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Contenido creado por Sofia Durand
Literatura
Los libros y sus autores

Fernando Foglino: "La voz de la escritura muchas veces busca un sonido, una música"

El autor presenta "Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo triste", publicado por la editorial Estuario.

27.06.2024 15:46

Lectura: 8'

2024-06-27T15:46:00-03:00
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Este libro viene a corroborar, al menos para mí, lo que he venido repitiendo durante años con férrea convicción", dice Fernando Foglino (1976) acerca de Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo triste (2024). Foglino es poeta y artista visual, formado en la Facultad de Arquitectura, y considera que sus trabajos visuales siempre se basaron en la literatura. Desde 2008, ha realizado numerosas exposiciones en museos nacionales y en otros países. Además, realizó residencias artísticas en Berlín, París, Beijing, Milán y Antofagasta. 

Además, el autor afirma que la poesía y la narrativa son "las únicas herramientas de comunicación verdaderamente libres de restricciones económicas y de escala". Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo triste aborda de manera cronológica las casualidades, trucos, procesos y anécdotas alrededor de su obra visual. Incluye desde cuentos de la infancia, hasta escándalos en las redes sociales. "En mi trabajo, lo viejo y lo nuevo coexisten. Pertenezco a una generación de continua transición tecnológica, de la televisión en blanco y negro de mi infancia a la inteligencia artificial de hoy. Esto me mantiene en un estado de continuo asombro que me incentiva a crear", explica Foglino. 

Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo triste fue un proyecto seleccionado por el Fondo Concursable para la Cultura. 

Fotos: Javier Noceti

Fotos: Javier Noceti

¿Preferirías viajar al futuro o al pasado?

Prefiero viajar al pasado, viajar mucho al pasado. Cada vez que hago ese juego de imaginar a qué época y en qué lugar me gustaría caer, o aparecer de atrás de una piedra, me cuesta decidirme solamente por una opción. Me gustaría, entonces, algo como lo que sucedía en aquel dibujo que veía de chico, “Érase una vez el hombre”, en que los mismos personajes atraviesan toda la historia, o al menos la historia que está en los libros. En el capítulo 26, el último de la serie, se vaticina que la basura tapará el mundo. Visto y considerando, prefiero el viaje al pasado. Nadie asegura que el futuro sea una posibilidad. En el libro cito una frase de Leonard Cohen que dice: “La mayoría de nosotros vive en ciudades que ya no existen más que como atascos de tráfico”.

¿Qué libro de otro autor/a te afectó de tal manera que te gustaría generar ese mismo efecto en tus lectores?

Recuerdo perfectamente el último libro, fue Kassel no invita a la lógica (2014) de Enrique Vila-Matas, pero por suerte me ha pasado muchas veces. Con libros, pero también con canciones, exposiciones o películas. El efecto siempre es el mismo, tener que parar, poner pausa para anotar alguna idea que surge de lo que estoy viendo para no dejarla pasar. Al comienzo del libro digo: “Ojalá funcione como los libros que visito frecuentemente, los viejos libros de siempre o los nuevos que envejecen conmigo. Son libros que leo, pero que sobre todo me empujan a escribir”.

Top 3 de libros que más regalaste/recomendaste.

La máquina de pensar en Gladys (1970) de Mario Levrero.

Agua Enjabonada de Elder Silva.

La caja de especias de la tierra (1979) de Leonard Cohen.

¿Qué cinco cosas guardarías en una cápsula del tiempo?

Hay una capsula del tiempo en Soriano donde se guardó, entre otras cosas, un VHS y ya se están preguntando cómo van a reproducirlo en 2088. Pondría solo cosas que se vuelvan inútiles, que demuestren que el único tesoro es el tiempo.

Si pudieras coescribir un libro con cualquier autor/a, vivo o muerto, ¿con quién sería y por qué?

Sería con mi profesor de literatura en la Casa de la Cultura del Prado, Walter Ortiz y Ayala, habría mucho humo de tabaco y sería un libro de sonetos que nos hiciera reír al buscar cada rima.

Si estuvieras en la Biblioteca Nacional de Uruguay y te pudieras robar un libro sin que nadie lo sepa, ¿cuál sería?

Robaría la colección de suplementos dominicales del diario El Día, son increíbles.

Contános qué estás leyendo ahora.

Arte y espacio público en Montevideo (1959-1973), de Miriam Hojman

El primer verso que te viene a la mente.

“No estoy triste ni alegre. Ése es el destino de los versos. Los escribí y debo mostrarlos a todos”.

Es el comienzo de un poema de Alberto Caeiro, uno de los pocos que me sé de memoria.

¿Qué libro prestaste de tu biblioteca y hasta el día de hoy no fue devuelto? ¿Y al revés?

No presto libros, tampoco pido prestados porque no los devolvería.

