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Contenido creado por Valentina Temesio
Comiéndome al Mundo
Comiéndome al mundo

Italia, o de la bota que es una experta ilusionista del buen comer y el mejor vivir

La cuna del mundo occidental nos deslumbra, una y otra vez, comprobando más allá de las expectativas aquellas ideas que tenemos sobre ella.

17.11.2022 14:48

Lectura: 10'

2022-11-17T14:48:00-03:00
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Por Daniela Varela
daniela.varela.martinez@gmail.com

Para la Nona

“Il tuo fratello è un illusionista, un maestro del gioco mentale! Bravo, complimenti!”, le dije a Valerio, el maître de Piazzetta Milú, un hermoso restaurante de tres hermanos a las orillas del Mediterráneo en la pequeña ciudad de Castellamare di Stabia. Básicamente, le mencioné que su habilidad era tal que vendía gato por liebre, en el mejor de los sentidos. El restaurante ganó una estrella Michelin debido a su exclusiva atención, concepto de cocina abierta y menú de autor, una experiencia única dividida en tres sectores donde saborear sus platos: en la mismísima cocina, en la cava y en el comedor.

La técnica de Maicol, el hermano chef, es extraordinaria. Por ejemplo, uno de los platos de la experiencia sensorial de 18 pasos es un té. Traen una tetera, con una taza divina haciendo juego y un platito con lo que parecen ser unos deliciosos bizcochitos de manteca dulces para acompañar. Nada más alejado de la realidad: el té en realidad es una sopa de tomate y verduras fría o, como ellos la presentan, una ensalada líquida, que sabe exactamente como un fresco plato de verano; mientras que los bizcochitos no son otra cosa que crostinni crujientes y salados para acompañar la ensalada. Wow. De la misma forma, sirven una hermosa gota, similar a una gran aceituna o pequeño durazno en almíbar, que en realidad es un morrón relleno de atún. Se come de un bocado y explota en la boca. El juego y la contradicción entre texturas y sabores lo deja a uno bastante en jaque y el cerebro debe de aggiornarse a la experiencia del paladar.

Foto: Daniela Varela

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Esto refleja lo que Italia es: una fantástica ilusión, una parola que me gusta mucho para describir a este país. Todo el mundo tiene una ilusión, un deseo o una fantasía con Italia. Se la imagina, la saborea, la huele y casi que la toca. Se gesta en las vocales largas del italiano, toma forma en los gestos de sus ciudadanos y nos resulta más familiar que ajena, haciéndose cuerpo y volviéndose más real. Si bien una ilusión puede entenderse como aquello que parece pero que no es, no necesariamente esto debe ser algo malo. Y esto es lo que Italia me vino a mostrar.

Por ejemplo, ciudades como Turín, ni tan famosas ni tan grandes como Roma o Venecia, son hermosas y llenas de historias. Nuestra idea sobre ella no es tan generosa como esta ciudad lo merece. Engendra a la Fiat y con ello a la industria automotriz italiana; a Lavazza, pioneros del café expreso, y a la Juventus, que nos guste o no, es un referente de la Serie A o liga italiana de primera división. También cuenta con el famoso bicerin, bebida que hizo famosa Umberto Eco, aclamada siglos antes por Alexandre Dumas, y no podemos olvidar a la Mole Antonelliana, sede del espectacular Museo Nazionale del Cinema. 

Foto: Daniela Varela

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También, para quienes están interesados en lo esotérico, Turín es la única ciudad del mundo donde coinciden los triángulos de la magia negra y la magia blanca. El de la primera está compuesto por Praga, Turín y Lyon, mientras que al de la segunda lo integran San Francisco, Turín y Londres. Turín está ubicado en el paralelo 45 y esta ciudad es el vértice que conecta ambos triángulos. Según esta creencia, en la Piazza Statuto, hay una fuente donde yacen las verdaderas puertas del Infierno. La fuente está decorada por un obelisco, uno de los pocos en el mundo donde hay una estatua conmemorando al ángel caído, o Lucifer, por lo que sería el anfitrión ideal para una cordial bienvenida al subsuelo de altas temperaturas. Por otro lado, la fuente de Tritón, ubicada en los Jardines Reales de la Piazza del Castello, serían las puertas del Cielo, estratégicamente ubicadas para proteger de la magia negra a la nobleza y el clero turinese.

