Documento sin título
Contenido creado por Manuel Serra
Historias
Más populares que Jesús

Entre las cuerdas con los Beatles y Muhammad Ali: crossover de ego y postal de los sesenta

En principio hijas de la conveniencia y la casualidad, aquellas fotos en un gimnasio de Miami Beach marcaron las carreras de dos íconos.

10.02.2023 12:37

Lectura: 16'

2023-02-10T12:37:00-03:00
Compartir en

Por Sebastián Chittadini

Cuando se habla de que en los años sesenta del siglo veinte pasaron muchas cosas, no es una exageración. Los primeros años de esa década fermental estuvieron marcados por acontecimientos como el momento álgido de la Guerra Fría, la construcción del Muro de Berlín, el Concilio Vaticano II y la crisis de los misiles en Cuba. Valentina Tereshkova se convirtió en la primera mujer astronauta, se aprobó la píldora anticonceptiva, murió Marilyn Monroe y Martin Luther King pronunció el famoso discurso en el que dijo que tenía un sueño. Eran también años de explosión cultural; en los que aparecía por primera vez en el cine James Bond, Alfred Hitchcock estrenaba Psicosis y Federico Fellini La Dolce Vita. Y hablando de cine, la de la actriz Joanne Woodward fue la primera estrella colocada en el Paseo de la Fama de Hollywood, el 9 de febrero de 1960. También, la gente empezaba a darle un sentido diferente al hecho de ser famoso.

Todo eso había pasado antes del viernes 7 de febrero de 1964; cuando dos meses y medio después del asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy, cuatro jóvenes músicos ingleses aterrizaban en suelo norteamericano por primera vez. Ya habían desatado en el Reino Unido el furor que trae consigo la masividad, pero buscaban hacer lo mismo del otro lado del Atlántico. Dos días después, 73 millones de personas se sentaron frente a sus televisores para verlos tocar en el Show de Ed Sullivan. La Beatlemanía había empezado en Estados Unidos.

Para el 1 de febrero de ese año, los Beatles ocupaban el primer lugar de la lista de éxitos en Estados Unidos con su canción “I want to hold your hand”. Todavía no habían probado ni siquiera la marihuana, algo que harían en agosto por invitación del cantautor —y futuro Premio Nobel de Literatura— Bob Dylan. Y, en su escalada hacia la fama absoluta en Norteamérica, serían invitados a un encuentro que no tenía más fines que el de difundir su imagen y publicitarlos como producto. Unos días antes de la esperada pelea entre Sonny Liston y Cassius Clay por el título mundial de los pesos pesados, surgió la posibilidad de que fueran a conocer a Liston, el defensor de la corona. Pero las cosas no empezaron bien, porque el campeón los había visto tocar y solo atinó a decirle a Harold Conrad, uno de los promotores de la pelea, que no entendía qué veía la gente en aquellos “cuatro maricones”. Para más detalles, agregó que “el narigón” —Ringo Starr— tocaba la batería peor que su perro.

Y en este rincón…

En su libro El campeón ha vuelto, el escritor estadounidense JR Moehringer cita a su compatriota Joyce Carol Oates en el ensayo Del boxeo, cuando dice que una de las cosas básicas con las que tiene que ver el boxeo es con mentir y con cultivar sistemáticamente una doble personalidad. Un yo para la sociedad y otro para el cuadrilátero. Desde sus jóvenes 22 años, Cassius Marcellus Clay sabía de eso como nadie, por eso llevaba ya un tiempo calentando la previa de la pelea anunciando una inminente victoria sobre Liston. Incluso fue a visitarlo a su casa a las tres de la mañana, previo aviso a algunos periodistas para que los medios tuvieran material.

Inicialmente, los Beatles solo estaban interesados en encontrarse con el campeón y no con —en palabras de Lennon— aquel bocón que iba a perder. Pero tras la negativa de Liston y de que Ed Sullivan llevara al promotor Harold Conrad a conocerlos, cambiaron de parecer. Tras su segunda presentación en el Show de Sullivan, el 16 de febrero de 1964, fueron invitados a conocer a Cassius Clay en el gimnasio de Miami Beach donde preparaba la pelea. El 18 de febrero, los cuatro muchachos de Liverpool se verían las caras con otro joven aspirante a rey de los años 60 que había empezado la década colgándose una medalla de oro olímpica. Todavía una estrella latente, igual que aquellos ingleses de los que no sabía casi nada, el boxeador aceptó de muy buena gana convertirse en anfitrión del encuentro. Sabía que no le iba a hacer mal una dosis de publicidad extra. El que no supo ver lo que se venía —como le pasaría una semana después— fue Liston, que sin querer propició la concreción de uno de los momentos más icónicos de la cultura pop del siglo veinte.

