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Contenido creado por Federica Bordaberry
Cine
And the winner is...

El arte de lo breve: Wes Anderson y su primer Premio Óscar

Con sus últimos cortometrajes el icónico cineasta reafirmó que la melancolía puede ser cool, si se usa con el estilo correcto.

21.05.2024 12:29

Lectura: 9'

2024-05-21T12:29:00-03:00
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Por Juampa Barbero | @juampabarbero

Hay directores que se esfuerzan. Que hacen giros de trama tan sorprendentes que parecen haber sido diseñados solo para que sepas quién está detrás de la cámara. Otros, prefieren mundos surrealistas donde el caos reina y el sinsentido se convierte en su firma. Luego, están aquellos que, con un par de diálogos y sin necesidad de grandes efectos, logran que su marca sea inconfundible. Pero hay unos pocos, realmente poquísimos, que no necesitan ni que la película empiece: basta un solo fotograma para saber quién es. Y uno de esos es, cómo no, Wes Anderson. 

El maestro de los colores pastel y la simetría obsesiva. Sus películas son tan personales que hasta un mísero cuadro está tan meticulosamente arreglado. Podría haber pasado más tiempo organizando los objetos en pantalla que escribiendo el guion. La trama, aunque encantadoramente absurda, queda en segundo plano frente a la abrumadora confluencia pictórica. Un realizador extremadamente peculiar, o un pintor.

Para Wes Anderson la cámara no es un mero instrumento para capturar imágenes, sino un personaje más, un narrador silencioso que dicta el ritmo y la perspectiva de la historia. Sus movimientos, sus zooms y su constante juego con la cuarta pared se convierten en elementos esenciales para construir una sensación de dinamismo y energía.

La perfección visual de Wes Anderson no surgió de la noche a la mañana. Más bien fue el resultado de un puntilloso perfeccionamiento a lo largo de los años. Desde los días en que experimentaba con simpáticas personalidades en Bottle Rocket (1996), hasta su apoteosis simétrica en The Grand Budapest Hotel (2014), Anderson fue afinando su arte como un relojero que ajusta cada engranaje. Sus primeros intentos, aunque encantadoramente prematuros, fueron laboratorios de ensayo donde enfatizó su neurosis por los detalles.

Es cierto que el oriundo de Houston se volvió más intrincado con el correr de los años. A medida que avanzó su carrera, fue adentrándose en terrenos más complejos. Sus obras más recientes, The French Dispatch (2021) y Asteroid City (2023), representan un desafío más exigente para el espectador. Seguir al pie de la letra todo lo que sucede en estas películas es una tarea más ardua en comparación con trabajos más inocentes y accesibles como Life Aquatic (2004) o Moonrise Kingdom (2012).

Sin embargo, a pesar de su aclamación crítica y su evidente influencia en el cine contemporáneo, Anderson no había recibido el reconocimiento más importante de la industria: un premio Óscar. Es irónico que, después de 30 años, 11 largometrajes y 8 nominaciones, su primer Óscar llegara en la categoría de Mejor Cortometraje, por The Wonderful Story of Henry Sugar, en la ceremonia del 2024. A la cual ni siquiera acudió.

Este hecho, lejos de ser una decepción, es una metáfora de la relación de Anderson con la industria. Su cine, personal y disruptivo, no siempre encajó en los moldes tradicionales de la Academia. No obstante, con el tiempo, su talento y su lenguaje propio finalmente fueron reconocidos, incluso si fue a través de un formato diferente.

La ironía del Óscar de Anderson radica en que este premio, que suele ser visto como un símbolo de la aceptación de la industria, llega en un momento en el que Anderson ya consolidó su posición como uno de los cineastas más importantes de su generación. Su legado no se verá definido por este premio, sino por la vasta colección de películas que hizo.

También es cierto que Anderson no necesita la validación de la Academia. Su cine ya trascendió los límites de las premiaciones y se convirtió en un referente cultural. Sus películas se estudian en universidades, se parodian en programas de televisión y son la fuente de inspiración de un montón de memes y trends en TikTok. Actualmente, cibernautas de todas partes encuentran satisfacción en imitar su impronta visual con la ayuda de Midjourney y otras herramientas de inteligencia artificial.

Cualquier personaje de Wes Anderson podría formar parte del universo de cualquiera de sus películas. Esta es una máxima que el mismo director reconoció. Aun así, semejante viralización lo agarró desprevenido, y ni hablar de la apropiación de estilo que, seguramente, jamás imaginó que ocurriría. Existe la tendencia en redes sociales de publicar videos con frases como: "Será mejor que no actúes como si estuvieras en una película de Wes Anderson".  

Lo bueno, si breve, dos veces bueno

En 2023, Netflix publicó no uno, sino cuatro cortometrajes dirigidos por Wes Anderson. Además de toda la parafernalia ya mencionada que une cualquier cosa que haga el director, se tratan de diferentes adaptaciones entrelazadas de Roald Dahl, basadas en la antología Historias extraordinarias, publicada en 1977. Algunas de las películas más conocidas inspiradas en sus obras incluyen Willy Wonka y la fábrica de chocolate, James y el durazno gigante, Matilda, entre otras.

