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Contenido creado por Manuel Serra
Música
Hacha, tiza y mostrador

Jaime Roos selló medio siglo de gloria y sigue multiplicando el aura de su leyenda

El mítico músico uruguayo regresó y tocó ante casi 20 mil personas, por más de dos horas, en un Centenario vestido de gala.

27.11.2022 10:59

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2022-11-27T10:59:00-03:00
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Por Carlos Dopico
Carlos Dopico

Antes de comenzar la crónica pormenorizada de este recital hay que tener en cuenta que Mediosiglo es nada menos que la culminación en vivo del ciclo Obras Completas, la reedición remasterizada que Jaime Roos hizo de toda su discografía. Probablemente deben ser muy pocos los músicos – si es que los hay – capaces de hacer una travesía como la que Roos emprendió hace algunos años por la totalidad de su obra (20 álbumes). No solo restaurar y reeditar los discos remasterizados sino publicar también el arte gráfico original y en muchos casos elaborar todo un relato sobre cada trabajo. Mediosiglo, por tanto, no sólo fue un concierto recopilatorio de emblemas cancionísticos de su repertorio sino también una selección cuidadosa y reelaborada de su creación. 

Tal como lo había anunciado, y sin que eso restara el menor estímulo para asistir al concierto, el repertorio sería exactamente el mismo que el evento pasado, cuando luego de seis reprogramaciones, finalmente - y en plena pandemia – tocó sobre la Olímpica del Estadio Centenario.

El recital comenzó media hora más tarde de la hora convocada, y apenas después de que se escuchara por los parlantes la formación completa de la banda que le acompañaría. Se trataba de 22 músicos en escena: la cuerda de tambores que comandaba Nego Haedo (compadre de cinco décadas de Jaime); la batea de murga de La Tríada; el coro de Los Reyes del Tablado repartido en dos tarimas, Freddy Bessio como invitado; y el grupo base, que integra: Gustavo Montemurro en teclas y acordeón, el minuano Gerardo Alonzo en bajo y los legendarios Nicolás y Martín Ibarburu, en guitarra y batería, respectivamente. A este último, Jaime lo presentó como “el arquero de la selección uruguaya de música”, responsable de llevar el pulso de cada canción.

Tal como estaba previsto, Freddy Bessio (bautizado como el “Zurdo” a los 12 años por el mismísimo Canario Luna) fue el primero en cantar y, para el comienzo, Jaime eligió “Amor Profundo”, el único tema en toda la noche ajeno a su autoría. Aquella canción de Mandrake Wolf, sin embargo, es la que abre el álbum Contraseña, el disco con el que Roos inaugura este nuevo siglo. 

“No saben la alegría que tenemos de tocar esta noche”, confesó Jaime segundos antes de dedicar “El hombre de la calle'' al fondo de la tribuna, en la que esta vez se divisaban algunos claros a los lados de la Olímpica. Le seguirán “Tal vez Cheche” y “Las luces del estadio” a la que acopló como introducción la música que había compuesto para telenovela local Tres tristes tangos, que ambientó imaginariamente en el desaparecido boliche La Barraca, y dedicó a algunas de sus recientes pérdidas afectivas: al músico Daniel Magnone, a su iluminador Tombito Martinez y al maestro del redoblante, Ronald Arismendi. 

A sus 69 años – recién cumplidos – Jaime se muestra totalmente en forma, no solo física sino anímicamente, más allá de los contratiempos que en la conferencia previa se dedicó a esclarecer. La idea inicial era completar toda una larga serie de conciertos de Mediosiglo y no sólo estos tres (Centenario, Conrad, Centenario) que finalmente pudo hacer. 

El show es musical, no hay parafernalia, proyecciones ni fuegos artificiales. Se trata de un sofisticado trabajo arreglístico de piezas populares, apenas complementado con dos pantallas laterales de circuito cerrado. Pero el despliegue es enorme. Se nota el ensayo, la precisión y el cuidado de cada detalle visual y sonoro. Jaime está en todo, como siempre: cada arreglo, cada entrada, cada introducción. Se vino el bloque de “La Retirada”, “Los Olímpicos”, que precedió del relato de cuando estaba en Europa –de exilio en Ámsterdam– y Osvaldo Caló (ex pianista de Piazzola) lo invitó a tocar a su casa en el barrio Colombes de París, más que una coincidente combinación. Luego vino “Aquello”, el tema del álbum que Jaime grabó en el 81. El tema lo arranca la cuerda de tambores y tras el borocotó de las lonjas Jaime señaló: “Escuchar candombe es como mirar el fuego o contemplar el agua”. Una de las tantas máximas que iba a largar a lo largo de la noche.

Sería el turno de “Golondrina” (selección de La Margarita, el álbum que en 1994 Jaima grabara musicalizando textos de Rosencoff, escritos originalmente en hojillas para tabaco). Para la ocasión se suma al escenario Poly Rodriguez, el joven guitarrista de tango y milonga que usualmente acompaña a Julio Cobelli. Luego, llegaría “Milonga de Gauna”, otro tema que Jaime compuso por encargo y que escribiría en pleno viaje de Ezeiza a Australia para la película de Sergio Renan sobre el libro de Bioy Casares. Promediando casi la mitad del concierto, llegó una milonga sideral de referencia familiar, “Victoria Abaracón”, sobre la que confiesa una infidencia compositiva. Ella no era verdaderamente su abuela sino su bisabuela. Pero tal como le escuchó decir a Paul McCartney, aquella “es una palabra que no canta” y por tanto se tomó la libertad de ficcionar medianamente la realidad de aquella canción, edificada mitad de recuerdos y mitad cuchicheos que alguna vez escuchó.

