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Contenido creado por Federica Bordaberry
Cine
Escribe Mariana Levy

Inventing Anna, la serie de Netflix a la que agradezco la estafa

La pregunta aparente sobre Anna es “¿cómo lo hizo?”, pero la verdadera pregunta que plantea es “¿quién es?”.

25.03.2022 13:08

Lectura: 13'

2022-03-25T13:08:00-03:00
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Vengo escuchando a mucha gente hablar, tuitear, postear sobre Inventing Anna, el último hit de Netflix, y todes dicen más o menos lo mismo: “La serie es malísima, pero no la puedo dejar de mirar”. Les adelanto que yo no creo ni por asomo que sea malísima, pero más allá de eso, quiero indagar en qué es lo que tiene que la vuelve tan magnética.

Las bioseries están de moda. Cada vez se hacen más y la tendencia no parece tener techo. Hay algo de morbo colectivo, de disfrutar espiar la vida ajena, saber que algo “pasó realmente” que le suma valor. Miramos estas series con el teléfono en la mano, googleando si realmente la reina Isabel se peleó con su hermana o si Lady Di visitó África y se puso ese vestido mientras hacía karaoke.

El principal atractivo de estos proyectos es tener un buen personaje real, alguien que genere interés, que tenga una personalidad atrapante y una vida llena de giros dramáticos. Algo que nos dé ganas de pasar varias horas de nuestras vidas viendo al personaje vivir la suya. Y Anna Delvey, la protagonista de Inventing Anna, llena cada uno de estos casilleros.

Me acuerdo perfectamente de la primera vez que leí el nombre Anna Delvey. Estaba viajando en el subte B, en una de esas típicas situaciones pre pandemia, donde mi mayor temor ante la aglomeración de gente era que me apoyen el culo y no contagiarme un virus por respirar en un lugar cerrado. Sostenía el celular con una mano mientras con la otra trataba de agarrarme para no caerme. El artículo que leía contaba la historia de una chica rusa que no tenía un peso, pero que convenció a toda la élite neoyorquina de que era una heredera alemana con un fideicomiso de millones de euros.

Sin tener un solo dólar propio y a fuerza de inteligencia, intuición y posteos de Instagram, estafó a hoteles cinco estrellas, celebridades, arquitectos famosos y hasta logró que bancos estadounidenses y financieras internacionales le dieran préstamos de cientos de miles de dólares sin ninguna credencial para mostrar más que su carisma.

La palabra “fascinada” no termina de describir mi reacción al leer el perfil de la revista New York sobre Anna. Cuando bajé del subte me quedé sola en el andén googleando. Quería ver fotos de ella, conocerla, entender CÓMO lo hizo. “Esto es una serie”, pensé. Pero la idea era casi una obviedad, la historia nació para ser una serie. Incluso, conociendo la inteligencia de Anna, podemos pensar que todo lo que hizo fue un guión, un show por entregas para dar suficiente material para que alguien como Shonda Rhimes (creadora de Grey´s Anatomy y otras decenas de éxitos, reina absoluta del prime time yanqui) pagara mucho, mucho, dinero por contar su vida. Anna se convirtió en su propio algoritmo. Tomó todos los elementos que hacen a un personaje perfecto y lo encarnó.

Además de las bioseries, hay algo de la estafa que es muy de esta época. Vivimos en una era de filtros, de edición, de mostrarnos como no somos, de hacer una videollamada con un fondo cool y ordenado, y un contraplano fuera de cuadro de caos y platos sucios. Todo en nuestro presente incita a la estafa. Pero más allá de Instagram y sus vidas aparentemente perfectas, el cine siempre amó a los estafadores. Hay tantas películas sobre estafas que son un género en sí mismo, la “Con Movie”.

Una de las más famosas películas argentinas entra dentro de ese género. En Nueve reinas, Ricardo Darín encarna una versión criolla del arquetipo del estafador. Es un artista del engaño rioplatense, con esa viveza porteña que lo vuelve tan entrañable, particular, y a la vez tan reconocible. Sin embargo, creo que una de mis películas de estafa favoritas es Atrápame si puedes, dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Leonardo Di Caprio y Tom Hanks. Creo que lo que me hace preferirla es justamente que esté basada en una historia real.

El personaje de Leo Di Caprio está creado a partir de la vida de Frank Abagnale Jr, un estafador carismático que falsificaba cheques, voló miles de horas gratis fingiendo ser piloto de avión y hasta se hizo pasar por médico trabajando en un hospital durante años. Pero Frank falsificaba cheques de papel en los años ´60. En cambio, Anna Delvey logró estafar a financieras y bancos existiendo Google e internet. Anna Delvey es de otro planeta.

