Hablar de Los Olimareños es embarcarse en una tarea compleja. Escribir sobre ellos, aún más. No es coincidencia, entonces, que sea Gustavo Espinosa quien la haya asumido y se haya puesto sobre los hombros Todos detrás de Momo.
Espinosa es escritor, músico y docente de literatura, y además ha colaborado para medios uruguayos con reseñas y artículos de crítica literaria y cultural. "El disco sostiene el efecto de estupefacción que me generó cuando lo escuché por primera vez cuando tenía nueve años", afirma.
Su primera novela, China es un frasco de fetos, fue publicada en 2001 tras haber sido premiada en el concurso Posdata 2000, aunque la escribió en la década de los ochenta. Pero además cuenta con Carlota podrida, ganadora del Premio Nacional de Literatura en 2011, Las arañas de Marte, ganadora del Premio Bartolomé Hidalgo en 2012, y Todo termina aquí, ganadora del mismo premio en la edición de 2016.
¿Qué libro de otro autor/a te afectó de tal manera que te gustaría generar ese mismo efecto en tus lectores?
No quiero repetirme con La invención de Morel (1940), las “Soledades”, Moby Dick (1851), Historia universal de la infamia (1935) o El manifiesto comunista (1848), todos los cuales fueron para mí como diferentes artefactos alucinatorios. Entonces voy a dejarme llevar por la espontaneidad o tal vez mienta: Tres tristes tigres (1965), de Cabrera Infante, tuvo, cuando lo leí hace 40 años, un efecto inmersivo para mí. Quería vivir como aquellos personajes de La Habana de los cincuenta y creo que de algún modo lo logré, de un modo medio patético en el Montevideo de los ochenta. Y me dejó la manía de las aliteraciones.
Top 3 de libros que más regalaste o recomendaste.
Plan de evasión (1945), de Bioy, porque tiene la precisión de la fiebre (esto es un plagio). Es una especie de poema científico: la condensación delirante de la exactitud. Los milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, para fantasear con las aventuras de una superheroína prestigiosa y condescendiente. Ella acude siempre, y suele ejercer el last minute rescue de sus fieles, aunque sean mamados o fornicadores. Todo narrado en una lengua extraña y familiar al mismo tiempo, que siglos después se convirtió en el castellano, tal y como lo conocemos. Y el tercer libro es la Fenomenología del Espíritu (1807).
Si pudieras coescribir un libro con cualquier autor/a, vivo o muerto, ¿con quién sería y por qué?
Con Amir Hamed, para reencontrarnos. Antes de mediodía podríamos hacer una pausa en el trabajo de escritura, ir a tomar una, almorzar, escuchar algún programa deportivo en la radio.
¿Qué cosas nunca pueden estar separadas?
Un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección.
Si estuvieras en la Biblioteca Nacional de Uruguay y te pudieras robar un libro sin que nadie lo sepa, ¿cuál sería?
Que se trate de la Biblioteca Nacional de Uruguay induce, tal vez tramposamente, a pensar en libros o autores uruguayos. Yo desconozco el catálogo de la Biblioteca Nacional, que debe tener sus joyas no necesariamente vernáculas. Así que voy a caer —a medias— en la trampa, y me voy a robar la primera edición de los Cuentos de amor, de locura y de muerte. Es una edición argentina de 1917.
Contanos qué estás leyendo ahora.
La broma infinita (1996), de David Foster Wallace. La traducción de Marcelo Covián/Javier Calvo da la impresión de ser muy sensata. La novela es, efectivamente, infinita; tiene una lentitud que avasalla y, cada tanto, flashes de deslumbramiento. Me gustan mucho esos aparatos descomunales, y me gustaría poder escribir una cosa de ese tamaño. Pero no sé si alguna vez estuve para esos trotes.
¿En qué te gustaría reencarnar?
Esta pregunta, tal vez más que otras del cuestionario, tientan a hacerse el ingenioso y exponerse como tarado. Así voy a improvisar arbitrariamente: me gustaría reencarnar como el Cotorra Míguez.
El primer verso que te viene a la mente.
En honor a la verdad y a la literatura, aquí sí me voy a repetir: “Mándensén (sic) mudar tuitos a la puta”.
¿Qué libro prestaste de tu biblioteca y hasta el día de hoy no fue devuelto? ¿Y al revés?
He sido víctima y victimario de muchos episodios de esa especie. Menciono uno casi al azar. No me devolvieron El crimen perfecto (1994), de Baudrillard. No devolví Los sueños (1627), de Quevedo (dos tomos de Clásicos Castellanos, de los años treinta, si mal no recuerdo). Aunque tal vez el dueño, Miguel Molina, se resignó a regalarme los libros.
