Por Nicolás Medina
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El cine argentino ha tenido muchas obsesiones: la memoria, el padre ausente, el peronismo, la dictadura, la madre como institución fallida y la fuga como estilo de vida.
Lo que no ha tenido, al menos hasta ahora, es una niña que hable con animales, sin que el resultado roce la autoparodia o el infantilismo. Pensar en alguien que se comunica con gatos y perros a cambio de una propina suena, en principio, más cerca de Dr. Dolittle que de La Ciénaga (2001) o La niña santa (2004).
Pero ahí está Iván Fund, que se anima a imaginar esa premisa en clave minimalista y litoraleña, y además le imprime un tono elegíaco, una forma de ternura seca y de belleza sin alharacas.
El mensaje se ubica en ese cruce incómodo entre la fábula y el documento, entre el dolor pospandémico y una fe secreta en la que todavía es posible entendernos sin intermediarios. Es cine indie, sí, pero también es una película de poderes, de sanación, de trauma y de consuelo. Y todo sin grandilocuentes efectos visuales, sin mascotas que hablan y sin la condescendencia de un relato para adultos disfrazado de infancia.
Anika (Anika Bootz) tiene nueve años y un don que no sabe explicar: puede hablar con los animales. En una camioneta desvencijada, recorre caminos de tierra junto a dos adultos (Mara Bestelli y Marcelo Subiotto), cobrando por traducir lo que los gatos, perros y otras criaturas tienen para decir. Entre pueblos desolados, cementerios improvisados y gallinas melancólicas, los tres van construyendo un vínculo tan inusual como necesario. Todo en un mundo donde creer —en algo, en alguien—, ya es una forma de resistencia.
Es una de las primeras obras argentinas realizadas completamente al margen del Instituto Nacional de Cine (INCAA), tras el desmantelamiento cultural, impulsado por el gobierno de Javier Milei. Lo que antes era un derecho —el acceso a fondos estatales para filmar— se convirtió en una carrera de obstáculos: formularios imposibles, auditorías ideológicas y una sospecha permanente sobre el valor mismo de hacer cine.
Pese a todos los condicionamientos, El mensaje no solo logró completarse, sino que llegó a una de las vitrinas más prestigiosas del cine mundial: la Berlinale. Allí, en competencia oficial, compartió cartel con lo más selecto del cine de autor contemporáneo. Y no solo eso. En la ceremonia de clausura, Iván Fund recibió el Oso de Plata del Jurado como mejor director, un reconocimiento que funciona como reparación simbólica y también como advertencia: el cine argentino, aun sin su Estado, aun sin plata, aun sin industria, sigue siendo capaz de emocionar, pensar, reinventarse y ganar.
La película se despliega en blanco y negro, pero está lejos de ser un capricho formal. La desaturación cromática subraya lo esencial: las texturas, los gestos mínimos, los silencios que se cuelan entre los diálogos. Fund filma con paciencia, como si esperara que algo invisible —una señal, un respiro, un ladrido— complete la escena. La relación entre Anika y los animales no es mágica ni infantil: es serena, contenida, a veces incómoda. No se trata de entender a los animales, sino de poner en crisis nuestro propio lenguaje.
El subtexto es claro: estamos rotos, pero todavía podemos escucharnos. Aunque sea en otro idioma. Aunque sea con un ladrido. Aunque no sepamos cómo traducirlo.
Luego de su pasaje por la Berlinale, y previo al inminente estreno de la película como parte del catálogo del 43.° Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay organizado por Cinemateca, LatidoBEAT pudo conversar con el realizador argentino acerca del proceso creativo detrás de la película.

El mensaje (2025), Iván Fund
¿De dónde surgen los temas que vos querías abordar en la película?
Lo temático surge de seguir explorando un poco. Algo de ese umbral entre una historia que tiene una pata muy anclada en la realidad contemporánea argentina, y otra que está envuelta en ese universo más del mundo del cine y de la ficción. Venía trabajando en eso en las pelis anteriores, sobre todo en Piedra noche (2021). Creo que había unas ganas de continuar algo de eso. Me gusta esto que también pasa en Uruguay de las dos aguas, el agua dulce y el agua salada cruzadas.
