Por Catalina Zabala
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El panorama musical más reciente está lleno de estrellas de pop. Dua Lipa, Sabrina Carpenter, Tate McRae. En español Rosalía, Aitana, Emilia, Tini o Lola Índigo. Si retrocedemos algunos años, Shakira, Jennifer Lopez, Thalía. Todavía más atrás, Britney Spears. Pero todo patrón tiene un punto de origen. Raffaella Carrà fue uno de ellos.
La explosión de su carrera se dio entre los años 70 y 80. En ese entonces, la rodeaban artistas de gran calibre, pero de un perfil muy diferente. En medio de una generación profundamente conquistada por el rock, las figuras pop quedaban en un segundo plano y no eran tomadas con la misma seriedad. En Suecia, la agrupación Abba alcanzaba sus mayores éxitos también por ese entonces. Era, además, una banda liderada por mujeres.
Pero el perfil era otro. Trajes llamativos pero holgados y de gran tamaño, movimientos recatados. Coreografías mesuradas y canciones de desamor. Ellas esperan el regreso de los hombres que las habían lastimado. Letras anticipables para el contexto de su época.
“La reina de la televisión italiana”. “Ícono de la cultura pop”. Raffaella Carrà siempre presumió de un perfil histriónico que la caracterizaba. Cantaba sola y no comulgaba con su realidad coyuntural. Fue una revolucionaria en términos de movimiento, moda y letras. Que una mujer se parara sola en el escenario (o rodeada de bailarines hombres) a bailar descontroladamente, usar trajes brillantes ceñidos al cuerpo y, sobre todo, cantar sobre el disfrute sexual y la capacidad de dejar a un hombre por iniciativa propia, no estaba en los planes de nadie. Como era de esperarse, fue un escándalo.

Foto: Gtres
Trajes muy ajustados al cuerpo desde el cuello hasta los pies, que permitían ver cualquier mínima curva de su figura tan esbelta y envidiable. Movimientos impredecibles y sonrisa constante. Volteretas, acrobacias con ayuda de hombres entregados a su merced, y una melena incontrolable que utilizaba a su favor. ¿Qué cantaba? Canciones sobre dónde era el mejor lugar para hacer el amor. Un corazón que explota de pasión. La sencilla posibilidad de encontrar un hombre “más bueno” luego de una ruptura, y de volverse a enamorar.
Debutó como actriz en los 60, firmó un contrato con la 20th Century Fox de Hollywood y actuó junto a Fran Sinatra. Pero luego de unos años de experiencia, no se sentía cómoda en la tierra de las oportunidades y regresó a Italia. Aún así, este histrionismo la mantuvo bajo los focos: se entregó a la televisión italiana y la conquistó.
Lanzó 25 álbumes de estudio, varios de los cuales reversionó al castellano. A la hora de expandir su público, su carácter pasional y extrovertido quizás influyó en la audiencia a la que apuntó, el calor del habla hispana. La traducción fue un gran acierto: se convirtió en una de las figuras más aclamadas de España y América Latina. Algo que habría sido sumamente difícil si se hubiera limitado únicamente al italiano.
Las letras de Raffaella no tienen doble interpretación. Con “Hay que venir al sur”, le daba al sexo el protagonismo en el mundo sin guerra. Que no hay como los amantes del sur de su patria. Y extasiada, se preguntaba: “¿Sin amantes quién se puede consolar? Sin amantes, esta vida es infernal”. En “0303456” buscaba generar una especie de sexting de los 70. “03 03 456, marco y marco, no hay nadie, no puedo más. La soledad en esta noche es mala compañera, mi pecho quiere sentir tu peso y ya se desespera”.
Y por si fuera poco, decide tocar también el tema de la homosexualidad entre hombres con “Lucas”, que cuenta la historia de un novio que la abandona sin dar explicaciones, para luego encontrárselo con otro hombre: “Quizás un viejo amigo”. Fue censurada con “Tuca Tuca” porque ya no dejaba nada para explicar: “Este baile tan extraño que hago contigo, se llama Tuca- Tuca y lo he inventado yo”. En sus presentaciones en vivo jugaba a los toques con un bailarín que se mostraba delirante y entregado a ella, como siempre. Se tocaban como con timidez o inocencia, pero de arriba abajo, sin dejar nada. Esta canción le valió nada más ni nada menos que la censura del propio Vaticano por considerarla “demasiado provocadora” a través de su periódico L'Osservatore Romano.
