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Contenido creado por Manuel Serra
Literatura
La VAR(a) del poder

El VAR, ese dispositivo represor del fútbol que refleja el mundo policíaco que habitamos

Este instrumento ha destruido la posibilidad de la sorpresa, la picardía y la genialidad en un deporte anodino, cansado y predecible.

28.11.2022 10:11

Lectura: 9'

2022-11-28T10:11:00-03:00
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Por Diego Paseyro
dpaseyro

Luego de transcurridos una serie representativa de partidos, ya podemos aseverar – no precipitadamente – y, con un rigor empírico formidable, que estamos asistiendo al mundial más frígido, insulso e impotente de la historia del fútbol. No ha habido ingrediente que no se incluyera en esta pobre ensalada mundialista. Si en el 2014 en Brasil, la dimensión ética golpeó la frágil puerta de nuestras condescendientes conciencias cuando miles se manifestaron en contra de la organización de un evento que priorizaba el circo sobre otros flagelos que aquejaban a un país del tercer mundo, Catar redobló la apuesta.

En aquella oportunidad, todavía era admisible mirar para el costado. Incluso, la demagogia del poder no dejó de articular sus argumentos: “No es gasto, es inversión”, “atraerá al turismo”, “dará miles de puestos de trabajo”. Pero lo cierto era que en aquel momento Brasil tenía “el 18,6 por ciento de la población en la pobreza, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Es decir, más de 37 millones de personas, que solo tenían acceso a un precario sistema público de salud y educación, y que vivían hacinadas en viviendas insalubres”¹. Como ya sabemos, la maquinaria nunca se detuvo y Alemania se consagró por cuarta vez en su historia luego de eliminar al locatario en semis, en ese histórico 7 a 1, que, a la postre, fue lo que más sacudió al mundo del fútbol y no la desmesura que implicó invertir todos esos ceros en un evento que duraría un mes y que no traería transformaciones sociales profundas. El mundial le costó a Brasil la onerosa cifra de 10.000 millones de euros. “Esa cantidad superó de lejos los 1.570 millones invertidos en Alemania en 2006 y los 1.400 en Sudáfrica en 2010”, según el mismo ente económico.

Ocho años después, la esquizofrenia planetaria, la alienación disfrazada de chauvinismo y suicidios encubiertos, la estupidez hecha causa nacional y la complicidad de las masas, hicieron que se llevara a cabo el mundial más fraudulento e inmoral de la historia. No quiero aburrir con cifras, pero estamos hablando de que Catar, para arrancar, es un país sospechado de haber pagado más de 5 millones de dólares en sobornos, según una investigación del periódico inglés Sunday Times.

“En 2018, el Sunday Times publicó otra investigación, esta vez acusando a Catar de llevar adelante una operación para diseminar propaganda negativa sobre sus dos principales rivales en la puja por la sede, Estados Unidos y Australia”, consignaba una nota de CNN.

No podemos dejar de mencionar, en este recuento infame, lo contranatural que representa hacer un mundial en un país donde la vida es casi imposible sin un lapidario costo de energía que haga tolerable soportar los 50 grados celsius que azotan aquellas latitudes en los meses de junio y julio, y por lo cual se tuvo que jugar en noviembre y diciembre.

Según cifras del periódico británico The Guardian, las pésimas condiciones de trabajadores, que soportaron temperaturas insalubres y largas jornadas laborales, para terminar los estadios en tiempo y forma, les habría costado la vida a 6500 personas.

Polémica fue también, aunque se dirá que lo más grave fue lo anteriormente citado, la decisión de suspender a Rusia y no permitir que participara del mundial, debiéndose cancelar el partido que tenía que jugar con Polonia para dirimir quién efectivamente tendría una plaza mundialista. A la FIFA no pareció importarle cuando en el 2003 Estados Unidos invadió a Iraq o cuando Arabia Saudita tomó acciones militares en Yemen en 2015. 

Finalmente, Catar es uno de los setenta países donde la homosexualidad está criminalizada y aunque, en la inauguración, el ladino de turno, llamado Infantino, dijera que él tiene un amigo gay, no alcanza para tapar la complicidad que supone aceptar que exista un país donde sea legítimo semejante declaración de odio y xenofobia. Se podría decir “allá ellos”, “cada pueblo es dueño de su destino”, pero desde el momento en que se elige como sede del evento deportivo más importante del mundo a ese país, todos nos estamos embanderando detrás de estos latrocinios. Tampoco es suficiente el brazalete con los colores de la diversidad que a la postre no pudo usar Alemania ni que se taparan la boca para la foto. Estos supositorios eufemísticos no cambian de raíz la vergüenza que supone que este mundial se haya llevado a cabo en circunstancias tan inmorales. 

