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Contenido creado por Federica Bordaberry
Literatura
Los libros y sus autores

Fernanda Trías: entre el diario y la crónica personal para representar Buenos Aires

La Ciudad Invencible, el relato de un vínculo con una ciudad que escupe y acoge al mismo tiempo. Una colaboración con HUM y Estuario.

18.08.2022 14:26

Lectura: 7'

2022-08-18T14:26:00-03:00
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Fernanda Trías (Montevideo, 1976) es narradora y traductora. Realizó el máster en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York. Publicó Cuaderno para un solo ojo, La azotea y la plaqueta de relatos El regreso. Por La azotea recibió el tercer Premio Nacional de Literatura en Narrativa/MEC, 2002. En 2004 obtuvo la beca Unesco-Aschberg para escritores y se estableció en Francia. Así empezó un período itinerante que aún no termina y que incluyó las ciudades de Berlín, Buenos Aires, Nueva York, Valparaíso y actualmente Bogotá. En 2006 obtuvo el premio a la Cultura Nacional de la Fundación Bank Boston. Sus relatos han aparecido en antologías de nueva narrativa en Alemania, España, Estados Unidos, Inglaterra, Italia, Perú y Uruguay. La ciudad invencible se publicó en España en 2014 (Demipage) y en Chile-Nueva York en 2013 (Brutas Editoras) bajo el título de Bienes muebles. La edición uruguaya es de 2015 bajo este mismo sello editorial. Su más reciente título en narrativa es el libro de cuentos No soñarás flores (2016).

¿Cuándo empezaste a escribir?

En algún punto de la adolescencia (recuerdo unos cuentos escritos cuando tenía quince), pero de manera sistemática y obsesiva recién desde los veinte.

¿Te acordás cuál fue el primer libro que te marcó?

El extranjero de Camus o El pozo de Onetti.

¿Dejar de leer o dejar de escribir? ¿Por qué?

Para mí la lectura y la escritura vinieron casi juntas. Entonces, me parecen inseparables. Yo identifico que estoy frente a un gran libro cuando, al leerlo, me dan unas ganas locas de escribir. Para mantener la cordura, no podría dejar ninguna de las dos cosas.

Contanos qué estás leyendo ahora.

Metamorfosis: la fascinante continuidad de la vida, de Emanuele Coccia.

¿Cuáles son tus escritores uruguayos favoritos? ¿Identificás influencias? ¿Cuáles? ¿Alguno que te guste recomendar?

Me siento muy orgullosa de nuestra tradición literaria. Siempre los recomiendo y los incluyo en mis cursos: Felisberto Hernández, Marosa di Giorgio, Levrero, Onetti, pero también Idea Vilariño, Cristina Peri Rossi e Ida Vitale. Me gusta mucho también Morosoli, que se publicó en Colombia hace unos pocos años.

¿Sos de releer? ¿A qué libro solés volver?

Sí, creo que un libro no se leyó del todo hasta que se relee. Releo muchísimos cuentos, mis favoritos de distintos autores, desde Horacio Quiroga hasta John Cheever o Katherine Mansfield, pero también contemporáneos. Vuelvo muchas veces a releer fragmentos de novelas que ya leí y releí (por ejemplo, leí muchas veces El discurso vacío), como La vida breve o El limonero real de Juan José Saer (todo lo de Saer lo releo seguido, incluido un cuento que me encanta: “Sombra sobre un vidrio esmerilado”). Releo todo el tiempo poemas, de Blanca Varela, de Watanabe, de todo un poco.

Para este fin de semana recomendanos un libro, un disco y una película.

El nombre del mundo es Bosque, de Ursula K. Le Guin.

Fue la mano de Dios, de Sorrentino

No tengo ningún disco para recomendar que sea de este siglo.

Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.

¿Sueñan los escritores con reconocimiento en la vía pública?

Tu autobiografía en una frase.

But still, like dust, I’ll rise.

(un verso de Maya Angelou: “Y, aún así, como el polvo, yo me levantaré”).

Tenés que convivir un mes con una autora o un autor: ¿a quién elegís?

A alguna mujer sabia, como Mary Oliver.

Un lugar para volver

Siempre vuelvo a los mismos lugares. De hecho, no me gusta tanto descubrir lugares nuevos como volver a los que amé. En un rato me voy para Nueva York, una ciudad que es una descarga de energía.

El primer verso que te viene a la mente.

We all have reasons / for moving. / I move / to keep things whole.

(De un poema de Mark Strand: “Todos tenemos razones/ para movernos. / Yo me muevo / para dejar las cosas intactas”).

Foto: Fernanda Montoro

Foto: Fernanda Montoro

¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?

Justamente porque es un tiempo de desamparo.

Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida ¿qué es?

Café negro.

Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.

Felicidad sería no tener que trabajar para la sub-existencia (como diría Levrero), hacerlo solo por deseo y por amor.

Miseria es no poder ver más allá de vos misma, de tu propio bienestar, comodidad y prosperidad. Miseria es no sentir dolor por el dolor ajeno.

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Sobre La ciudad invencible:

Nunca un buen libro cuenta una sola cosa. Este relato habla de una formación sentimental en la ciudad a la que se ha llegado y donde se vive, pero que no se conoce; ciudad hospitalaria e imposible a la vez. Es esencial la brecha entre ignorancia física y experiencia social que atraviesa a esta historia, en tanto le permite convertirse en testimonio oblicuo de Buenos Aires. Un autor que pertenezca a la ciudad sobre la que escribe podrá ofrecer versiones más o menos plausibles; pero solo quien posea la mirada extranjera fijará la vida sin préstamos ni sobrentendidos. Con esta novela fronteriza entre el diario y la crónica personal, Fernanda Trías se suma a la gran tradición de escritores que, siendo foráneos, han sido los más elocuentes en representar la incompleta Buenos Aires que, mal o bien, los acogió. (Sergio Chejfec)

Esta nueva edición incluye una adenda ensayística —hasta ahora inédita— a modo de posfacio, de próxima publicación en Inglaterra y Estados Unidos, en una antología sobre feminismos.

Un fragmento:

La bebé duerme. Mientras escribo esto, en alguna parte del globo, la bebé levanta una mano arrugada, se la lleva a la cara y vuelve a bajarla. Nadie sabe con qué sueñan los recién nacidos, qué parte del mundo están procesando en ese día infinito, circular, que no se rige ni siquiera por los ritmos del sol y la luna, sino por el hambre y el sueño. La bebé nació hace cinco días. Dice el certificado de nacimiento que es una niña, y dicen los lazos de sangre que soy su tía.

Poco más de veinticuatro horas luego de nacer, la tengo en brazos, apretada como uno de esos pañuelos donde los buscadores de oro guardan sus pepitas. Es tan liviana que debo mirarla constantemente para no olvidar que la tengo encima. Se ve tan vulnerable y expuesta como un molusco sin concha. Intento apartar de mi mente lo que ya sé: que ese certificado de nacimiento es también la constatación de que su vida será más difícil, que deberá abrirse camino a golpe de machete. Más aún: que durante mucho tiempo ni siquiera será consciente de esa desventaja, que deberá descubrirlo sola, quién sabe cuándo y quién sabe en qué circunstancias. Pero yo soy la tía, la única tía paterna, y desde el primer momento en que la veo, e incluso antes de haberla visto, solo de haberla deseado, siento la necesidad física de protegerla. Pienso, de manera irracional: “No va a sufrir lo que sufrí yo”, y como un bólido pasan frente a mis ojos todas las veces que busqué protección en el lugar equivocado.

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