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Entrevistas
Inhumano, demasiado inhumano

El odio en primera persona: un viaje literario a la mente de un jerarca nazi empedernido

Hablamos con el escritor paraguayo Carlos Mateo Balmelli acerca de su nueva novela, “El andar del lobo”.

21.11.2022 10:05

Lectura: 14'

2022-11-21T10:05:00-03:00
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Por Gerardo Carrasco
  gcarrasco@m.uy

En mayo de 1945, el imperio alemán que Adolf Hitler soñaba milenario cerraba su malhadada andadura luego de seis años de conflicto y destrucción. El nacional socialismo dejaba como legado un continente arrasado, una barbarie nunca vista y heridas que hoy, casi 80 años después, todavía no cicatrizan por completo.

Con el paso de tiempo, el abordaje histórico del nazismo no ha estado exento de controversias y dificultades. Buena prueba de ello es lo ocurrido con el libro Mi lucha, redactado por Adolf Hitler en presidio antes de convertirse en el tirano de Alemania, y que es considerado como una suerte de “biblia del nazismo”.

Mientras algunas voces aseguraban que lo mejor era guardarlo bajo siete llaves para evitar la difusión de su mensaje de odio y racismo, otros sostenían que ello resultaría contraproducente: dotaría a la obra de la seducción de lo prohibido, y a la vez impediría su análisis crítico y la refutación de sus falaces contenidos.

Sin necesidad de llegar siquiera a las páginas escritas por Hitler, el escritor paraguayo Carlos Mateo Balmelli sostiene que el tratamiento histórico que se ha dado a menudo al nazismo y sus principales figuras no ha sido adecuado, y eso le ha hecho un flaco favor a la necesaria comprensión del fenómeno.

“Creo que hay ciertas posturas que es necesario revisar”, advierte acerca de cierta bibliografía —y filmografía—que presenta una visión casi caricaturesca de los nazis.

“Si queremos entender el nazismo, lo peor que podemos hacer es decir que Hitler era un simple cabo, un analfabeto funcional. Son reduccionismos que no ayudan a comprender la complejidad de los fenómenos”, explica en declaraciones a Montevideo Portal.

Todo comenzó en el barro de Flandes

La Primera Guerra Mundial —conocida como Gran Guerra, hasta que las mismas naciones que la protagonizaron se abocaron a una mayor— fue la primera gran conmoción del convulso siglo XX.

Surgido de una tensión internacional que fue creciendo durante el arranque del siglo, el enfrentamiento se desarrolló bajo una premisa tácita y perversa que se podría resumir groseramente en una frase: el que pierde paga toda la cuenta. Y como Alemania perdió, debió asumir los costos materiales, territoriales, políticos y hasta psicológicos de la tragedia bélica.

Wolfgang, el protagonista de la novela, y cuyo nombre significa “el que anda como lobo”, forma parte de esa generación de entreguerras que creció en un país en crisis económica y social, y con el resentimiento que el leonino tratado de Versalles despertaba en sus contemporáneos. Sin embargo, a menudo se olvida que los términos de ese documento no diferían demasiado de los que Alemania había ofrecido a Francia en 1914, cuando los germanos parecían capaces de alcanzar una rápida victoria.

Como tantos otros alemanes de su tiempo, Wolfgang vería en Hitler al hombre providencial para “hacer a Alemania grande otra vez” y vindicar la mancillada honra nacional.

El tío que vino de Alemania lleno de cicatrices

Pese a ser autor de varias novelas, Mateo es conocido en Paraguay por su labor como político y periodista, y no tanto por su literatura. “Lo bueno de tener pocos lectores es que los conoces a casi todos”, bromea, para luego hacer una aclaración liminar.  “Siempre aclaro que no soy un escritor profesional. Escribo en mi tiempo libre y les robo tiempo a mis días laborales. No sé si elijo los temas que abordo, o ellos a mí. Yo conozco el principio y el final de la obra, y luego los personajes me van visitando, me dejo vivir y llevar por ellos”, explica acerca de su modo de escribir.

En cuanto a la “visita” de un personaje como Wolfgang, señala que es algo que incubaba desde la infancia.