Pero todo esto que no tiene que ver con lo que pasa sobre la verde gramilla, si bien ya es suficiente para aseverar que el mundo vive en un estado de aletargamiento y deterioro espiritual sin precedentes, podría, al menos, verse compensado por una especie de justicia poética si dentro de la cancha sucediera algo que, de algún modo, nos resarciera como sociedad. Porque el fútbol, que es lo más importante dentro de las cosas menos importantes, nos ha sabido regalar grandes lecciones de virtuosismo e integridad. Porque el gol más importante de la historia de los mundiales, no fue solamente porque Maradona eludiera a medio equipo rival, sino porque se lo hizo a los ingleses. Porque el Maracanazo no solamente fue un partido que Uruguay ganó de visitante contra toda lógica, sino que nos enseñó que no hay que subestimar a ningún rival, y porque Holanda en el ´74 nos mostró el camino de que el todo es más que la suma de las partes.

Sin embargo, este mundial no tiene metáforas, ni ribetes, ni épica ni nada que pueda contrarrestar las escandalosas maniobras que llevaron a su concertación. Y es acá que entra el famoso y nuevo protagonista del fútbol que nos toca padecer: el VAR. Pero cuidado, el VAR no aparece de la nada. El VAR es un dispositivo político que sigue la misma lógica de los “Aparatos Represores del Estado” de los que nos habló Louis Althusser [N. del E.: renombrado filósofo francés]. El VAR es el panóptico foucaltiano de nuestras sociedades disciplinares. El VAR es todo lo que las sociedades burguesas han querido y reclamado en los últimos 100 años: paz, seguridad, control. El VAR se ajusta perfectamente a todo lo que en pandemia más reclamábamos. Legalidad, persecución, sanción. Que nada estuviera librado al azar. El hombre moderno le teme al azar. Le teme a la aventura. El hombre moderno, angustiado e hiper fármacologizado, lo que quiere es tener todo digitado, digitalizado y monitoreado: todo “asegurado”, y eso es lo que viene a ofrecernos el VAR: el exceso de regulaciones. Así como los dispositivos de control han coartado nuestra libertad en “el mundo real”, el VAR ha aniquilado la posibilidad de que aparezca la sorpresa, la gracia, la picardía, la astucia y la genialidad en un fútbol anodino, pobre, cansado, predecible y retrasado mental. El VAR, que tanta indignación hoy nos supone, fuimos nosotros, cada vez que apuntábamos con el dedo índice de nuestra rancia vara moral a cada ciudadano que decidió no vacunarse. “Nos cuidamos entre todos”, gritaba el poder. Y hacia allá fuimos, los corderos de Dios, en una procesión mortuoria que nos llevó a la angustia, a la soledad, a los psicofármacos y al suicidio adolescente. El VAR es el poder traccionando a todo motor, controlando los cuerpos, loteando nuestros territorios de expansión, prohibiendo las jineteadas o las corridas de toros. Porque en nombre del “buen vivir”, del “progreso”, del “civilismo”, nos están matando el espíritu y ya no existirá más la poesía dentro de la cancha porque los sensores térmicos, las telemetrías, las estadísticas y las minorías resentidas, saldrán a acorralar al hombre libre y aventurero que quiera desafiar la ley y el orden. “El Hombre ha muerto”, sentenció Foucault. Lo apolíneo venció sobre lo dionisíaco. El orden sobre el caos.

Todo lo que queremos son pronósticos, certezas, seguridad y “justicia”. Pues digámoslo de una vez: la justicia no nos la dará un Estado al que le chupamos un huevo. La seguridad no nos la dará las miles de cámaras puestas en cada esquina ni la militarización de la policía. Tampoco nos la dará la razón técnica instrumental, ni todos los enemas prostáticos que amablemente vamos deseosos a que nos hagan.

Si será bochornoso este mundial que ahora los gallegos dan lecciones de fútbol. Los siete goles a Costa Rica fueron el epítome de la desmesura. Uno podría pensar, “gracias a los ticos por ser tan funcionales a semejante puesta en escena futbolística”. Pero en verdad, así piensa Apolo y el poder. La insurgencia habría hecho que ese partido terminara en un mucho más austero 0 – 2, con varios expulsados de los dos lados y con más de un converso catalán en el quirófano. La muerte del fútbol está cerca, y todos los que lo amamos, no podemos menos que sentir una profunda consternación, pero al menos, es una muerte que habrá dejado un diagnóstico. Y tal vez, junto con él, su última poesía. Porque nos está mostrando el camino. ¿Hasta cuándo en nombre de la “salud”, de la “buena vida” del “orden” y el “progreso”, vamos a seguir dejando que nos metan el dedo en el orto, cobrando multas, impuestos y diciéndonos por dónde tenemos que salir a caminar los domingos? Los domingos son para querer morirse, no para sacar al perro a la rambla. Dejen al hombre libre morir en paz, a los delanteros hacer goles y a los putos, tranquilos.

* Diego Paseyro es Prof. de Filosofía, egresado del IPA. Autor de su primera novela, “Her-man y los amos del universo”, se define como un “realista eufórico” y un amante de lo oblicuo.

¹ https://razonpublica.com/brasil-2014-las-injusticias-sociales-detras-del-mundial/#:~:text=%E2%80%8B,y%20el%20Caribe%20(CEPAL).

Por Diego Paseyro
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