Tres dunas. Tres gigantes. Tres visiones. El espejismo de la novela de Frank Herbert, tras el estreno de "Dune Parte II" en cines..

Tres dunas. Tres gigantes. Tres visiones. El espejismo de la novela de Frank Herbert, tras el estreno de "Dune Parte II" en cines.

Por Juampa Barbero | @juampabarbero

"¿Para qué vamos a esperar tanto a la próxima red carpet? ¡Qué alguien le dé su Oscar en este preciso instante!”, ruegan los más entusiastas en internet.

Hay geeks de la ciencia ficción que se arrodillan ante semejante magnitud. Hay críticos obnubilados que aseguran no haber visto algo así desde 2001 Odisea al Espacio (1968). Hay literatos con velas encendidas diciendo que Frank Herbert al fin puede descansar en paz. Hay una teens generation que nada le importa la genealogía de la obra porque llegaron de Euphoria (2019), y Ladybird (2017).

Hay de todo en la "Dunemania".

Apenas comenzó abril ya se habla de Dune Parte II (2024) como la película del año. 

No es la primera vez —ni será la última— que la cinefilia demuestre con exabrupto el deseo de coronar prematuramente a la que consideran la número 1 de todos los rankings. Pero, en este caso, gran parte del fandom reconoce que no es exagerado. Detrás del brillo y la gloria del presente hollywoodense, hay una elegía de un fracaso pendiente y una frustración abismal. El proceso de adaptación de Dune a lo largo de los años tuvo una maldición que la esculpió como un coloso galáctico al que nadie podía hacerle frente. 

La novela de Herbert se destaca por su meticulosa construcción de mundos, con una atención minuciosa a los paisajes, ecosistemas y culturas de distintos planetas. La narrativa está repleta de descripciones cuidadosas y enmarañadas que dan vida a este universo futurista, permitiendo al lector sumergirse en los matices de la política, la religión y la ecología, ofreciendo una experiencia envolvente. Dune es una obra que exige y recompensa la atención a sus particularidades. En definitiva, es literatura de la importante, de la que deja huella y marca tendencia.

Vayamos el tiempo atrás, mucho antes que Zendaya y Timothée Chalamet nacieran, época donde Denis Villeneuve estaba recién dando sus primeros pasos en este mundo, literalmente y no cinematográfico. El director canadiense era solo un niño cuando Alejandro Jodorowsky soñó la vasta extensión y belleza desértica de Arrakis, donde los imponentes gusanos gigantes resguardan la esquiva y sagrada especia. Esta sustancia, venerada por todos y deseada por muchos, se convierte en el epicentro de la intriga en Dune

La danza de la realidad

Esta es la historia de una película que jamás se estrenó, pero que se convirtió en una leyenda. Eran los años 70, Jodorowsky se hizo adicto a la especia cuando decidió enfrentarse a un desafío aparentemente imposible: llevar Dune a la pantalla grande. Su misión, por supuesto, era simple, adaptar una novela de ciencia ficción increíblemente compleja y llena de detalles, con una tesis política densa, profecías místicas y un elenco de personajes extravagantes. Todo ello, mientras convertía un desierto alienígena en el telón de fondo perfecto para una peripecia psicodélica con los efectos del LSD, sin la necesidad de consumir ninguna droga.

Vamos a poner en contexto. Alejandro Jodorowsky, todavía eufórico por el éxito inaudito de La Montaña Sagrada (1973), decidió que era hora de llevar su ambición a nuevas galaxias. Después de todo, ¿qué podía salir mal después de endiosar un asalto visual delirante y salir victorioso? Si Fando y Lis (1968) y El Topo (1970) no fueron suficientes, La Montaña Sagrada dejó en claro que Jodorowsky estaba completamente loco. Desde encarnar al alquimista que convierte excremento en oro, representando la transmutación de lo profano en lo sagrado, hasta reptiles explotando en una crítica satírica a la brutalidad y el sinsentido de la colonización, el genio surrealista no tenía límites, o eso se pensó antes de Dune.

