Escribe Daniela Kaplan* | @daniikaplan y Natalia Costa** (ncostarugnitz@gmail.com)

Podríamos decir que todo empezó una noche en Ciudad Vieja. Después de unas copas en peatonal Pérez Castellanos, caminando por las callejuelas, surgió el comentario: “¿Sabés? Me siento escaneada”, dijo una, un tanto incómoda. Esa incomodidad instantáneamente impactó en la otra, que reconoció también en sí misma el sentimiento. Las cámaras en cada esquina fueron el detonante. Entonces, el momento cuestionador; “Oye, Siri ¿nos escuchás constantemente?”. Respuesta: “Respeto tu privacidad. Solo te escucho cuando hablas conmigo”. Llegamos a casa, segundo intento: “Hey Google: ¿qué es lo que sabés de mi”. Respuesta: “Google sabe muchas cosas”. Con cierta irritación, dijimos “di la verdad”, seguido de, digamos, un adjetivo poco amigable. En un tono desprovisto de toda emoción, la voz impersonal y fría reaccionó con un seco “no voy a responder a eso”. Ya notablemente alteradas, compartimos nuestras impresiones. En resumen, algo entre la fascinación y el miedo.

De hecho, observamos que estos sentimientos de miedo e irritación son parte de un fenómeno masivo y para nada nuevo. Ahí recordamos a los luditas. El Ludismo surgió en la Inglaterra de la Revolución Industrial en el siglo XIX. Fue un movimiento llamado así en referencia al legendario obrero Ned Ludd, que impulsó una forma de agitación social para manifestarse en contra de las máquinas que, paulatinamente, iban sustituyendo la mano de obra humana en las fábricas. ¿Cuál fue el modo de protesta? Romper todo. Sí: literalmente romper todo. Los luditas destruían la maquinaria a martillazo limpio, al percibir que su trabajo quedaría obsoleto.

Dos siglos después, parece que la historia se repite. La así llamada “automatización”, sumada al advenimiento de un algoritmo cada vez más “inteligente” (que, según parece, substituirá al ser humano en profesiones que esta vez distan de lo meramente mecánico, como, por ejemplo, la medicina), se anuncia como un cambio radical de paradigma y una nueva oleada de desempleo se perfila. La reacción adversa al fenómeno; las ganas de romper todo son bastante masivas. “Una especie de neoludismo”, dijimos casi al unísono. Pero lo que pensábamos era una idea nuestra, no lo era en absoluto. Dice Wikipedia: “El neoludismo es una corriente filosófica que se opone al desarrollo tecnológico de la sociedad contemporánea. El término se asocia a un rechazo al avance tecnológico y está asociado al legado de los luditas británicos”.

Quizás el neoludita más famoso es el polaco-estadounidense Ted Kaczynski, mejor conocido como Unabomber, que estuvo desde 1978 hasta 1995 enviando bombas en forma de carta, como forma de protesta contra el desarrollo tecnológico emprendido por la humanidad tras la Revolución Industrial. Muchos otros han compartido este espíritu, aunque sin llegar a la radicalidad de sus métodos.

Investigando un poco más dimos con otro concepto: el Síndrome de Frankenstein. La expresión refiere al miedo a que los descubrimientos científicos y las innovaciones se vuelvan contra de la humanidad. En la memorable novela de Mary Shelley, Víctor Frankenstein, un estudiante de medicina, crea un cuerpo a partir de distintas partes de cadáveres. Rápidamente advierte que ha creado un monstruo y huye de su propio laboratorio, rechazando a la criatura que ahora se le antoja una… aberración. El miedo que sentimos hoy en día es semejante al del personaje de ficción de Shelley.

Es sabido que el uruguayo es algo reaccionario. Nos cuesta cambiar y nuestra reacción inmediata es muchas veces un tate quieto porque, por naturaleza, añoramos. Sin embargo, si por un lado es cierto que a nivel más popular existe un fuerte negacionismo y una cuota importante de nostalgia, también lo es que existe un impulso pujante en lo que toca a las nuevas tecnologías. Basta observar la receptividad con la que el país se ha abierto a Google o a Meta o las iniciativas, tanto científicas como empresariales, relacionadas a las criptodivisas, a la IA, a la robótica.

Creemos – porque la Historia lo enseña – que estos procesos de revolución tecnológica sucederán, querámoslo o no. Es difícil no ser arrastrado por el miedo… no dejarse ganar por el impulso neoludita y por la nostalgia de un mundo que vemos, de muchas maneras, desvanecerse.

Pero quizá superando esa delgada línea que separa la fascinación del miedo se abra una postura más lúcida que, ni utópica ni distópica, nos haga capaces de utilizar a nuestro favor las enormes transformaciones en curso.

La noche terminó. Cada una se fue a su casa. Pero no fue fácil dormir.

*Daniela es licenciada y profesora de Historia. Centrada en los campos de la Historia del Arte y de la Cultura, y amante de la escritura, actualmente trabaja en el área educativa y en producción cultural.

**Natalia es Doctora en Filosofía. Su foco actual es la sociedad contemporánea -principalmente en su veta tecnológica - y la divulgación científica. Es, a su vez, docente de antropología filosófica en la UCU.