Había algo de esas ganas y de esta historia de una niña, en ese momento de la infancia en el que tal vez esa agua dulce de la infancia empieza a dejar entrar el agua salada de la realidad. Ese momento bisagra en el que un niño se da cuenta que tiene una historia, que es parte de un conglomerado y de una comunidad familiar, y que en algún momento puede tomar la decisión de responder a eso. En el caso de la película, Anika decide tratar de contener y sanar algo. También había algo que me gustaba y era que el personaje tuviera un talento o un don, si se quiere. Ver qué pasaba con eso en el medio de un contexto mucho más mundano en el que ese don te sirve para ganar unos mangos y llegar a fin de mes.
¿Y sobre el equipo de gente que te acompañó con el proceso?
Tenía ganas de trabajar con el equipo con el que ya vengo colaborando, con Marcelo Subiotto y Mara Bestelli, que habían sido los protagonista de mi peli anterior, y con Anika Bootz que es la niña y que es mi hijastra, con quien yo vivo desde que tiene 2 años y con su madre Betania Cappato, que también es cineasta y que también interpreta su madre en la película. Por el lado del equipo técnico y el detrás de cámara estaban las ganas de laburar con Gustavo Schiaffino, Laura Mara Tablón, Maximiliano Schonfeld, con muchos amigos y colegas con los que vengo colaborando hace mucho.
La peli se filmó hace un año y coincidió con el cambio de gobierno en Argentina, con todo el cimbronazo que recibió la Argentina en general. Había una necesidad de estar juntos, de decir, "bueno, vamos a hacerla igual, juntémonos un par de días y filmémosla". Y eso fue clave. Las ganas de estar juntos, haciendo algo, tratando de seguir apostando a que haya algo de belleza ahí afuera o que haya una forma celebratoria de encontrarse con el mundo. Es una película que se hizo muy a pulmón, pero fue muy importante porque nos permitió sentir que se podía seguir haciendo cine y estar juntos.

El mensaje (2025), Iván Fund
Justamente, El mensaje es una de las primeras películas que se producen sin el apoyo del INCAA. ¿En dónde fue que se sintió más esta falta de apoyo o respaldo estatal?
Obviamente es un bajón. Pero la mitad, o más de la mitad, de lo que he filmado fue de esta manera, por fuera de los apoyos del Estado. Por una cuestión también de una forma de trabajo, porque muchas veces ese beneficio necesita otros tiempos, otras formas. En el caso de El mensaje también era una decisión de poder hacerla así. No se sintió como una falta, o como si la película fuera el resultado de lo que no tuvimos. Fue una decisión de ir para adelante en ese aspecto. De decir, "bueno, tenemos esto, vamos de nuevo a mantenernos juntos y a seguir". Yo creo que el cine argentino siempre tuvo una diversidad enorme de formas de producción y de diseños de producción con y sin el apoyo del Instituto de Cine y la va a seguir teniendo, y va a seguir poniéndole garra.
Lo que sí es determinante y es el gran problema de todo, es que si vos no tenés políticas culturales que apoyan no solo el fomento de la producción, sino la difusión, la educación, la distribución de películas y la exhibición, no hay manera de que eso pueda tener salud. Nadie está solo, todos estamos interconectados, si El mensaje existe en su forma es porque antes hubo una historia del cine argentino y una historia de políticas de apoyo a la cultura y al cine concreta con las cuales nosotros nos formamos. Porque el que yo filme mi película sin el apoyo del INCAA no quiere decir que yo no trabaje gracias a películas que sí reciben el apoyo, que permiten que yo pueda trabajar como montajista en otras películas o que me pueda educar. Todas las películas con las que yo me formé decían INCAA en los créditos iniciales. Y hay algo concreto de ser parte de una historia de una cinematografía que tiene que ver con eso, con una política de Estado de apoyo al cine, de difusión y de formación que es para mí lo más preocupante.
