Por Gerardo Carrasco
gcarrasco@m.uy
Esta es la historia de Artigas, pero no la de ese que está en las plazas centrales de todo el país y en los muros de todas las escuelas. O quizá sí lo es, aunque sin duda lo trasciende y compone un completo mosaico de una época.
El protagonista de Artigas, el patriota sin patria, primera novela gráfica de Gonzalo Eyherabide, es Nyamoro, un joven mozambiqueño que a fines del siglo XVIII cae en manos de traficantes de esclavos. Luego, y al cabo de una horripilante travesía oceánica, llega a un sitio muy lejano: Montevideo. Allí es comprado por una acaudalada familia local y recibe nuevos nombre y apellido: Joaquín Artigas.
En ese momento, ese africano arrancado a la fuerza de su tierra no imaginaba que un día le tocaría en suerte luchar por la independencia de la de sus captores. Ni que su figura aparecería —apenas asomada y eclipsada por otras— en la pintura El Juramento de los Treinta y Tres Orientales, de Juan Manuel Blanes.
En su obra, Eyherabide reconstruye —basado en documentos y con pinceladas de ficción— la historia de ese esclavo y la de todos los desdichados que padecieron el mismo infame destino. Al mismo tiempo, aporta una nueva mirada sobre ese hombre que hoy es prócer de un país cuya existencia nunca planeó ni deseó, y a la importancia que tuvo su historia familiar en aquellos agitados tiempos.
Y también aborda un interés compartido por muchos de quienes habitamos este terruño que nació como “Estado tapón” y que —como un corcho soldado por los años a su botella— se ha negado a aflojar. Se trata de indagar, en palabras del autor, acerca de “cómo fuimos a devenir como país” en un momento histórico en el que todo pudo ocurrir de otra manera.
La historia en viñetas
Publicista, escritor e historietista, Gonzalo Eyherabide se decantó por el relato gráfico al momento de contar la presente historia. Podría haber escogido las “letras sin dibujitos”, algo en lo que también se desenvuelve. Sin embargo, vio en la historia de Joaquín Artigas la ocasión de saldar una cuenta pendiente.
“Más allá de mi trabajo como publicista me defino como historietista y escritor. Me manejo en esas dos vertientes de la literatura, esa mezcla que es la historieta, que aúna la literatura y el dibujo. Es algo que me gusta desde niño y me caminó toda la vida. Siempre he estado publicando, en Guambia, en Lento, pero siempre en formato breve, historietas de entre una y tres páginas. Ningún trabajo de largo aliento, que era algo que quería hacer hace tiempo.”, explica en entrevista con LatidoBeat.
“Por un lado, había una necesidad vital de hacer una historieta larga, lo que ahora la industria editorial llama novela gráfica. Me crié leyendo Astérix, Tintín, Lucky Luke. También Peloduro, que lo descubrí con mi abuela y me hizo saber que se podía hacer eso mismo en uruguayo. Todo estaba allí”, detalla.
Finalmente, en el año 2020, y en plena pandemia, se alinearon los planetas y llegó la ocasión deseada.
En aquel entonces, el autor estaba leyendo “temas de economía y política”, lecturas a las que se sumó “el tema de la historia de la esclavitud, de la cual no sabía nada, pero que luego investigué bastante para la novela”, recuerda.
“La esclavitud fue una inyección de capital primigenio que le permitió al capitalismo construirse a partir del feudalismo”
A menudo soslayado en los libros de texto en esta parte del mundo, el tráfico intercontinental de esclavos fue una infamia lucrativa para algunos, y un fenómeno que cambió la historia.
“La esclavitud fue una inyección de capital primigenio que le permitió al capitalismo construirse a partir del feudalismo, y eso me interesaba”, destaca. “Además, como tantos de nosotros, estaba intrigado —o preocupado— por el asunto de cómo fuimos a devenir como país, como República Oriental del Uruguay”, agrega.
