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Gabriel Peluffo: “Yo iba a los bailes del interior y me querían matar a piñas”

La mítica banda Buitres prepara un “show 360” en el que busca homenajear el legado de su historia y una experiencia única para el público.

14.09.2022 17:30

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2022-09-14T17:30:00-03:00
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Por Federico Medina

“Un elevador en el remolque levantaría el cohete en posición y el aparato estaría dispuesto a despegar tan pronto como hubiera sido provisto de combustible y la tripulación hubiera subido a bordo. Cualquier pedazo de terreno plano con un radio de 8 metros resultaría apropiado como plataforma de despegue y aterrizaje”. La ambiciosa pero prometedora propuesta espacial quedó escrita en las páginas de una revista, Mecánica Popular, en un ejemplar fechado en setiembre de 1949, que encontré con facilidad a la vuelta a casa de una charla con Gabriel Peluffo.

El célebre cantante y compositor del grupo de rock, Buitres, nos vio venir de lejos y sonrió cuando llegamos al encuentro que teníamos pactado en una esquina en la que encontramos el bar cerrado. De camino al siguiente, por una bajada del Parque Rodó, nos contó que casi deja la medicina de una vez, por la pila de actuaciones como cantante de tangos y la habitual agenda de Buitres, por ser sus hijos ya grandes y por el contador dado vuelta de la cantidad de horas en guardias y ambulancias. “Al principio, si había 60 horas, las agarraba”.

Resopló de vuelta con gracia, por las vueltas de la vida y los cambios de planes, como los que trajo una pandemia. Doblamos por Gonzalo Ramírez, caminando a su ritmo, hijo del entusiasmo que le provoca el sábado y que, baldosa tras baldosa, convierte en palabras atractivas sobre el “control de los tiempos” para un “show 360” que la banda dará este sábado 17 de setiembre en el Antel Arena.

Habrá uno o varios invitados muy especiales. El repertorio ya está perfectamente definido, y el movimiento de la banda en escena ajustado en todas sus posibles variantes. “Pero todavía nos falta lo que empieza en un par de horas”, advierte, con algo de incertidumbre sobre su siguiente vuelta de la tarde: “Vamos a usar las pantallas grandes y tenemos que terminar de definir qué vamos a proyectar ahí”.

Gabriel maneja un Passat diesel que fue de su viejo y después suyo. “Me acuerdo de subirnos a ese auto para salir a tocar y de volver de madrugada por la ruta, siempre al amanecer. Por lo general, el que organizaba el baile, lo primero que le interesaba era vender cerveza. Entonces nos hacían tocar entre las tres y las cuatro de la mañana. Esa fue parte de nuestra vida”, recuerda.

Llegamos hasta ahí enseguida, cuando hablábamos de una canción de Mecánica popular, el disco que la banda grabó en 2019 y del que está especialmente orgulloso: “Queremos presentar este disco y darle su lugar en la historia de la banda. Es un disco importante y lo estamos defendiendo porque creemos en él desde el punto de vista conceptual”.

“Santa Rosa” se llama la nueva melodía, que revive aquellas aventuras. “Nos acusaron de imitar a Trotsky con esa canción, lo cual nos ofendió muchísimo”, bromea Peluffo, que ya nombró varias veces a Parodi y a Rambao, así, con los apellidos, como los personajes de un cuento en el que puede entrar y salir, en tanto se reconoce algo ajeno y menos excéntrico. Narra con gracia a esos dos sabios con lo que puede hablar por separado, para aprender y, en todo caso, solo escuchar cuando Parodi y Rambao hablan su propio idioma. Después viene Orlando Fernández, al que, para los fines de Peluffo, su nombre de pila sintoniza a la perfección con el resto, y suena bárbaro. Por último está Federico Kako Bianco, el baterista, que tendrá que esperar un poco más.

“Tenía una letra armada que era para otro tipo de canción que no tenía nada que ver con la canción que quedó”, dice sobre “Santa Rosa”. “Esa letra se la quise mostrar a el Sabalero [José Carbajal] para ver si se animaba a cantarla. Pasó el tiempo, lamentablemente nunca me animé a presentársela, pero me quedé con la letra”, sigue. “Entonces, la usé para este tema y le hice una segunda parte, en donde cuento cómo termina la historia”.

De vuelta hacia atrás: “La cuestión era que yo iba a los bailes del interior y me querían matar a piñas, lo cual era verdad, y, también, que cuando iba con una novia a un baile de música tropical, me pegaban”. También podría haber sido Tala, San Jacinto, Las Piedras o una cabaña de Parque del Plata donde se podía tocar en invierno.

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

¿Se podría decir que pasaste buena parte de tu vida haciendo canciones?

Parodi y Rambao son más músicos, yo soy un cantante desde que nací, primero fui intérprete y, después, compositor.

La otra vez le decía a Pepe Rambao: “Yo todos los días pienso en música, todos los días estoy buscando una melodía”, y él me dijo: “Yo también. Todos los días tengo la guitarra en la cabeza y estoy buscando hacer algo”. A Parodi le pasa lo mismo. Podríamos decir que hace 40 años que estamos buscando una melodía y, en mi caso, además, una letra.

Mi premisa siempre fue: no tengo la obligación de componer. Es un gusto, una necesidad. Es un movimiento afectivo de mi alma. Es decir, mi alma se dirige a querer escribir en el contexto de una melodía. Para mí es algo natural.

Te escuché contar sobre una etapa de tu vida en la que tus horas de guardia en las emergencias médicas fueron muy importantes para leer y componer.