Quizás nosotros tenemos cierta historia, ciertas manías adquiridas a lo largo de los años. Pero de repente alguien que está empezando u otros tipos de producciones no lo tienen tan fácil. No es que nosotros lo tengamos fácil, ni en pedo, pero hay otros que realmente dependen de ese incentivo en cualquiera de sus formas, desde tener acceso a ver las películas hasta tener acceso a una formación o poder tener acceso concreto a un incentivo económico para poner en marcha una producción.
¿Y cómo ves que esto vaya a evolucionar?
Yo confío y soy naturalmente optimista. Confío en la tenacidad de los cineastas argentinos. Viste que somos todos bastantes cabezas duras y que le podemos encontrar la vuelta y la forma siempre para que las películas finalmente terminen existiendo. Desde ahí vamos a seguir filmando, vamos a ir haciendo películas, y desde ahí seguiremos empujando para que la cosa mejore y para que se le pueda dar la relevancia que para mí tiene. No solo en términos de industria, que obviamente es una parte importantísima del asunto, sino de ver el cine como una forma de vincularse con la vida también. De entender que hay un espacio que nos interpela, nos forma y nos acompaña en la vida, en un montón de planos y no necesariamente en el sentido de la distracción o el entretenimiento, sino de defender un espacio en el que uno puede mirar para arriba un rato y estar reflexionando, reconociéndose y todas las cosas que ya sabemos.

El mensaje (2025), Iván Fund
Recién mencionabas a la industria. La película tuvo un pasaje por el festival de San Sebastián. ¿En qué te sumo esta instancia?
Fuimos dos veces, en realidad. En el 2023 fuimos al foro de coproducción con el proyecto a conseguir coproductores y estuvo buenísimo. El Festival de San Sebastián siempre ha sido un aliado clave para el cine argentino y para el cine iberoamericano en general. En nuestro caso fuimos con el proyecto al foro, tuvimos reuniones, al proyecto le fue bien y había cosas que podían empezar. Pero luego llegó el cambio de gobierno y a principios del año pasado todas esas posibilidades de coproducciones, teniendo un instituto que funcione y que brindaba esas posibilidades de poder encarar una producción, se diluyeron. Al no tener eso cualquier esquema en un sentido un poquito más pragmático era como un tiro en la oscuridad y muy a largo plazo. Decidimos filmarla nosotros con esa urgencia sin esperar a todo ese recorrido.
La filmamos y al año siguiente, en 2024, la presentamos de nuevo en el Work In Progress de San Sebastián, también en una parte de industria, pero ya con la película filmada, editada, y prácticamente siendo la película que se mostró después en las salas. Faltaba la posproducción de sonido y de imagen, pero ya era la película. Y ahí fue que quedó invitada para el Festival de Berlín. Un poco entre todos esos contactos y lo que había conseguido la película fue que logramos hacer al final la coproducción con Uruguay y España para terminarla y presentarla. Lo cual fue necesario porque viste que junto con la buena noticia viene mucha demanda también. Un montón de laburo que se te viene encima, más con una película de una estructura tan chiquitita. Para poder responder a eso, necesitás un poco de estructura y ahí fue clave conseguir esos aliados uruguayos y españoles.
¿Cuáles fueron tus líneas de puesta en escena para contar la película de esta manera tan íntima?
El cine muchas veces se entiende como un espacio de control, de límite y de representación. A mí me parece que hay algo que viene un poco más de una urgencia más documental. Me interesa el espacio del rodaje como espacio de descubrimiento. Un espacio que no va tanto de ir a representar o a replicar eso que se escribió y que uno pensó, sino ir a dejarse sorprender y a dejarse inundar por todo lo que la realidad pueda proponer. En términos de puesta de escena me interesa más generar un tipo de lenguaje y un espacio en el set de trabajo que permita una gran concentración y que todo el equipo pueda estar en la película toda. Por eso me gusta trabajar con el equipo ya conocido y reducido, con gente que ya tiene mucha experiencia laburando conmigo. Eso nos permite que cada persona realmente esté involucrada en la película, no solo desde su rol, sino pensando un poco en todo. De la manera que elaboramos, necesitamos tener ese nivel de flexibilidad, que si la escena vira para otro lado o si pasa tal otra cosa, podamos estar todos en sintonía y movernos con esa rapidez casi documental que para mí es muy importante.
