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Teatro
Tres indignaciones

Esteve Soler y la posibilidad de cuestionar lo positivo (amor, democracia, progreso)

Trilogía de la Indignación, del dramaturgo catalán, se estrenó con la Comedia Nacional y grupos de teatro independiente en Montevideo.

22.08.2022 12:38

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2022-08-22T12:38:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

De todos los dramaturgos catalanes, hay uno que nació en 1976 y que hoy se lo considera uno de los que tiene más llegada internacional. Hay uno que no solo tiene sus obras traducidas a más de 19 idiomas, sino que además se han interpretado en muchísimos teatros alrededor del mundo. Hay uno, de todos ellos, que, además, escribe de a tres. Que escribió una Trilogía de la Indignación (aunque ese nombre se lo daría un periodista) y una Trilogía de la Revolución.

Hay uno, ese, que se llama Esteve Soler, que le pidieron para dirigir su primera trilogía en Uruguay. Se lo pidió la Comedia Nacional con la intención de colaborar con el teatro independiente en Uruguay. Por eso, durante el mes pasado, estuvieron en cartelera las obras que componen esa tríada: Contra el amor (producido y dirigido por La Gaviota), Contra la democracia (producido y dirigido por Kinderspiel) y Contra el progreso (producido y dirigido por La Emergente). Con esta colaboración, la Comedia Nacional comenzó su camino de coproducción con FUTI (Federación Uruguaya de Teatros Independientes), en el año en que ambas instituciones celebran su 75 aniversario.

Todo aquello se dio en ese Teatro Stella del que muchos se olvidan. En ese Teatro Stella que abrió sus puertas durante todo el mes de julio para estrenar la Trilogía de la Indignación y que, además, entre otras charlas posfunción organizadas por la Comedia Nacional, estuvo el propio autor de las obras. Ese Esteve Soler fue el mismo que dio clase los pocos días que estuvo en Uruguay, que se alojó en un hotel en el Centro, que vio de cerca el teatro (el nuestro) y que vio cómo esos tres grupos independientes lo interpretaban.

A él, a sus obras, a su tiempo, a su cultura, al teatro en general.

¿Cómo llega a ti la propuesta de la Comedia Nacional uruguaya para hacer tus obras?

Fue una llamada muy bien recibida de Gabriel Calderón, donde hacía esta propuesta ya de tres obras simultáneamente. La verdad que fue un momento feliz, en el sentido de que fue una apuesta clarísima, no solo por mis textos, sino también para dar apoyo a lo que era el teatro independiente. Además, para impulsarlo en colaboración con la Comedia, lo cual me pareció una idea genial.

El propósito de esta Trilogía, según el programa, es generar dialogo, discusión, con el público a la salida. ¿Qué es lo mejor que has escuchado del público a la salida?

Evidentemente, si hablamos de lo “mejor”, podríamos pensar que son elogios y demás. Hay veces que son así y, eso, evidentemente está fantástico, pero las obras se han concebido precisamente para dividir la percepción del espectador, con lo cual me encanta que haya gente que no se ponga de acuerdo sobre lo que ha pasado allí dentro. Que digan que este personaje era bueno, era malo, y así, y que le den vueltas a las tesis que se exponen. Tienen una vuelta completamente caleidoscópica y la gente le da vueltas a todo. Eso es, precisamente, la reacción que a mí me interesa más.

Creo que soy heredero de unos autores que, de alguna manera, son unos autores que buscan precisamente ese tipo de reacción. Hay un autor muy moderno que se llama Howard Barker, en Inglaterra, que apela precisamente a esa situación de dividir la reacción del público, por lo cual es muy bienvenida esa impresión.

¿Es tu arte en específico el que te interesa que genere disenso, o te parece que el arte, en general, debería tener esa visión?

Yo no soy quién para decirle a los demás lo que deben hacer. Entiendo que hay muchas maneras de afrontar el arte. Yo pienso que soy consumidor de muchos tipos de cines, de teatros, y demás. La verdad, es que me lo paso muy bien con propuestas completamente distintas, pero para mí el teatro tiene un componente de filosofía, de reflexión, que no tienen las otras artes. Yo, particularmente, aprecio especialmente cuando voy a un teatro y me encuentro con eso. Insisto, es una opinión que cada uno tiene, es su manera de afrontar el arte.

Las reacciones de la Trilogía pueden ir desde la risa hasta el horror total, ¿por qué creés que esa es la reacción que tiene el público?

