Por Daniela Varela
daniela.varela.martinez@gmail.com
Encantadora. Con aires vikingos y guiños soviéticos, tradiciones medievales y elegancia nórdica. Así es Estonia. Tallin es un caleidoscopio cultural que luce todas sus aristas y colores en cada recoveco y esquina de su pequeña pero bellísima ciudad. Tenía a los Bálticos en el debe y si bien Riga y Vilna estaban en la lista, Tallin era la capital que más me seducía. No sabía mucho más que era pequeña y fácil de recorrer incluso en un día. Pero luego de año y medio de vivir en los nórdicos y no haber ido, impasse de 7 años mediante, me parecía una herejía volver a la zona y no saldar mi cuenta pendiente. Vaya sorpresa que me regaló Estonia. Hermosa joya medieval que se preserva en el tiempo.
Tallin va mutando a medida que el tiempo pasa. Hay un antes y un después de la caída del sol, de la caída de la Unión Soviética o incluso cuando se cae internet y uno está en una llamada de Skype. Antes que la pandemia acelerase el trabajo remoto y plataformas de videollamadas pulularan las redes, esta plataforma era amo y señor de esta tecnología, un orgullo invento estonio. “Crear un nuevo país desde cero ha dado a Estonia la licencia de imaginar qué tipo de país quiere ser”. Así lo dijo Taavet Hinrikus, visionario local y fundador de Skype y Wise. Vaya si tenía razón. De la misma forma que Singapur lo hizo en el sudeste asiático, las nuevas y pequeñas naciones independientes apuestan al conocimiento y al desarrollo de talento tanto científico como artístico para despegarse y reinventarse a los ojos del siglo XXI. Tallin es una ciudad que late tecnología, innovación y arte en cada esquina y fue el lugar perfecto para descubrir una parte de la historia del mundo que me era bastante ajena.
Estonia se separa del reino danés y comienza su larga y conflictuada independencia. Vestigios de esta primera etapa se pueden encontrar alrededor de la ciudad vieja, patrimonio histórico de la humanidad, donde más de 2 kilómetros de murallas originales siguen alzadas delineando el casco antiguo de la ciudad. La muralla cuenta con 6 puertas de acceso y hoy por hoy todavía se destaca la espectacular Puerta Viru, enmarcada con dos torres, invitando al visitante a un viaje en el tiempo. Es un contraste bastante hermoso el vivir este lugar rodeado de historia y arquitectura, puertas decoradas y adoquines milenarios que no hacen más que continuar inspirando innovaciones actuales. La fortificación y seguridad antigua puede hasta compararse, paradójicamente, con un firewall moderno. Puede decirse que si en algo los estonios se han destacado desde siempre ha sido en sus sistemas de defensa. El utilizado durante la época soviética también dejó huella y se encuentra del lado opuesto de la entrada a la muralla, sobre la misma zona. El hotel Viru albergaba a la KGB y tenía todo un piso destinado a ellos.
El famoso Comité para la Seguridad del Estado Soviético abrió sede –con residencias para sus fieles funcionarios, nunca espías– en dicho hotel tres años después de inaugurado el hotel Viru. Todo el piso superior estaba destinado a las oficinas de seguridad. Con su amplia azotea, se tiene una vista de 360 grados de todo Tallin, incluyendo el puerto, la ciudad vieja, la catedral y el edificio céntrico donde la KGB tenía su cárcel funcionando. Si bien el hotel tiene 23 pisos, el ascensor solo cuenta con 22 botones. La sede estaba camuflada desde el vamos. Nuevamente, si algo destaca a esta parte del planeta es su elegancia. No había cosas prohibidas de por sí, sino que simple y cordialmente “no estaban recomendadas”. Claramente, era simplemente una extorsión camuflada en gentileza, pero no deja de sacarme sonrisas que, al día de hoy, lo cuenten de esta manera. El protocolo por excelencia para encuentros en dicho hotel siempre implicaban algún beberaje de alto prestigio como una codiciada Coca-Cola o Martini, ya que el llamado “Soviet Champagne” era –y sigue siendo– bastante intomable. Con las disculpas del caso, dicho fermento se asemeja más a una sidra que a unas burbujas francesas. Las paredes del hotel estaban hechas de lo que hoy exfuncionarios llaman con cariño como “microconcreto”. Los arquitectos y constructores se preguntarán que tipo de material será: es aquel que junta micrófonos con concreto.