Mientras el autor acumulaba información en su mente sin un fin todavía definido, el decisivo golpe de timón llegaría con una lectura casual.
“El 25 de agosto de 2020 salió una nota en un portal, no recuerdo cuál, que incluía la lista de los Treinta y Tres Orientales. La leí y detecté algo que no recordaba: el apellido Artigas aparece dos veces, con los nombres Pantaleón y Joaquín. Supuse que serían familiares del prócer José Gervasio, me puse a indagar y encontré un libro que el historiador Aníbal Barrios Pintos publicó en 1976, titulado Los Libertadores de 1825 quienes, como todos sabemos, eran más de 33. Luego ocurrieron cosas interesantes, porque hay numerosas y variadas listas de los Treinta y Tres, pero de ellas dos son consideradas oficiales porque tienen que ver con los premios que se les pagaron, y por lo tanto le costaron dinero al Estado. Ahí aparece este Joaquín Artigas, nacido en Mozambique y esclavo de la familia Artigas”, relata.
“El personaje me empezó a interesar, y fue también como si la memoria del personaje se interesara por mí como autor. Sentí el interés como un impulso, y me lancé a investigar. Eso me llevó a releer toda la historia nacional, los clásicos como José Pedro Barrán, Washington Reyes Abbadie, Carlos Machado, etc.”
En esas lecturas y relecturas, Eyherabide se topó con un lamentable aunque previsible escollo: los negros esclavos no solían protagonizar las páginas de los tratados de historia nacional. De hecho, había —y hay— al respecto un estridente silencio.
“Es un tema que fue bastante dejado de lado, y de hecho creo que sigue estándolo”, pese a que en la actualidad hay gente ocupándose de él, puntualiza. “A raíz de mi investigación descubrí grupos de historiadores y estudiantes que se interesan en el tema de la esclavitud en Uruguay. En Buenos Aires también hay un grupo de trabajo al respecto, porque en Argentina tienen una ausencia tanto o más grande que nosotros”, en materia de historia de la esclavitud.
En medio de esas pesquisas, el autor encontró una asistencia providencial. El historiador uruguayo Carlos Demasi lo contactó con su colega Alex Borucki, también uruguayo y radicado en Irving, Estados Unidos, donde trabaja en temas relacionados con el comercio esclavista.
“En Estados Unidos están reconstruyendo cómo fue todo el tema del tráfico de esclavos, negrero, comercio de Guinea, y otros nombres por los que se lo fue llamando. Tienen bastante bien investigadas las rutas de Norteamérica y el Caribe, pero les estaba faltando mucho sobre las de Sudamérica, y tenían muy poco material sobre el Cono Sur, el Río de la Plata”, cuenta.
En su investigación, Eyherabide había trazado “una línea de tiempo tentativa” en la que la llegada de Joaquín Artigas a Montevideo se producía en 1798. Y entonces se produjo una auspiciosa coincidencia.
“Boruki, que estuvo estudiando los archivos de Caracas y de Cádiz, me pasó la bitácora del Ascension, barco negrero estadounidense que fue el primero que trajo esclavos directamente de Mozambique a Montevideo, y cuyo primer arribo a la actual capital uruguaya fue en enero de 1798”.
“El gran producto de importación, que hizo la fortuna de figuras como Lucas Obes o Francisco Maciel, fueron los esclavos”.
Ese dato resultó interesante, porque sugirió que Joaquín no habría arribado en una nave europea, sino en un barco “de la potencia nueva”, el joven país norteamericano que mantendría “un breve pero intenso tráfico de esclavos” entre África y Sudamérica, que se extendería por “unos doce años”.
“Yo suponía que había llegado en un barco portugués o inglés, y entonces aparece ese dato increíble”, cuenta.
Ese tráfico aprovechó la relativa apertura comercial que la corona española se vio obligada a conceder ante el descontento de los colonos rioplatenses, “hartos de pagar altos impuestos, de no tener voz ni voto, de que no se les permitiera tener una universidad y tener que mandar a sus hijos a estudiar a lo que hoy es Bolivia”, enumera el narrador.
