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Contenido creado por Valentina Temesio
Música
Sonido espiritual

Festival de Glastonbury: crónica de una granja convertida en una ciudad musical

El festival inglés duró cinco días, recibió a 200 mil personas, contó con más de 100 escenarios y despidió a Elton John con su último show.

28.06.2023 13:03

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2023-06-28T13:03:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

Fotos: Federica Bordaberry

En la terminal de ómnibus en Birmingham, en el centro de Inglaterra, la conductora chequea los pasajes de los que quieren subir. Ese ómnibus va a Brístol, una de las pocas ciudades que tienen conexión con el pueblo de Glastonbury, al sur de Inglaterra.

—¿Vas a Glastonbury después de Brístol?

—Sí.

—Yo también voy, después de este viaje. Termina en Bath.

—Nos vemos ahí, entonces.

—Sí, nos vemos en el festival.

Si en Birmingham todavía no había rastro de lo que sucedería en los cinco días siguientes, en la terminal de ómnibus de Brístol aparecería la premonición.

Empiezan a pasar mochilas enormes, carpas, estacas que cuelgan hacia afuera, colchones inflables.

Varios están vestidos (y otros disfrazados) de hippies de los sesenta. Las telas coloridas, los pañuelos en la cabeza, las flores en los estampados, las caravanas de alambre con formas espirales, las piedras y los cristales, las sandalias de cuero.

Otros, más bien dentro de lo punk. Las botas de cuero negras, las bandanas en las muñecas, las tachas, las cadenas, las remeras con tapas de discos, los tonos oscuros de la ropa.

Hay quienes dicen que el Festival de Glastonbury ya no es para fanáticos del rock. Con un line up de artistas que incluye a Guns N’ Roses, Arctic Monkeys, Royal Blood, Texas, Blondie y The War on Drugs, esa afirmación puede declararse falsa.

Los que dicen: redes sociales, medios, los públicos en el festival, las conversaciones entre los que caminan por ese mismo lugar, los que viajan hacia allí.

El ómnibus de Brístol a Glastonbury, el martes previo al comienzo del festival, frena en un pueblo llamado Wells antes de llegar a su destino final. Se suben, sobre todo, adultos mayores que saludan al conductor y le preguntaban por su familia.

Es que existen muy pocos recorridos por Somerset, el condado donde queda Glastonbury, que no sobrepasa los 561.000 habitantes.

Por las rutas del sur inglés, de curvas pronunciadas y angostas, pasan por el carril de al lado casas rodantes, autos con colchones en el techo, camionetas con las cajas llenas de equipo de campamento.

En el Festival de Glastonbury, desde que existe en 1970, quienes asisten suelen acampar en el propio predio.

El lugar para acampar está incluido en el precio de la entrada (desde el miércoles hasta el lunes en la mañana), pero varias personas también optan por dormir en sus casas rodantes o alojarse en uno de los tipis clásicos del festival.

El resto, los que duerman afuera, lo hará en campamentos externos, en Pilton (el pueblo de poco más de 900 habitantes a un kilómetro del festival), en el pueblo de Glastonbury, en Bath, en Brístol y en cualquier otro lugar donde haya acceso a Worthy Farm (así se llama la granja donde se realiza) desde el miércoles 21 hasta el domingo 25 de junio.

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Desde el pueblo de Glastonbury a Worthy Farm hay, aproximadamente, veinte minutos. Son tres kilómetros. Se dedicó una línea específica de ómnibus, GF1, desde el centro de Glastonbury al festival. Saldría desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche, cada una hora, de miércoles a lunes.

El campo inglés está ahí: verde, recortado, separado por arbustos o por paredes de piedra. Tres cuartos del viaje tiene ese paisaje y, de pronto, interrumpe la masa de tipis. A lo lejos comienza a verse una manta blanca sobre el suelo.

Son los campamentos externos que armaron, en temática con el evento. Las carpas de estilo tipi, históricamente las usaban algunos pueblos indígenas en Estados Unidos y en Canadá.


A partir de entonces, todo crece y se amontona. Las personas, los acomodadores, los encargados de seguridad, los autos, los taxis, los ómnibus, las carpas de todos los diseños. A diferencia de lo que sucede en otras partes del mundo, cuando el tráfico se tranca, nunca nadie toca bocina. Nunca nadie grita nada por la ventana.

La PGA (Pedestrian Gate A) es donde llegan los ómnibus, los taxis y las camionetas privadas. El miércoles por la mañana fue el día de mayor flujo de entrada hacia el festival. Es el día en que se abren las puertas y los llamados festivalgoers llegan a colocar sus carpas en las áreas designadas a lo largo de todo el predio.