Frank Abagnale es un estafador de película clásico, con una inteligencia superior, un padre que también era estafador, una necesidad muy grande de probarse algo a sí mismo y bueno, un pene. También existen mujeres estafadoras en el cine, pero es un arquetipo que siempre está altamente sexualizado.

Muchas veces, la estafadora no trabaja sola, sino que es la socia -usualmente esta sociedad involucra tanto los negocios como la cama- del estafador principal, de la mente maestra del plan. La estafadora mujer usa “sus encantos” para conseguir cosas para el equipo, y está liderada por su pareja y jefe en esta estafa.

Por supuesto que hay variaciones en este esquema y también hay muchas veces en las que la estafadora trabaja sola. Pero en todos los casos la mujer estafadora usa el sexo como parte de su argucia. No significa que tenga que acostarse con sus víctimas, frecuentemente es solo la promesa de sexo lo que le sirve para llegar a algunos lugares y, sobre todo, para que el blanco de su plan tome malas decisiones, baje la guardia y la deje entrar a espacios a los que no dejaría entrar a otra persona.

Es un personaje que hemos visto miles de veces, la femme fatale, la Mata Hari. Uno de mis personajes favoritos de todos los tiempos cae en esta categoría: Elizabeth Jennings, la espía rusa de The Americans que tiene cien pelucas y doscientos corpiños, que se acuesta fríamente, e incluso finge romances larguísimos con cualquiera que le pueda proveer un dato o un acceso para llevar a cabo sus planes.

Y acá es donde Inventing Anna se desvía del canon. Su creadora, Shonda Rhimes, es una de las mujeres más poderosas de la industria de la TV. Me corrijo: es una de las personas más poderosas de la industria de la TV. Además de eso es mujer y es negra. Sus programas son siempre exitosos, los miran millones de personas, son la definición de “popular”. Eso hace que sea percibida como una mercenaria, como una buena empresaria, pero no tanto como la talentosísima guionista y creadora que es.

Hay algo de sus temas, de sus universos, que se perciben como algo menor, como “series de minitas”. El hecho de que a tanta gente le gusten hace desconfiar, si es tan popular no debe ser tan bueno. Puedo nombrar por lo menos 10 creadores varones que son igual o menos talentosos que Shonda que son considerados genios por las mismas razones que a Shonda se la mira como solo una creadora de hits. Y no estoy diciendo que todas sus series sean perfectas o que me parezca mejor un episodio de Scandal que uno de Mad Men, pero digo que nunca se le dio el lugar que se merece. Y que hay muchísimos episodios de Grey´s Anatomy que se merecen un EMMY de guión y jamás lo ganarán porque así es la vida.

Entonces Shonda, siendo la showrunner de los huevos de oro que es, puede hacer lo que se le cante, no acata notas de ningún productor. Y lo que decide hacer es alejar a su protagonista de ese lugar común de que, si es mujer y estafa, entonces es porque se aprovecha de su sexualidad.

La serie explora muchísimas hipótesis sobre Anna, muchas miradas diferentes, muchos costados, pero no hay ninguna de esas en donde Anna se acueste con alguien para obtener algo a cambio. Incluso, en la única secuencia en la serie en donde alguien que tiene algo que ella quiere la pone en situación de objeto sexual, ella se escapa de la situación y de ninguna manera lo aprovecha. Su estafa pasa por otro lado. Anna, el personaje de la serie, no se deja encasillar ni siquiera en eso. Y ver que a una mujer se le permite ser ladrona e inteligente sin tener que sacarse el corpiño en cámara es maravilloso.

Hay una segunda cosa que me llamó la atención, y donde Inventing Anna se vuelve a alejar del canon. Nuevamente, más que algo que la serie hace es algo que se niega a hacer. En el corazón de toda biopic está la famosa historia de origen. Ese trauma inicial, usualmente de la infancia, en el que a nuestro protagonista le pasa algo que lo marca para siempre y que explica todo lo que le va a pasar después.

Esa escena traumática es tan fértil narrativamente que no solo le da al protagonista un objetivo en la vida, sino que lo dota de una personalidad. Si quieren un ejemplo clarísimo piensen en Batman y el asesinato de sus padres. ¿Cuántas veces vimos ese collar de perlas que cae al piso mientras el futuro Batman es traumado? No voy a discutir con ese modelo narrativo porque es bueno, bonito y barato. Con esto quiero decir: funciona, es elegante, altamente efectivo. El único problema es que las personas reales no son Batman.

Cuando se adapta la vida real de alguien para escribir una película o una serie, hay que matar a esa persona para dar vida a un personaje que va a compartir el mismo nombre y algunas características con el original de carne y hueso, pero que sobre todo va a dejar muchas cosas afuera. Una de las principales decisiones a la hora de adaptar una historia real es qué cosas no entran en la ficción, qué hechos vamos a tener que omitir. Y esto no es una estafa, sino que son las bases del storytelling. Elijo un punto de vista y algunos hechos para contar una historia. La vida real tiene cosas que son contradictorias, que si las incluyéramos volverían a nuestra biopic confusa. No se entendería de qué va la historia.

