Una cadena de sucesos que asentaron las circunstancias para que, en el momento exacto, en un sótano de una mansión en el sur de Francia, Charlie Watts golpeara la batería en “Ventilator Blues” con una cadencia que, según él, nunca más pudo replicar.
Un atisbo de algo que dejó como huella un disco que la crítica definió como desprolijo y desorganizado.
Mick Jagger, que cedió el volante de la dirección artística a Keith Richards y que, en consecuencia, se mostró descontento con el resultado. Esta fue solo una de las tantas pujas de la dupla en seis décadas de trayectoria.
Algo similar a uno de esos fenómenos astronómicos que solo pasan una vez cada mucho, muchísimo, tiempo.
No hay absolutos en Exile On Main Street (1972). No es un disco de hits, en palabras de Jagger, “no es ese tipo de disco”. No existió un método trazado con lapicera que permitiera marcar el principio y el final. En el fondo de cada piano que emerge de la oscuridad para imponerse, de las guitarras soberbias y desafiantes de Keith Richards, de los volantazos rítmicos a lo largo de las 18 canciones que integran el álbum, está la melancolía que punza y escarba.
La única certeza es la de no tener lugar a donde ir. Un canto que busca transportarse, lejano, desde el exilio.
Había que reventar el sistema, o huir de él. Eso dice el músico Don Was en los primeros minutos del documental Stones In Exile (2010). Los 70 consistieron en limpiar los platos rotos que dejó la década pasada. Un revisionismo en el que ninguna de las soluciones que propusieron los polos fueron satisfactorias. Los Rolling Stones influyen en la música hace ya décadas, prenden incendios al costado de la ruta para indicar por dónde hay que circular. Pero, a su vez, todos los discos de su repertorio son un punto marcado en el mapa de su propio camino como banda. Exile on Main Street no fue un golpe en la mandíbula de la sociedad. Fue una implosión.
Se dieron de frente con una bifurcación. Si se iban de Inglaterra, la banda quedaba en el olvido. Si no se iban de Inglaterra, tenían que pagar los impuestos. Como ninguno mostró mucho entusiasmo en lo último, las alternativas se redujeron al exilio, o la cárcel. En ambos casos, la amenaza de despedirse del éxito era latente. Por más rebeldía y rock que supuraran, ninguno dejaba de ser británico. Dejar su país también significaba irse de casa con lo puesto.
El destino fue el sur de Francia. Mick y Bianca Jagger en Saint-Tropez, Charlie Watts en Aviñón, Keith Richards, Anita Pallenberg y Marlon, hijo de ambos, en Villefranche-sur-Mer. En esta última locación fue donde Exile On Main Street dio sus primeros respiros, en una mansión llamada Villa Nellcôte, un ex cuartel nazi. Buscaron en teatros y cines, pero la solución del estudio de grabación estaba ahí, en el sótano de Villa Nellcôte. Dada la distancia, Watts decidió mudarse con Richards.
Una montaña rusa que penetra en la complejidad de un exilio que incluye niños de por medio, botellas de alcohol vacías, colillas de cigarro en el piso, horarios extraordinarios, puertas giratorias que permiten el ingreso de caras desconocidas conforme los días pasan, ensayos con personas durmiendo arriba de los amplificadores, robos de instrumentos —ocho guitarras, un bajo y un saxofón—. ¿Cuánto podría extenderse en el tiempo ese estilo de vida? ¿Qué tanta supervivencia podía tener un grupo humano en esas condiciones?
Tuvieron que exiliarse del exilio. El frío comenzaba a sentirse. La policía francesa llegó a Villa Nellcôte para interrogar sobre tráfico de drogas. Pallenberg y Richards no podían estar más en el país. Otra vez, los Stones tenían que hacer dedo y ver dónde parar. Una vez que escucharon el material creado en todo ese tiempo, lo tuvieron claro. Ya no había nada más que hacer en ese lugar.
La parada final fue en Los Ángeles. Un estudio de grabación real en el que remasterizaron, agregaron los toques góspel de algunos coros e introdujeron nuevas canciones como “Torn and Frayed” y “Loving Cup”. La cuota de orden necesaria. De portada, un collage con fotos de todo tipo, con caras desconocidas, en tonos sepia y la caligrafía de Jagger. Un reflejo de lo que hay adentro.
“Son las tripas de nuestro extenso trabajo, es una crítica del exilio, no tiene una dirección concreta”, dijo Mick Jagger sobre el álbum. No es fácil de digerir, no es tan efectivo si no se le dedica una escucha atenta y continua. La reivindicación a lo largo de los años, pasando de ser criticado a ser considerado una obra del rock and roll es una prueba de esto. 52 años después de su lanzamiento, Exile on Main Street demuestra ser una pieza que no solo envejeció bien, sino que también mejora conforme pasa el tiempo. Un grito visceral de protesta, de ayuda y de placer.