Para esa semana se esperaba sol. Alguna nube, pero sobre todo sol. Ese miércoles por la mañana y hasta pasado el mediodía llovió con fuerza. Apareció el barro y todo comenzó a mojarse.

En el Festival de Glastonbury siempre llueve. De hecho, las imágenes más icónicas del festival son las pilas de botas de goma embarradas de los que asisten al festival. Los que allí estaban en 2023, como en cualquier otro año, no se escondieron bajo techo. Caminaron con botas de goma y capas de nylon como si no cayera agua. Como si afuera todo estuviera seco.

El resto de la semana, la tierra no volvió a mojarse.

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Existe un escenario principal, que es donde colocan a los artistas principales durante la tarde y la noche, que tiene forma de pirámide. Arriba, antes de terminar la punta, tiene un símbolo de paz. Se llama Pyramid Stage y es de los símbolos más icónicos del Festival de Glastonbury.

El viernes comenzó la música en vivo en el festival. Previo a ello, prácticamente todo lo que sonara salía de la cabina de un DJ.

El escenario abrió a las 12 del medio día con The Master Musicians of Joujouka, una banda a base de vientos y percusiones marroquíes como se tocaba originalmente en el siglo XV. Siguieron Maisie Peters, cantautora inglesa, y Stefflon Don, rapero también inglés.

A las cuatro y cuarto de la tarde, comenzaron a sonar los artistas con más presencia y con muchos más años de trayectoria. Texas, esa banda de rock escocesa que tuvo su éxito más grande en los 90 y que tomó su nombre de la película de Wim Wenders, hizo un show tan fresco como energético.

Fue de las primeras bandas en traer un sonido de rock claro, y reconocible, al Pyramid Stage. En medio de un repertorio que recorrió gran parte de la obra de Texas, Sharleen Spiteri, la vocalista, agradeció a Emily Eavis (la hija de Michael Eavis, el dueño de la granja y del festival) por ser una “gran partidaria de las mujeres músicas”.

Sucedió al final del set, que duró una hora, y terminó de elogiar a Emily, que hace años oficia como organizadora del festival, diciendo que estaban ahí “no porque ella esté marcando una maldita casilla para ponernos en estos escenarios, nos está poniendo en estos escenarios porque cree que somos increíbles”.

Lo que vino después fue el secreto peor guardado del festival. Cada año, se pone una banda sorpresa en el line up. La de este 2023, tenía como nombre The Churnups. Hubo especulaciones a cerca de que fuera Pulp o Blur, ya que esta última no tenía fechas marcadas para esa noche durante su gira inglesa y ambas necesitan de Damon Albarn.

Sin embargo, las dudas se habían extinguido hacía tiempo. Todas las conversaciones previas al concierto parecían dar por entendido que la banda que subiría serían los Foo Fighters. Y fue cierto.

Terminó de confirmarse cuando el logo de los Churnups desapareció de las pantallas laterales del escenario y fue reemplazado por el de Dave Grohl y compañía.

Los Foo Fighters presentaron, entonces, al nuevo baterista Josh Freese y tocaron durante una hora, un show más bien corto para lo que suele hacer la banda. La primera media hora fue dedicada al punk y rock más pesados.

Luego, apareció la hija de Grohl, Violet, que cantó con su padre la canción “Show Me How”, del último disco de los Foo Fighters, But Here We Are, dedicándosela a la respectiva madre y abuela de cada uno.

El cierre también fue dedicado. Se escucharon los acordes de Everlong, que se tocó en honor al difunto baterista de la banda, Taylor Hawkins.

El penúltimo show de la noche del viernes lo hizo Royal Blood, dúo de rock inglés formado en Worthing, West Sussex en 2011, por Mike Kerr y Ben Thatcher.

La actuación llegó después de una aparición controvertida hace unas semanas. Durante su programa en el Big Weekend de BBC Radio 1, Kerr destrató a la audiencia por no tener energía, o aplaudir, antes de salir del escenario.

Pero durante su show en Glastonbury, ambos parecían en casa. Interpretaron clásicos como “Out Of The Black”, “Figure It Out” y “Little Monster”, pero también trajeron sus sonidos más nuevos con canciones como “Trouble” y “Mountains at Midnight”.

Antes de terminar, Kerr agradeció a su público (que esta vez por exceso de energía derivó en un pogo de más de quince minutos) y, en referencia a la cantidad de personas que veía, dijo: “Mi mente se ha estado derritiendo”.

La banda aprovechó la oportunidad para hacer un guiño a Arctic Monkeys, que encabezaron la noche del viernes, con Thatcher poniéndose una remera de los Arctic Monkeys durante su actuación.

La última vez que Arctic Monkeys encabezó Glastonbury, el baterista Matt Helders usó una camiseta de Royal Blood.

