Por Federica Bordaberry
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Lo típico: un argentino viene a Uruguay y dice de los uruguayos lo que cree.
Que toman mate.
Que son tranquilos.
Que duermen la siesta.
Que les gusta el fútbol.
Que el chivito está bueno.
Pero lo típico no es, necesariamente, lo que plantea Nadie es la patria. Es cierto, Gustavo Kreiman es cordobés y vive en Uruguay, conoce Uruguay, ha visto el Uruguay. Pero no es típico lo que propone con respecto al ser uruguayo.
Él, que es el escritor y director de la obra, se instaló en Montevideo en 2019 para cursar la carrera de dramaturgia de la EMAD (Escuela Multidisciplinaria de Artes Dramáticas). Estando ahí fue que conoció a José Pagano, que lo invitó a dirigir su obra llamada Variaciones sobre lo escrito. Allí también conoció a Sebastián Calderón, con quien dirigió recientemente una de las obras que trajo la Comedia Nacional de Esteve Soler, Contra la democracia (parte de la Trilogía de la Indignación). El año pasado, además, estrenó Si no me come la noche, su primera obra que llega al escenario siendo completamente suya.
El contexto de esta última es argentino: fue escrita ahí y el espacio que habitan los personajes también es ahí.
Pero Nadie es la patria tiene un contexto completamente uruguayo.
Y la visión de Kreiman sobre la identidad nacional tiene que ver con esto que dice Lucrecia Martel, directora de cine argentina:
“Yo no soy partidaria de nada que defienda la identidad. [...] Para mí la identidad es una cárcel. Creo que hay una idea, que no sé si es de la psicología o de dónde, hay una idea de que la identidad nos salva de algo, y yo no creo en eso. Yo creo que lo que llamamos identidad es una cosa muy barata a veces. Por ejemplo, la búsqueda de la identidad nacional a mí me parece una estupidez que no me interesa en lo más mínimo. No creo que la identidad sea una idea que ayuda a la humanidad a encontrarse consigo misma.”
O con esto que dice Jorge Luis Borges, que era escritor y argentino:
“Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.
Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo.”
O, también, con esto que dice Onetti, que era escritor y uruguayo:
“Lo único que queda para hacer es precisamente eso: cualquier cosa, hacer una cosa detrás de otra, sin interés, sin sentido [...] Una cosa y otra y otra cosa, ajenas, sin que importe que salgan bien o mal, sin que no importe qué quieren decir. Siempre fue así; es mejor que tocar madera o hacerse bendecir; cuando la desgracia se entera de que es inútil, empieza a secarse, se desprende y cae.”
Y quizá, por eso, Kreiman haya elegido a estos tres, porque ya es un tercio uruguayo y otros dos tercios todavía son argentinos.
La obra coloca a los dos actores, Micaela Larroca e Iván Solarich, a caminar y a hablar en torno a la idea de identidad, a la idea de qué es ser uruguayo. Aunque esa idea es peligrosa, es una abstracción que, como dice Kreiman, a veces limita más de lo que contiene.
Así es como el dramaturgo armó siete escenas con tono de comedia dramática, que además tiene tintes de ciencia ficción, donde los dos actores interpretan un total de catorce personajes. Así es, dos por escena, dos distintos por escena.
Entonces, una actriz y un actor se arman y se desarman sobre el escenario. Ponen y sacan los elementos de la escenografía. Se cambian de ropa, de vestuario, en frente al público. Son, con toda evidencia, el armado y el desarmado de la identidad nacional.
Todo esto, esto de que Nadie es la patria, surge cuando Iván Solarich y Kreiman comienzan una sociedad creativa. En mayo de 2020, el primero invitó al segundo a generar un proyecto de obra. Luego, vino Micaela Larroca, porque si se iba a hablar sobre identidad claro que era necesario contar con un punto de vista femenino y de otra edad.
Así es como, desde julio de 2020, empezaron a investigar de forma escénica. Eso quiere decir que el proceso fue este: improvisaciones guiadas, diálogo en escena, texto, obra.
La obra se estrenó el 10 de julio de 2021 en el Teatro Victoria. En esa primera temporada, realizó nueve funciones. Durante el mes de agosto de 2022 volvió a los escenarios del Teatro Solís preguntándose, más que cómo es el uruguayo, si existe el uruguayo.
Entonces, ¿existe?
Por Federica Bordaberry
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