Documento sin título
Contenido creado por Federica Bordaberry
Música
Un amor correspondido

Fito Paez enamorado de Montevideo y sus artistas: crónica de un show exigente y nostálgico

El artista argentino se presentó ayer en el marco de su gira "El amor 30 años después del amor”, con un repertorio de más de 20 canciones.

10.12.2023 11:53

Lectura: 10'

2023-12-10T11:53:00-03:00
Compartir en

Escribe Sofía Durand | @sofdurfer 

Estar presente durante décadas en el catálogo musical de una región entera requiere la grandeza que solo los legendarios, los que disputan el podio, tienen. Aquellos que hace rato se ganaron la eternidad.

A las 21:39 de la noche del sábado, con un público de aproximadamente 65.000 personas, uno de ellos subió al escenario, precedido por la titánica tarea de calentar la previa por parte de los uruguayos Paul Higgs y Alfonsina.

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fito Paez ya había pasado por Uruguay con su gira en noviembre del año pasado. Pero esta vez fue diferente. El espectáculo que conmemora los 30 años de uno de los discos más vendidos (si no el más, se dice) del rock en español se llevó a cabo en un emblema de la capital del país y superó las expectativas, expandiéndose más allá de El Amor Después Del Amor (1992) e incluyendo más éxitos de su discografía.

Los acordes iniciaron el show incluso antes de que Paez apareciera en escena. Para ese entonces, el furor era absoluto y se materializó más tarde en los aplausos de la audiencia, que coreaba el mítico “nadie puede y nadie debe vivir sin amor”. Sin dar respiro, la banda comenzó con “Dos días en la vida” y se vio a Fito Paez con un tapado violeta abotonado, de mangas excedidas de largo, que serían remangadas durante la noche mostrando el forro negro del interior. Enseguida sonó, además, el talento de Mariela Vitale, que acompaña a Fito Paez en las voces, se puso de manifiesto.

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

La casa en José Ignacio donde nació la historia de amor con Cecilia Roth, una pareja que sufrió la tragedia de que su hija muriera ahogada, y un personaje bíblico que puso un velo sobre el rostro de Jesús. El artista narró, frente al micrófono del piano, estas tres historias. Fueron el combustible para componer “La Verónica”, el tercer tema de la noche. Sus manos tocaron el piano con la delicadeza necesaria para acompañar el relato hecho canción y lo hicieron brillar en el solo final.

Antes de “11 y 6”, introdujo uno de los elementos fundamentales de la noche: su vínculo con Uruguay. "Tengo familia uruguaya, crecí escuchando música uruguaya y también me hice amigos de acá”.

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Y, sin más, presentó a Rubén Rada, que apareció con un gorro de colores rasta, un pantalón cargo camuflado, corbata con caricaturas de los Beatles, y una campera con las palabras “Chicago Music House”. El público acompañó, aplaudió, gritó. Tras finalizar la canción, una reverencia y un abrazo encarnaron el respeto y el afecto mutuo. En un giro ecléctico siguió con “Tráfico por Katmandú”, perteneciente a la parte más potente del disco.

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

La música de Fito Paez es un reflejo impoluto del artista y su historia. Puede que esa sea la razón por la cual las anécdotas, posturas y reflexiones aparecieron de manera constante. “Un consejo a todos los jóvenes, ahora parece que hay que darlos porque están tan perdidos, es una época urgente: ¡Escuchen a Luis Alberto Spinetta, joder!”, dijo, tras afirmar que la inteligencia artificial nunca va a poder repetir lo que su amigo y colega hizo en “Pétalo de sal”.

Recibió, de forma inmediata, la aprobación correspondiente en forma de ovación. Como si quisiera reforzar lo manifestado. Tocó la canción y volvió a hacer un despliegue en el piano, con el apoyo de una banda que pareciera estar armada milimétricamente para tener un sonido excelso. Es probable que así sea, porque Fito Paez, (se sabe, se dice) siempre ha sido muy exigente con sus músicos.

Pasó por “Naturaleza sangre”, del disco homónimo, con un Fito que agarró la guitarra con saña, hasta “Un vestido y una flor”, uno de los tantos himnos a la ternura y al amor creados por el artista. Como si fuera un tutor de música, felicitó al público por cantarla de principio a fin. La reinvención y el poder camaleónico no son solo la esencia sintetizada en El Amor Después Del Amor, también representan la vida y arte de Paez.

“A ver, levanten la mano todos los que escucharon Ey! en el 88”, como si supiera de antemano la respuesta. Las manos fueron, al menos desde la vista de Fito Paez en el escenario, una de pocas manos alzadas. Con picardía, dijo que, como había mucho joven, hicieran de cuenta que eran temas nuevos. “Es muy divertido y de los 80”, anticipó. Eso le dio pie para hacer un medley cargado de los giros incluidos en Ciudad de pobres corazones (1987), Ey! (1988) y Tercer Mundo (1990). Comenzó con “Solo los chicos” y siguió con “Nada más preciado”, “Tercer mundo", "Gente sin swing” y “Yo te amé en Nicaragua”.

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Le dedicó a Hernán de Mala Fama “Ey, you!” y cerró con “Nadie es nadie” y un fragmento de "Buenos Aires”. “Bueno, así sonaron los 80, más o menos”, soltó en tono burlón, como si la intención no hubiera sido hacer estallar la rambla de punta a punta.