Jodo, como le dicen sus amigos, tiene el don de la palabra y la capacidad de hipnotizar a su audiencia con su labia. Es novelista, dramaturgo, ensayista, poeta, director de cine y teatro, actor, músico, filósofo, psicomago, titiritero, mimo, tarotista, pintor, escultor, y autor de cómics. Entre la mística y la charlatanería, su sabiduría teje una red de ideas tan estrambóticas que dirige un torbellino de relatos que desafían toda lógica. Convierte al público en su cómplice, guiándolo por un viaje lleno de simbolismo que cuestiona la realidad misma. Antes de darte cuenta, estás tan embelesado por sus historias que ni siquiera importa si todo tiene sentido o no, porque ya te hechizó con su verbo maestro.

Ensalzada hasta el hartazgo La Montaña Sagrada, el productor francés Michael Seydoux se acercó al director con una propuesta: realizar la película que quisiera, otorgándole total libertad. “Dune —gritó el chileno enseguida, y retrucó— la Biblia de la ciencia ficción”. Cuando comenzó a planificar su adaptación, Jodorowsky se propuso conformar el equipo perfecto. Sus propios guerreros. Al primero que contactó fue al reconocido ilustrador de cómics francés Moebius, alguien capaz de plasmar su visión vanguardista en papel para crear un storyboard que sirviera de base para la película. 

Siguió Dan O'Bannon, un experto en efectos especiales que eligió después de quedar impresionado por su labor junto a John Carpenter en Dark Star (1974). Por si esto fuera poco, H.R. Giger era el indicado para Jodorowsky en cuanto a elementos visuales oscuros y distópicos. Reconocido por su estilo biomecánico y sombrío, el artista gráfico y escultor suizo fue seleccionado para diseñar la estética de los Harkonnen.

Jodorowsky iba por todo y recorrió varios kilómetros completando el ejército: Nueva York, Los Ángeles, Londres, París, Barcelona, son algunas de las ciudades donde se negoció. La ambición lo llevó a pensar el proyecto más ostentoso que alguien pudo imaginar. Convenció a Chris Foss para diseñar las naves, y a Mick Jagger para hacer de Feyd-Rautha Harkonnen. A Salvador Dalí le prometió el sueldo más caro de Hollywood, a Orson Welles la mejor comida, a Pink Floyd ser parte del soundtrack de la película más adelantada de su tiempo. Era una locura para todos, menos para él. 

“Yo creía en hacer una película que le daría una mutación a las mentes jóvenes. Era sagrado y había que sacrificarse por ello. Estaba preparado a morir por ello”, dice con entusiasmo en el documental Jodorowsky’s Dune (2013), dirigido por Frank Pavich que, después de 40 años, nos muestra cómo podría haber sido la película.

El impacto de Jodorowsky y su visión para Dune se extiende mucho más allá de la película que nunca fue. Aunque las realidades de la industria impidieron que dirigiera su revolución, su legado vive en la influencia que tuvo en el cine de ciencia ficción. La parte más fascinante de la historia radica en el storyboard de Dune, que terminó prefigurando decenas de películas míticas del género. Desde Star Wars (1977) hasta Alien (1979), pasando por Indiana Jones: en busca del arca perdida (1981), Contact (1997), Flash Gordon (1980), entre otras. “No puedes crear una obra de arte sin locura”, reflexionó el director tras la cancelación definitiva del proyecto.

Carretera perdida

Decepcionado y con los sueños rotos, Jodorowsky floreció con esa espina. A sus 92 años, todavía culpa a los productores que vieron inviable su versión. El verdadero dolor llegó cuando David Lynch, a quien él tanto admiraba, tomó las riendas de Dune. Sin embargo, la película fue un desastre y Jodorowsky sonrió. Se sintió aliviado. Tenía razón, la película de David Lynch era horrenda, y hoy es mucho peor. No hay resentimiento en su alegría, sino que hasta los amantes del cine de Lynch bajamos la retaguardia cuando hay que defender a Dune (1984). Pensamos, todo genio a veces se equivoca para demostrar que es humano.

