*Advertencia: Esta nota puede contener spoilers

En 2019, la cadena HBO entregaba la última temporada de una de las series televisivas más importantes y ambiciosas de la historia, Game of Thrones, adaptada de la obra literaria de George R. R. Martin, Canción de hielo y fuego. El desenlace de la serie, luego de sus ocho temporadas y setenta y tres episodios, fue, cuando menos, controversial. Parte de esto, se especula, fue el resultado de las libertades creativas a nivel de historia que, los guionistas y showrunners de la serie, se tomaron al adelantarse a la publicación de los libros de Martin, cuyo proceso de escritura —demasiado lento— no resulta para nada funcional a la agenda que manejan las grandes cadenas televisivas, y la lógica detrás de las series en general y su relación con los espectadores.

Dentro de todos los aportes y momentos de oro que tuvo Juego de tronos —como se bautizó a la serie en español—, hay uno que tiende a ser pasado por alto, posiblemente por su naturaleza mínima en cuestión de espectáculo audiovisual dentro de las posibilidades de la serie, pero, sin embargo, con un peso a nivel de narrativa y construcción de universo infinitamente más importante que batallas con espadas y dragones. En el episodio “The Climb”, de la tercera temporada, en un diálogo entre lord Varys y lord Baelish  —piezas muy importantes para el “juego de tronos”—, este último plantea la siguiente idea: “El reino es las mil espadas de los enemigos de Aegon, una historia que acordamos decirnos una y otra vez hasta olvidarnos que es una mentira”, y, ante la intimación de lord Varys de que, sin esta mentira, lo único que queda es el caos, Baelish dice su más célebre frase: “El caos es una escalera, muchos que tratan de subirla fallan, y nunca consiguen intentarlo otra vez, la caída los quiebra, pero algunos a quienes se les da la oportunidad de escalar se rehúsan, se aferran al reino, o a los dioses, o al amor… son ilusiones, solo la escalera es real, subirla es todo lo que existe”.

Y, así como esa frase resumiría a la perfección el universo de Game of Thrones, también lo hará con House of the Dragon, la serie precuela que nos remonta a las últimas generaciones de Targaryen, que ocuparon el trono de hierro antes de Daenerys y que, cronológicamente, dieron lugar a los sucesos que ya conocemos de la historia de Westeros después del “rey Loco”.

Esta primera temporada de La casa del dragón, que acaba de llegar a su primera mitad, se abre con una voz en off de una Rhaenyra Targaryen adulta, que nos ubica y contextualiza, junto con una placa, en qué punto de la historia de Westeros nos encontramos. Luego de un reinado próspero y tranquilo, el rey Jaehaerys Targaryen decide llamar a un consejo de lores que elija al heredero al trono, ya que no tiene hijos propios. Las opciones eran dos: Rhaenys Targaryen, la heredera mayor del rey, una mujer, y Viserys Targaryen, el descendiente mayor del rey, un heredero masculino. La decisión termina por destinar la sucesión a Viserys, ya que el mundo de Poniente claramente no estaba preparado para ser gobernado por una reina. Años más tarde, Viserys lleva casi una década ocupando el trono de hierro, y es aquí donde empieza realmente el argumento de la serie, la que se encarga de enfatizar que nos encontramos más de 170 años antes del nacimiento de Daenerys Targaryen, la madre de dragones.

Desde el vamos tenemos los principales conflictos que presentará la serie: nuevamente, la sucesión y las relaciones de poder serán uno de los ejes centrales; así como también lo será la idea de que una mujer ocupe el trono de hierro, cuando lo primero que vemos, una vez se nos da el contexto histórico, es a la protagonista de esta nueva serie, Rhaenyra Targaryen, la hija adolescente del rey Viserys, quien, acompañada por su dragón Syrax, nos hacen entrar nuevamente en el mundo de Westeros.

Rhaenyra será, justamente, el personaje al que acompañaremos, con quien iremos entrando a La casa del dragón y conociendo al resto de los personajes; a diferencia de Juego de tronos, que desde un inicio presentaba una estructura que se asemejaba más a lo coral. Pero Rhaenyra no será la única Targaryen con un peso importante en la serie, también tendremos a su padre, el actual rey, y a Daemon, el hermano menor del rey.

Cada uno de estos personajes tiene injerencia en los conflictos que se irán desarrollando conforme avanza la serie. Viserys parece ser un rey benevolente y generoso, demasiado agradable para el reino y siendo su manera despreocupada puesta en tela de juicio hasta por el trono mismo, que parece rechazarlo y lastimarlo constantemente; y quien, además, a pesar de sus esfuerzos, no cuenta con ningún heredero varón. Rhaenyra es tajante, caprichosa y orgullosa, pero a su vez inocente, fácil de corromper y en constante construcción. Y esta construcción estará muy influenciada por su tío Daemon, el hermano irreverente y conflictivo del rey, quien aspira acceder al trono de hierro entendiendo que es él el legítimo heredero a este.