Cerca de las 22:30, llegaría una clara inflexión del espectáculo; de hecho, es la primera vez que Nicolás Ibarburu deja el escenario para dar lugar a una seguidilla murguera. Sobre Nico habría que escribir otra crónica por lo enorme de su aporte y la exquisita combinación de técnica y soltura; los arreglos en cada instancia, en cada instrumento (guitarra eléctrica, acústica, o tres), son tan sofisticados como precisos. 

Llegó el momento de “Los Futuros Murguistas”, “Adios Juventud”, y “Cometa de la Farola” de Mediocampo, Siempre son las 4, y Candombe del 31, respectivamente. Este último, de hecho, fue el primero de la carrera solista de Jaime Roos. Luego
“Amándote” y “Si me voy antes que vos”, tema que marcaría el retorno de Bessio al escenario. El Zurdo es la tercia, la voz solista que sobresale del coro y es difícil imaginar a otro músico en esa interpretación (N. del R: Más tarde volvería para hacer “El grito del Canilla” con total corrección, aunque es casi ineludible añorar la tímbrica bohemia del Canario Luna en esa canción).

Vendrían luego algunas gemas introspectivas del repertorio de Roos: “Good-Bye” y “Lluvia con Sol”, de Hermano te estoy hablando y Sur, en las que Roos se aferró a la guitarra acústica escoltado otra vez por Nicolas Ibarburu en eléctrica y el maestro Gustavo Montemurro al piano.  

“El carnaval desde afuera parece muy grande”, explicó Jaime, “pero el corazón es un núcleo pequeño, fuerte y denso. Soy el autor y tengo derecho a opinar que al Zurdo le calza justo Brindis por Pierrot”. Aquel tema, escrito en las postrimerías de la dictadura, hizo que la tribuna se ponga de pie y celebre con aplausos uno de los himnos más célebres de la murga canción. Jaime deja por primera vez el escenario para dar total espacio a la interpretación. 

Vendría el tramo final del concierto y el escenario se prestaba cada vez más propicio para la ocasión. “La torre de los Olímpicos se inauguró en 1930. Imagínense; eran muy jóvenes y ya tenían eso. En el primer concierto le pedí a nuestro iluminador que la pintara de amarillo, pero hoy le voy a pedir que la pinte de celeste”, señalo Roos antes de interpretar el tema cuyo video había grabado ahí mismo y estrenado hace 30 años con el propio Obdulio Varela, el Negro Jefe, campeón con la selección y héroe del Maracanazo. “Quién iba a decir que hoy lo íbamos a tocar en medio de un mundial… Bueno, mozzarella… ¡vamo’ arriba!” y el estadio explotó con “Cuando juega Uruguay”. 

“Gracias por la fuerza. Gracias por venir”, se apresuró a agradecer Jaime antes del tema final, previo a los bises. “Somos una extraña banda… La gente se enoja porque quiere siempre la misma retirada… Una vez le leí a Pete Townshend (guitarrista de los Who) que se había cansado de romper guitarras al final de cada actuación y no lo hizo más. Pero fue tanto lo que le insistieron que lo tuvo volver a hacer”. Con esa introducción, Jaime anunciaba “Colombina”, el emblema de Estamos rodeados, el disco que Roos público en el 91 y que abría con “El hombre de la calle”. 

Luego del aplauso, y un breve intervalo llegaron los bises, algo que poco misterio tenía sobre todo para quienes recordaban que sería el mismo repertorio del show anterior y conocían al detalle: “Piropo” y “Durazno y Convención”, la canción sobre la intersección más famosa del barrio Sur, incluida también en Mediocampo (1984). Previo a la interpretación ingresó el coro: Maxi Pérez, Edén Iturrioz y Fabricio Ramírez (segundos), Agustin Pittaluga, Pedro Takorian y Nico Grandal (primos), más las tercias con Maxi Pulpa Méndez y Freddy “Zurdo” Bessio. “Ellos son mis guardaespaldas, son los que cantan los tonos más altos a los que ya no alcanzo. Ustedes van a escuchar y parece que llegamos todos, pero son ellos. Ésta ya me quedaba alta, además”, confiesa distendido. 

Sobre la base del tema, Jaime volvió a presentar a toda la banda y para hacerlo se tomó todo el tiempo del mundo. Su presentación es un acto de agradecimiento y como tal saluda personalmente con detalles personales en cada ocasión. 

Culminó el ciclo Mediosiglo y seguramente pase un buen tiempo para que Jaime vuelva a los escenarios. O no. (N. del R: antes de este retorno habían pasado seis años). Lo próximo será seguramente el proyecto documental que testimonia todo este proceso del regreso en vivo. Pero citando al compositor: “No decimos adiós, no decimos hasta siempre. ¿Para qué? Si siempre estamos llegando”.

Por Carlos Dopico
Carlos Dopico