En aquellos tiempos, “lo que hoy es Uruguay vivía más o menos de lo mismo que ahora. Antes vendíamos el cuero, el packaging de la vaca (ríe) , y ahora vendemos toda la pieza”. En contrapartida, “el gran producto de importación, que hizo la fortuna de figuras como Lucas Obes o Francisco Maciel, fueron los esclavos”.
Artigas on demand
En la historia uruguaya, la figura de Artigas ha sido adaptada muchas veces al gusto del consumidor. Desde la izquierda se ensalza al Artigas del Reglamento de Tierras y del “Nadie es más que nadie”. En la dictadura, los militares apelaron con insistencia a la figura del General, el líder castrense que desertó de las filas españolas y lideró las patrióticas. También hay —literalmente— un Artigas católico— y un Artigas —reivindicado especialmente por minorías— amigo de los negros y los indios. En la novela gráfica de Eyherabide se plantea otro punto de vista sobre el prócer y su familia.
“Todos los relatos son construcciones, algunos son más eficientes y se posicionan mejor que otros. Y es comprensible que la república haya construido una imagen de Artigas bastante republicana, democrática”, explica.
“Una cosa son las ideas, el pensamiento de Artigas. Otra es cómo llega él a ser el jefe de los orientales, con todo el poder que tenía su familia”
En Artigas, el patriota sin patria, la polivalente identidad de José Artigas y su clan es uno de los temas centrales. “Eso me interesaba, e incluso le dediqué una viñeta de página entera”, cuenta, y agrega que su interés se fue ahondando a medida que “investigaba a los Artigas y su relación con los esclavos”.
“Nade oculta de qué familia venía a Artigas. Se puede leer en los textos, pero no se suele hacer hincapié en eso porque sería destacar la parte monárquica” de la figura del héroe.
“El abuelo de Artigas, Juan Antonio, vino con Zabala” en las épocas fundacionales de Montevideo, hito del que se están por cumplir 300 años, como parte de un reducido grupo de colonos — o pre colonos— que eran casi todos parientes entre sí. “Era un militar que había luchado en España y fue el primer español afincado acá”, en Montevideo. Ese hombre “tenía un montón de cargos, era un jefe militar y también civil. De manera informal y oficiosa se puede decir que era una suerte de gobernador de esto que no era una gobernación, y cuyos límites no eran tampoco muy precisos”.
Juan Antonio Artigas —y luego sus descendientes— tenían un as en la manga que les daba una ventaja sobre otros colonos en aquellos tiempos inaugurales de la historia uruguaya. “Tenían a alguien que venía del lado de los Incas, un nativo con cierto grado de mestizaje, que les hacía de intérprete” y que les permitió comunicarse con los nativos. Esa habilidad le sirvió a Juan Antonio Artigas para parlamentar con los indios y evitar una guerra a las puertas de Montevideo, hecho que sin duda hizo crecer su ascendiente entre la pequeña y naciente comunidad de colonos.
Los dueños de todo
Durante su investigación, Eyherbide visitó la zona donde los padres de José Artigas amasaron su fortuna: la descomunal estancia en la zona del arroyo Casupá, tierras cuyos confines siguen siendo tema de controversia
“Estuve haciendo cuentas con una calculadora y me daba una cantidad de miles de hectáreas”, cuenta con humor. “De ese apuro me sacó del apuro la historiadora Ana Frega, que me confirmó que, efectivamente, los campos de los Artigas eran inmensos, pero que se desconocen las dimensiones concretas porque los documentos son contradictorios”. En concreto, para obtener esa información se suele recurrir a testamentos conservados, y a menudo — como en este caso— los investigadores se topan “con muchos errores” y diferencias.
“Sí se sabe que los Artigas eran una oligarquía muy poderosa, y que el padre de José Gervasio, Martin José, había poseído —un poco por azar— la mayor biblioteca de la época en la Banda Oriental”, cuenta.
