Por Sebastián Chittadini
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Nadia Comaneci clavó la salida. Con la cabeza en alto, el tronco flexionado y los brazos estirados hacia atrás, esbozó una media sonrisa y saludó a la gente. Con una mezcla de vergüenza y satisfacción, dirigió sus 30 kilos al rincón de su equipo. Con su performance en las barras asimétricas, el 18 de julio de 1976, en Canadá, una adolescente rumana de 14 años había roto un paradigma.
A Daniel Baumat, de la compañía que fabricaba los relojes y marcadores electrónicos, le habían dicho que era imposible que una gimnasta registrara un 10 en los Juegos Olímpicos. Ese número implicaba perfección, por eso no estaba previsto en un tablero que apenas pudo poner un 1.00. Cuando se anunció por los altoparlantes del estadio de Montreal que la calificación era histórica, el público reconoció la enorme carga simbólica de lo que acababa de presenciar. Aunque se dice que nadie es perfecto, Nadia era perfecta. Lo diría la portada de la revista Time del 2 de agosto de 1976, con su imagen acompañada del titular “She’s perfect”.
Por la conjunción de habilidad técnica, precisión, excelencia en la ejecución y gracia, el logro trascendió más allá de su propia disciplina y popularizó el término “perfect ten”, aunque el origen etimológico de la palabra perfección no tenga el sentido que solemos darle en la actualidad. Del latín perfectio, el significado original apenas refería a la “finalización, consecución de una meta o acción de terminar algo”. El número 10 inspiraba y se asociaba a la forma de calificar a un ideal de excelencia en el ámbito que fuera.
Apenas un mes antes de la irrupción olímpica de Nadia Comaneci, Mary Cathleen Collins, de 19 años, se estaba casando en Las Vegas con un fotógrafo treinta años mayor que ella. Sin saber que aquel primer “10 perfecto” de la gimnasia se infiltraría en otras manifestaciones de la cultura popular, la joven norteamericana, que todavía no se llama Bo Derek, ni corrió por la playa en una película llamada 10 (1979), a secas, pronto va a representar la perfección hecha mujer. A su manera, también derribó un paradigma.
Bo Derek nunca conoció personalmente a Nadia Comaneci, pero logró llevar el concepto a un nuevo contexto en 1979. De repente, el imaginario colectivo veía cómo el “ser un 10” se reconfiguraba frente a sus ojos en la película de Blake Edwards. El número asociado a la perfección había trascendido los límites del deporte olímpico para convertirse en una referencia estética, tan subjetiva como la valoración de los jueces a una rutina de gimnasia. La chica rubia de trencitas había logrado que ambos sentidos se volvieran comunes. Por increíble que parezca, la ejecución impecable de una rutina desencadenó que casi todo en la vida pudiera calificarse del 1 al 10.
Una vez que la idea de “perfección” se arraigó, se convirtió en un ideal aspiracional, un estándar de excelencia inalcanzable y aún así perseguido. Entran en juego las expectativas socioculturales y la percepción pública, al tiempo que surge la pregunta: ¿Se hubiera usado el término “diez perfecto” para describir el físico de Bo Derek, de no haber existido Nadia Comaneci? Las dos, en tanto hijas de un contexto y una época, reflejan el dinamismo y la constante evolución de la cultura y los valores humanos. De golpe, la ejecución suprema y la perfección estética parecían posibles.
Sin embargo, el uso de la expresión “perfect ten” para calificar a las personas, especialmente a las mujeres, ha suscitado debates sobre la reducción de la identidad a atributos medibles. Ellas mismas lo dijeron. Bo Derek, cuando en 2010 dijo que la mujer 10 no existe, ni tampoco el hombre 10. ¿Por qué? Porque es imposible ser perfecto. Y porque, además, ¿qué es eso de clasificar a las personas con números?