Fotos: Javier Noceti

Fotos: Javier Noceti

¿Como lector/a qué te gusta encontrar en un cuento?

Me gusta encontrar realidad. Cómo ya se ha dicho: “la realidad es más rica que la imaginación”.

Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.

Siento felicidad cuando no tengo nada pendiente, a su vez me siento muy miserable cuando no estoy haciendo nada.

¿Qué libro nunca te aburrís de releer?

Pomelo, un libro de instrucciones de Yoko Ono (1964).

¿Por qué Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo triste?

Para el título parafraseo una rima antigua para describir los elementos que componen las obras que he realizado en los últimos 10 años y son el centro de este libro. Algo viejo, por la continua referencia y estudio del pasado. Algo nuevo, por el uso de las nuevas tecnologías. Algo prestado, por los guiños y asociaciones con otros artistas contemporáneos, apropiándome de sus obras y reinterpretándolas. Algo triste, en relación con lo poético. En mi trabajo, lo viejo y lo nuevo coexisten. Pertenezco a una generación de continua transición tecnológica, de la televisión en blanco y negro de mi infancia a la inteligencia artificial de hoy. Esto me mantiene en un estado de continuo asombro que me incentiva a crear.

¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?

Al menos cinco años, aunque el libro le tiró una soga a algún texto que venía escrito desde antes.

Fotos: Javier Noceti

Fotos: Javier Noceti

¿Por qué elegiste esos epígrafes?

Utilizo los epígrafes o acápites cómo intertextualidad, una forma de establecer un diálogo con ciertas lecturas favoritas.

Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?

La frase sería el título, intenté describirlo allí.

¿Cuál es la reacción más inesperada qué recibiste con este libro?

Cuando recibí apoyo de un fondo concursable para su publicación.

¿Qué consejo o frase inspiradora darías a otros escritores que están buscando su voz y estilo literario?

Descarto aconsejar leer porque creo que es obvio, pero recomiendo hacer el ejercicio de leer y leerse en voz alta. La voz de la escritura muchas veces tiene o busca un sonido, una música.

Si de la noche a la mañana pudieras hablar de manera fluida cualquier idioma, ¿cuál sería y a qué lugar viajarías para probarlo?

Árabe y viajaría a Egipto.

Escribir para... 

Decidirse entre esto, o todo lo demás.

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Fragmento de Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo triste

No era común usar zunga en el Parque del Plata de los ochenta. No lo es todavía en 2021 y mucho menos si el diseño de la zunga es de un provocativo animal print. Zunga de leopardo. Por eso, en secreto, todos en el barrio habíamos bautizado a nuestro vecino Tarzán.

Recuerdo perfectamente estar rodeándolo en el patio delantero de su chalé, éramos cuatro o cinco niños revoloteándole como moscas alrededor, insistiendo para que repitiera su gracia habitual. La gracia consistía en preguntarle la hora. Tarzán, con sus dos metros de altura y su siempre bronceado torso, se llevaba la mano por encima de la frente, tapando el sol del mediodía con su enorme palma extendida, dejando a los niños en sombra, y consultaba el cielo durante largos segundos. Luego bajaba la mano y nos decía, con implacable seguridad: «Son las doce y cuarto».

Entonces se hacía un silencio, como cuando la pelota aún está en el aire después de un penal, y Catalina miraba su infantil reloj amarillo para traducir, con dificultad, la posición de los bracitos del ratón Mickey que señalaba la hora. Las manecillas dibujaban una perfecta L, entonces gritaba con entusiasmo: «¡Doce y cuarto!».

«¡Bieeeeeeen!», gritábamos todos a coro, igual que en un gol de último minuto, y sin decirle ni gracias volvíamos a jugar hasta aburrirnos para intentarlo una vez más hasta que fallara. Tarzán, por más que lo pusiéramos a prueba infinitas veces, nunca nos fallaría.

No puedo precisar cuánto tiempo nos llevó darnos cuenta del truco, tampoco recuerdo el momento. La maniobra de distracción, el gesto paródico, el ceño fruncido coronando su enorme cuerpo, los ojos entrecerrados y el esfuerzo encandilado para leer la hora en el sol, nos impedía darnos cuenta de que en su mano derecha llevaba siempre un reloj pulsera. En lugar de mirar al sol, como lo haría el rey de la selva, relojeaba de costado para decirnos la hora con absurda precisión. Nos habremos reído a carcajadas al descubrirlo, pero nadie se sintió traicionado. Aunque sabíamos el truco, siempre le seguimos preguntando para verlo acertar una y otra vez.

Elegimos confiar ciegamente en él, nos sentíamos seguros. Estábamos tranquilos de que, si por alguna razón teníamos un problema, nos perdíamos en el baldío de enfrente o algo nos daba miedo, Tarzán estaría siempre allí para salvarnos.

Cada mentira crea un mundo paralelo, el mundo en que es verdad.

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