Carlos Mateo Balmelli durante su reciente visita a Uruguay. Gerardo Carrasco / Montevideo Portal

Carlos Mateo Balmelli durante su reciente visita a Uruguay. Gerardo Carrasco / Montevideo Portal

“Yo no soy de origen alemán, pero tuve un tío político que sí lo era. Combatió en la Segunda Guerra Mundial, fue soldado raso voluntario y estuvo en el frente oriental. Luego se casó con una tía mía, española republicana, a la que conoció en Brasil”, expresa.

“Él tenía una esquirla incrustada y dos heridas de bala en las piernas. Yo siempre fui muy curioso y ya de niño le preguntaba por la guerra, quería sonsacarlo, pero él no hablaba mucho del tema”, recuerda.

De entre las escasas revelaciones de su tío, Mateo recuerda su aversión y temor para con sus antiguos adversarios. “Cuando al final contaba alguna cosa, hablaba de lo bárbaros que eran los rusos”, rememora.

Este familiar, llamado también Wolfgang, le brindaría al autor los cimientos para construir a su personaje de ficción. Tanto el Wolfgang real como el ficticio habían formado parte de las juventudes hitlerianas y se afiliaron posteriormente al partido nazi. Sin embargo, mientras el personaje verídico había sido un mero soldado, el literario era muy diferente: Mateo creó deliberadamente –y por razones que se verán más adelante— un nazi arquetípico que era también brillante, educado y sumamente culto. Un oficial de las Schutzstaffel (temida organización genocida conocida como las SS) que alcanzaría cargos de responsabilidad y que en su larga vida jamás se arrepentiría de las atrocidades de las que fue a veces cómplice y a menudo perpetrador.

Si bien las primeras informaciones que el autor tuvo sobre la guerra vinieron de los renuentes comentarios de su tío, su comprensión del conflicto cambió de óptica más adelante.

“Luego crecí, me eduqué en Alemania y fui descubriendo la crueldad de la ocupación alemana de Rusia”, cuenta el novelista, quien insiste en hacer una distinción geográfica entre lo ocurrido en un extremo y otro de Europa: mientras la guerra en occidente, en lugares como Francia o Bélgica, era de ocupación, en el frente oriental la realidad fue muy distinta. Allí los alemanes se lanzaron a la “conquista del espacio vital” y se propusieron el exterminio y aniquilación de la población eslava, esgrimiendo como justificación sus trasnochados e insostenibles argumentos raciales.

Para entender lo incomprensible

A un lector poco dispuesto a detenerse en las entrelíneas (o sin paciencia para esperar al desenlace de la obra), la lectura de El andar del lobo puede producirle una perplejidad inicial, y hasta una sensación de rechazo.

Sucede que la mayor parte del texto consiste en una suerte de diario del personaje, un panegírico donde un nazi inveterado lanza, con un estilo sentencioso y repleto de aforismos, justificaciones al expansionismo alemán, las masacres y hasta el Holocausto. Y para colmo, el antiguo criminal se expresa con la autoridad de quien está convencido de que la razón está de su lado, y no esboza el menor arrepentimiento o autocrítica.

Por ello, a medida que se avanza en las páginas de la obra puede surgir la inquietante sospecha de que el libro sea en verdad una mera reivindicación del Tercer Reich a través de una voz de ficción, algo que —sin incurrir en spoilers— no es lo que se plantea.

Como cualquier otro escritor, Mateo sabía de antemano que situar al “malo” como protagonista equivalía a complicarse la tarea y asumir un riesgo. Porque el lector tiende a empatizar con el personaje principal, y si este es el villano de la historia se produce un cortocircuito que puede dar al traste con la obra. Sin embargo, el paraguayo dobló la apuesta y jugó una carta similar a la de la película Inglourious bastards. Creó a un nazi refinado, culto y hasta virtuoso. Alguien que, si prescindiera del uniforme y las insignias, podría sentare en cualquier mesa de café del mundo y sostener con los parroquianos la más amable y cautivante de las conversaciones.

Este personaje tiene a su vez otra característica útil para las intenciones del narrador: a diferencia del simple soldado que fue su tío, el Wolfgang de ficción era un jerarca de las SS, y como tal no podía mirar para el costado ni fingir —como tantos al final de la guerra— ignorar lo que sucedía: siempre supo lo que hacía y lo defendió hasta el fin de sus días.