En esa biblioteca, que “por cuestiones legales le había quedado en custodia, como albacea, estaban los principales pensadores de la época, como Rousseau o Montesquieu. Además, todos los Artigas leían, cosa rara en la época”, enfatiza. Seguramente, y a través de esos libros, el futuro prócer tomó contacto con las ideas revolucionarias que por esos tiempos sacudían al mundo.
“Una cosa son las ideas, el pensamiento, otra es cómo llega él a ser el jefe de los orientales, con todo el poder que tenía su familia de oligarcas”, puntualiza.
En ese sentido, destaca que por diversas razones coyunturales y familiares, José Gervasio “estaba llamado a ser el heredero” de aquellas interminables extensiones de tierra, y recuerda que, al pensar en ello, “hay que hacerlo con la lógica de la época, aristocrática y monárquica. La república estaba en ciernes y la Revolución Francesa era historia reciente”. Por eso, “más allá de ideas, conceptos, de la avanzada mentalidad que tenía Artigas con el Reglamento de Tierras y la búsqueda de una reforma agraria y otras cosas de un progresismo asombroso para la época y sin duda muy loable , la cuestión era que de alguna manera él estaba llamado ser el jefe”, algo que el autor procuró remarcar en su novela gráfica.
"Se sabe que los Artigas eran una oligarquía muy poderosa, y que el padre de José Gervasio, Martin José, había poseído la mayor biblioteca de la época en la Banda Oriental”
“Esta historieta rescata dos cosas que, insisto, son relatos”, como los demás, “pero que en los relatos oficiales están bastante negadas y escondidas”. Esas cosas son “el carácter oligárquico de Artigas y su cierta predestinación a la jefatura de la Banda Oriental, la fuerza política de su legado familiar y, por otro lado, las tierras de Casupá”.
Respecto al antiguo feudo de la familia Artigas, Eyherabide comenta que “pasa algo increíble”.
“Estuve ahí, hablé con alcalde, con vecinos y baquianos, y me contaban que hasta Casupá mismo olvidó un poco el hecho de que las tierras más valiosas de los Artigas estaban ahí. Siempre se hizo hincapié en el Sauce [otra propiedad de la familia] que en realidad era un tambo con mucho ganado”, sitio cuya importancia económica no se compara con Casupá, pero donde tuvo lugar un hecho histórico poco recordado.
En vísperas de la Batalla de Las Piedras los realistas sorprendieron en Sauce a Nicolás ‘Cucho’ Artigas, hermano menor de José, y lo apresaron. “Por eso la historiadora Ana Ribeiro señala que la famosa frase ‘Clemencia para los vencidos' fue acuñada ese día, porque tenían que ver la posibilidad de un canje de prisioneros”. Hasta entonces, lo habitual al final de las batallas era “que la mayoría de los vencidos se pasaran al bando ganador, y el resto fuera condenado a muerte”.
Por eso, más allá de lo que aportara el tambo de Sauce a las arcas familiares, el autor remarca que “Casupá era el lugar donde realmente estaba el poderío económico de los Artigas”, latifundio en el que sin duda obtenían “una inmensa cantidad de cueros, la riqueza de la época”, y en cuyos confines existían poblaciones indígenas, con las que sin duda la familia había aprendió de una forma u otra a coexistir.
La libertad de los otros
En la novela gráfica de Eyherabide se destaca una triste ironía: el protagonista de la historia, el esclavo mozambiqueño Joaquín Artigas, se juega la vida en combates en nombre una muy cacareada libertad que no necesariamente era para él, ni para ningún de los otros esclavos negros que empuñaron las armas para defender la causa independentista.
