Por Delfina Montagna | @delfi.montagna
Se anuncia a la ganadora de un premio internacional de Literatura. El más importante de todos. En Argentina, la novela La vegetariana (2007) pasa a valer 100.000 pesos, incluso en la más humilde librería de barrio. En Corea del Sur, distintas tiendas online se caen debido a la alta cantidad de tráfico. El presidente Yoon Suk-yeol manda sus felicitaciones: Han Kang es la primera surcoreana en ser condecorada con el premio Nobel de Literatura, y la dieciochoava mujer del mundo. A lo largo de su carrera, los políticos de su país no habían sido ni de cerca tan diligentes y parsimoniosos con su trabajo.
Kang nació en 1970 en Gwangju. En 1980, en su ciudad natal, ocurrió la Masacre de Gwangju, luego de que un grupo pro-democracia se rebelara contra el dictador Chun Doo-hwan, que había asumido el poder ese mismo año. El relato oficial aseguraba que no habían muerto más de 165 personas, mientras que las estimaciones oscilan entre 1000 y 2000 civiles caídos. En 1981, a los once años de Han, su familia se mudó a Seúl. Kang es ahora autora de un total de trece novelas y nouvelles, entre ellas Human Acts (2018), relato que se detiene en los testigos y sobrevivientes de esa masacre, en cómo el trauma se inscribe en sus cuerpos. A raíz de ello, fue recelada por el gobierno conservador de Park Geun-hye. En el año 2016, su novela La vegetariana (2007) fue reconocida con el International Booker Prize. Además, en 2010, fue adaptada a una película de nombre homónimo por el director Lim Woo-seong. Su última novela verá la luz traducida al inglés como We Do Not Part en enero del año entrante, y su traducción francesa ya ganó el premio Médicis Étranger.
Está pasando todo el tiempo. En todas partes, en cada casita y departamento, en cada hogar y en otros lugares también, hay personas que se fascinan con un autor, que se enganchan de verdad, que dicen: “Sí, esta es la historia que estaba buscando”. O no la que estaban buscando, pero la que encontraron, y les encantó. Ahora, en este momento, a muchas personas les está pasando eso con una historia de Han Kang. Quien les escribe tuvo la fortuna de tenerla en su biblioteca antes de este colapso por la demanda que suscitó el premio sueco.
En La vegetariana, aunque todo el tiempo el eje es Yeonghye, nunca es ella quien nos habla. Primero es su marido, Cheong, que la eligió para casarse por razones completamente pragmáticas. En sus palabras, el hecho de que ella fuera sobria, sin ninguna traza de frescura, ingenio o elegancia lo hace sentir a sus anchas. No tiene que esforzarse por ser atractivo, culto, adinerado, ni nada. La compara con una hermana o empleada doméstica que hace la comida y limpia la casa, con la única diferencia de que espera tener encuentros sexuales con ella.
Un día, Yeonghye tira toda la carne de la heladera y del freezer. Anuncia que, a partir de ese momento, va a ser vegetariana. A su esposo no debería cambiarle tanto, ya que vuelve tarde todas las noches y la única comida del día que consume en su casa es el desayuno. “Tuve un sueño", es todo lo que alcanza a explicar. Al señor Cheong no le parece razón suficiente. Su intranquilidad va en aumento. Eventualmente, a Yeonghye le cuesta dormir en la misma cama que su marido porque huele a carne. Cuando está pasado de alcohol, Cheong llega a excitarse por tener que agarrar los brazos forcejeantes de su mujer para penetrarla, cosa que lograba en “una de cada tres oportunidades”.
Un buen día llega la comida familiar que, según el marido cree, pondrá punto final a este capricho alimenticio. La familia de Yeonghye tiene que poder hacerla entrar en razón. Creen que está flaca por la falta de carne; no saben que hace semanas no duerme (prefiere el insomnio a las pesadillas). Después de que su padre le pega, intenta forzar un pedazo de carne adentro de su boca, y ella se auto-acuchilla a modo resistencia, Cheong pide el divorcio y la devuelve “como si fuera un electrodoméstico fallado”, reflexiona su hermana.