Cuando empecé a escribir me encontré que tenía cierta proximidad hacia, por una parte, la comedia y, por otra muy distinta, hacia el horror existencial, filosófico y demás. Lo que conseguí con estas obras era, precisamente, mezclarlos. Durante el proceso, durante las propias funciones, me encontré que, precisamente, hay estas reacciones que van apareciendo y no tienen por qué ser coherentes.

Es decir, alguien puede reír en un momento determinado y, en otro momento, sentir un escalofrío. Es algo que se puede mezclar y que, en un momento determinado, incluso puede decir “porque esta persona de allí está riendo”, y luego reír ella y hacer como un punto de mezcla. Yo creo que eso, precisamente, contribuye a dividir la captación del espectador y hacer que necesite, inevitablemente, hablar de ello al final, que es el propósito.

Foto: Reinaldo Altamirano

Foto: Reinaldo Altamirano

A esta altura de tu carrera, esta trilogía ha sido traducida en más de 19 idiomas, y se ha hecho en muchísimos teatros alrededor del mundo. ¿Qué has aprendido de hacer que tu obra se interprete en varios países? Distintas culturas, distintos contextos, distintos tiempos.

Aprendo un montón cada vez que voy a un lugar y veo una percepción distinta, y aprendo de las propias culturas que abordan mis obras, pero también aprendo del teatro genérico. Es algo que ha cambiado mi percepción, completamente, de lo que es teatro. Y me ha reconciliado con una manera de escribir, con lo cual ha sido para mí un momento completamente bellísimo y me siento increíblemente afortunado de haber hecho eso. Ya no por la repercusión completa, ni por el estilo que, de alguna manera, ha caracterizado mis últimos años de escritura, sino también porque, de alguna manera, me ha hecho crecer como persona, lo cual es asombroso.

Trilogía de la Indignación aparece en 2007 y después aparece Trilogía de la Revolución en 2017. ¿Por qué este formato de a tres? ¿Por qué trilogías?

La primera trilogía fue completamente casual. Yo escribí Contra el progreso, de manera independiente, y luego aparecieron Contra el amor y Contra la democracia, porque eran temas que yo quería abordar. Me di cuenta de que el estilo utilizado en Contra el progreso iba muy bien con las otras, me permitían ver todas esas cosas que hemos comentado hasta el momento.

Luego, un periodista decidió darle un nombre a eso, le llamó Trilogía de la Indignación. Me pareció correcto y, entonces, perfeccionando me di cuenta, que es un pensamiento que no es exclusivamente mío, pero me di cuenta de que con solo la Indignación no teníamos suficiente. Es decir que debíamos hacer un paso más sobre ello, que era necesario un elemento más pragmático. En ese sentido, después de la Indignación, para no quedarnos solo con ella, era necesario una acción, un compromiso y, por lo tanto, una revolución, un cambio. Eso es lo que, finalmente, acabó resultando en Revolución. Además, aprovecha los tres valores de la Revolución francesa, con lo cual Libertad, Igualdad y Fraternidad estaban en los siguientes textos.

Si la primera piensa y se indigna, ¿la segunda intenta tomar acción?

De alguna manera. No sé si lo consigue, pero en todo caso sí que es cierto que me parece el propósito final de todo el conjunto. Si hago un legado, es que la gente no se quede simplemente con una indignación, sino que eso se transforme en hechos, en actos.

Ya comentaste que la obra está dividida en siete partes por una cuestión práctica, para llegar a una hora y diez con actos de diez minutos, pero ¿por qué considerás que la hora y diez es un buen tiempo?

Me resultó práctico afrontarlo de esa manera. Por otra parte, creía que esos fragmentos eran buenos para que la gente se adaptara a un relato y cambiara, sin que le resultara aburrido. Yo, en muchas ocasiones, me aburro en el teatro. Como creador concreto, lo que hago es intentar aplicarlo en mí mismo e intentar que la gente no se aburra nunca de eso. Por lo tanto, importantísimo, que la duración de la obra de teatro en general sea asumible. A mí me parece que el timing de los 70 minutos en teatro es razonable. Eso no significa que haya veces que se pueden hacer obras maestras en el teatro que duren 20 horas. Ningún problema, pero implica un rigor, implica un tempo, implica una conciencia, que yo no podría como dramaturgo exigir a un posible director, con lo cual eso me parecía suficiente. Y me parecía que era una manera de entender que las obras fluyeran y que fueran dinámicas.