Lo mismo sucede con Génova, ciudad portuaria y sucia, muchas veces dejada de lado por pueblitos más pintorescos de la costa de la Liguria como Boccadasse o Cinque Terre. Sus callejuelas, correctamente llamadas caruggi, definidos como callejones peculiares y angostos, de aspecto dudoso, característicos de la riviera italiana, son maravillosos. Podríamos expandir esta definición y afirmar que están repletos de barcitos pintorescos, de prostitutas ofreciendo sus servicios, haciendo honores a los marineros y piratas cansados de épocas pasadas y por qué no, contemporáneos, así como a los grafitis modernos que contrastan con sus mamposterías rotas y vestigios de una espléndida añeja riqueza. Una vez más, todo esto que no se describe en ninguna guía, nos regala realidad auténtica y hace de Génova una ciudad aún más bella en su crudeza.

Foto: Daniela Varela

Foto: Daniela Varela

Génova siempre ha sido usurpada. Esconde el secreto del verdadero pesto y de la focaccia, elementos que han forjado la ilusión italiana en el exterior y han sido víctimas del peor vandalismo: reemplazar el noble pero caro piñón por almendras o nueces, y mutar en lo que hoy es la fugazzetta argentina. Tanto el puerto de Génova como el de Nápoles eran los principales puertos migratorios de la época. También parece que la flota genovesa era de las más fuertes y crueles durante la Edad Media, antes que el imperialismo británico se forjase como tal. Esto en parte sucedió por la protección que la flota genovesa le brindaba a la inglesa. El escudo y bandera de Génova poseen la cruz roja sobre el manto blanco, curiosamente similar a la de Inglaterra de hoy en día. La flota británica acordó con el reino de Génova poder usar su bandera a modo de señuelo cosa de inhibir a los enemigos, a cambio de una suma de dinero, que hasta el momento, aun no se pagó en su totalidad.

Si bien Génova no tiene el crédito que merece, su prima Nápoles engendró lo que —creo— puede considerarse justicia divina. De la mano de su hijo adoptado, con el gol de Maradona en el 86 saldó la deuda de manera histórica, de la misma forma que el año pasado Italia le ganó la Euro a los ingleses, que básicamente tenían en sus tribunas aquel señuelo o bandera contraria; un curioso hecho que se volvió trending topic en Twitter Europa.

Foto: Daniela Varela

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Hablando de Nápoles, es imposible no reconocer la neurosis argenta en dicha ciudad. Los gritos, la actitud, el calor sofocante que recuerda a un microcentro poco arbolado de Buenos Aires en diciembre, la opinión no solicitada, el piropo camionero, la mirada libidinosa, las mujeres empoderadas, las ganas, el deseo de compartir, la risa fuerte. Y por supuesto: la omnipresencia de Maradona.

Cuando era chica, jugaba a contar carteles de Coca-Cola por la ruta Interbalnearia con los Nonos y mis viejos desde el auto. Ahora, hice lo mismo a pie con mi amiga Maurizia, en Nápoles con los cuadros del diez albiceleste. No valía contar las tiendas de souvenirs. De todas formas, perdimos la cuenta y estimo un poco certero número 27. En el quartieri Spagnolo —básicamente el Fiorito napolitano— terminamos en Da Nennella, que sin ningún tipo de prurito me animo a decir era un guiño a La Peluquería de Don Mateo y la Familia Benvenutto. Mozos que, literalmente, se tiraban entre ellos los platos de comida —¡servida! — como forma de atender a los comensales, tocaban en la guitarra canciones tradicionales napolitanas y arengaban a los que nos sentamos en sus mesas a aplaudir, cantar e incluso bailar entre plato y plato. La comida, casera por excelencia, también estaba a la altura de la galantería del staff.