Wes Anderson no es ajeno a la obra del novelista, cuentista, poeta y guionista británico de ascendencia noruega. Su anterior colaboración, Fantastic Mr. Fox (2009), ya nos dio una muestra de su afinidad por el estilo peculiar del autor. A pesar de ser una animación, esta obra maestra del stop-motion lejos está de ser una película infantil. Siendo sinceros, seguramente fueron muchos los niños que quedaron rascándose la cabeza, intentando entender el animalismo freudiano que propuso el director. Muchos más con su fábula retro futurista contra Trump, titulada Isle of Dogs (2018).

Volviendo a lo nuevo, estos cuatro cortometrajes condensan todos los intereses de Wes Anderson. Si bien ya había experimentado con el formato breve (Hotel Chevalier, Hyundai), el cineasta supo reconocer que los relatos cortos de Dahl eran ideales para la cadencia entre imagen y palabra que amplifica su idiosincrasia. Y, por supuesto, redobló la apuesta. Un escenario que se transforma a cada instante, donde los decorados se construyen y desmantelan. Unos pocos actores, talentosos y versátiles, dan vida a múltiples personajes, encarnando la esencia del humor macabro del escritor con la calidez y agudeza que singulariza al cineasta. 

The Wonderful Story of Henry Sugar

Al igual que en Asteroid City, Wes volvió a utilizar una narrativa en clave mamushka: un relato que se mete dentro de otro y, luego, en uno más pequeño. Con una duración de 40 minutos, The Wonderful Story of Henry Sugar es el más extenso de los cuatro. A su vez, también es el más ambicioso, prominente e hilarante. No solo por la estructura del guion, ni por el fascinante delirio que retrata, sino que el cineasta lleva al máximo la técnica teatral de ir cambiando los fondos de cada escenario. 

La historia gira en torno a Henry Sugar, un hombre adinerado y aburrido que busca un nuevo desafío en su vida. Un día, descubre la existencia de un gurú que puede ver sin usar sus ojos y decide aprender a dominar esta habilidad para ganar en las apuestas. Sin embargo, su ambición desmedida tiene un precio, ya que comienza a perder de vista lo que realmente importa. 

The Swan

The Swan presenta a un niño inteligente llamado Samuel, que es perseguido por dos matones mayores. El pequeño se encuentra con un misterioso hombre que le ofrece un trato: le enseñará a convertirse en un cisne a cambio de que le entregue su voz. Al principio, disfruta de su nueva vida y se venga de sus acosadores. Pero nada es como parece, ya pronto se da cuenta de que perdió algo importante: la capacidad de comunicarse con los demás.

Wes Anderson invita a la reflexión sobre el bullying, la venganza y la búsqueda de la identidad. La ironía y el humor negro impregnan la historia, cuestionando las nociones convencionales de bien y mal e impulsando al espectador a pensar más allá de lo obvio. The Swan no está exento de riesgos. La narrativa, que depende en gran medida de la voz en off de Rupert Friend, puede resultar confusa en algunos momentos. 

The Ratcatcher

Este cortometraje sigue la fórmula de sus predecesores, con su estética artificial y los actores hablando a la cámara, especialmente Richard Ayoade, quien parece haberse fusionado con ella. Interpretado por Ralph Fiennes, el desratizador explica sus métodos poco convencionales a un periodista y un mecánico, hechizándolos con su excentricidad y conocimiento de roedores. A pesar de ser el menos atrapante, Wes Anderson hace una exhibición del absurdo inherente a la condición humana, en un relato con toques kafkianos.

La irrupción del stop-motion en el clímax genera un impacto inesperado en el espectador. Este cambio de estilo visual nos atrapa cuando menos lo esperamos, y de la forma más grotesca. El uso de esta técnica en The Ratcatcher puede ser una referencia o homenaje a los trabajos previos de Wes Anderson, como también una manera de ilusionar a sus seguidores con un nuevo largometraje a futuro que explote al máximo la animación cuadro por cuadro.

Poison

Wes transforma una situación de vida o muerte en una escena de tensión constante. Un soldado queda completamente inmovilizado cuando una krait, una serpiente venenosa, se desliza sigilosamente sobre su abdomen. Su fiel servidor corre en busca de un doctor en medio de la noche. Dev Patel, Benedict Cumberbatch y Ralph Fiennes, son de nuevo los protagonistas de esta historia. Pero lo más rutilante es la destreza del director para desatar el nerviosismo en una sola locación. 

Este último corto concluye con una revelación que aporta una nueva dimensión: "Dahl comenzó a escribir 'Poison' en enero de 1950. Llamó al personaje de Woods en honor a un compañero piloto del Escuadrón 80 de la RAF asesinado durante la batalla de Atenas". Esta conexión con la vida personal del autor agrega un toque de melancolía y profundidad a la historia.

“La vida es una película absurda y surrealista, y el arte es mi forma de capturar eso”, es una de las frases más célebres del director. 

En el universo hollywoodense, donde la creatividad agoniza y la originalidad brilla con la intensidad de una luciérnaga en medio del sol, Wes Anderson emerge como una especie en peligro de extinción. La mañía cromática, su propuesta fílmica, lejos de limitarse a lo meramente visual, se erige como un monumento a la excentricidad, un homenaje a la nostalgia por un mundo que nunca existió.