Por Sebastián Chittadini
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El lunes 18 de junio de 1990, Alemania Federal –todavía en ese entonces dividida, aunque todos le decíamos “Alemania” a secas- y Colombia se enfrentaban por la tercera fecha del Grupo D del Mundial de Italia. Los alemanes, que terminarían siendo campeones del mundo, habían goleado a Yugoslavia –grupo con mucha geopolítica aquel- y a Emiratos Árabes Unidos por 4-1 y 5-1 respectivamente, mientras que los colombianos llegaban con una victoria ante los árabes y una derrota frente a los yugoslavos.
Colombia estaba jugando apenas su segundo Mundial, 28 años después del primero. Enfrente, tenía a una de las selecciones denominadas “grandes”, dos veces campeona del mundo y vicecampeona en los dos Mundiales anteriores. Un escenario majestuoso, el estadio Giuseppe Meazza, al que veíamos en las transmisiones del fútbol italiano de Deporte Total con Mario Bardanca y Enrique Yannuzzi. Alemania, a través de Pierre Litbarski en el minuto 88, pondría el 1-0 que parecía definitivo hasta que Freddy Rincón empataría a los 90 para darle la clasificación a Colombia como uno de los mejores terceros, otra antigüedad igual que los dos puntos que se otorgaban al equipo ganador.
Y todo esto vino a la memoria con la noticia del fallecimiento de Rincón, el pasado 13 de abril. ¿Por qué? Y, capaz que porque los recuerdos, como por ejemplo el de su gol a los alemanes, nos llevan a sensaciones que quedaron ancladas en alguna parte del cerebro. De forma aleatoria y arbitraria, ese gol hazañoso nos transporta a lugares y a momentos. A mí, me lleva al barrio, a la casa de mi infancia, a la magia de Italia '90, a la vieja tele, a las figuritas y al asombro porque una selección sudamericana podía hacerle frente a los “Panzers”, que por ese entonces no tenía idea de que fuera una abreviatura de “Panzerkampfwagen IV”, los tanques de asalto de la Segunda Guerra Mundial.
Murió Rincón y vuelvo a estar sentado en el sillón en el que, unos días antes de su gol a Alemania, había visto al penal de Ruben Sosa contra España irse muy lejos. Voy a mirar la jugada en YouTube, y es como si todo estuviera pasando otra vez. La defensa colombiana la recupera otra vez con firmeza en su propia área, Fajardo la toma y avanza, combina con el Pibe Valderrama que lo ve de reojo una y otra vez a Freddy Rincón picando por la derecha, duerme a la defensa alemana y mete un pase al vacío que seguro a los alemanes les dio ganas de aplaudir. Y Rincón, el 19, con larga zancada y la camiseta roja de alternativa –una hermosura de Adidas- enfrenta al arquero Bodo Illgner y se la tira entre las piernas. Lo veo 32 años después, pero es como si estuviera sintiendo otra vez ese asombro y la admiración que hizo que, unos años después –en 1995-, Eduardo Galeano le dedicara un texto en El fútbol a sol y sombra. “Gol de Rincón”, se llama, porque no había que ser colombiano para apreciar aquel gol, bastaba con disfrutar del buen fútbol. Como Eduardo Galeano, quien en su “Confesión del autor” al inicio de esa obra señera en la relación entre literatura y fútbol, dice: “Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece”
El gol de volante colombiano es recordado hasta hoy como el más importante de la historia de su país. Unió a un pueblo y quedó grabado en la memoria de mucha más gente en todo el mundo. Y, además de ser histórico por haberle dado a Colombia su primera clasificación a la segunda fase de un Mundial, cruzó límites y pasó de la cancha a la literatura en la pluma de un uruguayo que homenajeó al fútbol como música del cuerpo y fiesta de los ojos. Como dijo alguna vez Jorge Valdano, el juego del fútbol está metido dentro de otro juego, el de la literatura. Incluso podría ser al revés, o hasta ir más allá y pensar en que hay muchos más juegos que forman una especie de matrioska. El de la evocación, por ejemplo.
