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Contenido creado por Federica Bordaberry
Música
Música en el hielo y fantasías

Emil Montgomery viajó a la Antártida y volvió con Aura, su nuevo show

Aura supone un nuevo comienzo en su carrera o, al menos, algo totalmente diferente a lo que había hecho antes.

24.05.2022 08:58

Lectura: 6'

2022-05-24T08:58:00-03:00
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Escribe Federico Medina | @fed_medina

Fan declarado de la ciencia ficción, con particular gusto por la producida durante los setentas y los ochentas, no sorprende -aunque asombra- que en el desenlace de su nuevo espectáculo podamos ver a Carl Sagan proyectado en las paredes laterales de la Sala Nelly Goitiño y en el fondo del escenario, como en la pantalla gigante del viejo Cine Censa.

“Todos saben que es una locura, y cada país tiene una excusa…”, dice, mientras camina entre la naturaleza verde, el célebre astrónomo y divulgador científico Carl Sagan, a propósito del peligro de las bombas nucleares y la constante y progresiva destrucción de nuestro planeta.

De esa forma, el músico y artista uruguayo Emil Montgomery le rinde tributo a una de sus más grandes influencias, con un fragmento de su nuevo relato (perfectamente conectado con el universo de Cosmos: un viaje personal, la serie documental que llevó a la fama Carl Sagan y que ahora es reproducida en el centro de una ciudad del Uruguay) que lleva como nombre “Aura, la voz de la tierra” y que tuvo, este viernes 20 mayo, su avant premiere.

En febrero de 2018, Emil viajó a la Antártida. Ni bien bajó del avión -contó- sintió la misma sensación que había experimentado muy de niño, cuando descubrió en un campo agreste, un universo nuevo con plantas, flores, insectos y especies desconocidas, en el que podía explorar hasta el infinito.

Fotos: Michael González

Fotos: Michael González

Según lo compartido con su audiencia al principio del espectáculo -y entre los movimientos de esta obra-  Aura supone un nuevo comienzo en su carrera o, al menos, algo totalmente diferente a lo que había hecho antes.

En la historia más o menos conocida de este artista hay una decena de eventos extravagantes y hasta increíbles, como un concierto en el Palacio Legislativo ante miles de personas, otro en el Hipódromo de Maroñas, fiestas multitudinarias en Punta Del Este, y otros, igual de ambiciosos y atractivos.

Aura, como anteriores espectáculos suyos, también es una propuesta audiovisual, donde la música y las imágenes proyectadas son parte de un todo integral que dialoga o estimula diferentes zonas del cerebro, en esta ocasión, con el fin de transportar a los presentes hacia la mismísima Antártida. Lo mismo sucede con las luces y su narración unipersonal de pausas, a veces largas, o de momentos de emoción que el artista se permite frente a un público que lo sigue y lo conoce mucho.

Sin embargo, este universo recién descubierto (el de la Antártida) y traducido en lenguaje musical y de artes visuales, se presenta bastante despojado del habitual barroquismo de Montgomery. Desde el comienzo del show hasta el final, el artista sigue una dirección estética muy clara y concreta. No hay demasiados artificios o sonoridades que no remitan a su idea inicial.

“Esto es música en tiempo real con los sonidos del entorno”, así definió su intervención artística en el continente más austral del planeta.

Cerca de las nueve de la noche, detrás de un set de teclados y sintetizadores -y un ordenador- comenzó a disparar su música ambiental para meter a los espectadores en un viaje de intensos estimulos visuales y auditivos.

En la pantalla principal una primera animación digital (como todas las del show, diseñadas por Nicolás Arin) nos sumerge en un esfera de mil giros. Los píxeles y sus fragmentos forman otras esferas más pequeñas y vuelven a unirse en un efecto hipnótico.

Es la llegada a un nuevo planeta del que, por ahora, no sabemos demasiado.

Fotos: Michael González

Fotos: Michael González

Antes, el músico dirá que es cuestión de tiempo, que vamos viajar interplanetariamente, así que este comienzo puede funcionar como perfecto simulacro.

Luego, con imágenes registradas en su estadía, nos metemos directamente en la Antártida. Son breves, como postales 3D. Con astucia y experiencia de más de una década, Emil mezcla el misterio de su música con nuestra natural curiosidad sensorial.

En un camino, en medio de una elevación nevada, pasa un transporte de diseño poco usual. Es una oruga, así le dicen por su apariencia, y a primera vista podría ser un animal gigante, o efectivamente una máquina que habita el lugar y lo recorre a diario.

La experiencia ya está en pleno funcionamiento. Se trata de moverse por grandes superficies, de ir de un punto a otro muy lejano del universo con una pequeña ayuda de nuestras sinapsis.

El segundo movimiento de Aura es el más notable de todo el espectáculo. Está dedicado al agua y fue creado en pleno territorio gélido y al aire libre, igual que buena parte de esta obra.

En ese instante, las imágenes y la música de sintetizadores pueden recordar a Jean-Michel Jarre, a Pink Floyd, a las cortinas sonoras de los informativos de televisión en blanco y negro, a las maquinitas de la avenida Gral. Flores, a un baño frío en una playa de noche, al mágico final de un dolor de cabeza, a un amanecer perdido entre días eternos, a la noche esperando ser descubierta con tranquilidad y paz, y de vuelta al agua moviéndose en pequeñas olas sobre la arena.

Más tarde en la noche, el músico comparte con los presentes sus sentimientos por la reciente partida del tecladista y compositor griego Evángelos Odysséas Papathanassíou, más conocido en este planeta como Vangelis; otra de sus grandes influencias, a quien aprovechó para homenajear interpretando su música, luego de un respetuoso silencio.

Fotos: Michael González

Fotos: Michael González

“Nunca había escuchado nada parecido”, continuó. “Para mí fue increíble esa conexión con este ser, sencillamente a través de la música, lo más poderoso”. Ahora la pantalla muestra a Emil caminando entre algunas rocas con la sola compañía de un pingüino que decide quedarse muy cerca del humano mientras este prueba una melodía de flauta en el medio de la inmensidad.

Para interpretar el movimiento inspirado en ese episodio se suma a la escena el músico chileno David Montenegro. Munido de una serie de instrumentos de viento hechos con cañas, suma sonidos andinos y ancestrales y, de pronto, lo más antiguo y lo que vendrá parecen caras de la misma moneda. Otro destacado y disfrutable momento del show.

Ya han transcurrido dos horas de viaje sonoro y visual. Emil agradece la presencia del público y concluye el espectáculo con música bailable, rítmica y tribal, toca su clásico “Space is a dream” de 1993 y lo acompañan los tambores de Daniel “Tatita” Márquez que se quedan sonando hasta el final cuando todas las máquinas ya se han apagado.