“Creo que el mérito literario reposa en lograr un personaje que sea veraz, no uno arrepentido, porque eso sería entrar en la vieja lógica del ‘yo no sabía lo que se hacía’, y yo creo que mucha gente en Alemania sabía todo lo que se hacía porque, como lo señala el mismo Wolfgang, el führer dijo todo lo que iba a hacer. Y si bien algunos podrían alegar que la solución final (eufemístico nombre dado por los nazis al Holocausto) no estaba inicialmente planificada, o al menos no como luego se llevó a cabo, sí estaba previsto que los judíos debían salir de Europa”, sostiene el autor. En ese sentido, recuerda iniciativas como el Plan Madagascar, con el que los nazis pretendían transformar esa isla africana en un gigantesco campo de concentración.

Carlos Mateo Balmelli durante su reciente visita a Uruguay. Gerardo Carrasco / Montevideo Portal

Carlos Mateo Balmelli durante su reciente visita a Uruguay. Gerardo Carrasco / Montevideo Portal

“Wolfgang es graníticamente un nacionalsocialista; cree que Alemania fue maltratada en el tratado de Versalles, y no es el único”, expresa el autor, quien recuerda que incluso en el bando vencedor hubo voces que sugirieron que se había cometido un error al cargarle al país la responsabilidad competa de la conflagración.

Así, y como nazi de manual, “Wolfgang creía que en ese momento Alemania se encontraba en la anarquía y requería un führer unificador” y que, a diferencia de lo que sucedía en otros credos totalitarios, donde se apelaba a la religión, en el caso del nazismo “el elemento motor era la raza; no había lucha de clases, sino racial”. Por ello, “al invadir la Unión Soviética, además de conquistar el espacio vital, también se acababa con un estado judeocristiano, porque era un estado marxista”. Por otra parte, “los nazis habían decretado la defunción de la conciencia, que para ellos era un invento de los judíos, y que le imponía a la gente cosas como amar al prójimo como a uno mismo, cierta conducta de reciprocidad, de respeto, de libertad, y ellos decían que eso contradecía la naturaleza humana instintiva, al hombre siendo lobo del hombre”.

En las botas de un SS

Para Mateo, la construcción de Wolfgang sirve para instalarse en la mente de un nazi convencido. No para comulgar con él o justificarlo, sino para entender cómo una nación civilizada y personas ilustradas se lanzaron con entusiasmo a la más inhumana de las empresas.

“Creo que no hay que escuchar solo el gemido agónico de la víctima, sino conocer también la voz prepotente e impune del verdugo. Entiendo que para comprender el mal hay que comprender a ese verdugo. Debemos tener el coraje de explorar el corazón, la mente, el pensamiento de los verdugos, de lo contrario no podremos tener un cuadro unificado de la realidad, de la antropología humana”, asegura.

A ese respecto, recuerda que en la novela también se vierte la voz de un narrador, un modesto escriba que dice haberse topado por azar con los manuscritos de Wolfgang y que decidió su edición y publicación, luego de sustraerle algunas de las descripciones horrendas que el alemán había incluido.

“En una parte del libro, ese narrador dice que no entiende cómo pueden solicitar sitio en el corazón humano sentimientos tan encontrados como el amor y el odio. Pero el odio y el amor conviven en el corazón humano y Wolfgang dice que estas atrocidades humanas nunca van a acabarse, y la historia le dio la razón”, asegura, y enumera acto seguido la larga lista de guerras y masacres ocurridas luego de la Segunda Guerra Mundial.

Yo veo el futuro repetir el pasado

“Todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado”, aseguraba tiempo atrás el escritor español Arturo Pérez-Reverte en una de sus columnas periodísticas. La desangelada idea de que la historia se repite sin que seamos capaces de evitarlo forma parte también del bagaje intelectual del protagonista de El andar del lobo.

“Wolfgang dice que esto ha pasado siempre, y creo que tenemos que enfrentarnos con esa realidad. Si yo quiero construir la paz, ¿es mejor pensar que es una espontaneidad humana, o fruto de un artificio? Quizá artificialmente yo tengo que ser consciente de que si no renuncio a matarte, tú nunca vas a renunciar a matarme”, sugiere.