Most ambitious crossover event in history

Cuando Marvel lanzó su película Avengers: Infinity War, la promocionó diciendo que se trataba del crossover —incursión de personajes, historias o universos de una serie en otra diferente— más ambicioso de la historia. Tranquilamente, lo que se produjo en ese martes de febrero de 1964 en la Quinta calle de Miami Beach podría reclamar su lugar. Lo que pasaría a partir de ahí con sus protagonistas da motivos de sobra para pensarlo.

Foto: Paul Slade

Foto: Paul Slade

Hasta la intersección de la 5th Street de South Beach con la Washington Avenue llegó el cuarteto inglés para encontrarse con el retador. El 5th Street Gym esperaba en un húmedo segundo piso en el que ya se habían entrenado otros campeones —como Joe Louis o Jake LaMotta— a las órdenes del mítico entrenador Angelo Dundee, pero el que no estaba era Clay. John, Paul, George y Ringo empezaron a impacientarse por la tardanza, a la que entendieron como un desplante. Y se enojaron, además de amenazar con irse. El equipo del boxeador, ansioso por la publicidad que podían perderse si la banda inglesa se iba, solo atinó a llevar a los Beatles a un vestuario junto con el periodista Robert Lipsyte —que había ido a cubrir la pelea entre Liston y Clay para el New York Times— y a cerrar la puerta con llave. La situación surrealista con los invitados pidiendo que los liberaran terminó cuando se abrió la puerta y la imponente figura de 1,90 entró sin más atuendo que un pantalón blanco Everlast y un par de guantes negros. De golpe, no había más gritos —ni Twist— en el ambiente. El repentino silencio se rompió con el “Hola, Beatles” del futuro campeón. Enseguida, como por arte de la magia que tienen ciertos momentos, ya estaban haciendo una sesión de fotos que pasaría a la historia. A las dos partes les servía la publicidad.

En esas fotos quedó capturado para siempre el espíritu de una sesión en la que todos se divierten entre bromas y flashes luego de un arranque tenso, siempre arriba del ring. En una, el boxeador simula noquear a los cuatro de Liverpool —que caen como fichas de dominó— de un solo golpe. En otra, aparecen acostados en el suelo como resultado del golpe de KO, mientras un triunfante noqueador parece estar mostrando lo que va a hacer en otra legendaria foto siete días después, con Sonny Liston en la lona en lugar de los Beatles. Ya en confianza, quien pronto empezaría a ser conocido como The Greatest les dijo a los Fab Four que deberían hacer shows juntos, porque podrían hacerse ricos.

Foto: Paul Slade

Foto: Paul Slade

Hay más momentos inmortalizados, en los que Clay ya aparece de camisa y pantalón. Se lo ve conteniendo un intento de golpe de Paul mientras Ringo lo amenaza con su puño derecho en alto y los restantes Beatles sonríen, o abrazándolos —Harrison y McCartney a su derecha, Lennon y Starr a su izquierda— mientras grita algo. En otra imagen, con la misma disposición, Paul sostiene dos carteles que describen a Cassius —uno dice greatest y el otro 218 lbs— y John otro que agrega 22 years. Otras fotos muestran al gigante de Louisville levantando a Ringo Starr —todavía faltaban casi siete años para que peleara contra otro Ringo, el argentino Bonavena— como si fuese un bebé mientras sus compañeros se ríen, o parado en guardia ante los cuatro improvisados oponentes.

Ya sin fotos ni grabadoras de por medio, siguieron conversando animadamente. Cuentan que Clay les dijo que no eran tan tontos como él pensaba y Lennon —igual de verborrágico— le retrucó que él sí era tan tonto como ellos pensaban. El silencio incómodo fue breve y terminó cuando los cinco empezaron a reírse de manera cómplice, antes de los deseos mutuos de buena suerte y de que cada uno siguiera su camino. Años después, el periodista Robert Lipsyte —el que había sido encerrado en el vestuario junto con los Beatles cuando el anfitrión no llegaba— diría que tras dirigirse al vestuario para que le dieran un masaje, el boxeador le preguntó quiénes eran exactamente aquellas “pequeñas mariquitas”.  

