Por Bruno Guerra
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Es de mañana, alrededor de las nueve, la casa huele a té y miel, de fondo suena la voz dulce de Ella Fitzgerald cantando Cheek To Cheek. Estoy seguro de que Fogwill aborrecería a Ella Fitzgerald.
Rodolfo Enrique Fogwill (nacido en Quilmes el 15 de Julio de 1941 y murió en Buenos Aires el 21 de agosto de 2021), quien luego firmaría solamente como “Fogwill”, fue un escritor argentino a quien me gustaría presentar utilizando sus palabras, una contradicción que creo que define lo disruptivo que lo rodea: “Escribo para no ser escrito. Escribo para sentirme más dueño de mis actos que si leyera, o si obedeciera a los estímulos del mundo”.
Si uno quiere ser minucioso con esta aclaración, podría ver un asomo de complejidad poética. Yo lo creo más bien perspicaz, una provocación cabal y honesta, algo que atraviesa toda su obra y, a su vez, una invitación a entrar de lleno en su literatura.
Hasta aquí ahondaré en sus antecedentes biográficos previos a su escritura para enfocarme en su trayectoria, que habla por sí sola.
Fogwill, desde la publicación Los Pinchiciegos, editada por Ediciones Flor en 1983 bajo el nombre de “Los Pinchy-cyegos, visiones de una batalla subterránea”, hizo ruido. Esta novela es la primera novela sobre la Guerra de las Malvinas. Y, probablemente, la mejor.
Sin embargo, este ruido o agitación sucedió inicialmente desde el fracaso. El libro no se vendió, puesto que el grueso de la sociedad argentina, aún atravesada por las terribles consecuencias de la guerra, no quiso escarbar más en su herida. Nadie quiere escarbar sus miserias.
Hay otro detalle (para nada menor), que rodea esta obra. Algo que a mi entender funciona como una capa más de crudeza a la ficción. Supuestamente, Fogwill tomó tres gramos de cocaína en tres días para terminar esta novela. Hay quienes dicen que fueron doce gramos en total, en seis días, y hay otros que aseveran que esto es una mentira, producto del personaje creado por el mismo Fogwill. Pero, como con tantas otras manifestaciones literarias, el mito alrededor de su producción eleva el texto, le da una capa de sordidez y suma a la valentía de un escritor que construyó ácido y corrosivo, incluso por fuera de sus textos, algo necesario para latigar al sistema de consumo, estando inmerso en el sistema de consumo.
En esto se parece a Charly García. ¿Es el verdadero Carlos García quien habla en las entrevistas? Si es que existe tal cosa como “lo verdadero”. ¿O es una extensión de la obra de Charly García en sí misma quien se manifiesta? Lo mismo podríamos preguntarnos con Fogwill.
Tuve que hacer una pausa en la redacción y rebobinar. No empecé por el principio.
Me preparé un café y prendí un cigarro. Son alrededor de las cuatro de la tarde y suena Suzzane de Leonard Cohen. Todavía no tiene la voz ajada y grave que lo caracteriza.
Antes de la publicación de Los Pinchiciegos, hay varios hechos que lo forman y consolidan como la figura pendenciera y abyecta que es. Estando al frente de las oficinas Agencia Doc, Fogwill leía poemas. Los poemas que escribía desde 1959 a todos los empleados de la agencia, finalmente fueron compilados en El efecto de realidad, publicado en 1979 bajo su propio sello Tierra Baldía. Estos poemas se presentan como registros apartados, donde remarca posibles precursores, entre ellos Borges y Leónidas Lamborghini. Este último, junto con Néstor Perlongher, fue publicado por Tierra Baldía y Fogwill, creando así su propio canon, pavimentó su camino en el mundo de la literatura.
En 1980 ganó un premio de Coca-Cola para la edición de un libro, pidió más dinero para la publicación y, tras la negativa de la multinacional, Fogwill los mandó a la mismísima mierda y terminó publicando en Tierra Baldía. Este libro es Mis muertos punk, un compilado de cuentos donde se destaca Muchacha punk, un relato fundamental en la obra de Fogwill, una instalación de un estilo propio, y una especie de separación en la literatura argentina del siglo XX.
