Por Carlos Dopico
Carlos Dopico
Francisco tiene 43 años, tres nacionalidades, dos hijas y miles de horas de música acumulada. Muchas las escuchó junto a su madre, la cantante carioca de bossa nova María de Fátima Quinhoes, pero otra buena parte, sin dudas, tuvo que ver con su padre, el legendario músico y compositor Hugo Fattoruso. Nació en Las Vegas el 10 de agosto del 79, pero desde muy temprano se radicó en Brasil. Allí vivió hasta los 13 años, una vez entrada su adolescencia repartió su vida entre Estados Unidos y Uruguay. Con solo 18 años, radicado en Atlanta, Georgia, al sureste del gigante norteamericano, Francisco comenzó a absorber toda la información musical que estaba a su alcance en esa gran ciudad. En una de aquellas visitas a Uruguay, revivió una loca idea de su tío Osvaldo: recrear el mítico trío de jazz que en los 50 había desarrollado junto con su padre (Antonio) y su hermano. Aquella experiencia de grifa familiar sería, para él, como un posgrado de la universidad.
Francisco es multiinstrumentista, productor, arreglador, compositor y músico de sesión. Comenzó tocando la guitarra y los teclados, aunque no cabe duda alguna de que el bajo es el instrumento al que le invirtió mayor dedicación. Ha tocado metal, candombe, jazz, soul, funk, hip hop, góspel, rock y cuantos géneros uno pueda imaginar. Porque lo que le importa es hacer música, y nada más.
Luego de más de un lustro viviendo en Uruguay, hace unos años volvió a establecerse en Norteamérica. Se radicó en Los Ángeles, California, la ciudad desde donde sale a trabajar en distintas direcciones. En cualquier momento del año, cuando uno habla con él, está en múltiples proyectos: discos, bandas sonoras, convites musicales, maquetas de producción o nuevas giras por la región. Últimamente ha tocado en simultáneo con el brasileño Ivan Lins, el chileno Beto Cuevas, y la norteamericana Janelle Monáe, a quien acompaña desde hace algunos años. Todos los domingos va a misa, pero no reza: es parte de la banda estable que en la iglesia toca las bases del góspel entre cada oración.
Tal como su padre, siempre está estudiando canciones nuevas y ejercitando el músculo musical. El apellido para él es un honor y, más allá de lo emocional, de su viejo se declara absoluto fan.
Este año, Fattoruso regresa al país para celebrar una década del ciclo Martes On Fire, la jam que Paullier y Guaná impuso y con la que siente haber logrado un espacio de comunión musical.
Tras un tiempo en Uruguay, hace unos cinco años, volviste a Estados Unidos para radicarte en Los Ángeles. Pero ¿por qué habías vuelto al país? ¿Por qué ahora decidís volver a Estados Unidos?
Fui y volví de Estados Unidos muchas veces en distintos momentos de mi vida. Cuando era niño viví en Brasil 12 años. A partir de ahí, estuve entre Uruguay y Estados Unidos. Viví en Atlanta, donde hay mucho trabajo. Nació mi segunda hija. Aunque, en ese momento, faltaba la familia. Estábamos criando a nuestras dos hijas, pero les faltaban los abuelos, los tíos, los primos… había un vacío familiar. Nuestra primera hija vivió en Uruguay hasta los tres años y medio, pero con la otra —que nació en Atlanta— nos pasaba eso. También influyó la falta de amigos, no se juntan tanto como en Uruguay o Brasil.
En Uruguay estuvimos cinco años y medio. Los factores para volver a Estados Unidos fueron muchos. Sentí una falta de estímulo para lo que yo hago, siempre necesito tener un tipo de input, inspiración para la música, y en Uruguay me faltaba eso. Atlanta es una infinidad musical. Una de las cosas principales que hacés cuando vivís acá es tocar todo el tiempo con gente que no conocés. Te mandan 30 canciones que tenés que aprender en una semana. Esos desafíos te mantienen muy bien entrenado e inspirado. En Uruguay hacía muchas cosas y hay una comunidad de músicos increíbles, pero me veía en un lugar en el que dirigía lo que hacía la mayoría del tiempo, excepto cuando tocaba con mi padre o con los Illya Kuryaki. El 90% de los trabajos los armábamos desde mi productora. Necesitaba desafiarme para seguir creciendo. Me sentía un poco apagado y necesitaba estar más expuesto.