De paso, renegó del título de mujer perfecta y dijo que nunca lo había sido. O Nadia Comaneci, cuando se refirió en una entrevista de 2011 a la idea de que la perfección no es algo permanente, sino apenas un instante: “Hace 35 años, cuando obtuve el 10 perfecto, los jueces pensaron en ese instante que eso era la perfección, pero yo al día siguiente ya tenía un nuevo objetivo que marcaba una frontera más allá. Y eso ha sido una constante en mi vida. La perfección no es un estado permanente, sino algo vivo. Fui la primera en lograrlo y por eso marqué un hito, pero solo por eso”.
Dentro de las muchas complejidades del ser humano, está la de ser capaz de pensar en abstracciones que nunca llega a conocer. Por ejemplo, la perfección como noción filosófica asociada a lo divino. Sin embargo, ese concepto inexistente tiene una palabra que lo designa por deformación de su sentido original. En latín, perfectio significaba apenas “finalización, consecución de una meta, acción de terminar algo”; lejos del “completo, intachable, absoluto, excelente”, que nos encontramos hoy al buscar la palabra en un diccionario.
Así, esas dos jóvenes que por diferentes motivos habían roto paradigmas a fines de la década de los 70 compartían otra poderosa conexión. En España, un número de la revista HOLA del 23 de febrero de 1980 las volvía a juntar en su tapa. Nadia Comaneci, la todavía adolescente que había maravillado con su ejecución perfecta en 1976, anunciaba su retiro después de los JJ.OO. de Moscú, para casarse. Mientras que Bo Derek, que todavía tenía al mundo enamorado de su imagen en la pantalla grande, reconocía que no quería ser actriz.
La portada susurra coincidencias y dispara preguntas. Todavía están frescas las imágenes de cada giro y cada salto de Nadia como una chispa en el aire en la noche olímpica, o las de Bo como musa del cine, que corre desafiando al mundo y declarando belleza ante la gran pantalla. Ni siquiera dominan la portada, dedicada al bautismo de la hija de un torero.
En un recuadro inferior, casi como un lado B que comparten con otra figura como Ursula Andress y su excitación ante la idea de ser madre, subyace la idea de que la perfección es efímera y que las decisiones de vida pueden llevar a una redefinición de quiénes somos. ¿Cuántas de las personas que fueron a los kioscos a comprar esa revista, habrán observado el reflejo irónico de las realidades escondidas tras la aparente perfección?
En el bullicio de una era en la que el 10 no era solo un número, ambas mujeres desafiaban la noción de que alcanzar el "10" sea sinónimo de felicidad o realización personal. Su presencia juntas en la portada simboliza no solo la ilusión de la perfección, sino también las complejidades y contradicciones que encierra la búsqueda de la identidad. La casualidad de su encuentro en esa revista se convierte en un recordatorio de que nadie es perfecto y que, detrás de las imágenes de éxito, hay decisiones difíciles y vulnerabilidades.
En lugar de ser ejemplos inalcanzables, son representaciones de la realidad de la vida que se aceptan tal como son. El carácter de diosas inalcanzables se lo habían dado a su pesar. ¿Acaso algo o alguien nos da derecho a exigirle perfección a otras personas? Tal vez, la verdadera ruptura sea la de encontrar la belleza en la imperfección y la vulnerabilidad.
Es muy probable que ni Nadia Comaneci, ni Bo Derek hayan tenido conocimiento acerca de la existencia de esa revista que las volvió a unir en un humilde recuadro, cuando sus mundos paralelos volvían a desnudar a la perfección y a romper moldes. Dándoles la razón a lo que dirían años después sobre la perfección, los siguientes trabajos de Bo Derek no gozarían de mucho reconocimiento por su escasa calidad.
La mujer que no quería ser actriz coleccionaría algunos premios a lo peor de su arte. Mientras, en Moscú 1980, Nadia Comaneci caería al suelo en su primer ejercicio, y su imagen daría la vuelta al mundo. Aunque logró otros dieces y ganó cuatro medallas más, nada era lo mismo. La misma humanidad que construyó la idea ya estaba poniendo el ojo en nuevas perfecciones.
Por Sebastián Chittadini
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