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Cine
Azúcar y violencia

El sueño de fiebre con tintes de Mary Shelley que propone Lanthimos en Poor Things

La última película del director griego tiene dejos del Frankenstein de Shelley, estética barroca y la actuación notable de Emma Stone.

30.01.2024 18:26

Lectura: 6'

2024-01-30T18:26:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
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"Me aventuré al mundo y no encontré más que azúcar y violencia". 

Esto es lo que le dice Bella Baxter, la protagonista de Poor Things (2023) —encarnada por una Emma Stone sobresaliente—, a Duncan Wedderburn, su amante libertino. Había vuelto de recorrer sola, por primera vez, Lisboa. Minutos atrás, la trama era monocromática y existía de manera exclusiva en la casa del doctor Godwin Baxter.  

Poor Things (2023) tiene once nominaciones al Óscar y una recepción altamente positiva en la crítica y la audiencia. Por dos horas y veinte minutos, despliega recursos cinematográficos que sirven para introducir lo que, en principio, parece ser una realidad alternativa y distante. Conforme avanza la trama y Bella Baxter hunde cada vez más los pies en el barro del mundo terrenal, no hay animales andróginos ni experimentos irreales que nos eviten lo familiar.

Poor Things (2023)

Poor Things (2023)

Antes de Yorgos Lanthimos, Poor Things (1992) era el libro, de titulo homónimo, del escritor escocés Alasdair Gray. Los personajes son los mismos, es el conflicto el que varía. O la ambigüedad. En el libro, es Archibald McCandless, el marido de la protagonista, quien afirma que Godwin Baxter le devolvió la vida al cadáver de su esposa, intercambiando su cerebro por el de un bebé. También la acusa de huir con Duncan Wedderburn. Ella niega los hechos. Lanthimos toma solamente el relato de McCandless y, a partir de él, crea algo nuevo.  

Las relaciones de poder en los vínculos y las críticas sociales son algo que el director ya abordó antes. En La Favorita (2018), la tríada entre la reina Ana (Olivia Colman), Abigail (Emma Stone) y Sarah (Rachel Weisz) destapa lo perverso de las ansias de poder cuando es mezclado con lo sexo afectivo. En Langosta (2015), es la presión social por tener una pareja que lleva a los individuos a recurrir a métodos deshonestos con tal de no quedar por fuera, o recibir un castigo.  

En el caso de Poor Things, Bella Baxter experimenta las pujas de poder en diversos vínculos. En un principio, con Godwin Baxter —a quien llama “God” en un guiño a la santa trinidad— su padre y creador. Un titán que, a diferencia de Víctor Frankenstein, que era un monstruo moral, es un monstruo físico. Con Duncan Wedderburn, que busca aprovecharse de su inocencia. Incluso con Swiney, su jefa y dueña del prostíbulo.  

A su vez, descubre el mundo. Uno surreal, barroco y similar a un sueño de fiebre. Su desarrollo frente a lo exterior genera terror, se expone a situaciones en las que su ingenuidad puede jugarle en contra. Pero es esta misma la que termina haciendo que salga bien parada. O que, al menos, no se entere. Entonces, el cuestionamiento deja de ser hacia ella y se proyecta hacia el individuo promedio.

La dirección de fotografía está justificada hacia las sensaciones que busca provocar. La incomodidad y desconcierto del principio. El ojo de pez para generar un sentimiento de ser ajeno a la situación. El contraste entre el blanco y negro y la gama de colores saturados que muestran el mundo interno y externo. Los zooms hacia los rostros de los personajes. No solo le sirve a la trama, también es extremadamente estético. Hay escenas, como la de la pista de baile en Lisboa o el dolor en las escaleras de Alejandría, que se graban en la retina. El trabajo de Jerskin Fendrix en el soundtrack acompaña.

El trabajo físico de Emma Stone se roba la pantalla. El desarrollo de personaje fluye. Las fases por las que transita condicen con el movimiento de cualquier individuo desde la infancia hacia la adultez. Mark Ruffalo emprende el desafío de interpretar a un personaje excéntrico, en el acento y hasta en los gestos. Y es creíble (dentro de los parámetros surrealistas del largometraje). Es más que justo que estén nominados para Mejor Actriz Principal y Mejor Actor de Reparto respectivamente en los Óscar. Lo que hace que se mantenga el nivel es el guion. Ingenioso, con tintes oscuros, rápido, por momentos hasta difícil de seguir.  

Se acusó de hipersexualizar a Emma Stone, de abusar de los diálogos con pretensión, hasta de la dirección y lo visual. Funciona. No es poco. De hecho, es bastante si se observan los productos audiovisuales de la última década. La misma Stone salió a defender las escenas de sexo. Afirmó a la BBC que eran una parte crucial de su personaje. Y lo son. 

Sin embargo, es verdad que es hija de su tiempo. Uno donde los personajes femeninos son puestos en una especie de viaje del héroe de Campbell en el que el dilema se resume a quedarse en la artificialidad de lo fantasioso o asumir la realidad, con todas sus ventajas y desafíos. Tamara Tenenbaum toma el concepto de "El año de las muñecas", de una columna en la New Yorker. Es que ocurre en Barbie (2023), ocurre en Priscilla (2023), ocurre también en Poor Things.  

Poor Things (2023)

Poor Things (2023)

Teniendo todo esto, a la película le sobran minutos del final. Es entendible que en producciones caracterizadas por lo que sobra y no lo que falta, la línea sea delgada. La última escena puede asimilarse como un triunfo, pero también como algo un poco acartonado.  

Poor Things es una brisa de aire en tiempos donde los subtextos parecen estar caducos. En el que un discurso oxidado, como el del personaje de America Ferrera en Barbie, es recibido por la opinión pública como la fórmula de la pólvora. Lanthimos no pierde su insignia. La creatividad, la dirección de fotografía, el guion —por favor, qué guion—, puestos a la orden para hacer un análisis social y humano. Sin caer en clichés, sin querer caer bien, sin tener que acudir a lo explicito en un momento donde parece haber más esfuerzo por encontrar fallas para reprochar, que prestar atención al mensaje. 

Por Sofía Durand Fernández
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