Portada de la obra

Portada de la obra

Desde su visión totalitaria del mundo, “Wolfgang cree que la realidad es siempre la misma y niega la historia como un devenir; rechaza la idea de Hegel de que la historia está impregnada de racionalidad, de que conduce al aumento de las libertades individuales. Hegel veía en el estado prusiano la conciencia superior de la civilización, pero Wolfgang no cree en esa evolución, considera que la realidad es única, y que se expresa siempre de la misma manera”, remarca.

“Hoy vemos que la Rusia de Putin invade Ucrania. No quiero de ninguna manera hacer un símil entre Hitler y Putin; solo digo que los argumentos de ahora y de entonces, acerca de límites y nacionalidades, son muy similares. Wolfgang dice en el libro que el objetivo es Ucrania, y hoy el objetivo es de nuevo Ucrania”, compara.

Por ello, para cortar de algún modo ese eterno retorno de la barbarie, Mateo entiende que es necesario “construir el escenario de la paz”, que siempre está en riesgo y que “la historia ha demostrado que se destruye con mucha facilidad”. Por ello, es menester que los conflictos bélicos se resuelvan sin incurrir en errores desastrosos como los de Versalles en 1919, ya que eso “abre las puertas a una furibunda irracionalidad, que forma parte de la realidad” y puede desencadenar tragedias como las de la Segunda Guerra Mundial.

Un hombre respetable

Sin adelantar al lector pormenores develadores sobre el argumento, puede decirse que la vida de Wolfgang luego de 1945 se asemeja a la de numerosos jerarcas nazis sobrevivientes a la guerra. Viajó a América, cambió el uniforme de las SS por ropas civiles, consiguió empleo, comenzó una nueva existencia e incluso se ganó el respeto y el aprecio de quienes lo trataron. Pero siguió siendo hitleriano en su fuero interno.

Ese camuflaje puede remitirnos fácilmente a la actualidad, donde los movimientos de cuño neonazi, neofascista o —último grito de la moda italiana— postfascista, se cuelan de rondón en la política de numerosos países.

Esas personas que se ocultan bajo seudónimos en redes sociales y lanzan diatribas antisemitas, racistas y xenófobas, tienen una vida fuera del ciberespacio. Nos las cruzamos en la calle, en la cola del supermercado, interactuamos personalmente con ellas de las más diversas formas. No tienen grandes fauces ni enormes orejas, como el lobo de Caperucita Roja, pero pueden ser feroces.

Suena entonces más vigente que nunca la advertencia del poeta español Juan Eduardo Cirlot: “Lo espantoso es sencillo y está siempre muy cerca”.

Sobre el autor:

Carlos Mateo Balmelli nació en Asunción en 1961. Es egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción, y cursó estudios de Derecho Público, Ciencias Políticas y Romanística en Alemania, entre 1986 y 1991.

Culminó la redacción de su tesis doctoral en la Universidad de Mainz, en la República Federal Alemana. Fue miembro de la Convención Nacional Constituyente (1992), vicecanciller (1999), presidente del Congreso paraguayo (2003-2004), senador de la República (2003-2008), director general paraguayo de la represa Itaipú Binacional (2008-2010) y director ejecutivo de la fundación A Todo Pulmón - Paraguay Respira.

Fue miembro de la Convención Nacional Constituyente de 1992, que sancionó la vigente Constitución Nacional del Paraguay. Fue senador entre 2003 y 2008, y entre 2008 y 2010 ejerció el cargo de director general de la Entidad Binacional Itaipú.

Ha publicado los libros ensayísticos Zur gegenwaertigen Verfassungdiskussion in ausgewaehlten lateinamerikanischen laendernChile, Paraguay, ArgentinaEl desarrollo institucionalLos procesos internos y la globalización; Gobernabilidad democráticaLa reforma institucional del Estado y la calidad de la políticaCuestión de EstadoItaipúUna reflexión ético-política sobre el poder (Aguilar, 2011) y las novelas La pasión de Lucrecia (Suma de Letras, 2013), A la sombra de un destino (Suma de Letras, 2015), Tamarindo (Suma de Letras, 2017), Filosofía de vida (Suma de Letras, 2019) y El Premio Nobel (Suma de Letras, 2020).

Por Gerardo Carrasco
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