¿Qué pasó? A Lynch se le fue de las manos, lo desbordó completamente. A tal punto que él mismo reconoce a Dune como la mancha negra en su expediente. Tras dejar a todo el mundo dado vuelta con una ópera prima del nivel de Eraserhead (1977), Lynch estaba listo para enfrentar cualquier reto. Así saltó de una película austera y bizarra, que tiene a Stanley Kubrick y John Waters entre sus máximos admiradores, a dirigir una producción mayor como El Hombre Elefante (1980), un éxito crítico y comercial, que tuvo ocho candidaturas a los premios de la Academia, incluyendo Mejor Película.

Dune de David Lynch es pura confusión y desorden, resultado de recortes que desmembraron el relato y una falta de control creativo que dejó al cineasta con las manos atadas. Su tercera película, primera en color, sufrió múltiples ajustes en su duración. Esta decisión perjudicó la comprensión de la trama que, ya de por sí, era compleja. Inicialmente, tenía ocho horas de metraje que Lynch redujo a cinco, pero el productor italiano Dino de Laurentiis y su hija insistieron en un corte final de 137 minutos. Intentar encapsular la voluminosa novela de Frank Herbert fue como jugar a encajar una estrella en una fosa cuadrada, y la consecuencia fue una narrativa apresurada, muerta desde el “vamos”, que dejó a todos rascándose la cabeza. 

Aunque la producción logró algunos destellos de grandeza, otros aspectos, como ciertos efectos especiales, quedaron embarrados en el lodo del mal gusto. Lo más vergonzoso son los escudos de protección, que parecen salidos de una clase de Paint de principiante, convirtiendo escenas épicas en comedia involuntaria. La película tropezó con sus propios pasos, decepcionando a los fanáticos y dejándolos con un sabor amargo. Además del fracaso en taquilla, la experiencia dejó a Lynch desencantado y desmoralizado con el mainstream, lo que irónicamente convirtió la película en un éxito de culto. A partir de ese momento, prometió no volver a trabajar con grandes productores y hacer cine solo para ermitaños y búhos.

David Lynch tardó dos años en redimirse con Terciopelo Azul (1986), una película imprescindible que cristalizó su don perturbador y su habilidad para envolver a la audiencia en una atmósfera inquietante. Protagonizada por un elenco de lujo: Isabella Rossellini, Dennis Hopper, Laura Dern y, por supuesto, Kyle MacLachlan. Un joven desconocido que llegó al casting como un fanático de Dune para convertirse en el mismísimo Paul Altreides, duque de Arrakis. Además de Sting (cantante de The Police), ese fue el mayor acierto de Lynch en Dune. Encontrar a su actor fetiche con quien, luego de hacerlo encontrar una oreja tirada, y esconderlo en el armario como voyeur, terminaría marcando su máximo hito entre sueños y tazas de café, en la piel del Agente Cooper, protagonista de la icónica serie televisiva Twin Peaks.

Un tropezón no es caída. Dune fue necesaria para reubicar a Lynch como uno de los directores más singulares del séptimo arte, sin importar cuándo se lea esto. Y esto no estrictamente por Corazón Salvaje (1990), que a pesar de haber ganado la Palma de Oro del Festival de Cannes, no es de las favoritas del director. El David Lynch que todos queremos es el de Carretera Perdida (1997) y Mulholland Drive (2001), donde la línea de lo real se difumina en un cóctel desconcertante. Películas que se sumergen en un mundo de identidades fluctuantes y pesadillas retorcidas. Ni que hablar Imperio (2006).

Actualmente, David Lynch se encuentra en una encrucijada que retrotrae la miseria. Snootworld es un largometraje de animación en el que el director estuvo trabajando junto a la guionista Caroline Thompson, conocida por sus trabajos para Tim Burton. La película aún no logró encontrar financiación por su afán y carácter experimental, lo que generó expectación y comparaciones con el proyecto fallido para adaptar la novela de Herbert. El futuro de la sucesora de Imperio es incierto en este momento. Es posible que Lynch logre conquistar inversores y completar la película, o que se quede en el limbo como aquellas naves de colores lisérgicos impresas en las páginas interminables de Jodorowsky.

