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Contenido creado por Valentina Temesio
Literatura
Los libros y sus autores

Gabriel Galli: “Nunca leí tanta literatura como cuando estuve en el exilio”

Tiene el “alma llena de marcas” y “cada una conmemora una dimensión de la experiencia lectora”. Una colaboración con HUM y Estuario.

08.09.2022 19:22

Lectura: 7'

2022-09-08T19:22:00-03:00
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Gabriel Galli (1958) es docente universitario, comunicador, crítico cultural y dirige la radio universitaria UniRadio. Algunos de los libros que escribió son Caosmos (Ediciones de Antes, 1997) y Zag (Estuario editora, 2009).

¿Cuándo empezaste a escribir?

Desde muy pequeño tuve una intencionalidad artística que se expresó —sostenida y lúdicamente— en varias direcciones. La escritura sistemática comenzó en la adolescencia como respuesta a las lecturas de Poe, Cortázar, Borges, Kafka, Artaud, Beckett y Nietzsche, fundamentalmente.

¿Te acordás de cuál fue el primer libro que te marcó?

Tengo el alma llena de marcas. Cada una conmemora una dimensión de la experiencia lectora. Al ser todas diferentes, todas son primeras. La Odisea es el bajo continuo de toda aventura fantástica. “La gallina degollada” de Quiroga me abrió los ojos a mis propias pesadillas. “La noche boca arriba” de Cortázar me reveló la fascinación por los giros sorprendentes. “¡Qué lástima!”, de Paco Espínola, despertó el amor por la grandeza de lo pequeño, lo más entrañable de los seres humanos (en este mismo sentido, también “Un milagro de rara invención” de Ray Bradbury). La consagración de la primavera, de Alejo Carpentier, articuló el espíritu revolucionario con la sofisticación del arte y las vanguardias. La vida, juguete roto, de Juan Capagorry, me abrió el oído a la poética montevideana. Y, en la adolescencia, la lectura de Artificios y Ficciones primero y de Otras inquisiciones después, me revelaron una trama invisible que ya no pude dejar de percibir.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

¿Dejar de leer o dejar de escribir? ¿Por qué?

¡Pah! Y bueno… jugando el juego de la pregunta y habiendo conquistado mis edades actuales —algunas de ellas milenarias— elegiría dejar de leer. Tengo mucho por escribir todavía.

Contanos qué estás leyendo ahora.

M (textículos y contumancias) de Gustavo Maca Wojciechowski y Yo y mi bocota de Roberto Riera.

¿Cuáles son tus escritores uruguayos favoritos? ¿Identificás influencias? ¿Cuáles? ¿Alguno que te guste recomendar?

Son muchos. En este momento, diría Felisberto Hernández, Marosa Di Giorgio, Daniel Vidart, Mario Levrero…  habría muchos más y prefiero no mencionar autores vivos. Todo lo que percibo, de una u otra forma, influye. Las aventuras de Nick Carter e Irrupciones de Mario Levrero, Esbjerg en la costa de Juan Carlos Onetti y El caballo perdido de Felisberto Hernández. No suelo recomendar, pero he regalado muchas veces Dejen todo en mis manos y La novela luminosa de Levrero, un montón de libros de Leo Maslíah, Un viaje chamánico de Daniel Vidart.

¿Sos de releer? ¿A qué libro solés volver?

Releo, sí. Al que más vuelvo es a Borges, a algunos de sus poemas y, sobre todo, a sus ensayos, incluso y sobre todo a los “ficticios''. Correlativamente, suelo regresar a los estimulantes e infinitos textos de Lisa Block de Behar, Vilém Flusser, Freud, Sloterdijk y muchos otros pensadores de todos los tiempos.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Para este fin de semana recomendanos un libro, un disco y una película.

La recomendación supone conocer al destinatario, es una intervención personalizada, como una interpretación psicoanalítica. Dicho esto, les cuento tres ejemplos que me ocuparon —y que me gustan mucho— durante el fin de semana pasado, Sobre roca resbaladiza de Alfredo Fressia, El jardín de los presentes de Invisible y Mi vida como perro de Lasse Hallström.

Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.

Me han reconocido por la voz, es decir, más que lectores, escuchas. De todos modos, lo más frecuente no es que me reconozcan sino que me confundan con otro. En algún aeropuerto me han tomado por Pete Townshend, y, en Uruguay, por Claudio Invernizzi. Suelo responder que nos parecemos mucho por separado, pero la similitud tiende a desaparecer cuando estamos juntos. Además, Claudio me lleva una cabeza.

Tu autobiografía en una frase.

¿Lo qué?

Tenés que convivir un mes con una autora o un autor: ¿a quién elegís?

Lou Andreas Salomé o Mary Shelley, creo.

Un lugar para volver.

La Tate Gallery de Londres (sobre todo si está habilitada la sala de Mark Rothko con los cuadros para el Seagram —una obra de arte de Mies van der Rohe— de Nueva York).

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

El primer verso que te viene a la mente.

“…dime tú, que es mejor, peces vivos fugitivos que no se pueden pescar o esa maldita faena de ir arrojando a la arena muertos los peces del mar.” Bueno, eso fue más de un verso.

¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?

Nunca leí tanta literatura como cuando estuve en el exilio. Pienso en ella también como refugio, compañía, amparo pero, sobre todo, descubrimiento.

Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida ¿qué es?

Una de mis ensaladas.

Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.

Incluyendo a la familia y los amigos, la felicidad es un buen encuentro. Es lo que permite trabajar para crear, ya sea un bello texto, una clase estimulante, un buen plato de comida. La miseria es no poder hacerlo.

Sobre Homerar:

Con un relato fragmentario que se despliega mediante formas breves, este es un canto a la transmisión cultural que, con humor y espíritu lúdico, apela tanto al compromiso intelectual y existencial del ensayo como a la libertad artística del gesto poético.

En busca del célebre aeda, Homerar invita a conjugar autores y personajes en el presente continuo de la memoria común. Sócrates, Alejandro, Cleopatra,  Hipatia de Alejandría, Isidoro Ducasse, Sigmund Freud, Lou Andreas-Salomé, James Joyce y Jorge Luis Borges son apenas algunas de las figuras que se dibujan en el camino.

Más allá de géneros literarios, cada cual puede inventar su forma de lectura. En la estela de Homero, todos los fragmentos conducen a nosotros.

Un fragmento:

01

La verdad está hecha de fragmentos y toda verdad es también, un fragmento. Lo que sabemos de Homero, lo imaginamos. Semeja una divinidad. Los dioses suelen sus­traerse a la imagen aunque no a la imaginación. Invisibles, viven en la lengua. Homero es el dios de unas palabras que no terminamos de conocer. Cuando leemos a Home­ro no sabemos dónde está Homero. Pies ligeros, ojos de lechuza, fecundo en ardides. Homero, Homero, Homero.

02

Rehúye la historia, solo acepta la leyenda. Más que un dios, no exige otra fe que su lectura. Tened fe. No hay otro Homero que Homero. Apenas lo imaginamos, pero lo podemos leer. Sí, leer. Eso me han dicho. Eso dicen. Allí están, pedazos de Homero sin Homero.

03

Su biografía es tan breve que cabe en un punto. Y si la línea es el desplazamiento del punto, su biografía es in­móvil. La línea que lo trae hasta aquí no incluye a Ho­mero. Es su palabra que viaja. Y lo hace sin él. Está aquí. Un punto. Como este grano de arena en la playa. Las olas no lo alcanzan aún. Yace entre innúmeros granos. No hay historia más grande que la de Homero. Un grano de arena que el mar no termina de barrer.