“¡Los Monkeys están de vuelta en la granja!”, gritó Alex Turner, el vocalista de los Arctic Monkeys, el show principal de la noche. Hasta hacía unas horas, se dudaba que la banda fuera a aparecer porque Turner ya había cancelado un concierto en Dublín por laringitis.

Pero llegó al escenario con la voz impecable, con camisa abierta, cadena de plata a la vista y un look parecido al the Bob Dylan en la gira Before The Flood. Era la tercera vez que Arctic Monkeys subía al Pyramid Stage. De alguna manera, cada vez que Turner dice “gracias” al público, suena como si estuviera siendo sarcástico.

El caso de los Arctic Monkeys es extraño. Por un lado, puede que sean la banda de rock alternativo más importante del Reino Unido en una época en que no es un género que venda demasiado. De alguna forma, se mantienen en la lista de canciones más escuchadas.

Pero lo que sucede, que es todavía más extraño, es que solo algunos de sus discos están de forma constante en las listas de éxitos. Tanto AM (2013) como Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not (2006) son los preferidos, algo que Tranquility Hotel Base & Casino (2018) y The Car (2021) no han logrado hacer.

Exactamente eso fue lo que sucedió con el público del Festival de Glastonbury. Sculptures of Anything Goes (The Car) recibió menos gritos y aplausos que Snap Out Of It (AM). Y, aunque con el set demostraron el camino que han recorrido como banada, parte del público fue perdiendo interés.

Siempre hay algo más sucediendo en Glastonbury y, según comentarios de Twitter, hacia allí fueron algunas personas que estaban en el Pyramid Stage. En parte, varias de las canciones estuvieron hechas a ritmos más lentos de lo normal, lo que se atribuye a la laringitis de Turner.

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El nombre antiguo de Glastonbury, o lo que se paraba allí antes, es Avalon, una isla mítica que aparece en la leyenda artúrica.

Según la mitología, se trata de un lugar donde se fabricó la espada Excalibur del Rey Arturo. Allí se llevó a Arturo para recuperarse después haber sido herido en la batalla de Camlann. Desde entonces, la isla se ha convertido en un símbolo del mundo mágico.

La espiritualidad que inunda al pueblo es, no solo de personas que conectan con sus vidas anteriores, con seres de otras dimensiones o con la mitología, sino también los católicos más acérrimos.

Se dice que Avalon fue, en algún momento, tierra de hadas, duendes, ninfas, elfos, ogros. Que el agua que viene del manantial, que sale por Chalice Well y por White Springs es agua sagrada, que limpia, que la tierra de Avalon regala. Que si se cruza por el portal del Glastonbury Tor, una torre colocada encima de un cerro en el propio pueblo, se puede conectar con la dimensión energética que contiene a todos esos seres mágicos.

Se dice, también, que Glastonbury Abbey, una iglesia ya en ruinas, fue la primera iglesia católica de Inglaterra. Que la tumba del Rey Arturo estuvo ahí y que, debajo del Glastonbury Tor, podría estar enterrado el Santo Grial.

La propia ciudad tiene ese doble carácter. A simple vista, parece un pueblo del interior inglés, tradicional, cuidado. Con una caminata por la calle principal, en las vidrieras se venden figuras mitológicas, en las librerías hay cartas de tarot y libros sobre la historia de Avalon, el arte callejero siempre tiene alguna alusión a dragones, ninfas, hadas. En las puertas principales de las casas, porque edificios no se ven, cuelga algún elemento energético: piedras, cristales, estatuas, altares.

Esa es la razón por la que esl Festival de Glastonbury, además de ser cinco días de música y otros tipos de artes, cuenta con una parte extremadamente espiritual.

De hecho, en 1971, se construyó el Pyramid Stage por John Mitchell, uno de los cofundadores del festival, donde se unen dos líneas energéticas. El festival supo ser, y aún lo es, un refugio de rarezas mágicas y místicas.

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 “Bienvenidos al solsticio de verano”, dijo un hombre mientras que llegaba al final de la procesión. Detrás, lo seguían hombres disfrazados de árboles, otros con capas cargando incienso y máscaras de animales, y otros con vestimenta e instrumentos medievales.

Una vez quietos, y rodeados por un grupo de asistentes al festival, la cantante indie de Brístol, Katie J. Pearson, cantó canciones populares clásicas de terror, como The Wicker Man.

Los dos hombres vestidos de árbol, que representaban a los soles de invierno y de verano, lucharon para ver quién sería sacrificado y así dar lugar a la nueva vida. La pelea fue tan real que al sol de invierno le sangró la nariz.