Más que decir vamos a ir acá o allá, es generar un perímetro y saber que ahí dentro podemos movernos y ubicarnos. En ese sentido está bueno laburar tanto con actores con mucha trayectoria como Marcelo Subiotto o Mara Bestelli, y con actores principiantes o no actores como Anika, que también funcionan un poco como esa bisagra entre esos mundos. Entre el mundo más del interlocutor, que puede llegar a ser un actor profesional y que inevitablemente narra, y los no actores que tienen esa conexión con el presente de forma más opaca. Hay algo de ese balanceo entre esos tonos que a mí me gusta mucho.

El mensaje (2025), Iván Fund
En esa línea, pero desde un punto de vista más técnico, ¿cómo fue trabajar con Gustavo Schiaffino, el director de fotografía?
En términos de puesta en escena fue muy importante trabajar con Gustavo Schiaffino. Creo que esta es nuestra cuarta película trabajando juntos y ya nos entendemos. Él tiene mucha experiencia previa en cine documental y en la foto fija, entonces tiene una capacidad que es clave en lo que quiero hacer y es poder darle una plasticidad muy concreta y expresiva a una situación documental que nace de cierta urgencia. Es como si uno pudiera tener la disponibilidad de que todo sea un poco carne de ficción.
A mí me es muy difícil hablar de puesta en escena sin hablar del montaje también, porque yo hago el montaje de la película mientras vamos filmando. Filmamos por la tarde y yo a la noche edito, entonces a la mañana del otro día vamos viendo y ya todo el mundo puede saber más o menos dónde estamos parados en cuanto al tono, en cuanto a dónde se va a ir el desarrollo de cierta escena o de los personajes. Es un trabajo muy en vivo. Y eso va de la mano de esto de dejarse llevar e ir viendo que se va construyendo en el camino.
¿Cómo llegaste a la decisión de filmarla en blanco y negro?
Con Gustavo hace rato que teníamos ganas de hacer algún blanco y negro. Pero, de nuevo, para mí el proceso de la película no es como suele entenderse. Por ahí el cine es más pragmático, clásico o secuencial: tenés una idea, escribís un guion, la preproducís, la filmás y la montás. Para mí es como una cosa que convive todo en un mismo tiempo. Tiene más ese nivel de flexibilidad, por ahí lo que se escribió se puede volver a reescribir mientras se filma, mientras se edita, o se puede volver a filmar. En ese sentido, la discusión sobre el blanco y negro se da un poco de esa manera.
Unos días antes de empezar a filmar, pensamos que la película tenía esa necesidad expresiva de estar pisando esa realidad o esa cosa más documental, y por otro lado necesitaba estar envuelta un poco en ese velo de la ficción, del imaginario del cine o de esas películas americanas con las que uno se educó y creció. Algo de ese imaginario rutero que para mí el blanco y negro le venía muy bien. La película propone una cadencia, una invitación a detenerse en ciertos gestos o en ciertos elementos que iba de la mano de esa decisión, de construir una imagen más llana en la que uno pueda tomarse el tiempo. Que no sea una estridencia que te demande y te vaya llevando para un lado y para el otro.
¿Qué implica haber sido premiado en un lugar como la Berlinale?
Estamos muy contentos. Para mí lo importante es cómo llegamos a eso. Parecería ser que el camino del cine es ir desmitificando espacios. Hay muchos mitos construidos respecto al mundo del cine, a cómo se hacen las películas y a cómo se accede a ciertos lugares y demás. Que uno esté haciendo lo que uno quiere de la manera que uno quiere y que eso pueda acceder a esos espacios y sea reconocido también le renueva esa esperanza a uno mismo. Al final del día, lo único que importa son las películas. Hicimos lo que quisimos y funcionó. También es sentir que todavía hay espacios en este circuito o en este mundo como para tomarse el tiempo de ver esas películas que no son estridentes, que no hablan de los grandes temas con subrayado, me parece que está bueno. Ojalá pueda abrir la puerta no solo a nosotros para poder seguir laburando, sino a más películas para que vayan por ese camino.
Por Nicolás Medina
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