A través de esas páginas, Galeano estructura un compendio de imágenes que transmite adoración por el fútbol y llega a dar la sensación de ser un libro de poesía. Y permite a quien lo lee volver las veces que quiera a esos textos, a los recuerdos del autor y a los suyos propios. El “Gol de Rincón”, ubicado en la página 210, está precedido por un texto que habla justamente sobre el Mundial de Italia 1990. Se refiere a aquel campeonato como de “un fútbol aburrido y sin audacia”, seguramente porque el autor lo vio ya en su adultez. A algunos nos basta con ver fotos y filmaciones de Italia ‘90 para concluir que fue por lejos el mundial visualmente más atractivo desde las indumentarias, los looks de los jugadores, la iluminación natural de los estadios y tuvo a la que es mencionada casi indiscutiblemente como la mejor canción. “Superioridad estética” es como se le dice en Twitter. Pero también hay quienes dicen que fue malísimo futbolísticamente hablando, aunque algo nos diga que los mundiales que más nos gustan sean los de nuestra infancia y adolescencia. Porque la memoria es selectiva, los recuerdos son subjetivos, son lo que éramos en un momento y en un lugar que solo existió en nuestra mirada. Si es que realmente existió.
En el texto anterior a “Gol de Rincón”, Galeano habla de que, al mismo tiempo que se jugaba el Mundial de Italia, en Colombia caía asesinado Bernardo Jaramillo, candidato presidencial de la izquierda, y la policía acribillaba desde un helicóptero al narcotraficante Rodríguez Gacha, uno de los diez hombres más ricos del mundo. Como para no dedicarle un hermoso escrito al gol de otro colombiano para dejarlo eternamente en la memoria emotiva de la infancia de muchos, en los Mundiales idealizados para siempre, en momentos descritos con palabras que logran la elocuencia de una foto. Son 117 palabras que llevan a los lectores a deslizarse por la página como la selección Colombia por el campo alemán, con sensibilidad y poesía: "Fue en el Mundial del 90. Colombia había jugado mejor que Alemania, pero iba perdiendo 1 a 0 y ya estaban en el último minuto. La pelota llegó del centro de la cancha. Ella iba en busca de una corona de electrizada pelambre. Valderrama recibió la pelota de espaldas, giró, se desprendió de tres alemanes que le sobraban y la pasó a Rincón y Rincón a Valderrama, Valderrama a Rincón, tuya y mía, mía y tuya, tocando y tocando, hasta que Rincón pegó unas zancadas de jirafa y quedó solo ante Illgner, el guardameta alemán. Entonces Rincón no pateó la pelota: la acarició. Y ella se deslizó, suavecita, por entre las piernas del arquero, y fue gol". Después de esta imagen textual, en la página 211 viene una sobre el histórico goleador mexicano Hugo Sánchez. Seguramente, hubo algo que llevó a Galeano a incluirlo, como también habrá disparado algo en la memoria emotiva de otras personas como me pasó con el 19 cafetero en aquel partido.
Seguro que todos recordamos resultados, jugadas y goles de los Mundiales que vimos en nuestra infancia y juventud, pero no tenemos del todo claro qué selecciones jugaron el último y mucho menos nos sabemos de memoria todos los planteles. Indefectiblemente, cuando nos preguntan cuál fue el mejor Mundial de la historia, siempre vamos a mencionar a alguno de los que vimos en los tiempos de la nostalgia. Si nos preguntan cuáles fueron los mejores jugadores, seguramente vamos a responder desde la emoción. Y no serán respuestas lógicas, para nada. Aunque hoy dispongamos de muchos más elementos para evaluar a los jugadores que vemos, por el simple hecho de que podemos verlos 50 veces por año, jueguen donde jueguen. Siempre, en nuestro álbum van a brillar aquellas figuritas que juntamos cuando íbamos a la escuela o al liceo. El verano eterno de la memoria, aunque Alemania hoy sea una sola y Yugoslavia sean siete repúblicas, aunque a los ganadores se les den tres puntos y ya no se pueda clasificar como mejor tercero. Italia ’90, el gol de Rincón a los alemanes y el libro de Galeano –que tuvo reediciones posteriores que fueron agregando nuevas reseñas de los Mundiales hasta Brasil 2014- estarán ahí siempre.
Al final, la memoria, tanto como la literatura y el fútbol, no dejan nunca de referirse a aquellas cosas que les otorgan sentido. Tal vez por eso, lo que decía Galeano sobre El libro de los abrazos acerca de que un autor al escribir abraza a los demás. Si cerramos los ojos, casi que en la página 210 de El fútbol a sol y sombra se lo puede ver al intelectual que iba por ahí mendigando buen fútbol mezclado como uno más en el abrazo de todos los jugadores colombianos después de empatarles a los alemanes. Murió Rincón. Y, por esas vueltas aleatorias de la vida, lo hizo un 13 de abril. Igual que Eduardo Galeano.
Por Sebastián Chittadini
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