Los sesenta siguieron girando

Ese mismo día, el gobierno estadounidense le pedía explicaciones a su par español acerca de las relaciones que mantenía con Cuba. Y a lo largo de ese 1964 que produjo el crossover entre los Beatles y quien pronto sería Muhammad Ali, el mundo seguiría convulsiona(n)do. América Latina se sacudiría con los golpes de Estado en Brasil y Bolivia, en Colombia nacerían las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Fidel Castro llegaría a Moscú en visita oficial y, en Estados Unidos, el presidente Lyndon Johnson aboliría formalmente la segregación racial en su país con la firma de la Ley de Derechos Civiles, aunque el Ku Klux Klan seguía asesinando a activistas negros.

Después del encuentro, los Beatles fueron conducidos por el Sargento Buddy Dresner —el guardaespaldas que les había asignado la policía de Miami— a un auto cine a ver la película de Elvis Presley, Fun In Acapulco. Luego fueron de compras y se llevaron muchos discos para Inglaterra. En los siguientes días de su estadía, fueron invitados a las casas y a usar los yates de la élite de Miami. Volverían a las islas británicas tras el éxito absoluto de su primera vez en Estados Unidos, sellando sus pasaportes y su condición de íconos de la cultura popular.

Faltaba una semana para que Cassius Clay se convirtiera en el campeón del mundo y un mes para que el nombre Muhammad Ali fuera reconocido mundialmente como una marca registrada. Él ya se había convertido al islam desde que había ido con su hermano a una barbería en la que tuvo una conversación con un referente para los afroamericanos musulmanes; pero justo antes de la pelea contra Liston, se acercó a su entrenador y le dijo: “Ange, quiero que sepas que soy musulmán”. El 25 de febrero de 1964, en el Convention Hall de Miami Beach, derrotó a Liston por knockout técnico en el séptimo round y se autodenominó El más grande.

La década de 1960 no escatimaba en grandilocuencia; porque al día siguiente, el campeón mundial de los pesos pesados anunciaba su conversión al islam y el cambio de su nombre a Cassius X por su cercanía con Malcolm X. el líder afroamericano que sería asesinado al otro año. Unos días más tarde, tras la tensión extrema entre el activista y Elijah Muhammad —líder de la Nación del Islam—, tomaría el definitivo Muhammad Ali —el amado de Dios— y se desprendería para siempre del que él consideraba su nombre de esclavo, aunque algunos medios —como el New York Times— siguieran llamándolo Cassius Clay durante varios años. El mito ya estaba forjado y asentado en la memoria colectiva. Escribió Norman Mailer en Rey del Ring (1971) que el campeón mundial de los pesos pesados era el hombre más duro del mundo, algo así como el dedo meñique de Dios Padre Todopoderoso. Y que, cuando Clay empezó a ser llamado Ali, empezó a comportarse como un joven Dios con el más inquietante ego.

Foto: Paul Slade

Foto: Paul Slade

En 1964 seguirían pasando cosas. En junio, Nelson Mandela era condenado a cadena perpetua y en octubre, Martin Luther King recibía el Premio Nobel de la Paz. La diseñadora Mary Quant escandalizaba a los moralistas y presentaba a la minifalda en un desfile, Andy Warhol sorprendía con su Marilyn serigrafiada y John Coltrane descollaba con su disco A Love Supreme. También moría Julio Sosa, el Varón del Tango.

Sobre Jesús y la popularidad

Decía Norman Mailer que el ego, en tanto el sustantivo más grande del siglo veinte, nos induce a formular siempre afirmaciones más ambiciosas. Así, en 1966, John Lennon proclamó que los Beatles eran más grandes que Jesucristo y no mucho después, Muhammad Ali dijo que era el hombre más reconocido y amado que jamás había existido, porque en los tiempos de Jesús no existían los satélites.

La frase de Lennon despertó fuertes críticas y, dos años y medio después del inicio de la Beatlemanía, más de 30 emisoras dejaron de pasar canciones de los cuatro de Liverpool en Estados Unidos. Mientras los Beatles recorrían el país dando recitales y presentando su disco Revolver, se generó una ola de repudio con piquetes y hasta hogueras con sus discos y posters. Cuando en 1967 editaron el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y en la tapa del disco pusieron figuras relevantes de la historia, el resto de la banda vetó la intención de John de incluir a Jesús, para no hacer renacer la polémica.