A lo largo de tu carrera musical has compartido escenario y colaborado con decenas de músicos, tanto nacionales como del mundo. Sin embargo, ¿se podría decir que tu banda fue Cleptodonte (proyecto montado a fines de los 90 junto a Rodo Sayagués, Santiago Juan y Andrés Codevila)?
Bueno, no, hubo varias bandas. Cleptodonte quedó más presente por la canción del 104 que sonó bastante… —ríe—. Fue un tema que hicimos porque tomábamos ese ómnibus y lo sufríamos. Yo vivía en Malvín y Andrés Codevila vivía en Cordón, y ese era el único ómnibus que nos conectaba para ir a la casa del otro. Era una tortura, no pasaba nunca o de repente no me paraba. Pero la banda con la que más tiempo estuve se llamó Bacteria. Ahí también estaba Andrés Codevila y Santiago Juan, y, de hecho, fue con quienes luego hice Cleptodonte. Bacteria es metal súper pesado.
¿Llegaron a editar algún disco?
Hicimos muchas grabaciones que nunca salieron. Luego hicimos una edición propia que salió en 2001. En realidad, la banda nunca se terminó oficialmente, porque somos amigos. Hace un par de años grabamos otras cosas que las vamos a sacar, pero con otro nombre. Además, tuve otra banda, que se llamó Johny Bravo. Esa fue mi primera banda de música instrumental. Había dos bajos en la banda, por lo que pude explorar las melodías de bajo. Estaban Diego Bartaburu, Juan Pablo Chapital, Pomo Vera, Herman Klang. Fue en la misma época que Cleptodonte, pero eran ambientes muy diferentes.
¿Y cómo te llevas con las bandas? Siempre te asocio a una búsqueda más personal, independientemente de los proyectos en los que has trabajado, como Illya Kuryaki and the Valderramas…
La unión de gente para crear música es lo mejor que puede haber. Solo podés llegar muy lejos, pero cuando se suman los integrantes correctos pueden pasar cosas mágicas, que en solitario te podrían ocurrir. Lo difícil siempre fue que funcionen, es muy difícil de sobrellevar. Cuando éramos más jóvenes estaban las complejidades por los estudios que no se podían dejar, luego que uno se iba para afuera y había un toque en Montevideo… después está la familia y las distintas responsabilidades. Es difícil…
En 2003, antes de mudarme a Estados Unidos, estuve en una banda que se llamó Gaucho. Tenemos muchas grabaciones, pero no llegamos al disco. Estaba muy interesante, y casi llegamos a firmar con Universal, pero la compañía dio quiebra, echaron a todo el mundo y cerraron las filiales. Ahí estaban Carlos Casacuberta, Pepe Canedo, Rodo Sayagués… en la última época estuvo Socio también. Esto era más rockero, con buen groove y cosas del funk. Tenía su peso, pero no era metal.
¿Compartís eso que dice Sting de que permanecer dentro de una banda no te permite crecer y desarrollarte como músico? ¿De alguna manera, esa era tu búsqueda?
En realidad, me hubiese gustado hacer las cosas en grupo. Realmente creo en el poder de la unión, podes llegar más lejos. No es una regla, pero lo pude observar directamente en distintas experiencias.
¿Como los Illya Kuryaki?
Exacto. Es como John Lennon y Paul McCartney, juntos fueron un 100%, pero por separado capaz no llegaban al 50 cada uno.
¿Decís que sí?
El ejemplo capaz que es malo porque lo que hicieron ambos fue genial, pero lo que hicieron juntos fue más trascendente. Lo mismo Sting con The Police. Por más que lo que él hizo fue increíble y, en muchos casos, tiene mejor calidad de arreglos, lo que hizo con The Police fue más importante.