Podría escribir mil páginas sobre Italia, ninguna tan digna como su larga y rica historia, tanto cronológica como culinaria. Desde el repudio a la pizza con ananá, la institucionalidad de tomarse un espresso a cualquier hora de parado en el bar local, hasta el orgullo romano de saber hacer una verdadera carbonara —con pecorino romano D.O.C, yema de huevo y guanciale— sin la herejía de agregarle crema de leche. Este racconto intenta compilar algunas de las ilusiones que la madre patria me reveló acerca de algunas de sus regiones, historias y personajes. Pero sin duda, la más importante sucedió en el más inesperado de los lugares.  

En esta pizzería escondida, en un recóndito lugar de Castellamare, este pequeño pueblo costero en el medio de la nada, pero convenientemente cerca y bien conectado a todo. Esta pizzería por el corso Regina Margherita nos abrazó después de un largo día de conocer la pequeña isla de Procida, capital italiana de la cultura de este año, y con Maurizia estábamos realmente exhaustas. Quisimos alejarnos de la calle principal y así fue como nos encontramos con este lugar, autoproclamado de “cocina familiar”. Poco me iba a imaginar que esta ilusión iba a ser tan real como mágica. Paola, la chica que nos atendió, cocinera y cajera a la vez, nos trajo la deliciosa pizza margarita que Renato, el maestro pizzero, nos preparó. A su vez, nos convidó con unos buñuelitos de fiore di zuccha. No tenían mucha pinta, ni sabíamos bien lo que eran.

Resultaron ser un misil teledirigido a la memoria y al corazón. Estos buñuelitos tenían exactamente el mismísimo sabor que la pizza de masa gorda, estirada con la mano, sin palote, con aceite, esponjosa, calentita, recién hecha en una asadera toda quemada, chamuscada e igualmente adorada de la Nona. Estos buñuelos me llevaron a un sábado a las ocho y media de la noche —que podría ser de 1997— cuando miraba El Show de Don Francisco en lo de la Nona, comía pizza y fainá con botellas de Coca-Cola y Sprite retornables con la etiqueta antigua, y cerveza Norteña. Fue como la escena del crítico culinario Anton Ego en Ratatouille que, al probar dicho plato, se teletransporta a su casa con su mamá y el cariño de dicho manjar. No terminé de tragar y se me caían las lágrimas. Mau no entendía nada y me preguntaba qué pasaba. Luego de compartir este pedacito de vida y de recuerdo (recordar, del latín, re-cordis, volver a pasar por el corazón) nos reímos y brindamos a la Nona, mientras quien les escribe trataba de contener el llanto sin éxito. 

Foto: Daniela Varela

Foto: Daniela Varela

Gracias Italia y gracias buñuelo del bien, por revelar la ilusión más grande de todas. Lo cierto es que no se puede extrañar a quien no se ha ido del todo. Imposible que así sea, cuando en realidad, así como Italia o España viven en cada uno de nosotros cuya historia se remonta al viejo continente, nuestros abuelos también lo hacen. Son inmortales. La vida le gana a la ilusión de la muerte: senza dubbio, la Nona sigue viva en cada pedacito de mí.

*Daniela Varela es comunicadora, escritora y directora creativa. Entre otras cosas, estudió gastronomía profesional, antropología cultural y periodismo gastronómico. Comparte sus pasiones de viajar, comer y escribir en Bites&KMs. Actualmente, es creativa publicitaria en la ciudad de Nueva York. Es frecuente encontrarla escribiendo sus historias en distintos cafés de Brooklyn.

Por Daniela Varela
daniela.varela.martinez@gmail.com