Tras un nuevo elogio al país y su música, le dio la bienvenida a Roberto Musso del Cuarteto de Nos, que cantó "Roberto” y subió al escenario con un pantalón de cuero y camisa de terciopelo color bronce. El amor que Paez profesó en palabras quedó demostrado en las muestras tangibles de respeto a la música nacional. Se oían pedidos por parte del público de que Musso “se cante una más".

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Con una cruz en la pantalla que luego ardería en llamas, el humo llevado por el viento en la parte inferior del escenario y sonidos de plegarias, al final fue el turno de “Tumbas de la gloria”, seguido de “La rueda mágica”. “Qué coraza hermosa que hay en Uruguay. Acá si se sabe cantar, che”, vociferó entre sonrisas.

“Cada vez me gustan menos las palabras y cada vez me gusta más la música", dijo en el medio de una crítica a las habladurías de los políticos que ha escuchado en sus más de cincuenta años de carrera. Afirmó que, lamentablemente, algunas de sus letras parecían escritas esa misma mañana y decidió ejemplificarlo con “Al lado del camino”.

Canciones como “Circo Beat” llevaron al artista a jugar con el público. Dividió los coros en secciones de la audiencia y pidió que canten lo suficiente como para “tapar” a la banda. Alegó que, a veces, estaría bueno soltar el celular un rato, pero que para esto iba a ser hermoso. Y así fue. Con todos los celulares del recinto de linterna prendida, y alzados en el aire, tocó una versión virtuosa de “Brillante sobre el mic”.

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Con un comienzo repentino, “Ciudad de pobres corazones” hizo vibrar el piso y sorprendió con el ímpetu de un guitarrista que fue el alma de la canción. Tras un solo que duró varios minutos, que se llevó aplausos constantes, gritos, sacudidas y felicitaciones por la maniobra, el ya reconocido Juani Agüero parecía no estar dispuesto a dejar de tocar.

Acompañaba a Fito Paez golpeando con rabia las cuerdas de su guitarra color verde agua. “Tengo una mala noticia”, dijo Fito Paez, y sentenció: “el rock and roll no está muerto”, señalando a su guitarrista vestido con una camisa de encaje que dejaba ver sus tatuajes, lentes negros y pantalón en conjunto.

Luego de aquel clímax, o lo que se creyó que sería un clímax, aparecieron Paez y su guitarra amarillo estridente con “A rodar mi vida”. En el centro se veían revolear camisetas y, después de casi dos horas de recital, el final parecía estar cerca.

Mientras algún escéptico se dirigía a la salida, se escuchó un “¿cómo te pensás que me voy a ir?" desde el escenario. No se puede hablar de Fito Paez sin hablar de carisma, carácter, actitud. De acentos porteños, de pianos de cola, de energía. De exigencia y de bandas que suenan, incluso, mejor que él mismo.

Explicó que la tardanza al comienzo del show fue por un ataque de asma, agradeció a todos “sin excepción” por haberlo ayudado a hacer uno de los conciertos de su vida. “Qué linda que estás, Montevideo”, repitió varias veces a lo largo del show. Pero también habló de un hombre nuclear, que es modernidad y tradición, no solo para la música uruguaya sino para el mundo entero.

Cuando todavía quedaban dudas sobre si se refería al único que no podía faltar esa noche, lo dejó en claro cuando lo definió como “uno de los más grandes artistas nacidos en esta ciudad”. No podía ser otro. Subió, entonces, Hugo Fattoruso, con la simpleza de una remera blanca de manga larga y un pantalón negro.   

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Las primeras palabras de “Giros” fueron suficientes. La voz de Fattoruso, dulce, sostenida, entre sonrisas, con las manos apoyadas sobre el piano de cola negro. Tocando un tango y con Paez apoyado sobre el piano, mirándolo embelesado, tocaron lo que parecía ser un homenaje al sonido del Río de la Plata.

Los arreglos de la canción para esta versión en vivo, con una clara influencia del sonido de Fattoruso, fueron ese homenaje. Como dos niños jugando al fútbol, pasándose la pelota en la calle, Fattoruso soltó las teclas del piano y las atajó Paez, con la calidad de quien maneja los pianos en un lenguaje demasiado fluido. Como si fuera un juego, un truquito de barrio. Como si no se precisaran años de talento y disciplina para llegar a eso. De allí, Fattoruso picó hacia el bandoneón, mejorando lo que ya era magistral.

Con “Dar es dar” y “Mariposa technicolor”, Paez fue preparando el cierre. Hizo menciones a varios músicos que lo formaron con guiños en las letras: Fabiana Cantilo, Charly García, Spinetta. Pero la carta final fue dedicada al público uruguayo con amor y firmada por todos los músicos nacionales que participaron durante transcurso del show. Para cantar “Dale alegría a mi corazón”, subieron, además, el Lobo Núñez y la cuerda de tambores C1080. Un reconocimiento a la música de nuestro país por parte del rosarino y con el canto agradecido de la audiencia.

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Así, después de casi tres horas de concierto en vivo y un mar de miles de personas al aire libre, Fito Paez seguirá perpetuándose como un ícono musical que trasciende generaciones.

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni

Fotos: Martín Illescas y Marcos Mezzottoni