Ese mismo año, lanzó otro libro de poemas: Las horas de citar.
En 1981, aparentemente a causa de un fraude en documentación de su empresa, Fogwill termina en la prisión de caseros, donde permanece seis meses. Luego escribe otro compilado de libros, Música japonesa. Al salir, lo había perdido todo, pero esto no pareció importarte. Es un punk que no necesita escuchar punk. Es un loco divino o insoportable.
Fogwill es un crooner, coherente con su excentricidad o locura. Luego, sí, vino su primera novela, que no es Los Pinchiciegos, sino Help a él, una locura bellísima en la que reestructura El Aleph de Borges y lo hace un relato de sexo y drogas. Aquí me tomo la licencia de agregarle “rock and roll”. Cabe destacar que, lejos de querer apartarse de Borges, Fogwill lo admiraba y simplemente lo adaptó a sus formas. Si es un homenaje o no, no lo sabremos.
En algunas de las pausas que hice mientras escribía, vi por partes en YouTube un documental sobre Fogwill, realizado por el canal Encuentro. Lo recomiendo para quien quiera más detalles biográficos, para el que le interese cuándo aprendió a tirarse pedos y cuándo tuvo su primera bicicleta.
En general, tengo control sobre la cantidad de cigarros que fumo, pero hoy no. Y ahora Fiona Apple domina por completo mi cuarto y yo soy su títere.
A Los Pinchiciegos le siguió una etapa de publicaciones filosas (algunas bajo pseudónimos) donde despotricó contra los políticos, los académicos y los escritores burgueses.
En 1982, publicó un libro de cuentos llamado Ejércitos imaginarios y, en 1985, otro titulado Pájaros de la cabeza. Más quilombo, más agitación, cada vez menos aire, cada vez más bardo, una palabra que le cabe perfectamente.
Tengo la vista cansada, quiero entrar en los años noventa, pero necesito un descanso. Voy a dejar la escritura por hoy e ir por una cerveza…o dos.
Es de mañana, alrededor de las diez y media. Hay café servido en una taza grande. Mis manos están un poco temblorosas, debe ser algún residuo de la noche anterior.
En 1990, Fogwill pública dos libros. La novela La buena nueva es una especie de autobiografía, apabullante y visceral, desmesurada en recursos y peripecias. Es un libro lleno de velados indicios sobre la juventud del propio Fogwill en Quilmes y la pertenencia de su familia a una pequeña burguesía convencional y pacata: ese universo del que su protagonista, alter ego del autor, huye para lanzarse, literalmente, a caminar por el mundo. Es, en síntesis, una crítica a sus propios orígenes, un salto más hacía un extremo opuesto de la literatura argentina más laureada (y justamente laureada).
El segundo libro, publicado en 1990, fue Partes del todo, una antología poética que confiesa en sí misma que el amor más grande de Fogwill era la poesía.
En 1991 o 1992 (según la fuente), aparece la novela Una pálida historia de amor, un breve relato especulativo y apócrifo de una tal Isabel, cabaretera en Panamá, quien en su pasado se llamó Estela y es rebautizada Equis. Ella, desde la esclavitud artística y sexual consentida como oficio, pasa a mover los hilos de la vida de hombres poderosos.
En 1992 publica el famoso libro Muchacha punk, la cosecha de Mis muertos punk de 1980, donde destaco tres cuentos: Japonés, Dos hilitos de sangre y Cantos de marineros en las Pampas.
En 1993, Fogwill publica otro libro de cuentos, Restos diurnos, una trama de voces femeninas, masculinas, travestis, analíticas, testimoniales y delirantes que se intrincan con un tono que roza la poesía y el ensayo. Esta obra fue aclamada por la crítica. Fogwill, de todas formas, hace rato que era Fogwill.
Vivir afuera, una novela publicada en 1998, generó el efecto contrario a Restos diurnos en la crítica, catalogándola como un delirio demasiado extenso como para ser soportado. En mi opinión, es justamente eso lo que la sostiene y la hace original. Fogwill no se copia, hace lo que se le canta y saber que la crítica quiso destruir esta novela que relata seis horas en la vida de sus personajes, de una forma descarnada, me hace defenderla aún más.