El miércoles, el día que inició el festival, se festejó el solsiticio de verano con una procesión folclórica ceremonial desde Crow's Nest hasta Stone Circle, las dos áreas sagradas del predio que ocupan las partes elevadas del festival.

En el mismo Stone Circle, esa noche, se realizó la ceremonia de iniciación. Cerca del círculo de piedras, sobre un campo repleto de personas que esperaban el evento, apareció un dragón hecho de papel cargado por cuatro personas. Sostenido con varas, voló hasta la parte más alta del festival para dar comienzo.

Sobre un escenario improvisado, hubo cantos espirituales, mientras que un acróbata vestido de monje caminó sobre una cuerda a varios metros del suelo. Seguido, aparecieron varias personas disfrazadas de figuras mitológicas y animales para representar cada uno de los cuatro elementos.

Poniendo un fin a la música espiritual, una mujer guió a todo el público de Glastonbury en un pedido por la paz mundial, un agradecimiento a cada uno de los elementos, y un rezo del “Om”. La apertura contó, además, con la presencia de chamanes mexicanos que limpiaron los espíritus de todos los presentes.

Cerca de ese lugar, se encuentra la única atracción del festival que está permanente durante todo el año. Un dragón de piedra durmió a orillas de una cañada, mientras que la noche se iluminó con una tanda de fuegos artificiales de bienvenida.

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El sábado, el Pyramid Stage abrió con Rick Astley (cantante inglés), seguido de Raye (una cantante inglesa de 25 años), Amadou & Mariam (el dúo de músicos de Mali), el rapero inglés Aitch.

Siguió con el show de Lewis Capaldi que cobró gran notoriedad en redes sociales después de que el público lo apoyara cantando mientras él sufría espasmos debido a su síndrome de Tourette sobre el escenario.

Pero la explosión de personas llegó con la rapera americana Lizzo. La rodearon sus bailarinas big grrrl, en combinación con pelucas verdes y trajes rosados de leopardo.

El set pasó por canciones como Tempo, que tiende más hacia lo house y lo minimalista (dentro del estilo de Lizzo), por Rumors, donde se incorporó la voz de otra de las grandes raperas americanas, Cardi B, e incluso por Jerome, una canción completamente diferente a las anteriores.

Contra el final del set, Lizzo sacó su flauta, uno de los instrumentos que ella toca en vivo, que logró una melodía mucho más clásica y vinculada al espíritu hippie de Glastonbury.

Lizzo ha pasado años en las trincheras de la música americana antes de obtener el reconocimiento que tiene actualmente. La primera vez que se presentó en Glastonbury, contó sobre el escenario, fue en 2018, "en una de esas grandes carpas, sin nadie allí, solo yo y [su DJ] Sophia Eris tocando. Y ahora estoy frente a todos ustedes, estoy tan conmovida".

Sin embargo, donde el mensaje falla es en la letra, que se vuelve dolorosamente literal. Desde que Lizzo se convirtió en una estrella del pop después de años en la escena del rap clandestino, sus letras han tendido hacia el refuerzo positivo básico.

Los mensajes: amarse a uno mismo, decir cosas amables sobre uno mismo, reconocer que sos especial. El impacto varía, pero es innegable que funciona con cierto público que grita, llora y canta con las instrucciones de amar a su prójimo y a sí mismos.

A las nueve y media de la noche, llegó la sorpresa más esperada de esa noche. Los Guns N’ Roses aparecieron en tiempo y forma para su show. Posiblemente haya sido uno de los sets más poderosos que la banda armó en los últimos años.

No solamente el sonido de un escenario en la mitad del campo parecía un estudio de grabación (así lo fue durante toda la semana), sino que además la voz de Axl Rose y la guitarra de Slash dieron lo mejor de sí.

Los gráficos de fondo incluyeron elementos típicos del rock pesado: calaveras, serpientes, lava, dados, sangre, camiones, incluso escenas de un apocalípsis zombie. En todo aquello, Rose corrió de punta a punta del escenario durante dos horas y quince minutos, el show más largo de todo el festival.

Mientras que Slash hacía sus solos de guitarra, de los cuales fue especialmente bueno el que funcionó como pasaje hacia Sweet Child O’ Mine, Rose se escapaba para cambiarse la remera. Durante Civil War tuvo puesta una negra con la bandera de Ucrania en la parte de adelante.

Hubo más de un homenaje: a U.K. Subs con Down On The Farm, a The Stooges con T.V. Eye y a Wings con Live and Let Die.

Aunque lo más probable es que el público de Glastonbury, una de las mecas actuales del hippismo, no haya sido el correcto para valorar el rock pesado y lleno de agresiones de Guns N’ Roses.