Como lector, ¿qué te gusta encontrar en un cuento?
Lo que le gusta a todo el mundo: una invención novedosa, una estructura eficaz, cierta potencia poética en el lenguaje, personajes con cierta densidad. Claro, "you can’t always get what you want”, por lo menos todo junto. Me gustan las peripecias melodramáticas, como en Final del juego de Cortázar, que es un cuento de amor con muchacha linda y discapacitada.
Imaginá que tenés la oportunidad de escribir una secuela para cualquier libro clásico. ¿Cuál libro elegirías continuar y qué dirección tomaría la historia en tu secuela?
En la literatura española que hoy consideramos clásica, esas prácticas eran tan frecuentes como en la actual industria del entretenimiento. Las novelas de caballería generaban largas series de continuaciones, protagonizadas por los mismos héroes o por sus hijos y nietos. También hay más de un Lazarillo y unas cuantas secuelas de La Celestina. Y está el famoso Quijote de Avellaneda que estimuló a Cervantes a apurarse y terminar su propio cierre de la saga. Voy a confesar, con esperanza de que se divulgue, que yo también cometí una temeridad de ese tipo. Como se sabe, las Soledades son dos poemas largos de Góngora. Algunos críticos opinan que el ciclo está inconcluso o que Don Luis planeaba cuatro partes. Yo quise escribir la tercera, pero descubrí que otros me habían precedido, así que subtitulé Soledad N.
Lo que apenas cuentan los deslumbrantes versos originales es que un muchacho, tras haber sufrido un desprecio amoroso, huye de los ambientes cortesanos, naufraga y se queda a vivir en un lugar perdido y natural entre pastores y pescadores. En mi poema el que naufraga, no solo en el tiempo sino en el espacio, es Góngora. Unos científicos o magos escandinavos del siglo XXIII intentan llevar a su propio tiempo a un famoso físico del siglo XX. Pero hacen chambonadas y terminan por mandar al poeta andaluz al XXI. Góngora aparece en un pueblo del departamento de Treinta y Tres donde frecuenta los raíds hípicos y termina por suicidarse, justo antes del temporal de Santa Rosa, zambulléndose en un aljibe donde también habita el ánima de su colega Serafín J. García, el autor del verso que siempre se me viene a la cabeza. Todo eso y mucho más podrán encontrar en mi última novela, La galaxia Góngora, que salió y se puso a la venta hace un tiempo.
¿Qué escribirías en un muro? ¿Y en la pared de un baño?
Esto, como lo de la reencarnación, es otra trampa cazabobos. En una pared, la verdad, no escribiría nada. O tal vez: “No me escribas la pared (Spinetta)”. En un baño copiaría: “Tiembla el sol, tiembla la luna/tiemblan los tembladerales… complete usted la cuarteta”.
¿Qué libro nunca te aburrís de releer?
Dormir al sol
¿Por qué Todos detrás de Momo?
Esto lo digo en el libro: porque el disco sostiene el efecto de estupefacción que me generó cuando lo escuché por primera vez cuando tenía nueve años. El shock ocurre, además, porque es un disco de Los Olimareños, que surgieron como artistas más o menos cuando yo nací, contemporáneos de los Beatles y los Stones. Diez años después a escala uruguaya eran tan masivos como había sido Gardel. Y en Treinta y Tres eran una atmósfera o un ornato público naturalizado; sus canciones, muchas de ellas de Rubén Lena, andaban siempre revoloteando por ahí; las aprendíamos sin querer aprenderlas. Y de repente, ese hábito se enrarece; se vuelve desvarío en Todos detrás de Momo. Lo siguiente no lo digo en el libro: cuando lo presentamos en Treinta y Tres alguien de allá me comentó: “Cuando salió el disco yo pensé que el Rubio [Lena] se había empedado y le había salido esto”.
El comentario tosco y sincero me sugirió una analogía: el disco, su concepto y su lírica, es como la emisión sicodélica de la caña blanca que se contrabandeaba en gomas de auto y que a veces adquiría un color tornasolado: como el efecto de aquel aguardiente tóxico en una mente que ha pasado por Shelley y García Lorca. Quiero decir: no es que yo piense que “el Rubio se empedó y le salió esto”, sino que se trata de poesía alucinante hecha con lo que hace más de medio siglo se consideraba la raspa despreciable de la cultura popular, el subproducto lumpen del arte, un retablo de surrealismo harapiento. Yo busqué una racionalización crítica de aquello. Entonces, por todo esto y porque me lo pidió Gustavo Verdesio escribí el libro que también quiere ser un tributo a tres grandes artistas: Rubén Lena, Pepe Guerra y Braulio López.
¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?
Calculo que unos dos años o un poco más.
¿Por qué elegiste ese epígrafe?
Porque el maestro Sandino Núñez es un escritor que admiro. Y además el párrafo que cito es muy económico y mimético para definir la carnavalización periférica de lo dado, que es la clave del disco.
¿En qué momento te sentiste más vivo?
Una vez, comiendo una empanada aceitosa que compré en un boliche de 8 de Octubre, cerca del Hospital Militar. En serio.
Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?
Prefiero ser aburrido que pasarme de vivo: una interpretación sobre uno de los discos más prestigiosos y extraños de nuestra música popular.
¿Cuál es la reacción más inesperada qué recibiste con este libro?
Todavía no ha ocurrido.
Si de la noche a la mañana pudieras hablar de manera fluida cualquier idioma, ¿cuál sería y a qué lugar viajarías para probarlo?
Creo que me gustaría aprender griego clásico y viajar al siglo V antes de nuestra era. Pero no estoy seguro. Capaz que mejor aprender ruso: ir a Suiza, a 1916 y prosear con Lenin.
Contanos sobre una lectura que haya tenido un impacto significativo en tu vida. ¿Qué libro fue y por qué fue tan importante para vos?
Ante esta pregunta es frecuente pensar en nuestra iniciación, en la adolescencia, en la educación sentimental. Ya he mencionado, sin mentir, un poema de Machado que figuraba en la página 169 de un texto escolar, un cuento de Cortázar, las historietas de Robin Wood, la Antología de Borges, Bioy y Ocampo. Ahora voy a nombrar un libro que leí en 2017, un poco antes de que se publicara. Fue un libro desafiante para mí, y creo que es necesario —sobre todo ahora— para todos: Psicoanálisis para máquinas neutras, de Sandino Núñez. Ahí Sandino resigna las brillantes espectacularizaciones de su prosa para componer un volumen de casi trescientas páginas, que es de una contundencia política como no he visto en la ensayística que he venido leyendo últimamente. Porque, sin eludir la reconsideración de la lucha de clases, ni la crítica de los tópicos del materialismo dialéctico, el libro es aquello mismo que propone, por momentos, ansiosamente como cuestión de la política: “Una problematización y una desobediencia al gen económico, una herida causada por el pensamiento a esa máquina ilimitada e incesante, una brecha de significado abierta en el tiempo cerrado y abstracto de la economía y de la sobrevivencia”.
Escribir para...
Marque la respuesta correcta:
a) … evitar males peores, como el boxeo evita que algunos muchachos pobres consuman drogas baratas.
b) … no tener que andar explicando para qué escribir.
c) … resistir la pulsión fundamental de no dejar huellas (Michaux según Baudrillard).
d) … demorar las cosas horribles que ocurrirán después.
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Fragmento de Todos detrás de Momo:
Siempre me representé Retirada como un distanciamiento hacia la serenidad de una periferia. Allí Lena hace foco en la murga cuando ya se está yendo y canta su despedida. Además, contaminado tal vez por algunas películas épicas o musicales, yo creía ver que al final, cuando todo ya se había consumado, el punto de vista se alejaba hacia lo alto. Los murguistas sobre el tinglado se iban volviendo más chicos, su entorno se ampliaba, pero la música emocionante no disminuía su volumen. Hoy, que tengo a mano la posibilidad de realización tecno de aquella ascensión, imagino un dron que sube bruscamente y desde la altura proyecta su mirada sobre los hombres cada vez menos visibles, que cantan una pequeña melodía perfecta. No sé si es una perplejidad más o menos reciente o estuvo allí desde las primeras audiciones: no hay lamentos por la partida, ni promesas de regreso, ni nostalgias por los murgueros muertos o los carnavales perdidos, ni referencias al llanto detrás del rictus del payaso (que son los lugares comunes de las despedidas). Lo que hay es una inversión de la relación sujeto-objeto. No se trata de los hombres maravillados ante la contemplación del firmamento nocturno o aturdidos por la música pitagórica de las esferas. Es la música eterna de los hombres (se oye antigua y perfecta) la que irradia una conmoción cósmica, hace que las estrellas (ellas que son la multitud precisa y cíclica del universo) se humanicen hasta llorar de amor, atentas y perplejas ante eso que suena. Hemos visto una corte andrajosa, una pesadilla cómica con hipopótamos a pilas donde los pícaros inventan instrumentos diabólicos "con una lata de pasta de tomate y palito". Y finalmente todo cesa y se abre lo sublime. Así termina el Todos detrás de Momo. Ni los astros ni nosotros sabemos muy bien qué pasa.
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