Yo terminé haciendo lo mío solista por lo difícil que era tener una banda junta. Hoy en día es más complejo, porque no hay tiempos, la gente tiene que trabajar, dar clases… Es importante hacer eso a una temprana edad, cuando tenés menos responsabilidades. Antes, las bandas se juntaban todo el día a tocar y ahora es una dinámica más de producción, cada uno graba algo en su casa, lo comparte y se juntan cada tanto. Dicen que Nirvana, por ejemplo, ensayaba en la casa de los padres de Kurt Cobain y él ponía discos de los Beatles para ver si alguna línea de bajos les sugería algo… Hay miles de historias así. Estaban horas buscando cómo sonar.
Podés tocar con Ivan Lins, Illya Kuryaki and the Valderramas o Janelle Monáe. ¿Qué significa ser un músico de sesión para vos? Porque no es solo saber el repertorio, sino que hay que hacerlo convencido…
Dentro de todas las cosas que hago en la música, cada una es como una carrera separada. Hay gente que solo produce, o solo mezcla, o solo toca con una banda… En mi caso, se empezó a dar así a medida que fui creciendo. Pesó más en mi carrera la parte de bajista sesionista, de grabación o el vivo. Todo lo que hago va alrededor de ese entorno.
¿El bajo es el instrumento que te define?
Sí, definitivamente, el bajo es el más importante, al que más horas le dediqué. En un momento toqué y grabé mucho con guitarra. Alguna gente que me conoce me llama para tocar guitarras en sus grabaciones, pero el bajo es mi instrumento. Toco un poco de teclados también, más que nada para hacer arreglos para producciones, pero es básico.
Si te vas de viaje, ¿qué instrumento llevás?
Depende, en algunos casos no llevo ningún instrumento —se ríe—. Otros una guitarra acústica, prefiero tocar canciones y cantar, y, si hay alguna juntada, tiene más utilidad.
¿Existe el Francisco de la guitarrita y la cantarola de las que sabemos todos?
No, no mucha cantarola, pero algunas canciones puedo hacer. He compuesto un montón así. Yo vengo muy del lado de la música y la melodía, entonces, generalmente, la letra la escribo después. Empiezo a tararear la melodía. Muy pocas veces hice canciones con propósito exacto.
Tu viejo es una de las mayores glorias de la música uruguaya, ya sea con Shakers, Opa, sus distintas colaboraciones o con su carrera solista. ¿Cómo lo definirías?
Más allá de que es mi padre, y del afecto familiar, creo que es un maestro. Lo admiro musicalmente. Aprendí mucho con él; fue mi máximo profesor, y, con los años, me doy cuenta de eso. De chico vas tomando conciencia de todo lo que ha hecho y ha dejado… ¡Soy su fan, ta! —ríe—.
Es muy sorprendente que siempre esté en medio de un proceso de estudio, incorporando nueva información y ejercitando el músculo musical.
Sí, eso es muy inspirador. Ese es el camino, siempre. La música cambia y hay que seguir la evolución musical. Estar en forma musicalmente es fundamental, sino solo hacés lo que ya sabés y te limitás. Los que siguen investigando hasta el último día son los que trascienden.
¿Cuánto pesa ese apellido mundialmente conocido? ¿Sentiste en algún momento como una carga ser un Fattoruso, por las expectativas que implica?
Nunca me molestó. Si lo analizo como si fuera otra persona, entiendo que pueden ocurrir varios efectos… en el sentido de decir: ‘Para escuchar a un Fattoruso, escucho al padre’. De hecho, yo nunca le di bola a los hijos de John Lennon. Aunque, si la música me hubiese tocado de alguna manera, lo hubiese hecho, no tiene nada que ver… En mi caso, siempre tomé todo muy natural. No me dañó en nada, me ayudó un montón. Al revés, tuve acceso a todo: sonidistas, músicos, empresas de sonido, los conocía a todos desde muy chico. Vengo desde el lado del trabajo y la dedicación. Cuando empecé lo hice con mucha naturalidad.