En abril de 1968, al publicista George Lois se le ocurrió representar a Muhammad Ali como el mártir San Sebastián para la tapa de la revista Esquire. Tras su negativa a ir a la guerra de Vietnam, le querían quitar los títulos y no lo dejaban boxear; pero en principio se negó a ser retratado como un mártir cristiano siendo él musulmán. Sin embargo, a su hijo le pareció una buena publicidad y accedió. Quizás porque haya algo universal de fondo en todas las religiones, como habrán conocido de primera mano los Beatles cuando estuvieron en la India. Para el hinduismo, es demasiado ingenuo pensar que Dios se haya revelado una única vez y a través de un único personaje en un solo pueblo. O, como lo ve el islam que abrazó el más icónico boxeador de todos los tiempos, tal vez Jesús no sea un intercesor ante Dios sino un profeta igual que Mahoma, Moisés o Abraham. El Corán, incluso, reconoce su habilidad para obrar milagros.   

La cruz, instrumento de tortura durante siglos, se convirtió en símbolo del cristianismo y en promesa de vida eterna. Ese Jesús que para los cristianos es el hijo de Dios y para los musulmanes es un hombre como cualquier otro, es inmortal. Igual que los Beatles y Muhammad Ali, aunque aquel edificio de la esquina de la 5ta y Washington de Miami Beach en el que se encontraron para hacer postales de los sesenta haya sido demolido y hoy funcione ahí una farmacia de la cadena CVS. Unos vendieron más de 250 millones de discos y el otro mantiene su lugar como el mejor del deporte de los puños, aunque sea imposible determinar cuánto tuvo que ver en eso aquella sesión de fotos en la que las cinco leyendas se divierten mientras se ayudan mutuamente en su camino al estrellato. Hoy, en el Paseo de la Fama de Hollywood, hay estrellas de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison, Ringo Starr, The Beatles y Muhammad Ali acompañando —junto con más de 2500— a la de Joanne Woodward.

Lend me your ears and I’ll sing you a song

Si de algo sabían los Beatles, era de hacer canciones. Y de alguna forma, aquel encuentro para la historia con Muhammad Ali fue reflejado por ellos cuando ya no eran —formalmente— beatles. Inspirado por Muhammad Ali y su famosa declaración de grandeza, John Lennon empezó a trabajar en una letra a partir de que vio por televisión la clásica película Beatle A Hard Day’s Night en 1970. A nueve meses de la separación de la banda, distanciado de Paul McCartney y en pleno proceso de terapia, encontró gracioso escribir una letra que ironizara sobre aquella vida propia que le parecía tan pasada y ajena. En 1980, poco antes de ser asesinado, reveló en una entrevista con David Sheff para Playboy que se había inspirado en la frase de Ali para componer “I’m the greatest”, pero sentía que él no podía cantarla porque la gente lo iba a tomar a mal. Sin embargo, le pareció que la canción era perfecta para Ringo. El público podía permitirle al Beatle simpático cantar que era el más grande.

Ringo, el tercer álbum de estudio de Ringo Starr, fue publicado por Apple Records en 1973. En los créditos de este disco se pueden encontrar los nombres de Lennon, McCartney, Harrison y Starr por primera vez desde la separación en abril de 1970. Y es en “I’m the greatest” donde se produce la mayor concentración de Beatles por pista, con las guitarras de John Lennon —que también se anima a unos coros— y George Harrison. Se trata de un retrato de Ringo en el que la frase insigne de Muhammad Ali se vuelve el eje de una canción graciosa y pone a Richard Starkey en un lugar monumental e inconmensurable desde el que canta: I'm the greatest and you better believe it, baby!

Tal vez haya algo de cierto en aquella afirmación del periodista Jimmy Cannon, que había bautizado a Muhammad Ali —en realidad a Cassius Clay— como El quinto Beatle. Y no era el único, como cuenta David Remnick en su libro Rey del Mundo. Allí, menciona que los periodistas más jóvenes de la época veían al boxeador como parte del mismo movimiento que la banda de rock en tanto ambos integraban un movimiento generacional que se estaba produciendo en la sociedad estadounidense. En el momento del encuentro que tuvo lugar después del Show de Ed Sullivan y antes de la pelea con Sonny Liston. John Lennon tenía 23 años, Paul McCartney 21, George Harrison 20, Ringo Starr 24 y Cassius Clay 22. El mundo se encontraba en un tsunami de cambios en el que los de Liverpool y el de Louisville eran líderes, fueran o no conscientes. Todos eran partícipes del imaginario colectivo de una generación y lo son hasta hoy.

Por Sebastián Chittadini