El personaje de ficción tiene un arco. Un comienzo, un nudo, un desenlace, tiene un clímax donde se va a ver si logra o no su objetivo. Las personas no. El único verdadero arco en la vida de una persona es que nace, vive y después se muere. Dentro de eso, seguro que hay miles de arcos, pero la vida como tal es caótica, no está ordenada en 3 actos. No es que todo lo que hacemos responde perfectamente al hecho de que asesinaron a nuestros padres. No somos Batman. Un personaje de ficción tiene que tener algún sentido. Y la vida real, bueno…

Un ejemplo hermoso de biopic clásica es Rush, de Ron Howard. Donde la película toma la persona real de Niki Lauda y lo transforma en un personaje perfecto, prolijísimo, donde todo está explicado psicológicamente. El sentido de su vida se resume en que no es el más talentoso, pero sí el más inteligente y el más trabajador. Y eso se va a encarnar en la lucha con un rival que es todo lo que él no es: lindo, carismático y dotado. Como además de biopic es una peli de deportes, esta lucha es traspolada casi literalmente y la vemos en forma de carreras de autos. Niki va a conseguir su objetivo si gana. Y no lo va a conseguir si pierde. Es un film maravilloso y lo nombro para dejar en claro mi amor por el género puro, estoy siempre a favor de la ficción clásica y en mi tumba dirá “Aristóteles forever”. Lo que digo es que este modelo tiene sus problemas.

Una película bastante mainstream que empieza a cuestionar la posibilidad misma de hacer una biopic es I, Tonya (2017). Donde toda la historia es contada por narradores poco confiables. Hay varias versiones de lo mismo y queda para el espectador el trabajo de decidir cuál fue la verdad. Creo que lo genial de esta película es llegar a cuestionar si esa verdad existe. Los personajes de ficción tienen verdades. Las personas reales no tanto.

Y así volvemos a Anna. Ya desde el título de la serie nos plantean la idea de ficción, “Inventando a Anna”. Y lo bueno del título son todas las posibilidades de interpretación, no tanto por el significado de “inventar”, sino por el sujeto de ese gerundio. ¿Quién inventa a Anna? ¿Los diferentes narradores/protagonistas de cada episodio? ¿La periodista? ¿Les guionistas? ¿O la propia Anna?

Todas las anteriores. Es la historia de muchas personas contando su verdad parcial sobre la vida de otra persona que se está inventando a sí misma. Y creo que la verdad sobre esa invención y sus razones no existe. Es inaprensible incluso para la propia Anna. ¿O acaso cada une de nosotres entiende quién somos y por qué hacemos las cosas que hacemos? Soy hija de dos psicoanalistas y les puedo asegurar que si tuviéramos esas respuestas tan a la mano ni mi mamá, ni mi papá, tendrían trabajo. Después de 26 años de ir yo misma al psicólogo les puedo decir que lo que creo hoy en día es que tampoco es que “descubrimos” esas respuestas propias en el diván, sino que vamos a terapia para armarnos una historia que nos resulte, más o menos creíble y funcional para andar por el mundo.

Lo que me pareció conmovedor de Inventing Anna es que dentro del envase de algo súper mainstream, altamente entretenido, “bingeable” y muy accesible, hay una apuesta narrativa compleja y arriesgada.

La pregunta aparente sobre Anna es “¿cómo lo hizo?”, pero la verdadera pregunta que plantea es “¿quién es?”. Y la genialidad de la serie es no intentar responderlo. Como guionista puedo pensar 85 historias de origen para Anna. Y estoy segura de que en ese writers room pensaron miles. Pero decidieron no poner ninguna. Porque la explicación psicológica es tranquilizadora. Orienta un sentido único. Da la sensación de que hay alguna explicación para por qué alguien hace lo que hace.

Lo hermoso de esta serie es que no responde, más bien pregunta. Nos muestra una mujer compleja y no nos la explica. Le rinde culto. Se fascina. Gracias Anna por estafarnos. Gracias Shonda. Quiero más, quiero más Anna, quiero saber más. Me gusta que me estafen.

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Mariana Levy es guionista, dramaturga, directora de teatro, actriz y docente. Sus obras de teatro se han estrenado en Argentina, Chile y Estados Unidos. Guiona y conduce el podcast #LaPodcast sobre series de TV y teoría de género. Desarrolló contenidos para diferentes productoras y plataformas internacionales como Amazon, Viacom, Fox y Univisión. Fue head writer de las temporadas 1 y 2 de El presidente de Amazon Prime, nominada al EMMY como mejor serie internacional. Escribe para revista Anfibia y otros medios.