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Entrevistas
Es solo una manera de actuar

Germán Palacios, el actor argentino que camina libre y está enamorado de Cabo Polonio

El argentino que protagonizó 'Franklin. Historia de un billete', habló con Beat sobre la película, sus elecciones y sus días en Uruguay.

08.06.2022 12:49

Lectura: 16'

2022-06-08T12:49:00-03:00
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Por Valentina Temesio

De Germán Palacios, el actor argentino que nació en Buenos Aires, dicen que es difícil de encasillar. Quizás sea porque “elige” sus trabajos o porque desde niño se adaptó a diferentes roles, profesiones y locaciones. 

A los 15 años su destino estaba marcado por el deporte: iba a dedicarse al fútbol. Hasta que, casi como un “hecho fortuito”, una lesión lo alejó de ese mundo que ocupaba de lunes a lunes. Así, para llenar su tiempo, se desvió hacia el lado artístico, al de la música. Sin embargo, un día caminando por Buenos Aires se encontró con el Teatro del Centro, un sótano con olor a pis de gato al que entró y regresó a su casa inscripto en clases de actuación. 

También, en paralelo, estudió Psicología, le queda una materia para ejercer. En ese entonces, su vida era una dicotomía entre las clases de Lacan en la facultad y la actuación en telenovelas de la tarde en Canal 11. Después de un tiempo de idas y vueltas entre la ciencia que estudia la mente humana y el trabajo que, de alguna manera, la alimenta, eligió lo segundo. 

Entre esa decisión que tomó a los 20 años hasta el 2022 pasó un abismo: cine, teatro, dirección, viajes, caminatas, el amor, la paternidad, el Uruguay, la libertad, una prueba sobre cómo cebar mate en De igual a igual, cosas que solo él sabe, cosas que no sabemos. También, Pasajeros de una pesadilla (1984), Amor prohibido (1986), La banda del Golden Rocket (1991), Art (1998), Tumberos (2002), XXY (2017), Herederos (2008), La fragilidad de los cuerpos (2017), Un viaje a la luna (2018), Franklin. Historia de un billete (2022). 

Germán, el argentino que a veces confunden con uruguayo, dice que no va a ningún lado, que desde chico vive así, de modo existencialista, día a día. Y no piensa cambiarlo. Si bien reconoce que hay un vértigo, hay algo más lindo aún: “cuando no estás expectante del futuro, llega solo”, confiesa. Por eso, elige ese camino, ese que le da la libertad. Tan es así, que como muchas veces dicen, Germán Palacios es difícil de encasillar.

—¿Qué te llamó la atención de la película?

—Una persona que se dedica al armado de elencos acá en Argentina, Pablo Ini, me llamó y contó que había un director uruguayo, Lucas Vivo García Lagos, que quería hacer una película sobre un guion de los hermanos Slavich. Ellos son unos guionistas argentinos muy consagrados, trabajan internacionalmente y son medio expertos en los temas policiales. Entonces, me dijo que me enviaba el guion para que lo lea. Lo leí y me gustó, me pareció entretenido, me gustaron el género y el rol. Yo nunca había hecho una película así, de cine negro. Me reuní con Lucas y le hice una devolución del guion. También, lo que yo llamo acuerdos: ver que mi lectura coincida con la suya y le plantee las cosas que quería modificar. Al cabo de una hora, en ese bar, me dijo que quería que participe de la película y le dije: “Bueno listo, ya me comprometo y vamos para delante”. Y así fue.

—Fluyó rápido.

—Sin franelas, muy frontal, Lucas y yo somos así. Eso mismo se trasladó al rodaje. Trabajamos bastante previo a la filmación con los compañeros y el director, más que nada para llegar con una lectura común y no perder tiempo. Lo que queríamos hacer sobre el guion, era esencialmente, fortalecer todos los vínculos, entre nosotros y los personajes. Porque la película tiene un desarrollo muy vertiginoso una vez que se desencadena la acción. Por eso, nos parecía que estaba bueno lograr instalar muy bien los vínculos para que cuando se instalara la acción eso estuviera claro, nos simplificó mucho, todos teníamos muy claro dónde estábamos parados.

—¿Qué te pareció la actuación de L-Gante?