Necesito resistir hasta llegar a los 2000 y tomé tanto café que es probable que pronto tenga una úlcera. Voy a tomar aire, fumar, y vuelvo. Suena Lou Reed al palo.
En 1998, también fue publicada la antología de cuentos Cantos de marineros en las Pampas, que tiene varios cuentos (entre ellos el que da nombre al título) y en la edición de Mondadori incluye también Los Pinchiciegos. ¿Pensaron que esta obra iba a quedar en el olvido? No. Fogwill tomó justicia poética por mano propia.
En 2001, Fogwill vuelve a la poesía con Lo dado y vuelve con algo que parece un apartado, preguntándose sobre “el bienestar”, “lo esencial”, “los límites”. Es un libro que recomiendo como un remanso en la lectura de Fogwill, no por lo liviano, solamente por lo distinto y elevado. A su vez, en el mismo año, publica la novela La experiencia sensible, donde vuelve agitar las aguas y apunta contra el statu quo.
En otro orden de cosas, novela publicada en 2002, Fogwill muestra una mirada amarga de la Argentina postdictadura, de sus efectos terribles en una sociedad que nunca paró de ser sacudida y de la decadencia sobre las condiciones de producción intelectuales contemporáneas. “La revolución se disipaba en el pasado como un mal recuerdo”: esta frase hace bajar un gusto amargo desde la nariz hasta los pulmones.
En 2003, aparece el poemario Canción de paz, escrito desde el 2001 hasta el año de su publicación. Urbana, una novela de amor y soledad, donde parece que la única forma de amor es el propio y está ubicada en una escenografía difuminada, sin identidad. También se publica Runa, una novela que contiene restos de voces y de cosas escuchadas durante decenas de siglos y que todo indica que están dejando de oírse, aunque el autor parece apostar a una reedición de esos instantes como una redención inevitable o un retorno a lo humano: a lo mejor y a lo peor de los hombres. Una joyita.
Pongo a toda marcha a PJ Harvey, algunas crooner tienen una identidad tan fuerte que eriza. No sé qué hora es, no me interesa.
Últimos movimientos es un poemario publicado en 2004. Es autorreferencial, valiente y potente. En mi opinión es la consagración de Fogwill como crooner literario.
En 2008 sale a la luz Un guion para Artkino, una novela parodia de ciencia ficción política. Una especie de 1984 cómico que transcurre a mediados de los noventa, cuando a un escritor argentino lo contratan para escribir un guion para Artkino Pictures, la mayor empresa cinematográfica del mundo. Un mundo que se ha convertido en un paraíso bolchevique.
En 2009 se publica la recopilación de sus cuentos en Cuentos Completos.
Me está empezando a faltar el aire. La humedad en este país de mierda me tiene podrido y más a esta altura del año. Aunque puede que sean mis vicios, da igual. Me siento a terminar de escribir y alguien canta “...lo hiciste mal, Dry Martini, sexo anal...”. La voz es de Nacho Vegas, la canción es Dry Martini S.A.
A Fogwill la palabra “fuerza” le queda chica, o no se le acomoda al cuerpo de su obra y personaje. Fogwill es potencia, es el llanto contra el llanto, es la miseria sostenida de forma tan, pero tan coherente, que no importa ya su biografía, sino las ficciones con las que él decidió construir su vida.
Es la risa que se burla de la posverdad. Más que un poeta maldito o sucio, como lo han llegado a considerar, yo insisto con que es un crooner en la literatura, no solo por sus escritos, también por la forma que tenía de andar, de estar, de irrumpir, de reírse de todos y de sí mismo.
En 2010, Fogwill vino a Montevideo. Poco tiempo después palmó en Buenos Aires. José Arenas (un escritor autóctono con el mismo don fogwilliano de ganarse algunos odios) publicó un cuento llamado Rest In Peace Fogwill, donde dice que Montevideo mató a Fogwill con la mufa del aire de la rambla. Esto debe ser cierto.
Hay varias publicaciones póstumas, pero para no extenderme, analizaré esas obras en futuras irrupciones. Ahora me voy a dormir, a ver si tengo la suerte de que este viejo verde e hijo de puta me venga a joder el sueño.
Por Bruno Guerra
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