Trilogía de la Indignación tiene ya 15 años, ¿qué la hace que siga vigente? Los últimos quince años los tiempos han cambiado y muy rápidamente.

Yo creo que siempre hubo un ánimo de hacer textos que fueran tan universales como fuera posible, huir de lo local, de alguna manera. Eso, seguramente, es uno de los elementos que le ha dado esa difusión. Pero, por otra parte, sí que hay un componente, que yo creo que estaba desde el primer momento y sigue manteniéndose, que es esa apelación al espíritu de los tiempos. Para mí, atrapar eso, atrapar el ADN de la instancia, es relevante. Que la gente lo vea y diga, “me está hablando a mí como contemporáneo y estoy entreviendo una significancia de lo que es mi entorno, con la máxima lucidez posible, a mí”. Si realmente consigo eso, si consigo que la gente diga “wow, he cogido perspectiva, he atrapado un poco la perspectiva del momento”, la verdad es que yo me doy por satisfecho.

En 2019 debutaste como director de cine, ¿qué de tu cine tiene tu teatro y qué de tu teatro tiene tu cine?

La adaptación al cine era, literalmente, las obras de teatro. Hicimos una selección de las viejas, seguramente al criterio fue un criterio muy simplista, en el sentido de que buscamos escenas que fueran fáciles de adaptar, que no fueran complicadas en términos de producción y que, al mismo tiempo, funcionaran bien entre ellas, con lo cual hubo ahí un salto lógico. Yo siempre he sido muy seguidor del mundo del cine, de alguna manera. Seguramente sea el arte que más me ha influenciado y, por otra parte, ahora estoy dirigiendo un musical de cine en Barcelona. Para mí era un paso casi, no te digo natural, pero sí que muy deseado.

Ahora voy a pasar un poquito a las obras en particular. Quiero empezar con Contra la democracia, y hablarte de la oración “ya sabemos que la democracia es incompatible con el capitalismo, entones, ¿qué hacemos?”. ¿Cuál es el rol del teatro, por lo menos del tuyo, con respecto a lo político?

Yo creo que lo político es inevitable, no hay nadie que pueda dejar de ser social, no hay nadie que pueda dejar de ser político, son cosas que son completamente inevitables. Hay quien dice que las comedias de los grandes teatros no son políticas y no, lo que ocurre es que tienen un cambio de política escondido, pero hay una tesis política. No podemos dejar de ser políticos, ocurra lo que ocurra. En ese sentido, las obras buscan seguramente no pertenecer a una etiqueta política determinada. He encontrado, en ocasiones, que hay gente que me ha hablado que las obras pertenecen a políticas más de derechas y otros que me han dicho que las políticas son más de izquierda. Pero, en todo caso, sí que es cierto que, pese a no tener una tendencia establecida, hay textos que son deliberada e inevitablemente políticos.

Foto: Reinaldo Altamirano

Foto: Reinaldo Altamirano

En Contra el progreso, la imagen que se presenta, por lo menos ahí en el programa, es esta del ángel de Walter Benjamin que se lo lleva un huracán y aunque quiere mirar para atrás, no puede. Básicamente, se lo llevan. Es una postura bastante pesimista con respecto al progreso, él se va y no puede mirar lo que quedó. ¿Qué opinión te merece a ti esa postura y de dónde sale esa postura en ti?

Sí, cuando me planteo el tema del proceso, seguramente ahí había muchas inquietudes, algunas claramente ecologistas. Lo cierto es que para mí la idea de progreso tenía mucho que ver con una paradoja, esa diferencia que había entre lo que era el progreso en términos públicos, o la manera en que el poder asumía o hablaba del progreso. Sobre todo, en términos de hablar de que progresamos, o la sociedad puede progresar, excesivamente en términos macroeconómicos o económicos, o incluso industriales o financieros. Pero, en cambio, se dejaba de lado lo que era el progreso social o individual o humano. Esa paradoja me dio la sensación de que funcionaba muy bien en términos dramáticos, me permitía enfocarlo desde una perspectiva muy cómica o, incluso, a nivel de horror.