El sonido de la banda nunca dejó de ser furioso, pero sí es cierto que el público parecía un tanto apagado, en comparación con los usuales gritos y aplausos que recibe la banda. La longitud del set, de veinticinco canciones, no debe haber sido un aliado para esta circunstancia.

El final se acercó con Knockin' On Heaven's Door y Nightrain, terminando después de Paradise City, donde contaron con otra aparición sorpresa de Dave Grohl (ya había sorprendido con The Churnups y subiendo al escenario con The Pretenders), esta vez con su guitarra de seis cuerdas.

“No existe algo como demasiadas guitarras”, dijo Rose de sonrisa al público.

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El nombre completo del festival es Festival de Glastonbury de Artes Escénicas Contemporáneas. Lo es porque cuenta con una carpa de poesía, con una de cabaré, con un área entera dedicada al teatro y al circo, y con varios espacios dedicados al cine.

En su versión más pequeña, una sala del tamaño de una carpa de campamento, proyectaba cortometrajes de cinco minutos. Antes de empezar la función, que tenía ocho personas dentro, el proyectorista avisaba que el contenido era seleccionado al azar y que podía ser, de alguna forma, ofensivo. Lo hacía, sin embargo, en el humor comediante que predominaba en el área donde estaba ubicado, el circo.

Lo asombroso, lo cirquense, lo mágico, de todo aquello, es que todo estaba generado a partir de energía solar. “El cine más pequeño del mundo”, dijeron que era. El cortometraje parodiaba un video de relajación muscular, interrumpido por el robot R2-D2 de Star Wars.

Dentro del resto de las actividades de cine, el Pilton Palais era la carpa más grande y con los eventos principales. El miércoles por la mañana puso en su programación, en parte para las familias que asistieron al festival con niños, una de las películas de Wallace y Gromit, la clásica animación de comedia británica creada por Nick Park.

Allí mismo, el domingo por la mañana, se realizó un preestreno de Asteroid City, la última película de Wes Anderson. Una reseña de la revista New Yorker la clasificó como la película más andersoniana de todas.

Durante el concierto de Elton John en el Pyramid Stage, el Pilton Palais pasó la Naranja Mecánica de Kubrik. Fue la hora de las obras potentes.

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El domingo fue el último día del Pyramid Stage. Abrió a las once de la mañana con The Bristol Reggae Orchestra and Windrush Choir, un grupo de músicos diverso étnico y socialmente de Brístol, con Sophie Ellis-Bextor, la compositora indie inglesa, y con The Chicks, un trío de música country de mujeres americanas.

A las tres y cuarto de la tarde, siguiendo con el horario estricto impuesto por el festival, subió al escenario Yusuf/Cat Stevens. Un artista que es una leyenda de la música, pero que cambió su nombre y dejó de hacer música comercial en 1979, para hacer música más bien espiritual, como resultado de su conversión al Islam.

Aunque bastante olvidado por el público, en su búsqueda de música no secular, Yusuf le recordó a todos los presentes allí cuántas canciones clásicas son responsabilidad de él.

Comenzó con un repertorio vinculado a sus éxitos de los ‘60, como I Love My Dog, The First Cut Is The Deepest, y un homenaje a George Harrison con un cover de Here Comes The Sun de los Beatles.

Homenajeó, también a Nina Simone como la "reina del movimiento de derechos civiles de los negros" mientras dedicaba Don't Let Me Be Misunderstood, y dirigió un llamado de "la paz esté con ustedes" desde Glastonbury a los que peregrinaban a La Meca y comentó sobre las guerras en curso en todo el mundo.

Llegando a la música de los 70’, pasó por canciones como Moonshadow, Oh Very Young, Remember The Days of the Old Schoolyard, Wild World y Father and Son.

La tarde siguió con otro de los grandes faros del rock. Debbie Harry, con su banda Blondie (y dos de los músicos bastante más jovenes de lo que se esperaba), apareció sobre el escenario con botas de cuero altas, pollera de lentejuelas, una remera de CBGB y lentes futuristas.

Con 77 años, y solo con el estilo con el que entró, dejó en caro que se trataba de las ligas mayores del rock.

Después de imágenes de una interrupción de la transmisión, la banda empezó con One Way Or Another, junto al ex Sex Pistol Glenn Matlock en el bajo, y siguió con otros éxitos como Hanging On The Phone y Call Me.

Fue un recordatorio, para cualquier memoria oxidada, del legado profundo que dejó Blondie. El set fue hit tras hit, dejando en claro la amplitud de su discografía.

Harry, obviamente, no es la misma que era en 1976, cuando salió su primer disco. No canta tanto como antes y hay notas altas o largas que decidió evitar. Pero compensó con entusiasmo.

