Documento sin título
Contenido creado por Federica Bordaberry
Literatura
Los hilos de la mente

El culo lleno de preguntas (parte III): ¿A dónde vamos?

Me he dispuesto a desenredar algunos hilos de misterio que tengo en la cabeza, pero soy muy vago y prefiero asumir la derrota.

21.07.2022 11:13

Lectura: 4'

2022-07-21T11:13:00-03:00
Compartir en

Por Bruno Guerra
brunogdarriulat

Para variar, me gustaría empezar siendo autorreferencial, que es la forma que tengo de empezar a desarrollar ciertas ideas.

Siempre tuve un problema a la hora de ubicarme. No es un problema conceptual, sino de referencia. Nunca sé si estoy en lo profundo o lo banal, en lo alto o en lo bajo, cuál es la izquierda o la derecha, o qué elemento utilizar para hacerme de cartografía.

De niño, jugaba al fútbol y mi ídolo era Horacio Peralta. La razón de mi fanatismo por este tipo era clara, le pegaba a la pelota con las dos piernas. Era un momento de mi vida en que creía que cualquier cosa que me propusiera sería cumplida sin mayor esfuerzo y, si bien nunca me proyecté como un deportista, creía que sería más alto de lo que hoy soy y más musculoso. Cuando estos anhelos se frustraron, todavía no alcanzaba los diez años. Era un alfeñique que aún no llegaba al metro setenta, pero le pegaba a la pelota con las dos piernas (mal, pero lo hacía) y a lo mejor que podía aspirar era a calentar el banco de suplentes.

Crecí y Horacio Peralta fue más famoso por actos de indisciplina (como la vez que el entrenador lo sancionó por comer chorizos de un carrito), que por su desempeño dentro de la cancha. Y yo cometí otras faltas que también fueron sancionadas. Nunca me sentí tan cerca de mi ídolo de la infancia, que terminó jugando en clubes de barrio hasta desaparecer. Como desaparecemos todos los escritores de ésta generación, algunos sin siquiera alcanzar nuestros minutitos de fama mesurada, sin pena ni gloria, por no saber enorgullecernos de pegarle mal con las piernas, por no saber surfear en los cánones establecidos o por no enlazarse a una comunidad de miserables que, por suerte, siempre tiene las puertas abiertas y se encarguen de ensalzarse la profesión, diciéndose sobresalientes con remeritas de la academia, pero tirándose pedos más grandes que sus culos conservadores.

Venimos de todos lados de donde podamos venir y lo mejor que podemos ser es incompetentes. Sí críticos, pero incompetentes.

La vertiginosidad actual tiende a la derecha con su velocímetro. La izquierda no fue la izquierda que prometió ni invirtió sustancialmente las velocidades. Hay un desorden de identidad tan inmenso que planta su niebla en nuestras manifestaciones artísticas. A todo esto se le llama crisis y yo no pienso que sea buena como motor artístico, pero poco más hay de lo qué agarrarse para hacer algo.

La poesía, en general, es la que ha roto en sí misma ciertas formas clásicas. Alguien dijo, a fines del siglo pasado: “la mejor poesía del siglo está escrita en prosa”. Y no le falta razón, pero también se ha estancado (la mayoría de las veces) ante la ineficiencia del lenguaje para expresar todo lo que pretende. Como dijo Zurita (ya citado en anteriores columnas): “... el dolor es más grande que la palabra dolor…”, y yo añadiría que el dolor más grande de nuestro tiempo es el sufrimiento pendejo de todo lo que no se puede pronunciar. El sufrimiento, pesado como una res, que nos aísla en nuestro interior con el afán de creernos únicos e irrepetibles, pero que solo nos hace más y más estúpidos, regodeándose en nuestra propia estupidez mundana.

Por otro lado, están las salidas farmacológicas, las anestesias en cualquiera de sus formas. Desde Dios hasta las drogas duras, pasando por cualquier forma de bisutería esotérica. Todas importantes para sobrellevar la existencia, pero ya pobres y gastadas como para utilizarlas de material estético. Y que no se confunda esto con pura pedantería (aunque algo de eso hay). Yo fumo porque creo que me queda bien, así de tonto soy.

Hoy sigo con mi desorden de referencia. A veces, ni siquiera sé con qué mano escribo o qué cosa está en cuál hemisferio de mi cerebro. No tengo más opción que asumir este padecimiento hasta la risa y seguir practicando a diario los penales con las dos piernas, como el Loco Peralta, como mis escritores favoritos, como los mejores artistas que conozco y como lo hacen mis mejores amigos, a riesgo de ser nadie, viviendo como se les canta dentro de lo que pueden. Volviéndose cada vez más locos lindos, cada vez menos solos.

En esta serie de interrupciones en este medio, me he dispuesto a desenredar algunos hilos de misterio que tengo en la cabeza, pero soy muy vago, y prefiero asumir la derrota en mi inmensa confusión antes que trabajar al pedo. Me siento como Sísifo.

Por Bruno Guerra
brunogdarriulat