Le vi un potencial dramático y muy claro, y me lancé a por ello. Creo que ese contraste es antes de la propia palabra, donde, precisamente, podía desarrollarlo un poco mejor. Por otra parte, las obras pretenden acercase a palabras que hemos tenido como positivas, como progreso, y entonces mirarlas de cerca y decir: “Quizás, aquí, hay alguien que ha estado usándolas en un sentido que no era el adecuado”. Y, entonces, repensarlas, o mismo hacer visible que esa palabra merece ser convertida de nuevo.

Los conceptos de democracia y progreso están más asociados a lo que es política, lo económico o lo social, pero el amor puede ser algo más individual. ¿Qué hay para indignarse del amor?

Yo creo que la obra nació, claramente, influenciada por las actitudes de la primera. Me di cuenta hasta qué punto el progreso había sido redactado para el beneficio de unos cuantos. Entonces pensé: ¿no le estará ocurriendo lo mismo a la democracia? ¿No le estará ocurriendo lo mismo al amor? De alguna manera vi ese potencial. Ahora voy a, entonces, ¿no está ofendiendo la imagen del amor? No es exactamente la adecuada y simplemente es algo que responde a los intereses de una gran mayoría, pero que está olvidando su ADN. Estamos usando el amor como los zapatos. Estamos comprando parejas o adquiriendo parejas y dejándolas, de la misma manera que nos compramos zapatos, los quemamos y los dejamos. Le llamamos a eso amor, pero, en cambio, yo intuyo que ahí hay algo hueco. Esa actitud, esa paradoja, de uso comercial de alguna manera, o completamente infrahumano de lo que era el amor, me permite que naciera un mundo de aspectos que me parecían muy interesantes en términos dramáticos.

Estas tres obras fueron adaptadas para salir en escena acá en Montevideo, por tres compañías distintas. ¿Cómo es la experiencia de ver tu teatro adaptado?

Fantástico. Yo creo que han tomado tres visiones muy distintas. En las tres veo, de alguna manera, la pasión por el trabajo teatral, el interés por hacer crecer lo independiente en este esfuerzo de la Comedia. Yo me siento increíble y eternamente agradecido a todos ellos, porque realmente ha sido fantástico. Están llenando el Teatro Stella de nuevo y creo que puede significar un punto de inflexión en el teatro independiente aquí, y eso me llena enormemente.

¿Cómo es el público uruguayo?

El público suele ser muy parecido en todas partes, el público de Nueva York, el público de Shanghái o el público de Rumania. Pese a todas las intencionalidades o mal intencionalidades que hay acerca de diferenciarnos entre nosotros, yo creo que el público es bastante parecido. Sí que he encontrado aquí un público culto, entregado, con ganas de verlo todo, con ganas de pensar en debates, muy interesantes, muy cercanos. La verdad es que salgo con las maletas llenas de cariño, lo cual me hace increíblemente feliz.

El otro día estuvimos en el Stella charlando y después abrimos preguntas al público, ¿qué impresión te dio el público uruguayo con sus preguntas?

Sí que es cierto que las preguntas eran preguntas inteligentes, de alguna manera, pero también eran preguntas cercanas. Durante todos estos días he encontrado un público muy cómplice, con muchas ganas de sumar, de interesarse por el proyecto. Creo que eso tiene que ver con las obras o con toda la buena intención que el juez quiere poner, pero también con lo que está haciendo, liderando, la Comedia Nacional, que me parece que es increíble y que me parece que se merece todo el apoyo posible. Creo que es también, indudablemente, una referencia, no solo para aquí sino para afuera. Francamente, a mí me hace dudar si no va a subir responsabilidades en la gestión teatral porque realmente lo que hace Gabriel es extraordinario.

Has dado clase en Uruguay estos días y, además, has conocido gente de ámbito del teatro de por aquí. ¿Cómo es para ti el teatro uruguayo, ahora que lo tuviste cerca?

Mas allá de las tres obras, he visto solo una obra al margen, en la Sala Verdi, de Calderón. Seguramente, juzgar el teatro uruguayo solo por ella es limitarlo, pero lo que sí puedo decir es que es extraordinaria también, es un texto muy brillante adaptando el clásico de Calderón. Tiene una dirección de actores que ya la querría para todas mis obras, con una intensidad sorprendente, y con un nivel de profesionalidad en todos los aspectos. Pienso en iluminación y escenografía, no a altísimo, sino a máximo nivel. También me ha hecho pensar que quiero ese nivel para mis producciones de ahora en adelante. Ha sido realmente inspirador ver ese momento en el teatro uruguayo.

Por Federica Bordaberry