Raffaella Carrà puso no solo sobre la mesa, sino que también sobre el escenario y bajo la luz de cada foco, la sexualidad femenina desatada en plena década de los 70, y la sociedad se rindió a sus pies. No faltó la crítica ni la censura, pero sobrevivió. Quizá sin saberlo, dio el primer paso de un enorme legado que hoy, si bien sigue teniendo sus dificultades para abrirse paso, goza de un paradigma de suma fertilidad en comparación a aquellos tiempos gracias a figuras como la suya.
Porque eso los hombres ya lo cantaban. Esta generación llevaba 20 años procesando lo que había vivido con la figura de Elvis Presley. Movimientos pélvicos y descontrol. Erotismo, seducción a fuego lento, mirada penetrante, y voz grave. La fruta prohibida ya había sido mordida, ¿pero qué hacían las mujeres? Miraban. Deseaban. Todavía no se animaban a abandonar el rol pasivo que la historia les había pedido que ocuparan por tanto tiempo. Y si bien mujeres cantantes en la época hubo muchas y las voces prodigiosas abundaban, ninguna había tomado este camino, que comenzaría en los 70 en tierras italianas.
El concepto de femme fatale estuvo presente en prácticamente todas las culturas de la historia. Alude a esa figura femenina que representa un peligro, una amenaza. Seduce a un héroe desventurado y lo hace desviarse de su camino. Todo esto entendido, lógicamente, desde una perspectiva masculina. Raffaella Carrà fue la primera en abrazar esta etiqueta y darla vuelta. Se sabe poderosa, se sabe capaz de provocar. Toma la acusación y el señalamiento con el dedo y lo hace cada vez más evidente.
Hoy, conscientemente o no, muchas mujeres se convirtieron en discípulas. Los trajes al cuerpo de los shows de Dua Lipa. El uso del pelo como arma letal. Caminata seductora y contorneo. No es casual que haya elegido cantar “A far l'amore comincia tu” de Raffaella en su concierto en Milán el pasado 12 de junio. 50 años después, se sigue generando el mismo efecto. Porque apela a los instintos más primitivos de la raza humana, unos que no se apagan con ciencia, con conocimiento ni con un montón de palabras. Se quiera o no, la fórmula todavía funciona, y hoy parece hacerlo más que nunca.
Sabrina Carpenter lo vuelve aún más evidente. Se encuentra en el punto máximo de su carrera y también la cancelan, bastante. Sus letras explícitas acerca de sus apetitos sexuales combinadas con una estética ultra femenina y teñida de un rosado inocente genera un cortocircuito que molesta a muchos. Imita posiciones sexuales al ritmo de “Juno”, lleva esposas de color rosa a sus shows. Sus apariciones en lencería y sus provocaciones tras las cortinas de una cama cuando canta “Bed Chem” siguen dando de qué hablar, pero siguen funcionando. El Short N´Sweet Tour apela a la sensualidad concentrada en su metro y medio de estatura, a la provocación, a la femme fatale.
Incluso las canciones de Carrà vuelven y toman diferentes formas. “Pedro” es una tendencia en TikTok, y por lo general va acompañado con edits de usuarios dedicados al actor Pedro Pascal. Bob Sinclar sampleó “A far l'amore comincia tu” y la transformó en “Far l'amore”, un hit de la electrónica del 2011.
Raffaella fue quien dio el primer paso para una larga lista de cantantes mujeres que quisieron tomar la misma senda. Que tomaron a la femme fatal y la encarnaron orgullosas. Y hoy, 50 años después, siguen siendo castigadas por cantar sobre lo que quieren. Sabrina Carpenter, Aitana, Emilia. Cantantes de pop que hoy encabezan las listas de reproducciones y que fueron en algún momento criticadas por ser explícitas. Por aludir a una naturaleza que hasta el día de hoy sigue incomodando. Pero aunque sigan siendo golpeadas por las audiencias, no estarían donde están sin precedentes que abrieran su camino.
Por Catalina Zabala
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