“'Libertad o Muerte’, la frase presente en la bandera de los Treinta y Tres Orientales, es una metáfora a la que echaron mano todos los libertadores de América”, narra. En ese proceso, "los ejércitos revolucionarios primero y los realistas después, usaron el mismo esquema: prometer la libertad a los esclavos que lucharan. 'Vos vení, fajate acá con la revolución', podría ser el slogan y hay que decir que libertad o muerte no era una publicidad engañosa”, asegura el autor, que puede acreditar experiencia en el rubro publicitario.
“Lo de ‘Libertad o Muerte’ no era publicidad engañosa: ‘vos vení, fajate acá con la revolución’, podría ser el slogan”
“Como esclavo, si te unías a filas podías resultar libre o muerto, y realmente era la única posibilidad de libertad que tenían los esclavos”, enfatiza, recordando que, si bien hipotéticamente existía la posibilidad de comprar esa libertad, no era más que una utopía para los desposeídos esclavos.
“Eso también fue un factor de disminución demográfica entre los negros. En los denominados batallones de pardos y morenos, mencionados por Jorge Luis Borges, murieron muchos esclavos”, destaca el autor, quien apunta que no pocos blancos pudientes usaron a los esclavos como forma de pagar la seguridad de los suyos. “Ofrecían enviar varios esclavos al ejército en lugar de mandar a sus propios hijos”.
No los perdones, porque saben lo que hacen
“A veces hay quien dice que no se puede juzgar con ojos del siglo XXI la esclavitud del XIX, y puede haber, hasta cierto punto, algo de razón eso. Pero me di cuenta de algo, y que es una cuestión lógica. Las revoluciones en América que surgieron de pobres hastiados por su situación, son la de Haití —que es una revolución de esclavos— y la de Zapata en México. Las demás se llamaron revoluciones, pero hay que entenderlas más en clave de una oligarquía criolla harta de pagar impuestos a una España que, por añadidura, se resquebraja con la invasión napoleónica”, describe.
“Esos oligarcas indignados eran los Artigas, los Lavalleja, los Rivera, terratenientes poderosísimos. Esos tipos también eran políticos, y hacían algo más difícil que los de ahora, porque en vez de buscar votos tenían que lograr que la gente arriesgara la vida en combate. Tenían que usar, y lo pienso con cabeza de publicista, los mejores argumentos emocionales y racionales, la mejor campaña publicitaria, lo más movilizador, y ahí va a metáfora de la esclavitud. Todo el tiempo dicen ‘somos esclavos de España, España es el tirano’ y eso está en el himno, tiranos temblad. Hay un tirano que te somete, cuyas cadenas tenés que romper para liberarte”.
“Los traficantes de esclavos no tenían duda de que el peor horror que podías vivir era ser esclavo. La peor condición humana es la esclavitud, y eso corre para el siglo XIX, la antigua Roma o cualquier época”
Según el autor, toda esa retórica de la libertad sirve para poner ciertos puntos sobre algunas íes.
“Eso quiere decir que, si ese era su principal argumento, no tenían duda de que el peor horror que podías vivir era ser esclavo. La peor condición humana es la esclavitud, y eso corre para el siglo XIX, la antigua Roma o cualquier época”, sostiene.
“Comento esto porque esa reflexión me surgió a partir de todas esas lecturas, y me parece un argumento muy potente para dejar claro que los esclavistas de entonces lo sabían: era un oprobio, un horror, estaban parados sobre esa situación, la economía funcionaba así y lo sabemos hoy, que el 99% de la población mundial vivimos en precariado. Algunos mejor que otros, pero está lleno de gente muriéndose de hambre”, lamenta, y traza una línea desde el siglo XIX al presente.
“Es difícil ver el tiempo de uno mismo, pero yo trato de establecer diálogos, entender lo que pasa hoy en la economía y la sociedad y lo que pasaba entonces”, reflexiona, e insiste en que el período histórico en el que transcurre su novela está atravesado por ese tráfico de esclavos “que fue la primera multinacional, y que permitió la creación del capitalismo”.
“Esos mecanismos siguen funcionando hoy, de una manera u otra”, concluye.
Por Gerardo Carrasco
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