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Literatura
Calabozos y Dragó(nes): In Memoriam

Fernando Sánchez Dragó: vida y obra de ¿un anarquista, un comunista, un liberal?

Donde se cuenta la historia de un hereje para tirios y troyanos, judíos y cristianos, cóncavos y conversos. Y se invita a conocerla.

11.12.2023 12:42

Lectura: 9'

2023-12-11T12:42:00-03:00
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Por Rodrigo Bacigalupe
   rodri...@gmail.com

Charlando con la gente se descubren cosas, sin miedo a contar aficiones, sin la guardia en alto, sin pensar en ser cursi, muy heavy, muy esto, muy aquello. Quizás el estado ideal sea el de la eterna pregunta y la perenne curiosidad. ¿Qué decís? Un amigo dijo una vez: hazte un virus, contagia. Así, quizás, debieran ser todas las conversaciones que valen la pena, y así fue que con nuestro ‘editor en jefe’ (el boss, siempre con minúsculas) nos encontramos en una esquina inesperada, entre las calles de El faro de Alejandría y El mundo por montera, en el bar DRAGÓ, donde, como dijo Charly García, la entrada es gratis (y muy fructífera), y la salida… vemos si queremos salir. Hay lugares de los que no nos queremos ni nos podemos ir, porque el mundo también es un bar, como también enunció otro coloso, como Enrique Symns.

Fernando Sánchez Dragó falleció en la mañana del 10 de abril del presente 2023 a los 86 años. Minutos antes había hecho, sin saberlo, su último tweet junto a uno de sus adorados gatos, Nano, heredero del gran [N. del E: Natsume] Söseki, a quien dedicó incluso un libro. Parecía haberse resistido a la muerte que se llevó a otras personalidades de su grupo y generación en los últimos años, amigos que lo acompañaron en diversas gestas, como el filósofo Antonio Escohotado o el otro histórico presentador de televisión, Jesús Quintero, A.K.A: El loco de la colina. El mismo Dragó, un año antes, de vacaciones por su admirada Grecia, sufrió una descompensación que lo tuvo entre la vida y la muerte, de la que se salvó de milagro gracias al traslado casi heroico de los funcionarios de sanidad, logrando recuperarse, casi por arte de magia, de un potente ACV.

La vida de Dragó fue rica en todo tipo de experiencias: místicas, lisérgicas, espíritas, carcelarias, políticas, sexuales y, sobre todo, literarias. Aunque Dragó trascendió en el mundo de la cultura gracias a la gran calidad de sus programas de televisión —todas variantes de una tertulia eterna entre las mentes (y las almas) mejor alimentadas de la España de los últimos cuarenta años—, él fue, y así se encargó de definirse, por sobre todas las cosas, un escritor. Un gran escritor, dueño de un español tan florido y variopinto (a veces barroco, por idénticos motivos) como pocos jardines se pueden ver (y leer). Su facilidad de palabra ya es legendaria, parecía contar en su discurso con todos los sinónimos y adjetivos de la lengua castellana. Sin embargo, cuando oficiaba como moderador de sus programas, sabía racionar y administrar la palabra en el momento justo, dejando, como debe hacerse, que los tertulianos fueran los verdaderos protagonistas. Personajes de la talla de Albert Hoffman, Francisco ‘Paco’ Umbral, Alejandro Jodorowsky, José Saramago, Rosa Chacel, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa o la/el controversial Beatriz/Paul Preciado, entre muchos otros más, adornaron esas inolvidables veladas.

Muchas veces Dragó contó que desde su más tierna infancia ya quería —incluso sin saber el qué ni el porqué— ser escritor, y que esa era la respuesta que daba a todos los que visitaban su hogar, del que su padre había desaparecido para no volver, asesinado por las fuerzas franquistas, a comienzos de la guerra civil española. El autor creció en el (hoy glamoroso) barrio de Salamanca, en el Madrid de la posguerra. Perteneciente a una burguesía acomodada, estudió en el prestigioso Colegio de Nuestra Señora del Pilar y luego, en su juventud, quiso dedicarse plenamente a las letras, carrera que sus padres concebían propia “de chicas o curas”, obteniendo su doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. En dicha casa de estudios, muchos años después frente al pelotón de estudiantes extranjeros, llevaría adelante los célebres Cursos de Verano del Palacio de El Escorial.

Desde que se volvió un personaje popular, una celebridad de la cultura española, siempre estuvo pegado a su nombre, como una incómoda rémora, el adjetivo de polémico, del que el escritor jamás quiso hacerse cargo, arguyendo que nunca había actuado ni opinado con tal fin y que, si sus declaraciones y acciones causaban polémica, eso era para él algo bien distinto: Ce n'est pas mon problème.