—Yo no sabía que L-Gante había actuado en la película hasta que la vi, pero lo que él hace está bien. En el sentido de que la película tiene muchas puertitas que se van abriendo, donde ves distintos tipos de situaciones marginales. Una de ellas era esta situación, que a alguien se le habrá ocurrido y dijo: "Ponemos a L-Gante". Lo que puedo decir es que es encantador, lo conocí el día del estreno —en Argentina—, que fue con su familia, con su compañera y su hijita. Muy humilde, fue a acompañar la película. Es más un guiño, más un cameo, que algo que se pueda juzgar actoralmente. Sabe lo que está contando, no es que pusieron a cualquiera.

—¿A qué hay que estar dispuesto para ser actor?

Yo empecé a estudiar a los 15, pero por una circunstancia de la vida, fue casi un hecho fortuito. Iba camino a ser un deportista profesional y tuve que dejar de hacerlo de un día para el otro. Fue muy traumático para mí. Ya tenía un vínculo con lo artístico, sobre todo a través de la música que siempre la estudié y fue mi primer desarrollo artístico. Entonces, sabía que tenía que ocupar mi tiempo para no enloquecer, porque entrenaba de lunes a lunes, tenía una vida de deportista. Un día, en una época difícil, la de la dictadura, iba caminando al conservatorio de música y me encontré con el Teatro del Centro. Tenía un cartelito, era un sótano con olor a pis de gato, me metí y me terminé inscribiendo. Estudié seis años.

—¿Al teatro le dedicabas el mismo tiempo que al deporte?

—En paralelo estudié psicología, me faltan unas materias para recibirme de psicólogo. Cuando empecé yo todavía iba a la escuela, cursaba en el conservatorio de música que me quedaba también en el Centro y teatro estudiaba los sábados, lo cual era muy cómodo, porque estudiaba a la tarde y en la semana lo que hacía era preparar con los compañeros los ejercicios. Una de las cosas muy lindas que tuvo mi estudio es que yo estudié en un teatro, con lo cual había actividad teatral, obras que se presentaban, un utilero, un iluminador, elencos. Así que mamé desde muy chico toda esa magia que tiene el teatro en sí. Pero me permitía llevarlo en paralelo con otras cosas. Hasta que en un momento, a los 20, empecé a trabajar profesionalmente. Y ahí ya se me complicó más, sobre todo con el estudio de la carrera de psicología porque como digo siempre yo: “Me iba de un práctico de Lacan a Canal 11 a grabar una telenovela con puertorriqueños”. La cabeza me explotaba un poco y el tiempo no me daba. Así que sostuve todo lo que pude, fueron varios años yendo a la facultad y trabajando de actor, hasta que decidí que lo mejor era dejar el estudio porque no me veía como psicólogo. Así que lo plantee en mi casa, que siempre tuvieron una gran predisposición para escucharme y respetarme. Dejé de estudiar y fue un alivio, la empecé a pasar mejor.

—¿Cuál es el criterio que utilizas para aceptar trabajos?

—Esencialmente que me guste lo que tengo que hacer en términos de relato, ya sea una obra de teatro, película o una serie, lo que fuere. Obviamente, también, en términos de rol: saber que lo puedo hacer, que me aporte algo. Y luego, las condiciones laborales, que sean dignas. A veces uno elige en la balanza. En mi caso lo económico nunca fue una prioridad. Desde chico prioricé que me gustara lo que tenía que hacer, nunca el dinero. Así fue que durante muchos años, como joven actor, no tenía más nada que la felicidad de hacer lo que me gustaba y de pensar que, en algún momento, eso me iba a traer cierto rédito. Fue lo que hice: invertí a creer en mis elecciones y con el tiempo eso me empezó a dar un rédito. Saqué fama de que elegía mis cuestiones y eso me sirvió mucho.

—Te da libertad.

Te da mucha libertad. Pero yo siempre digo: “No soy un buen ejemplo como actor en ese punto”. Me pude forjar en esa línea, pero en realidad el trabajo del actor es muy difícil en el sentido de que en general es una profesión de desocupados. Es un oficio donde la gente no trabaja o no puede desarrollarse profesionalmente. Pero creo que uno tiene que apostar a sus sueños y que en un momento, como en todo, te tenés que poner firme en la que vos crees y tratar de pelear por esa. También te puede llevar un tiempo, te puede ir bien o mal. Uno tiene que tratar de ser fiel a su sentir, fue lo único que yo hice. 

—Ser fiel te puede llegar a hacer un mejor trabajo.

—Sí, por supuesto. A mí me dio mucho resultado eso porque al poder elegir mi trabajo y no hacer cualquier cosa, me llegaban propuestas que me representaban y gustaban, trabajé con gente que me hizo crecer.