Quizá, el ejemplo más claro estuvo cuando cantó Maria, donde la letra parecía bastante indefinida por falta de volumen en la voz de la cantante. Harry se lo dedicó a "todas las chicas que quieren ser chicas, todos los chicos que quieren ser chicas, cualquiera que quiera ser una maldita chica".

El penúltimo show de la noche fue de Lil Nas X, el rapero americano que dejó un show de pop queer que incluyó un beso en el escenario con uno de los bailarines y coreografías de alta exigencia física.

Desde que su primera canción, Old Town Road, se volvió un hit hace cuatro años, el recorrido de Lil Nas X vio una popularidad desmedida que se vio, obviamente, en el público. De hecho, aquello se convirtió en el single número uno de más larga duración en la historia de Estados Unidos.

Aunque varios estaban ahí desde la mañana esperando al último concierto de la noche, varias personas se hicieron de un lugar para aplaudir al cantante.

Quizá, lo más llamativo de ese show fueron los atuendos extravagantes del cantante y su escenografía. Subió al escenario un caballo de troya peludo, un minotauro, una serpiente, y lo que pareció ser un pájaro kiwi. Esa noche, además llevó al rapero de Kentucky, Jack Harlow, para que interpretara una canción con él.

A las nueve de la noche, tan puntual como lo exigió la producción del festival, apareció quien quizá fue el artista más esperado de todo el festival.

Un traje de lamé dorado, lentes de marco negro y lente naranja, un piano Yamaha y una banda que estuvo a la altura de la calidad de un show de Elton John. Abrió el set con Pinball Wizard, una canción que no había tocado en diez años, y dijo: “Esta es una noche muy especial y emotiva para mí porque podría ser mi último espectáculo en Inglaterra, así que será mejor que toque bien y que que los entretenga, han estado allí esperando tanto tiempo y realmente aprecio todos los atuendos y todo”.

Era cierto. La mayoría de los fanáticos de Elton John no solo estaban disfrazados con lentes característicos del cantante, o trajes de lentejuelas, sino que algunos de ellos habían acampado en la primera fila la noche anterior para no perder el lugar.

Después de tocar The Bitch is Back y Benny and the Jets, pasó a los favoritos del público con Daniel, Goodbye Yellowbrick Road y I Guess That's Why They Call It The Blues.

Parte de la conversación previa al show fue la especulación sonre quiénes serían los invitados de John. Se pensó que Britney Spears podía ser una, porque en redes sociales se comentó que se la había visto pasar por el aeropuerto de Brístol. Pero los invitados estuvieron lejos de allí.

El primero fue Jacob Lusk, el cantante principal del trío estadounidense de gospel y soul Gabriels, para una interpretación de Are You Ready For Love. Antes de presentar a su segundo invitado, John reveló que todos sus invitados eran artistas más jóvenes que lo habían inspirado, "excepto uno".

Su siguiente invitado fue el cantante de Nashville, Steven Sánchez, que cantó su propia canción Until I Found You, acompañado por John al piano. El tercero fue Brandon Flowers, cantante de The Killers (que tocaron en Glastonbury seis veces) que se unió a Elton John para hacer Tiny Dancer.

La cuarta y última invitada fue la cantante japonesa-británica Rina Sawayama, que hizo un dúo con John en Don't Go Breaking My Heart, previo a que el show siguiera con un solo de Crocodile Rock. Trajo, aunque solamente en memoria, a Dua Lipa, cantando Cold Heart y permitiendo que el público rellenara sus partes.

John le dedicó Don't Let the Sun Go Down on Me al fallecido George Michael por su cumpleaños número 60 . “Hoy es un día muy especial”, dijoy agregó que “uno de los cantantes, compositores y artistas más fantásticos de Gran Bretaña fue George Michael. Era mi amigo, era una inspiración, y hoy habría sido su 60 cumpleaños. Así que quiero dedicar esta canción a su memoria y toda la música que nos dejó, que es tan hermosa. Esto es para ti, George”.

Llegando a las dos horas de show, Elton John se despidió (y cerró el festival) con Rocket Man mientras que salían fuegos artificiales hacia el aire.

Según nights.tv (a través de The Independent), el set fue visto por 7.3 millones de espectadores en la BBC. Esa cifra triplicó la cantidad de personas que vieron en streaming a Paul McCartney al año anterior y pasó a ser el show más visto en televisión de la historia del festival.

En los últimos años, hubo preocupaciones sobre la salud de Elton John y su capacidad de seguir dando un concierto tan exigente como solía hacer. Es cierto que se lo veía rígido cuando se levantaba del piano, excusando que el pantalón se le caía, pero el show tuvo la calidad que los shows de John prometen.