La llegada

"Soy un gran fan de David Lynch. Cuando vi la Dune de Lynch, recuerdo estar emocionado, pero en su versión hay partes que me encantan y otros elementos con los que estoy menos cómodo. Es como estar satisfecho a medias. Por eso pensaba: 'Hay todavía una película que se necesita hacer sobre este libro, con una sensibilidad diferente’", expresó Denis Villeneuve en una entrevista de 2020 con Empire. Y, los hechos hablan por sí mismos, Villeneuve fue el elegido.

Así como los fremen esperaron una eternidad para la llegada de Lisan Al Gaib, su mesías, el salvador de Arrakis; lo mismo sucedió con la cinefilia cuando se descubrió la primera parte de Dune de Denis Villeneuve en 2021. Tras demostrar su idoneidad para romper el maleficio con clásicos de la ciencia ficción contemporánea de la talla de Arrival (2016) y Blade Runner 2049 (2017), el cineasta canadiense se puso al hombro el ávido proyecto para infundir y legitimar el peso de la historia del séptimo arte en una epopeya sideral alucinante. 

Las raíces son importantes. Por un lado, Arrival es una película que arrasa con los clichés del género para entablar conceptos de semiótica pura. Toma distancia de la batalla contra los alienígenas en pos de reflejar cómo la construcción del lenguaje puede ser un puente entre culturas, e incluso entre especies. A medida que la protagonista aprende el idioma heptapodo, su percepción del tiempo se transforma, permitiéndole ver el pasado, presente y futuro de manera simultánea. 

Por el otro, Blade Runner 2049 se va a un Los Ángeles distópico, donde los replicantes, androides biotecnológicos indistinguibles de los humanos, son perseguidos para ser exterminados. Un neo-noir deslumbrante que se caracteriza por su atmósfera opresiva y estética cyberpunk. Las calles están cubiertas por una lluvia persistente que refleja la luz de los neones parpadeantes, iluminando oscuros callejones y rascacielos gigantescos. Los edificios se alzan como monumentos a la tecnología, pero también proyectan una sensación de decadencia y alienación.

Blade Runner 2049 es la secuela de la aclamada película de 1982, dirigida por Ridley Scott, quien, antes que David Lynch, también estuvo a punto de dirigir Dune tras Alien y Blade Runner. Scott se encontró con Dino De Laurentiis, el productor que había adquirido los derechos de los libros de Herbert en 1978 después del intento fallido de Alejandro Jodorowsky. Con la intención de crear una respuesta adulta a "Star Wars" en dos partes, Scott leyó algunas de las primeras versiones del guion, incluyendo una escrita por el propio Herbert que sentía completamente filmable, pero se negó a viajar hasta México para materializarla. 

No todo es ciencia ficción en el cine de Villeneuve. Es una mente escabrosa que teje las intensidades del thriller con agujas filosas e hilos de sangre. Desapariciones en la Guerra del Líbano (Incendies), o desapariciones en un pintoresco barrio norteamericano (Prisoners), son hermanadas con la melancolía que sólo la música de Radiohead puede provocar. Villeneuve sabe sondear las heridas del alma sin tener que descuidar el peso de la trama, y mucho menos del entretenimiento. Es de esos directores que tienen tanto de autoría como de pochoclos, un realizador prolífico que le pueda gustar al más snob como al que solo se quiere comer un viaje.

Cuatro décadas después de Lynch, Dune Parte II superó ampliamente los números de su predecesora, recaudando 631 millones de dólares en los cines y afianzándose como un tanque comercial. Con este impulso, Villeneuve tiene la oportunidad de llevar a cabo una tercera entrega, basada en la novela 'Dune Messiah', que sigue explorando la épica historia de Paul Atreides y su conquista de la galaxia. El guion ya está en proceso de escritura, según confirmó.

Aunque Villeneuve dijo que necesitaba un respiro después de lidiar con las dunas, se sugiere que su adaptación de Nuclear War: A Scenario podría ser su próximo experimento. Habrá que esperar para saber si decide tomarse un descanso de Arrakis antes de lo previsto y optar por un nuevo aire en otro planeta. Los fans de Dune esperan impacientes el próximo capítulo de esta saga mientras suena el grito a corazón abierto en “Paul’s Dream” de Hans Zimmer hasta el fin de los tiempos.

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