El laboratorio musical es un espacio muy feliz también para vos, ¿verdad? No solo estar sobre el escenario sino también en la cocina misma…
Me gusta mucho, porque es bastante más relajado que estar de gira todo el tiempo. Estar de gira tiene su parte buena, porque conocés un montón de lugares increíbles y siempre es lindo tocar con mucha gente, pero tiene su peso. Cuesta porque no estás en tu lugar, tenés que salir de tu ciudad y estás mucho rato cansado, durmiendo de a ratos, en la van para ir al aeropuerto, o madrugando para no perder un vuelo. Cuando producís estás más tranquilo y, ahora, además, es muy ordenado. En las generaciones de antes los estudios eran un lugar de joda y se terminaba a las 10 de la mañana. Pero a la gente de mi generación eso no le pasó. Los estudios son un espacio prolijo, podés estar miles de horas sin fatigarte.
La pandemia echó por tierra la idea de hacer una gira por España con Hugo, tu viejo. ¿Qué tenían pensado y cuándo creen que podrían retomarla?
Era una gira por el disco Barrio Opa, que grabamos hace unos años para un productor inglés en Sondor, en cinta y todo. Es un sello que edita, más que nada, vinilos, piezas perdidas y que conoció a mi viejo por discos donde él tocaba. Entonces, nos contactaron de una productora española que nos quería llevar por Europa: España, Italia y otros mercados. Íbamos a viajar Tato Bolognini, Nicolás Ibarburu, Albana Barrocas, mi padre y yo. Iba a ser en junio de 2020 y en marzo explotó la pandemia. Los esfuerzos de hacerla se aguantaron unos meses, pero luego cambió la realidad. Muchos de los lugares donde íbamos tocar cerraron o directamente cambiaron de dueños. El disco llegó a presentarse en La Trastienda en 2018 y es un discazo.
A lo largo de tu vida tuviste oportunidad de asistir a infinidad de momentos únicos en la historia de la música. En muchos casos desde muy niño, en otros ya teniendo mayor conciencia. Te pido una anécdota con Jaime, otra con Spinetta y otra con el Trío Fattoruso.
Jaime me marcó mucho a mí porque mi viejo tocaba con él desde que yo era niño. Yo aún vivía en Brasil y cuando iba a Uruguay salía en el ómnibus de gira. No había lugares, porque antes llevaban todo el equipamiento arriba y el concierto era en Artigas. Fui todo el viaje acostado arriba de los parlantes, casi tocando el techo del ómnibus.
¿Fue la gira de A las diez?
No, un poco antes. Yo no vivía allá, fue en los 90. En alguno de esos viajes, Jaime me invitó a cantar una parte de “La Mandanga”, una versión buenísima de “Mandanga Dance” —tema de Rubén Rada que hacía la banda La Escuelita—. Canté en el Franzini, me acuerdo. Mi viejo tocaba con los Pusilánimes, Rada con la banda en la que estaba Osvaldo [Fattoruso] y luego tocó Jaime. Era un homenaje a John Lennon. En la gira A las diez ya era un poco más grande y no fui, pero sí a alguno de los shows.
Con [Luis Alberto] Spinetta recuerdo que una vez fuimos al estudio La Diosa Salvaje. En un momento entraron a robar a su casa y Luis se fue a vivir al estudio para siempre, hasta el final de sus días. Cuando iba al estudio a grabar con Dante o a escuchar algo —porque se sonaba todo—, lo veía bastante seguido. Una vez nos invitó a cenar milanesas, hacía unas muy ricas. Y, de repente, sacó un porro enorme y dijo: ‘Este vino desde Jamaica y es el más fuerte que fumé’. Fumamos los tres y puso un DVD de Jimi Hendrix que recién se había comprado, estuvo increíble. Al otro día, cuando desperté, estaba tan loco que me quedé con la sensación de que había estado realmente en el concierto de Hendrix con Spinetta.