Foto: Rafael Robles (https://www.flickr.com/photos/rafaelrobles/)

Foto: Rafael Robles (https://www.flickr.com/photos/rafaelrobles/)

En cuestión de ideologías, Dragó pasó por varios cambios de piel, desde una temprana adhesión al partido comunista que lo llevaría a la cárcel en varias oportunidades, pasando por un apoyo incondicional al PP (Partido Popular) durante la campaña que dio la primera victoria a José María Aznar –al que incluso entrevistó sobre sus gustos literarios en uno de sus programas televisivos–, hasta llegar definirse en los últimos tiempos como un anarcoindividualista. De todos los motes, probablemente el que mejor le sentaba fuese el de un intrépido librepensador, uno tan osado para emitir ciertos juicios como conservador para otros. Entre estos últimos, la defensa acérrima de la tauromaquia encabeza la lista, entre los anteriores, la práctica del sexo tántrico y las polémicas relaciones sexuales (confesas pero no comprobadas) con dos adolescentes japonesas.

Fue lo oriental —amén de las mentadas lolitas niponas— una atracción ferviente para el escritor. Sucedió primero en Benarés, en un amanecer a orillas del mí(s)tico Ganges, cuando tuvo una revelación casi epifánica que marcaría la senda de la espiritualidad por el resto de su vida, y luego en Japón, donde un vínculo inagotable por su cultura lo llevó a instalarse en la tierra de sus adorados Tanizaki, Akutagawa o Kawabata. Allí también conoció a una de sus cuatro esposas, Naoko (casi cuarenta años menor que él), con quien tuvo a su último hijo, Akela, que poco tiempo antes de morir le manifestaría su precoz pasión por la escritura.

Dragó, como Odiseo, “vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres (y mujeres)” en su periplo existencial. Además de Japón, vivió en Italia, Francia, Marruecos, Senegal, Kenia, Jordania y Estados Unidos, ejerciendo el periodismo y la docencia, así como una forma de vivir ligada siempre a las nuevas experiencias, al placer hedonista y a la literatura. Para su primera gran obra, Gárgoris y Habidis: una historia mágica de España (1979), consultó miles de fuentes bibliográficas, y no muchas menos para su ficticia Carta de Jesús al Papa (2002). Sus títulos, entre periodísticos, narrativos y ensayísticos, se acercan al medio centenar. Fueron también muchas las experiencias televisivas como moderador de míticas tertulias entre las que destaca la siguiente lista de programas: Encuentros con las letras, Biblioteca nacional, La noche, El mundo por montera (durante la década de los 80), Negro sobre blanco, Diario de la noche, Dragolandia, Las noches blancas (finales de los 90 y principios del 2000) y, en los últimos años, Libros con uasabi (hasta el año 2017). Desde sus primeros trabajos se aprecia un eclecticismo filosófico que mantuvo a lo largo de su vida, volviéndose marca registrada de su imbricada prosa, para algunos su mayor virtud, para otros, una muestra excesiva de erudición y un innecesario y laberíntico desborde sintáctico. No está mal pensar en extraer los más ricos frutos dejando de lado aquello que nos indigeste, pues, como versa la célebre frase de Plinio: no hay libro, por malo que sea, que no tenga una cosa buena. Y para el caso de Dragó, le pese a quien le pese, sus libros distan de estar mal escritos (subjetividad aparte). El autor fue galardonado con algunas de las más prestigiosas preseas literarias de su país como el Premio Nacional de Ensayo y el Premio Planeta.

En lo personal, los cuatro volúmenes que componen su primera edición de Gárgoris y Habidis son una experiencia lectora singular. La prosa del autor está en plenitud y la erudición, a veces criticada, trabaja a favor de una indagación central y elíptica: la de averiguar por los orígenes míticos de España buceando en los restos de sus tradiciones aún vivas en la contemporaneidad, una vuelta de tuerca a los cimientos de la cultura europea, superando y conciliando mitología y evemerismo. Esta obra y algunos otros de sus títulos representan una contribución filológica y filosófica a la altura de las de los grandes nombres del pensamiento español clásico como los de Dámaso Alonso, Menéndez Pelayo o Menéndez Pidal.

Por su crítica a la figura de Jesús, de quien puso en duda su existencia, fue criticado por los católicos, por ser detractor del feminismo, creyéndolo un movimiento propiciado por el capitalismo internacional y la Fundación Rockefeller, ha sido catalogado de machista acérrimo, y por ser promotor de la cultura oriental, en más de una ocasión se puso en duda su nacionalismo (¿por qué habría de tenerlo o manifestarlo?), considerándolo apátrida. Ciertamente, algunas de sus declaraciones han generado controversia hasta en los más cercanos, por ejemplo, afirmando que un género literario como el de la picaresca, fue uno de los grandes promotores de que en España se encuentre la mayor cantidad de sinvergüenzas por metro cuadrado de toda Europa. Evidentemente, con opiniones como esta, es difícil que sus palabras, como se dice en el Zohar, caigan en el vacío. Quizás la mejor descripción que de Dragó se ha hecho es la que el gran novelista Torrente Ballester escribiera en el prólogo de su primera obra magna (Gárgoris y Habidis): “Peligroso hereje este Fernando Sánchez Dragó, la Inquisición no se hubiera limitado a discutir con él de teologías: le hubiera enviado a la hoguera”, y agrega, “es hereje para todos los gustos y todas las ortodoxias, e inquisiciones las hay de todos los colores”. Solo resta desear una buena estadía en Dragolandia para aquellos lectores que entiendan que simpatía y antipatía pueden ser igual de buenas maestras.

Por Rodrigo Bacigalupe
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