Únicamente con estos tres personajes, la serie plantea algo muy interesante desde la puesta en escena y que nos remite a lo que ya conocemos de Game of Thrones. Independientemente de su poder, estatus e importancia en este punto cronológico de la historia, los Targaryen se sienten solos y marginados, incluso dentro de su lugar privilegiado, no solo por sus rasgos genéticos, que los distinguen del resto, sino también por cómo la cámara los presenta en relación al resto de los personajes, muchos de los cuales, lejos de ser secundarios, serán quienes terminen creando el verdadero juego de tronos.

Dentro de estas piezas están Otto Hightower, la mano del rey, y su hija Alicent, mejor amiga y futura enemiga de Rhaenyra. Rhaenys Targaryen o “la reina que nunca fue”, la prima del rey Viserys, quien se encuentra casada con Corlys Velaryon, cabeza de la casa Velaryon, cuyo origen se remonta a la antigua Valyria, al igual que la casa Targaryen, y que cuentan con la mayor armada de todo Poniente y, por supuesto, con dragones. Y, por último, siendo una figura extremadamente importante para la guerra que se conocerá como la “Danza de dragones”, tenemos a Ser Criston Cole, de origen humilde de Dorne, un guerrero extraordinario que, luego de llamar la atención de la princesa Rhaenyra, pasa a formar parte de la guardia real, depositando toda su lealtad a esta, al menos en un principio.

Cada uno de estos personajes luchará, a medida que los episodios avanzan, con sus propios conflictos, y lidiará con sus objetivos y relaciones interpersonales a su manera, pero terminarán participando, de manera más o menos consciente, del poder político. Y es, de hecho, la política, uno de los factores más importantes para el argumento de la serie, la que hasta ahora se presenta mucho más controlada que Game of Thrones. Si bien ya contamos con momentos y batallas épicas, que hacen a los personajes como Daemon, no se puede decir que se han planteado grandes momentos visuales o con un gran despliegue, como supo tener su antecesora. Lo que parece estarse reservando para las apariciones de los dragones para momentos estelares, quienes han aparecido menos de lo esperado, posiblemente para sentar una base sólida sobre los conflictos de personajes.

La serie, entonces, recurre a dos decisiones que logran atraparnos y no hacernos perder el interés entre tantas reuniones del consejo del rey. Por un lado, propone un abanico de personajes variados, con diferentes personalidades y moralidades que buscan que el espectador tome un bando, para luego cuestionarlo y ponernos en lugares incómodos (no hay ningún personaje que, a fin de cuentas, vele más allá de sí mismo o tenga en cuenta las consecuencias de sus acciones), ni tampoco tenemos una construcción clara de héroes como Ned Stark o Jon Snow. Por otro lado, hay una noción muy acertada de la narrativa, que puede resumirse con ciertas nociones de Alfred Hitchcock sobre lo que implica contar una historia. Lo que ha mantenido a los espectadores de House of the Dragon expectantes es que no se ha recurrido a grandes explosiones todavía, sino que se sigue sumando tensión a una bomba que sabemos que, eventualmente, va a explotar, más aún con el bagaje previo con el que contamos gracias a su predecesora.

A su vez, de menor importancia, pero atractivo, hay guiños que nos recuerdan lo que ya conocemos de este universo: desde la intro musical ya conocida, o la aparición de personajes secundarios, recurrentes o no, pertenecientes a casas cuyos nombres ya conocemos: Lannister, Stark, etcétera. Y, a su vez, la creación de personajes como el de Otto Hightower, que se las ingenia de una manera increíble para ser una vil combinación entre lord Baelish y Tywin Lannister.

Pero, como planteaba Littlefinger —el ocurrente apodo que ostentaba el propio lord Baelish— en su discurso célebre, el reino es una mentira y el caos es una escalera, y hay quienes se quiebran en el intento a escalarla, y, para el último capítulo de esta primera mitad de temporada de La casa del dragón, la mentira sale a la luz. En lo que termina siendo el mejor momento de la serie hasta ahora, donde luego de una boda espectacular, que funciona como una fachada donde todos las piezas del juego parecen haber encontrado cierto tipo de estabilidad, la primera explosión sucede, y la boda de la ahora heredera al trono, Rhaenyra, junto con su primo Laenor Velaryon, se termina dando a puertas cerradas y con un piso literalmente manchado de sangre de un hombre que acaba de entender cuál es la verdad detrás del reino y todos sus integrantes.

La segunda mitad de temporada despide a parte del elenco, quienes serán remplazados por otros actores y que darán vida a su versión adulta, dado que habrá una elipsis de diez años entre estos capítulos. Estos cambios inlcuyen a Milly Alcock y Emily Carey, quienes interpretaron hasta ahora a Rhaenyra y Alicent, respectivamente. A su vez, conoceremos a nuevos personajes, como los hijos de Rhaenyra con Laenor; y al nuevo aspirante al trono, el ya crecido Aegon Targaryen II, hijo del rey Viserys y la reina Alicent, y medio hermano de Rhaenyra.

Todo esto, para seguir dándole vida a lo que se plantea como uno de los últimos representantes de la cultura de visionado serial que tiene atentas y expectantes, cada domingo, a millones de personas en el mundo.