De las 450 habitaciones, 60 estaban pinchadas. Además de sus oficiales de alto rango, la KGB en asociación con el hotel, contrataban a otros funcionarios para ayudar con sus tareas. Mozos, prostitutas y babushkas, o señoras mayores que tomaban el té o funcionaban de amas de llaves, eran claves en la vigilancia constante del flujo de personas que visitaban el hotel y la ciudad. Elementos de la época, y objetos de dichas oficinas como vajilla o ceniceros, aún se encuentran en el hotel y, junto a Miska, el guía estonio y estoico del lugar, uno se sumerge en una de historia de espías mejor contada: la que sucedió en frente de los ojos del mundo en plena guerra fría. Como bien dice Neil Gaiman, muchas veces, la realidad puede y supera a la ficción. Al salir, un gracioso mensaje saluda a aquellos turistas curiosos: es mejor ser un informante en TripAdvisor que uno para KGB. Sin dudas, el Viru es un gran plan en Tallin. Para aquellos que se deleitan con la historia, la capital estonia tiene aún más y más joyitas: es imperioso visitar el Museo de la Ocupación o Vabamun Museum of Occupation and Freedom, donde también se contempla la ocupación nazi y la historia reciente de esta nación.
Pero, si el deleite pasa por otro lado, Olde Hansa es el destino. Una taberna típicamente medieval, donde incluso sus mozos están vestidos de época y el menú, con una carta más que auténtica, refleja el pasado sabroso de Estonia. Aparentemente, fue creado para “honrar a la Liga Hanseática”, el nombre originario de la antigua alianza mercantil entre ciudades del norte de Europa. Situado en el centro de la ciudad vieja o corazón medieval de Tallin, el restaurante se remonta a 1517. Todos los platos se cocinan con recetas y métodos del siglo XV y los fines de semanas hay músicos que deleitan al hambriento comensal con melodías medievales. “¡Saludos, bella damisela! ¿Gustaría de pasar a disfrutar de este festín tradicional esta noche?”, me dijeron. Por supuesto que no pude negarme a tal ofrenda. El lugar es una gran casa de piedra, mantiene la apariencia original y solo está alumbrada con velas. El menú es una mezcla de cartografía, serigrafía y ornamentos escritos a mano. Desde carne de alce, oso, ciervo, oveja y cerdo, hasta distintos tipos de granos y cazuelas, todo es extremadamente delicioso. Hay dos tabernas menos ostentosas e igual de divertidas y curiosas: el Ill Draakon y el Munga Keller. En la primera solo ofrecen cervezas de porrón, sopas que se beben de la cazuela sin cubiertos y colas de chancho empaladas cual brochette, o una empanaditas de masa filo y vegetales. Tambien hay self service barril gigante de pickles en vinagre que solo se los pesca de la manera tradicional con una especie de arpón que hace de la experiencia una muy divertida. La segunda, es una interpretación más contemporánea de comida medieval en donde se mantienen intactas las paredes más que a las recetas.
Si uno tiene antojo de dulce, cafeterías y postres no faltarán en Tallin. Recomiendo para ello visitar el distrito artístico Telliskivi Creative Center. Situado en barracas y fábricas antiguas abandonadas, hoy es cuna del arte y la innovación báltica. El museo Fotografiska, el primero instalado fuera de Suecia, sede matriz de dicha institución artística, así como el Baiti Jaama Market, un hermoso y renovado mercado, con múltiples casas de diseño a su alrededor, comprenden la arquitectura de dicho barrio. Si esto no es suficiente, el renovado barrio de Rotermanni, a pocos minutos del Telliskivi, seguramente saciará la sed de café, dulces típicos y arte.