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El Festival de Glastonbury está lejos de tratarse solo de la música. El predio es inmenso y cada área tiene su nombre, su temática, sus escenarios diversos, sus campamentos y sus fanáticos de siempre.

Es decir, están los escenarios principales como el Pyramid, Other, West Holts, Woodsies, The Park, Acoustic, Avalon, Left Field, Arcadia y Levels, pero cada uno está ubicado en zonas con las que los artistas que ahí tocan podrían identificarse.

The Park, como área, no es solo una de las más concurridas sino, quizá, de las más divertidas. Ahí dentro está lleno de puestos de comida, pero también de bares como The Rabbit Hole, centrado en la temática de Alicia en el País de las Maravillas.

Lejos de este, aunque aún en The Park, se encuentra el Rabbit Hole secreto. Es que el Festival de Glastonbury tiene, y pocos lo saben, toda una parte secreta para encontrar y escapar de las masas.

A este segundo bar secreto (aunque las filas llegaban a cincuenta minutos de espera) se ingresaba agachado, como Alicia, y respondiendo un acertijo escrito en la puerta.

Al este del predio, se encuentra el llamado “rincón travieso” de Glastonbury. Lo componen áreas como Shangri-La, una ciudad anticapitalista, Unfairground, una zona apocalípitica urbana, The Common, vinculado a los grandes bares del festival como The Rum Shack y Temple, y Block 9, más centrado en música electrónica.

Está Green Fields, con ferias ecológicas, artesanías, y acceso a prácticas espirituales de curación. Strummerville, un lugar dedicado a Joe Strummer en lo más alto del festival. San Remo, un boliche de estilo tijuanesco donde la fiesta duraba las veinticuatro horas. El circo, el teatro, el cabaré, el cine, Kidz Field para los niños.

El área sagrada, con el círculo de piedra (una especie de Stonehenge en miniatura) era, quizá, el lugar más calmo. Parte de los códigos del festival era que la fiesta no se hacía en ese espacio, que estaba dedicado a concentrar la energía sagrada del festival.

Aunque allí, quizá por esa misma razón, se encuentran otros dos de los secretos de Glastonbury. El primero, el dragón de piedra que está instalado todo el año, escondido en un bosque. El segundo, el llamado Piano Bar.

Todos los años, el mítico Michael Eavis (el dueño de la granja y del festival) lleva a Worthy Farm un grupo de constructores irlandeses que arman un bar debajo de la tierra, desde cero. Por esa razón es difícil de ver, pero además porque no hay nadie que diga que el bar existe. Son pocas las personas que no creen que es un mito, y son todos los voluntarios del festival los que niegan su existencia.

Sin embargo, después de caminar por un bosque a oscuras o con linterna, ahí está. Y las filas, a pesar de ser tan secreto, también llegan a los cincuenta minutos de espera. Lo que sucede es que solamente ingresan de a cincuenta personas para generar una atmósfera de intimidad.

Se dice, o dicen por ahí en blogs, que es el lugar favorito de Eavis y que han tocado muchísimos músicos invitados al festival cada año.

Una de las características más importantes del festival es que prácticamente no existe lo VIP. Lo mejor de Glastonbury sucede fuera del área de hospitalidad (Hospitality), que cuenta con bares y restaurantes más caros, además de baños más elegantes.

Parte de la esencia del festival es, obviamente, la inclusión. Así fue originado en 1970, con esas ganas. Sin embargo, el jueves por la tarde se armó un grupo de discusión en Shangri-La, armado por VFD (Vogue Fabrics Dalston), un proyecto que aloja, promueve y nutre a artistas LGBTQIA+, tanto emergentes como ya reconocidos.

Con representantes de otros proyectos como Black Obsidian Sound System, Black Trans Project, Decolonise Fest, Faggamuffin y Ladies Music Pub, se habló de otro tipo de VIP.

Que los artistas principales del line up del festival eran hombres blancos, que los espacios más inclusivos como Shangri-La, o Block 9 están en un rincón, que varios estudios han indicado que cuanta más inclusividad en un espacio más personas tienden a asistir, que la dificultad para las personas con discapacidades físicas para moverse en el festival es alta, que hay artistas a los que no se les paga por tocar en Glastonbury y a otros se les paga miles de dólares.

Que muchas desigualdades quedan tapadas porque todo el mundo está divirtiéndose.

Y es cierto.

Todo lo anterior también es cierto.

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Es verdad que el escenario principal es el Pyramid Stage. Y que el segundo más importante es The Other Stage. De hecho, son los dos escenarios más cerca, y están mirando de forma opuesta el uno al otro, porque los une un área llamada Interstage donde opera una pequeña zona VIP (llamada Hospitality) y gran parte de la producción y armado de los escenarios.

