más personas, muchas veces, como en el caso de las playlists, que hay veces que se empiezan a diseminar e incluso personas que uno no conoce las sigue o escucha.

Entonces, no quiero volver sobre lo mismo, pero creo que es necesario. Perder estas posibilidades culturales, sí es una tragedia. Siempre encontraremos una peor. Pero con ese argumento nunca nada va a serlo en nuestro país, porque no estamos en guerra o tampoco tenemos los problemas de inanición como los de los países africanos. Y, sin embargo, seguimos teniendo tragedias. Me hace pensar en una falsa idea que siempre tuvo el periodismo tradicional: “Los muertos van primero”. Una regla casi irrevocable en las redacciones a la hora de diagramar una portada. Puedo entenderla, pero hay tantas otras cosas importantes que, hacer del reporterismo el oficio de la muerte, me parece algo muy simplista y hasta negativo para la sociedad toda. No todo tiene que ser amarillo, o noticias de impacto… por lo violento.

Volviendo a la cotidianeidad: el fin de semana fui a visitar unos amigos que hacía tiempo que no veía. Me tocó el noble rol de musicalizar los días que compartimos. Nunca voy a parar de agradecer la confianza que le dan a uno cuando le otorgan semejante tarea. Porque la música acompaña, genera ambiente y también abre la cancha para lo que se va a hablar, para las actividades que se van a hacer. Para conectarse con otras áreas de uno mismo. O desconectarse, también, de la dictadura de la realidad.

Obviamente, el #SpotifyGate fue uno de los temas que más se repitieron a lo largo de las tertulias que mantuvimos durante la estadía. Y nos pusimos a pensar en, por ejemplo, una playlist colaborativa que tenemos hace tiempo juntos y que es una forma de mantenernos más cerca, aunque la geografía pueda tenernos lejos. O de cómo, cuando tenemos ganas de escuchar música diferente, nos consultamos pidiendo recomendaciones. O también del hecho de que cuando suenan determinadas canciones recordamos anécdotas pasadas que tuvimos la suerte de compartir. E, incluso, destaco especialmente un hecho, al charlar de una proeza de uno de los progenitores de mis amigos, al instante pusimos la música que acompañaba al suceso. No voy a decir nombres, pero concurrió al mítico Studio 54, pueden imaginarse qué sonó.

Eso no quita que uno no pueda ser crítico del funcionamiento de la app. Es más, uno tiene que serlo. Nadie dice que no sea depredadora con los músicos, con los sellos, con la industria. No obstante, y los propios artistas lo están planteando, el acceso a las canciones sigue siendo algo demasiado sagrado como para perderlo. Y si la opción a los reclamos es, precisamente, eso, ya perdimos desde el momento cero. Hay que seguir exigiendo, pero eso no quiere decir renunciar a uno de los servicios que más nos unen y nos permiten acercarnos como individuos. Esto no es un alegato a favor de Spotify ni mucho menos. Sino a favor de la música. Que tendrá sus contradicciones, las tendrá. Y, sin embargo, creo que es bastante claro.

Entonces, Spotify se irá, Spotify se quedará –yo confío en que se arreglarán las cosas, quizá es más una expresión de deseo, que un análisis racional, vaya uno a saber–, pero lo que hay en discusión en este momento es otra cosa más importante. La importancia de la música y la cultura en la vida de cada uno y en el compartir social. La plataforma sueca representa algo más grande que sí misma y es la forma de escuchar canciones en el siglo que vivimos. Yo creo que limitarnos esa posibilidad es una tragedia, pero puedo entender que para otros no lo sea. Puede que no haya sangre, pero no se olviden que también se puede sangrar por dentro.

Sigamos exigiendo, pero que la rocola no deje de sonar.

Por Manuel Serra