PoCo, la colección privada más grande de arte contemporáneo y pop de Europa se encuentra allí y, a modo de anécdota, alberga el sillón amarillo de cuero más largo del mundo. Pero si aun así, el antojo del dulce sigue latente, hay buenas noticias: el café más antiguo de Tallin, Maiasmokk, se remonta a 1864 y es hogar del mazapán. Sé que varias ciudades se jactan de haber inventado esta delicatessen, pero Estonia tiene una movida de jaque mate que nadie vio venir. La segunda farmacia en funcionamiento más antigua de Europa se encuentra en la plaza principal de Tallin. Data de 1422, aparentemente la numero uno se encuentra en Croacia y data de 100 años antes, aunque técnicamente es un botica y no una farmacia. De nuevo en Tallin, la llamada Raeapteek, argumenta de vender mezclas contra el mal de amores con una receta similar a la utilizada para cocinar mazapan. Este libro, de más de 600 años, es una enciclopedia de recetas y medicamentos escritos a mano. Hoy, esa receta se encuentra en el libro oficial de la farmacia y sus dulces se compran en Maiasmokk, donde Külli Mihnkla, la señora que pinta los dulces a mano, deleita todos los visitantes con sus creaciones que van desde simples diseños hasta muñequitas o animalitos.
Por último, Tallin da el batacazo con esta extraordinaria gema: el DM baar. Es un bar dedicado exclusivamente a Depeche Mode. Paredes tapizadas de posters, entradas a conciertos, fotos, merchandising, tapas de discos y, por supuesto, la discografía completa de dicho grupo reproducida non-stop, en repeat. Sus fundadores, dos acérrimos fans de la banda, decidieron abrir el lugar, cuyos tragos se destacan por sus nombres de canciones y no por sus sabores. Pusieron unas maquinitas estilo pinball y lo dejaron ser. Blogs, Internet y Atlas Obscura, una guía de curiosidades, al igual que Trip Advisor, hicieron el resto. Como era de esperarse, fans y curiosos lo pusieron en el mapa y llegó a los oídos de Dave Gahan, Martin Gore y Andrew Fletcher, quienes ya han visitado el recinto dos veces y extraoficialmente han realizado una fiesta quienes allí se encontraban esas improvisadas noches. Para mi desgracia no me los crucé, pero si conocí a Samy, un francés tatuado que resultó ser uno de los mayores contrastes de esta ciudad: resultó ser el tenor principal que cantaba en la Ópera Nacional de Estonia el día siguiente: por lo que de “Personal Jesus” salté y me fui a escuchar Peleas y Melisande, de Debussy. Quién hubiera dicho, supongo que solo hay que reach out and touch faith, y una vez más, como ya me es costumbre, la vida me sorprende.
Esta mélange tanto de ópera como de rock, de curas médicas con delicatessen, de espías del siglo XX con fortalezas del siglo XV resumen a la perfección lo que es Estonia: un experimento siempre en beta, mezclando géneros, orígenes, historias y sabores. Ya sea en sus curiosos cafés, sus sistemas de seguridad, su innovación tecnológica o su medioevo hipster, Estonia escribe su presente, innovando para su futuro con estilo clásico que solo honra su pasado de la mejor manera.
*Daniela Varela es comunicadora, escritora y directora creativa. Entre otras cosas, estudió gastronomía profesional, antropología cultural y periodismo gastronómico. Comparte sus pasiones de viajar, comer y escribir en Bites&KMs. Actualmente, es creativa publicitaria en la ciudad de Nueva York. Es frecuente encontrarla escribiendo sus historias en distintos cafés de Brooklyn.
Por Daniela Varela
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