Pero el festival, con más de cien escenarios funcionando de forma simultánea, cuenta con muchísimos DJs, shows de otras disciplinas y, sobre todo, música más alternativa.

El viernes al medio día tocaron en The Park Stage, Los Bitchos. Se trata de una banda de cuatro mujeres, basada en Londres, de la cuales dos son uruguayas. Formadas en 2017, su primer disco de estudio se llama Let the Festivities Begin! (2022)

Su música, un género entre lo instrumental, lo psicodélico y la cumbia, fue más que bien recibido por un público que no solamente cantaba sus canciones, sino que además tenían remeras con el nombre de la banda y bailaban a pedido de las músicas.

Más ejemplos de música alternativa podrían ser lo que sucedió en el escenario de Woodsies el sábado al medio día. Tocó The Working Men’s Club, una banda que se había escuchado nombrar entre las conversaciones del festival.

Originarios de West Yorkshire, hacen un dance-rock cargado de sintetizadores con visuales absolutamente psicodélicas detrás. La carpa sobre el escenario estaba llena, dejando personas afuera en un sol de medio día en verano.

A estos les siguió la banda post punk punk de Dublín, The Murder Capital, que debutó el Glastonbury por primera vez, pero tocó en dos escenarios distintos. Pasaron de Woodsies a la intimidad de Strummerville por la tarde, teniendo que adaptar su set a los distintos ambientes.


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Se dice, se escucha decir, que parte del espíritu del Festival de Glastonbury es no preever y perderse caminando por la granja. Parte del espíritu es la espontaneidad.

El jueves por la tarde, cuando prácticamente toda la música en vivo eran DJs en varios escenarios, tocó Mike Skinner, un rapero inglés, en el escenario Nowhere. Dentro de la ciudad ficticia anticapitalista Shangri-La, el público no entró. Las cantidad de personas rebosaba hacia los caminos comunes y hacia otras áreas como Unfairground.

Lo mismo sucedió, minutos después, en Strummerville. Allí estaba Hak Baker, un cantante de G-Folk inglés,  y, en el escenario hecho para shows más íntimos dentro del festival, la cantidad de gente intentando ingresar llegaba hasta el círculo de piedras del área sagrada.

“¿Por qué me dijeron que me iba a divertir en Glastonbury? Todo lo que hice, desde que llegué, fue hacer esto”, dijo un chico de, aproximadamente, veinte años, que pasaba por en frente al Tipi Village.

Por “esto” se refería a caminar buscando algún escenario donde sí ver música en vivo. Aunque fuera, a lo lejos.

Con tantas cosas sucediendo en el festival, a los artistas hay que elegirlos. Eso implica dejar a otros de lado. Sobre todo, en un lugar donde llegar de un escenario a otro lleva casi una hora debido a la distancia y a la cantidad de personas circulando.

Los cruces más dolorosos, para varios, fueron Royal Blood y Fred again... Kelis y Wizkid, The Murder Capital y Jockstrap, Lil Nas x y The War on Drugs, The Pretenders y la imposibilidad de ver los shows anteriores en otro escenario, Rina Sawayama y Central Cee, Lana Del Rey y Guns N’ Roses.

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Un hombre de unos cuarenta años murió en el Festival de Glastonbury tras un "incidente médico", confirmó la policía.

La policía de Avon y Somerset dijo que respondió al incidente en un sendero conocido como la antigua línea ferroviaria poco antes de las 4 de la mañana.

Se registraron 107 delitos o incidentes relacionados con delitos y se realizaron 33 arrestos en el festival.

Hubo 24 robos, 19 delitos de drogas y 17 casos de violencia contra una persona, así como cinco agresiones sexuales y tres delitos por posesión de un arma ofensiva.

Las personas que intentaron colarse al festival usaron garfios para escalar el muro perimetral y cavaron túneles estilo para ingresar al festival sin pagar.

El personal de seguridad dijo que algunas personas habían colocado sus carpas contra la valla para ocultar los túneles excavados para que sus amigos pudieran entrar.


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Alrededor de 200.000 personas. Restaurantes. Baños públicos y privados. Canillas de agua potable. Música en vivo. Cines. Poesía. Circo, teatro y cabaré. Boliches nocturnos, bares, comida callejera. Calles donde pasan autos y caminos únicamente peatonales. Espiritualidad. Centros médicos. Policía. Delitos cometidos. Una persona fallecida. Cajeros automáticos. Una carpa llamada “Universidad” con charlas y debates educativos. Medios de prensa. Áreas reservadas.

El Festival de Glastonbury, durante los cinco días anuales en los que vibra, es más una ciudad que un festival.

Por Federica Bordaberry