Por Valentina Temesio
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En el sótano de una casa en Parque Rodó, con paredes blancas, de ladrillo y onduladas, con vigas rojas, con techos arqueados, hay dos cuadrados en el piso. Uno es grande, de goma y azul grisáceo. El otro, más pequeño, está delimitado por una cinta blanca y es del mismo color. Sobre ellos hay un escritorio, que encima tiene una taza, una computadora, lápices, una lámpara.
Tres personas pisan los cuadrados; se arrastran, gatean, miran el techo, mueven los brazos. Parece que están fuera de sí, como si estuvieran en otro plano, como si su presente fuera otro. Como si un sonido, una repetición, les guiara. Una frecuencia fantasma.
“Desde el principio”, dicen y asienten, al mismo tiempo, dos actrices y un actor. Así terminó esa escena.
Una hora después volverían a hacer lo mismo. Pero esta vez ante más personas. La vista será la misma: una ventana que muestra la ciudad, Montevideo.
Después lo harán —al menos— cuatro veces más en la Sala Zavala Muniz, cuando Frecuencia fantasma, del colectivo Hiedra, estrene en las tablas. En ese momento, dice la actriz Karen Halty, la obra se terminará. Una pieza de teatro culmina —o comienza a culminar— cuando se encuentra con el público.
El colectivo Hiedra
Esta historia comenzó en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático Margarita Xirgu (EMAD), en 2006, cuando Florencia Dansilio, Camila Sansón, Karen Halty y Alejandra Artigalás se conocieron.
En 2017 presentaron Primeras armas, una obra de teatro que se llevó a cabo en La Pedrera. Desde ese primer proyecto, cuando aún no existía el colectivo Hiedra, comenzaron a marcarse algunas bases que perduran hasta la actualidad: trabajar con entrevistas, con personas locales, estar en contacto con el lugar; la investigación de campo. “Muchas de las escenas surgen del espacio, el texto no es lo que está primero”, cuenta Halty.
Después vendría un laboratorio en el Instituto Nacional de Artes Escénicas que se llamó “El problema de la realidad”. El método científico, que Dansilio trae de la sociología, carrera en la que se especializó, comenzaba a adentrarse en su manera de crear. Hiedra aún seguía sin existir.
Le seguirían Doméstica realidad, que trataba sobre el trabajo doméstico; Museo, una obra del colectivo argentino Piel de Lava que presentaron en el Subte; y una residencia en Casa Mario, donde, en el marco de Sala de Pruebas, se cruzaron Fausto — de Johann Wolfgang von Goethe— y Museo.
En 2021, Alejandra Artigalás, Florencia Dansilio, Camila Sanson, Jimena Ríos y Lilén Halty formaron Hiedra, un colectivo de investigación y de creación escénica. Dos años después presentaron Sociología in situ: un recorrido por el premio, en el Espacio de Arte Contemporáneo. Este 23 llegaron a la Zavala Muniz del Teatro Solís con Frecuencia fantasma, que estará en cartelera hasta el 27 de agosto.
Frecuencias que impactan
La doctora Christina Heimbürger, una neurocientífica, llega a Montevideo con el objetivo de estudiar el efecto de las frecuencias fantasmas. Si bien no se escuchan, pueden alterar el estado anímico de las personas.
La ciencia demostró que las frecuencias fantasmas existen. El espectro audible de las personas se encuentra entre los 20 y los 20 mil hertzios; sin embargo, la frecuencia fantasma es de 19. Es decir, nadie la puede escuchar, pero, de todos modos, pueden tener efectos en la gente. Por ejemplo, pueden producir emociones.
A partir de ese concepto científico, Dansilio, quien emigró durante 11 años a Europa, escribió una novela corta: Frecuencia fantasma. Notas de campo. De allí surgió el nombre y, dice la directora, “la idea de que hay frecuencias que no se escuchan, pero que se sienten, que generan estados anímicos específicos, y la idea de que la música protege”.
También la de una Montevideo gris, melancólica, con características específicas que hacen que sea la ciudad adecuada para que este fenómeno sea estudiado.
“La idea de que hay frecuencias que atraviesan la ciudad, que generan esas sensaciones de extrañez, un poco se resuelve al final de la novelita. Ahí está ese germen, que nos sirvió de puntapié para la dramaturgia de la obra. Partimos de esa premisa: del efecto en la sensibilidad que generan las frecuencias fantasmas. Sobre todo, nos interesamos de algunas que se manifiestan con mayor intensidad en nuestro territorio: melancolía, lentitud, cierto letargo, una suerte de percepción del tiempo dilatada”, explica Dansilio.