Falta una anécdota con tu tío y tu viejo. Y, conociéndoles a los tres, la imagino divertida…
Con mi viejo y mi tío tengo muchas anécdotas, viajamos y grabamos un montón. Ese fue un momento clave en mi vida. Tenía 18 años cuando volví de Estados Unidos y rearmamos el trío, yo ya había tocado en proyectos de forma profesional. A mi tío Osvaldo fue al que se le ocurrió la idea. Tocamos en una jam y llamó a mi padre para contarle. Para mí fue como un momento turbo de aprendizaje, con Osvaldo y Hugo a la vez. Imaginate…
Evocando a tu abuelo desde el contrabajo…
Claro, sí, el trío y la herencia. Cuando era el primer trío estaba mi abuelo, que era el mayor y ellos dos de chicos. Acá estaban ellos dos mayores y yo más chico. Una vez, nos quedamos horas en un aeropuerto. Fue un viaje enorme, con muchas escalas y, en Argentina, se había desatado una lluvia tremenda. Pasamos más de diez horas demorados y ante el anuncio en un gate de la reprogramación salí corriendo a buscar a Osvaldo, que no aparecía por ningún lado. Al rato largo lo encuentro, se había tapado con unos diarios totalmente y lo reconocí por los zapatos.
Tus hijas tienen 22 y 13 años. ¿Ya te manifestaron intenciones musicales o la herencia se corta contigo?
La grande, Luana, es asistente médica y estudia para nurse. Toca un poco de teclado, guitarra y canta, pero siguió otras cosas. Y la chica ama bailar, lo hace increíble, a nivel pro. Hizo varias audiciones, una para Stranger Things y otras para algunas marcas, pero es un mundo muy complicado y preferimos que siga estudiando. Ambas tienen mucho talento musical.
La última vez que conversé contigo me contaste que, además de ser parte de una de las bandas de jazz/soul de la norteamericana Janelle Monáe, estabas tocando góspel en iglesias. ¿Seguís con esa experiencia?
Sí, toco en diferentes iglesias, hace un año que estoy estable en una. Pero sí, si me llaman de alguna más grande, mejor, es parte de mi trabajo. Esa era una de las cosas que más extrañaba cuando estaba en Uruguay, porque todas las semanas tengo que aprender canciones nuevas, que son complejas y muy musicales. Son increíbles. Todos los domingos ahí estoy, al firme.
¡Vas a misa todos los domingos! ¿Cuánto te involucrás?
No tengo religión, no estoy involucrado con ninguna ni tengo nada en contra. En las iglesias de góspel —que son mayormente Bautistas protestantes— tienen la filosofía de que todos podemos estar juntos y no es necesario ser parte de esa iglesia para tocar ahí. Y bueno, si el pastor es bueno, seguro aprendés algo, además —ríe—.
¿Es un grupo estable?
Sí, la iglesia intenta tener su equipo y que sea una banda estable. Ahora hay un órgano, teclado, bajo y batería, una líder del coro que canta las voces principales y un coro de 10 personas. Eso varía según las iglesias. En Atlanta tocaba mucho en bandas grandes y coros de 20 o 30 personas. Es tremendo.
Claro, es un ejercicio permanente. En Atlanta me imagino que hay más tradición.
Sí, es buenísimo. En Atlanta era más dedicado porque allá es su base. Lo que existe en California es por gente que ha emigrado y reside acá con su tradición. Pero en Atlanta es desde el vamos, desde que el góspel fue establecido ya estaban todas las iglesias en esa zona. Allí tocaba varios días a la semana, no solo los domingos. Y, de hecho, llegó a ser mi fuente más grande de ingresos. Aquí ocupa un lugar menor entre las otras cosas que hago.
Estuviste tocando con Beto Cuevas, el cantante y compositor de la banda pop/rock chilena La Ley. ¿Cómo llegaste a él?
Beto tiene una banda que está establecida en México. Pero él vive en Los Ángeles, y cuando toca por Estados Unidos lo va a ver un montón de gente. Hoy en día es muy complicado y caro sacar la visa de trabajo. Entonces, de ahí surgió la necesidad de tener una banda latente por acá. Este año estuvo a pleno con La Voz en Chile y surgió como un come back de los hits de La Ley. La está rompiendo y llenando nuevamente en Chile y México. El año próximo —junto a Fede Navarro— vamos a estar haciendo shows en Estados Unidos. Hay una idea también de componer temas y trabajar incluso en ese proceso.