Lo que caracteriza a la neurosis es la duda. Lo que caracteriza a la psicosis, en cambio, es la certeza. Esta dicotomía abre la segunda parte de la novela. El cuñado de Yeonghye es un artista fracasado que vive cómodamente gracias al emprendimiento de su esposa (Inhye). Cuando conoce el dato de que Yeonghye tiene una mancha verdeazulada en las nalgas, se obsesiona con un proyecto artístico donde pintaría todo su cuerpo de flores, y la haría tener relaciones frente a una cámara. Raptado por la indecisión, nunca se resuelve a informar a su esposa sobre una obra que involucra filmar a su hermana teniendo sexo, pero tampoco se la puede sacar de la cabeza. Yeonghye no quiere borrarse las flores una vez pintadas. Está más cómoda desnuda en todos lados, y bastante segura de ser más fitomorfa que antropomórfica.
El tercer acto, titulado “Los árboles en llamas”, es narrado por la hermana Inhye. La sobreadaptación aparece en escena. Inhye no se derrumba porque es a quien le toca mantener en pie a los demás, no porque no quiera. Desde chica le cocinó a su papá, cuidó de su hermana y, al igual que ella, aguantó los golpes. Es víctima de las mismas convenciones, la misma presión, de la violación conyugal (que parece tan corriente como que el sol salga todos los días). Al igual que su hermana, se pregunta cómo se puede esquivar al insomnio, cómo hacer que comience indefectiblemente la noche. Lo que en un momento se tilda tan fácilmente como una pérdida de cordura empieza a parecer, quizás, la respuesta más lógica del mundo. ¿No será mejor, en esas condiciones, ser una planta?
Gracias a estos cortes sobre el eje, vemos panópticamente el descenso a la locura de Yeonghye, pero no sin dudar. Son muchos los momentos en los que, como lectores, nos vemos dispuestos a aceptar que la conversión de humanos a plantas es posible. Esto no sucede sólo fuera de la cuarta pared, puesto que Inhye es asaltada por visiones de su hermana como un árbol, a tener pesadillas y a contemplar a los “árboles de un bosque como un gigantesco animal que soporta el rugido de la lluvia” y “hace ondular su cuerpo mojado”, antes incluso de que este delirio sea por primera vez puesto en palabras.
Ni el marido de Yeonghye, ni el de Inhye denotan el más mínimo rastro de culpa, porque todo aparenta normal después de las distintas ocasiones en las que se acostaron en la cama y sus parejas les dijeron “no tengo ganas”, pero ellos respondieron “aguanta”. El desayuno continúa puntual y la actitud de sus esposas es la de siempre después de esos días, aunque en el fondo quieran clavarse los palillos de la comida en los ojos o tirarse en la cabeza el agua hirviendo de la tetera.
Kang se mueve con naturalidad entre el presente y el recuerdo, de modo que se complementan y explican el uno al otro. Recorre, así, todas las dimensiones del fagocitar; no sólo de humanos a animales, sino también sobre cómo nos puede devorar por dentro un agujero negro. Alguien que elige, entonces, achicharrarse de la inanición. Una persona que queda cuerda solo por la inercia y la disociación defensiva pero que se pregunta, de tener la opción, si no soltaría también el fino hilo que la une a la vida diaria.
“Escribe una prosa tan delicada como cruda, tierna y brutal a la vez”, dijo Anna-Karin Palm, miembro adjunto del Comité Nobel de Literatura. La vegetariana es un relato tan sensual como inquietante, plagado de imágenes exuberantes y análisis sociales que destellan por su sutileza y, aunque el premio Nobel se otorga a la obra completa de la autora y no a un texto específico, es un gran punto de partida para leer a Kang. Seguramente llegarán pronto más traducciones al español.
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