Dice la socióloga que la frecuencia fantasma les pareció interesante “como metáfora de ciertos estados anímicos” que veían “de forma recurrente y repetitiva” en sus círculos. Entonces, jugaron “con esa idea de que, en realidad, no son problemas psicológicos o perturbaciones de índole psicológica, sino que son cuestiones puramente fisiológicas lo que nos pasa”.
Esa, cuenta Dansilio, fue una de las licencias creativas que se tomaron a partir de los elementos que recolectaron: “Partimos de un dato de la realidad, pero construimos hipótesis falsas”.
Bajo esa premisa se gestó la obra, que recibió el apoyo de los Fondos Concursables para la Cultura del Ministerio de Educación y Cultura. Primero fueron Sanson y Dansilio; después se sumó Halty; y, por último, se transformó en colectivo.
De la memoria a la ficción
La dramaturgia tuvo un “giro ficcional”. Así, apareció la doctora, que no es uruguaya y nunca había pisado el país, y los personajes de Halty y Sabastián Calderón. Así, también, Montevideo se transformó en un destino más de su investigación, una ciudad más de exploración.
“Nos hizo forzar esa mirada desde afuera, que es ficcional y está atravesada por nuestras sensibilidades y relaciones con la ciudad; a desprendernos de lo que a nosotras nos pasa y jugar un poco más”, dice la directora.
A la obra la escribieron con el cuerpo. Mientras ensayaban, siempre había una computadora abierta en la que alguien bajaba el texto que surgía, lo editaba, lo cortaba, escribía lo que sucedía. Ensayaban y probaban. La obra fue a sus casas, a la sala de ensayo, a sus rutinas.
Para Dansilio, se generó un nuevo relato. Para eso, tuvieron que recorrer la capital del país, su Montevideo, con otros ojos, con otros oídos, con otra percepción. “Hay algo de generar un mundo también a nivel poético, de metáforas, más sensorial”, dice Halty.
Grabaron sonidos, miraron las plazas, las calles, a las personas; sacaron fotos, escribieron, crearon nuevos relatos, hicieron playlists. Buscaron otras narrativas de la ciudad. La misma de siempre, pero desde otra óptica, lejos de su cotidianidad.
En Frecuencia fantasma, dice Dansilio, hubo un “interés por la musicalidad”, la importancia de la música en la ciudad. ¿Por qué hay tanta música diferente y combina tan bien con Montevideo?, ¿qué pasa con ese sound of Montevideo?, se preguntaron. Por qué, entonces, los ruidos de una ciudad pueden convertirse en música.
Por eso, en la obra conviven diferentes disciplinas: las visuales —a cargo de Sofía Córdoba—, la danza —por Lilén Halty—, el sonido —por Sofía Scheps—.
“Para mí, no es casual que muchas obras utilicen visuales. Hay algo de lo visual que nos rodea todo el tiempo. En este caso, disfruto mucho la idea de la composición, de la cosa más poética”, dice Halty.
El arte y la ciencia
Frecuencia fantasma implicó preguntas, muchas, cuenta la actriz. La obra no solo requirió una mirada diferente sobre la ciudad, sino también adentrarse en la ciencia, en el mundo de la doctora Heimbürger.
Hiedra entrevistó a Ana Silva, una profesora titular grado 5 de la Facultad de Ciencias. Ella les contó cómo era el trabajo científico, cómo era ser mujer en la ciudad, cómo se acercan a las preguntas, sobre sus objetivos. Para construir al personaje, tenían que saber cómo es la vida de una científica.
En esas instancias aprendieron cosas. “Hay algo que, al menos para mí, fue tremendo descubrimiento y es que la ciencia y el arte se acercan a través de preguntas”, dice Halty.
“Cuando investigás sobre algo, lo primero que tenés son preguntas, en ambas disciplinas”, explica. Para la actriz, también tienen similitudes en la manera en la que se acercan al material, al objeto de estudio, a la forma de trabajar: “Tener que buscar siempre fondos para hacer una investigación, trabajar por proyectos, el tiempo que llevan las cosas, la visibilidad que tienen las cosas o no”.
“Desde la ciencia o la academia, las personas tienen su obsesión: su objeto de estudio. En el teatro también: la puesta, el tema que vas a investigar. Tenemos más preguntas que respuestas”, concluye la artista.
Por Valentina Temesio
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