Durante la pandemia te embarcaste en un proyecto discográfico personal, Épocas, un recorrido por algunas canciones que te marcaron y en las que encontraste la posibilidad de interpretar melódicamente desde un fretless, emulando la voz. ¿Cómo fue ese trabajo en que versionás clásicos desde “Muchacha ojos de papel” a “El Amor después del amor”, pasando por “Volver” de Gardel/Lepera, “Mother Nature’s Son” de Lennon/McCartney o “Break it all” de Los Shakers?
Creo que tuvo que ver con el estado en que estaba debido a la pandemia. Fue una época de incertidumbre. Acá en Estados Unidos pasó algo muy tremendo con dos afroamericanos, quienes fueron asesinados brutalmente. Hubo muchas revueltas en Los Ángeles, y también en otros estados donde prendían fuego las cosas para manifestarse. Eso, sumado a todos los problemas de la pandemia. Entonces, sentí que tenía que hacer algo más tranquilo, algo que se pudiese escuchar entero, menos experimental de lo que habitualmente hago. Era, además, una buena oportunidad de homenajear y todo un divertimento. Me gusta en cada disco probar distintos conceptos.
Había una intención de generar un estadio de calma…
Eso me pasó a mí. Yo pensaba hacer con el fredless alguna versión de una canción. La idea era que el bajo hiciera la melodía de la voz. Cuando probé me dio ganas de hacer un disco, algo que nunca había hecho.
Se vienen los diez años de Martes On Fire, la celebración de una comunión musical entre semana. ¿Qué ha sido lo más importante para vos de este ciclo a lo largo de todos estos años?
Se produjo la unión de la comunidad de la música, y eso beneficia mucho. Los que participábamos estábamos aprendiendo canciones nuevas todas las semanas. Mi miedo en Uruguay era perder eso, que te pone en forma. Pero, además, conocí a muchos otros que desconocía o que conocía, pero en otras formaciones. Se armó como un club, no todos iban a tocar, pero iban a ver. Era un ambiente muy interesante. Nos enriqueció a todos musicalmente. Es bueno que las jams tengan también este formato para todo público. Generalmente, el formato de las jam es el de jazz, que está buenísimo, pero de repente no es el mejor lugar para ir si querés bolichear… Quizás están tocando un tema de John Coltrane de 16 minutos y con un solo de saxo allá arriba y no tenés ganas. O si querés bailar, tampoco es el mejor lugar. Martes On Fire tenía un formato de jam que yo conocí en Atlanta. El formato tiene que ver con entretener a la gente y que predominen las canciones. En Buenos Aires también hay una jam así, que funciona todos los domingos y se arman filas de gente para entrar. Es bueno para todos: para el lugar, para el público que encuentra algo nuevo y para los músicos que tienen un espacio donde improvisar. Hay canciones, pero también es elástico, con espacios…
¿Qué pasa cuando vas a ver algo musical como espectador? ¿Lográs detener al músico y disfrutar?
Sí, bueno, no siempre. Salvo que todo suene increíble vas automáticamente detectando cosas: los graves retumbando, los segundos de reverb en la sala, o lo bajo que está el tambor en la mezcla… pero si veo a alguien de quien soy muy fan me meto en la música 100%. Si suena feo o muy fuerte no puedo entrar del todo del show.
¿Y a quién vas a disfrutar seguro?
Paul McCartney fue uno de los shows increíbles que vi en Estados Unidos, o Herbie Hanckock, que me sobrepasa completamente. Con Rodolfo [Sayagués] ya nos vimos todas las bandas de metal posibles y también las disfruté mucho. Hay una sueca que me gusta mucho, Meshuggah, y siempre que los vi sonaban perfecto, salvo hace un par de años que los vi y sonaban demasiado fuerte. Esto era inhumano, no podía disfrutarlo.
Martes On Fire tendrá lugar el 20 y 21 de diciembre en Inmigrantes (Paullier 1252, esquina Guaná, en Montevideo), y el 27 en Medio y Medio (Punta Ballena).
La banda estable la conforman: Julieta Rada y Camila Sapin en las voces; Matías Rada, Pedro Alemany y Juan Pablo Chapital en las guitarras; Coby Acosta en la percusión; Manuel Contrera en teclados y Mateo Ottonello en batería. Habrá muchos invitados.
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