—Además de ser actor dirigís, ¿cómo conviven en vos esos dos roles?

—La dirección es algo que me encanta y apasiona. Empecé a desarrollarla ahora, más grande. Era algo que siempre tenía en mente y como muchas de las cosas, empiezan a aparecer de manera espontánea. Surgió la posibilidad de hacer una relectura de Art, la obra que hicimos con Ricardo Darín tantos años y así que nos embarcamos para hacer una nueva apuesta. Mi maestro de teatro me formó así, como un actor con opinión y lectura sobre lo que hace. También, la experiencia de trabajo como actor te va dando un training respecto a la dirección que, después cuando ya dirigís, es lindo de aplicar. En un punto podés estar más cerca de los actores entendiéndolos y por otro lado, tener esto, siempre una lectura, definir qué contar con el material. 

—¿Hasta dónde te gustaría llegar?

—Qué linda pregunta porque no voy a ningún lado —ríe—. Siempre me molestó hablar del trabajo en términos de carrera. Yo no voy a ningún lado, voy haciendo lo que me gusta del mejor modo posible, pero no estoy ni compitiendo con nadie, ni quiero que me levanten en andas. Estoy muy contento con lo que hago y voy barajando así, de modo muy existencialista, día a día. Me ha dado resultado, lo hago desde muy chico y así pienso seguir. Obviamente que hay un vértigo, hay algo lindo, cuando no estás expectante del futuro, llega solo. "El futuro llegó hace rato", dijo el Indio. 

—¿Nunca te dio miedo esa incertidumbre?

—Cuando empecé a trabajar de actor, durante muchos años no tenía techo, no tenía una situación de cobijo, no tenía resto como para tener la actitud que yo tenía. Ese momento ya pasó. Hoy tengo el privilegio de ser una persona que puede elegir su trabajo y decir que no a lo que no me gusta hacer, sin tener la necesidad, como la mayoría. Eso es un privilegio muy grande que siempre traté de sostener y pelear, es mi gran libertad. Obviamente que soy una persona que le gusta trabajar y, en general, estoy haciéndolo, no quiere decir que yo me la tire de vago. Es un modo que a mí me sirvió. A veces la gente cree que hay cierta pose en lo que yo hago y me río. Cuando es algo que venís haciendo desde hace muchos años fluye naturalmente. Una cosa que siempre digo, que me pasó de muy jovencito, es que yo estoy operado de lo que son las ansiedades del actor, que considero muy corrosivas. Las conozco desde muy chiquito. Hay gente que no tiene idea de lo que es un actor, en su sentir, en su necesidad de trabajar y a veces generan falsas expectativas en torno a los actores y los dejan muy heridos. Hay que ser muy cuidadosos en ese punto. A la hora de ofrecerle un rol a alguien: que sea a uno y no a diez. Porque podés dejar a la gente muy mal parada. Yo también decidí un poco correrme de ese lugar. Siempre digo en broma: si a mi me llama Scorssese veo si tengo ganas de trabajar en su película, le voy a decir: “Che voy a leer tu guion y veo si puedo y si me gusta”. Hay un lugar común que cree que no me cabe ni un poco. Nunca me gustó la exposición. Me siento carpintero en relación a la actuación, aprendí del oficio de actuar y para mi hacer un rol es como hacer un mueble. Tiene que ver con una dedicación, una concentración, una artesanía, una construcción, que es lo que disfruto y me gusta. Pero luego todo lo que viene por el costado no me gusta ni un poco, no lo vivo, no me presto y listo, estoy tranquilo así.

—¿Tiene que ver con haber arrancado en un teatro?

—Puede ser sí. Sin duda, cada vez lo pienso más. La formación que yo tuve, que fue de teatro independiente, tiene mucho que ver con lo que fue mi modo de sentir el oficio. El teatro es el espacio natural del actor, el verdadero espacio de libertad. Por eso es un lugar sagrado para nosotros, los que nos gusta el teatro, es el espacio donde nos sentimos absolutamente libres, plenos, independientemente de un resultado.

—¿Más que en el cine?