Claro, a veces, de seis horas en las que tenía que trabajar, dos o tres eran horas de lectura. Así escribí las canciones para Mientras (2003).

¿Y siempre leíste mucho? 

Sí, desde niño, y eso siguió en la adolescencia. Me considero un buen lector. No soy un lector rápido. Leo y releo, lentamente, y repaso.

Está bueno ver, en perspectiva, cómo esas horas de espera y de composición más serena, luego se reflejaron en una especie de segunda etapa de la banda, luego de sus primeros discos.

Hay un proceso de madurez compositiva bastante lógico.

No es que quiera minimizar mi función en Los Estomágos, pero lo mío era estar ahí adelante; una expresión corporal, una actitud. Mis compañeros me animaron a que empezara a componer. Siempre digo que, en esa época, no me consideraba ni un gran cantante ni un gran compositor. Sin embargo, ahora que hubo una revisión de Los Estómagos, estuve viendo algunas cosas que escribí y, por ejemplo, la melodía y la letra de “En la noche” me gustan. Y me sentí muy orgulloso el día que escribí ese tema. Hay algún otro tema que hice para Los Estómagos que también me gusta. Ahora, a la distancia, puedo ver que había antecedentes antes de escribir para Buitres, pero creo que después de los primeros tres discos empecé a mejorar mucho, como cantante y como compositor.

“Habla en la caja”, por su sonido y por todo lo que dice, es una de las más representativas de Mecánica popular. ¿Qué me podés contar de esa canción?

Primero hay que explicar cómo terminamos grabando nuevo material. No estábamos tan seguros de grabar un próximo disco.

En el verano de 2019 decidimos festejar los 30 años de Buitres en el Antel Arena. Empezamos a ensayar en verano para el show, que fue en mayo. Y dijimos “bueno, ta, si en los ensayos llega a salir un tema nuevo, bárbaro”.

Así, en tres ensayos, muy rápido, apareció “La primera vez”. Nos fuimos al Estudio del Abasto (en Luján, Buenos Aires) a grabar la canción con Álvaro Villagra y volvimos locos de la vida, re copados, y dijimos “vamos a grabar un disco”. El plan original era, en cada semestre, subir cuatro temas nuevos a plataformas digitales, hasta llegar a doce. Pero pasó el Antel Arena y Parodi dijo: “No, en agosto tenemos que ir a grabar un disco entero de una sola vez”. Para eso precisábamos tener compuestas, por lo menos, nueve canciones. Por lo que empezamos una competencia para ver quién tenía las canciones más rápido. Le dije a Orlando [Fernández, guitarrista de la banda], “traete un tema”, y trajo “Pituca”. Parodi ya tenía sus temas armaditos, y Pepe en ese momento estaba en un divague absoluto, pero tenía unas ideas muy buenas.

Un día me llevé muchas de esas grabaciones que tenía Pepe, edité una parte y le propuse juntar dos temas en uno y hacer “Habla en la caja”, y así salió. 

El tema siguió creciendo, primero en el estudio, y después en el vivo, cuando la hicimos en el Montevideo Rock, y el próximo sábado todavía va a crecer más.

¿Cómo llegaste a Silvina Bullrich?

Comprando libros. Ella era del grupo de Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Bioy Casares.

Había un cuento de ella en el que se preguntaba qué hacer con los amores del pasado, cómo guardar algunas cosas en el cajón de las medias. Algo que no lo tirás, no lo rompés, lo conservás. Eso me sirvió de excusa para “Mincho bar”, ahí creo que la pegué.

Y también llegué ahí porque quería entender esa forma de estar de ese grupo selecto de artistas que, de alguna forma, era el reflejo de la cultura europea. Y, además, siempre fui muy fanático de Adolfo Bioy Casares. Su capacidad de descripción de lo cotidiano siempre me resultó asombrosa.

En El sueño de los héroes, por ejemplo.

Eso es lo mejor que he leído en mi vida. Es increíble la forma en que describe a esos personajes de pensión. La aparición en escena de Valerga te produce la misma tensión que muchos de nosotros sentimos en nuestra infancia, cuando entramos a un lugar y nos topamos con personajes parecidos. Es una tensión que antes se daba cotidianamente y, tal vez, ahora quedó algo más relegada a lo marginal.

Conociste tipos como Valerga, entonces.

En todos lados. En distintos barrios donde viví, en los vestuarios de básquetbol, de fútbol. El que te viene hablar y no te está diciendo “te voy a pegar”, te habla de los pajaritos, pero en realidad te está diciendo “te voy a matar”. Esa es la vivencia de cómo yo me crie en los setenta y en los ochenta. Por eso había que andar por la sombra y cuidarse.

De esos personajes había por todas partes.

De Bioy, lo primero que me enganchó fue La invención de Morel. Aluciné con la máquina hidráulica que proyecta las imágenes con las que el hombre intenta revivir los momentos más felices de su vida.

Foto: Montevideo Portal

Foto: Montevideo Portal

¿Qué recordás de esta foto?

Qué jovencitos que éramos. En realidad estábamos explotando acá. 

Hicimos en el 91 un show en el Sporting en el que no nos fue muy bien. Y, en marzo del 92, fuimos a La Factoría y la gente se caía para afuera. A partir de ahí empezamos a tocar un mes en La Factoría y un mes en el ferrocarril de Las Piedras. Grabamos Maraviya y nos fuimos al carajo. Todo 92, 93, 94 tocamos sin parar. Fue una de las mejores epocas de la banda.

Por Federico Medina