—El cine es otra instancia. No depende tanto del actor en el sentido de que la contribución del actor al cine es como un rompecabezas. Es muy interesante en términos artesanales porque vos tenés que tener en tu cabeza qué es lo que vas a hacer, cuál es la imagen del rol, para luego romperla e ir haciéndola crecer de a puchitos día tras día de rodaje. A veces empezás por el final de la película. Tenés que tener muy claro qué es lo que vas a hacer para romperlo y que luego un director lo reorganice con un editor y demás. Las películas no son de los actores, son de los directores. En un rodaje podés sentir que en una escena te fue bárbaro y que luego no esté en la película. En cambio, en el teatro tenés que llevar tu cuerpito todos los días y tenés que estar en vivo arriba del escenario estés como estés, tengas un buen o mal día. Solo vos sabés cómo estás. Muchas veces el teatro o te cura o te mata. El actor de teatro está muy fortalecido y entrenado, lo que te devuelve el ejercicio escénico es fabuloso. Te saca para adelante, de estados insospechados y podés hacer una función en un estado en el que a lo mejor en tu casa estabas tirado, muerto, y fuiste y te subiste al escenario y sacaste una fuerza que no sabés de dónde y empezaste con un proceso de cura. Tengo una gran admiración por eso, porque no se sabe dónde está ese fenómeno, pero es comprobable, existe. 

—Marina, tu compañera, tiene un vínculo muy fuerte con Uruguay. ¿Cuál es el tuyo?

—Marina y yo nos conocimos allá, en Cabo Polonio, así que imaginate. Puedo hablar familiarmente: tenemos un vínculo entrañable con Uruguay. De hecho, acá mucha gente cree que soy uruguayo. Tenemos muchísimos amigos. Tuvimos esa historia de conocernos en el Cabo, dónde Marina iba muy de chica con su familia y que yo también tuve la suerte de conocerlo por amigos míos de Argentina.

—¿Cuándo fue la primera vez que viniste a Uruguay?

—Alguna vez con mis padres fuimos a La Floresta y a Atlántida de vacaciones. Pero el recuerdo más patente es empezar a ir a Montevideo a actuar. Fui a hacer La Piaf, un espectáculo que hacíamos con Virginia Lagos, cuando tenía 20 o 21 años, en el Teatro Piccolo Stella que hoy es La Gaviota, en Tristán Narvaja. Es muy pequeñito y hermosísimo. Después tuve la oportunidad de ir a El Galpón y a otros lugares, volvimos a La Gaviota años más tarde con Art. Tengo el recuerdo de conocer la feria de Tristán, me fasciné la primera vez que fui y con la Biarritz. Soy muy chatarrero de alma, me gusta mucho todo lo que tiene que ver con el reciclaje y no lo podía creer. Y después soy muy matero, yo tomo mate de yerba uruguaya, todos mis equipos de mate y bombillas son de allá. Ahora cuando vaya voy a traer un montón de yerba Baldo y bombillas; traigo un buen lote que me dure hasta fin de año. Es una parte del viaje que me entusiasma mucho. También, tengo un cuento de caradura, una prueba que pasé en el programa de Omar Guitérrez, De igual a igual, me desafiaron a que cebara mate en cámara. Fue todo un momento. Terminé contando las diferencias de cómo se toma mate acá, el recipiente criollo de argentina es de boca muy pequeñita y la yerba se inunda, se tapa con agua, entonces bueno, con la montañita pasé mi prueba de fuego. 

—¿Vienen todos los veranos?

—Vamos siempre. Cuando podemos ir fuera de temporada también, es más difícil, nos queda lejos lamentablemente. Mis hijos van desde la panza, adoran, tienen muchos amigos de allá. Es muy loco eso de verse todos los veranos con la gente, pasa un año y te reencontras, vez el crecimiento. Es un poco así la comunidad, lo que compartimos. Nos vemos una vez por año, de modo muy intenso, como si el tiempo no hubiese pasado. 

Es un cariño muy grande, muchos amigos de toda índole, artistas y no artistas, gente con la que sabemos que contamos, es una hermandad y un intercambio cultural permanente que hay entre Argentina y Uruguay. Es muy lindo de sentir.  Tenemos un orgullo muy grande, es que para los que somos futboleros del alma, en el Cabo está la cancha más linda del planeta. Al lado del faro. Solo el que haya ido a jugar ahí puede describir lo que se siente: jugar en una cancha, en un Cabo, con un faro al lado, donde de repente se mezclan el día y la noche, atardece por un lado y anochece del otro, y vos estás jugando a la pelota, unos partidos interminables. Este año que pasó empezamos a instaurar un fútbol mucho más amplio, jugamos todos: hombres, mujeres, niños, turistas, locales, la gente que está arriba del faro y ve que hay un partido también.

Por Valentina Temesio


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