Por Gustavo Kreiman | @guskreiman
Camila Fabbri mira el mundo de una manera singular. Sabe cómo contarlo.
Nació en Buenos Aires hace 35 años. Es actriz, dramaturga, directora, escritora de literatura y, ahora, también directora de cine.
Su primera obra fue Brick, en 2010. La estrenó, la pasó bien y ganó premios. Luego estrenó Mi primer Hiroshima y también Condición de buenos nadadores, basada en un cuento suyo, que ocurría en una piscina de natación. No la ficción, sino la obra. El público iba hasta un club a verla y los actores actuaban en el agua. Casi siempre el público y la crítica coincidieron en que su trabajo es muy sensible, muy bello y muy complejo.
Co-escribió y co-dirigió dos obras junto a Eugenia Pérez Tómas (otra escritora, dramaturga y directora de Buenos Aires que también escribe y dirige muy bien): En lo alto para siempre en el Teatro Cervantes y Recital Olímpico en el Teatro Sarmiento. Esta última planteaba el encuentro imaginario entre Nika Turbiná, una poeta ucraniana y Nadia Comaneci, una gimnasta rumana.
Como actriz, se destacó en el cine en la película Dos disparos de Martín Rejtman y fue nominada al premio Cóndor de Plata por esa actuación. Algo de la poética de Rejtman y la forma de actuar de Camila (otra forma de hacer poesía, pero con el cuerpo) se potenciaron mutuamente en esa película que cuenta el cuento de un adolescente que encuentra un arma en su casa, se pega un tiro sin saber bien por qué y sigue vivo (este breve resumen de la película solo narra el primer disparo).
Como escritora, en 2015 publicó Los accidentes, su primer libro de relatos (allí estaba el cuento que luego adaptó para teatro en la obra que hizo en la piscina). En 2021 publicó su primera novela: El día que apagaron la luz, un texto de no-ficción sobre la pérdida de la inocencia, que aborda la tragedia de Cromañón en la que mucha gente murió por un incendio en un recital de Callejeros. Camila fue a ver la banda el 29 de diciembre de 2004 a ese mismo lugar. El incendio se produjo el 30. En 2022 publicó otro libro de cuentos, Estamos a salvo.
Fue elegida por la revista española Granta como una de los 25 mejores narradores en lengua española menores de 35 años. Su última novela se llama La reina del baile y fue finalista de la edición 41º del Premio Herralde de Novela.
El año pasado Camila estrenó Clara se pierde en el bosque, su primera película como guionista y directora. Vino a Montevideo porque el 21 de abril la película se estrena en Cinemateca (una función que incluirá una sesión de preguntas y respuestas con la directora). Es un híbrido entre documental y ficción. Hay quienes dicen que es una adaptación al cine de El día que apagaron la luz. Ella lo explica mejor:
“La película es un proyecto que parte del libro, pero más que nada del procedimiento que usé en ese libro. Es una forma de volver a reconectar con esos temas, pero no es una adaptación de mí misma para nada, es algo nuevo, algo diferente. Como punto de partida viene de algo mío, pero es una obra nueva. No es que yo me adapté a mí misma, qué difícil que sería eso”.
Camila habla muy bien de lo que hace. Dice que aprendió a hacerlo porque no le quedó otra. Ante la pregunta de cómo se lleva con el hecho de ser una escritora joven, premiada y legitimada, siendo que su obra y carrera son como un gran elogio de lo indie, de lo satelital, de ciertas marginalidades fértiles, primero responde "qué lindo lo del elogio indie" y luego afirma que lo importante es saber hablar de lo que hacés, tener algo para decir sobre tu laburo además de laburar (porque te preguntan mucho), pero que no necesitás exponerte de ninguna manera que no quieras ni que no puedas tolerar, porque es un trabajo que no lo demanda.
Su respuesta es clara. Clara se pierde en el bosque.
Quien redacta esta entrevista conoció a Camila hace diez años en Atlántida, Canelones. Fuimos compañeros en una residencia de dramaturgia organizada por el INAE en las cabañas de AGADU para dramaturgos emergentes uruguayos y latinoamericanos. Tuvimos clase con el catalán Sergi Belbel. Escribimos teatro, jugamos juegos y convivimos en grupo una semana.
Quien redacta esta entrevista recuerda que, hace diez años, Camila ya escribía muy bien y también recuerda que lo que más le conmovía de conversar con ella era su manera de mirar. No es que tuviera nada extraño en lo aparente, pero a veces te miraba a los ojos, a veces no, y siempre parecía que estaba viendo otras cosas además de conversar contigo. Quien redacta esta entrevista quiere mucho a Camila Fabbri, porque son amigos aunque no vivan en la misma ciudad y no se vean tan seguido, pero sobre todo porque la admira.
Quien redacta esta entrevista le agradece que haya escrito textos que lo hicieron sentir bien y también menos solo.
La entrevista fue hecha por WhatsApp para poder publicarla antes de su visita a Montevideo y porque era más práctico así que por zoom. Se invita al lector de LatidoBEAT a hacer un ejercicio imaginario: creer que esta conversación ocurre en la rambla, mirando el mar.
¿Escribiste siempre? ¿Desde chica?
Yo tuve una infancia muy solitaria. Mis hermanas eran mucho más grandes que yo, eran adolescentes cuando yo era muy chiquita, así que me instruyeron muy rápidamente en el arte de los 90 y en la militancia. Había muchos adolescentes amigos de ellas en casa, así que me crié bastante con ellos. Creo que de alguna manera eso se nota en lo que hago y en lo que escribo.
También era una casa en la que había muchos libros. Mis hermanas y mi mamá siempre tuvieron un vínculo muy fuerte con la literatura y con los libros, y me lo transmitieron. No tengo tan en claro cuándo empecé a escribir, pero sé que tuvo que ver con eso. Desde chica fui muy lectora y ahorraba plata para comprarme libros. Siempre tuve un fetiche con las editoriales y los libros y los autores. Eso me sacaba un poco de esa cosa más solitaria que tenía, quizás, por ser la menor y porque mis hermanas se fueron a vivir solas pronto y como que la casa se vació. Creo que por eso empecé a armarme mis historias. De ese momento a esta parte fui domesticando un poco las ideas y el pensamiento en abundancia que puedo llegar a tener. Como una especie de jardinería del pensamiento.
Actuar y escribir son dos maneras distintas de poner el cuerpo. Dirigir y filmar son dos maneras diferentes de mirar a otros cuerpos armar relatos. ¿Cómo te sentís de uno y otro lado? ¿Qué te pasa en el cuerpo? ¿Qué traficas de una práctica a la otra?
Me gusta esa idea del tráfico de una disciplina a la otra, porque a mí en lo creativo me cuesta diferenciar disciplinas. En lo técnico es fácil distinguirlo: no es lo mismo imaginar un guion audiovisual que una escena de una novela o una escena para una obra de teatro, porque se escriben con procedimientos técnicos diferentes, pero desde el proceso creativo se parecen bastante. Al menos en mi caso, en mi concepción de las cosas, todo tiene que ver con escribir. Para mí todo parte de la escritura.
Después hay ese tráfico del que hablás, pero eso aparece en la instancia práctica: en un rodaje, en una puesta, en una posible conversación sobre esos textos, relecturas, reescrituras. El proceso creativo también es la práctica, pero me refiero a la diferencia entre lo físico y lo mental. Esto que decís de poner el cuerpo siempre me parece que suena lindo pero nunca termino de entender a qué se refiere porque es imposible no poner el cuerpo. El cuerpo siempre está puesto. Entiendo que, quizás, es como despertarlo un poco del letargo. En mi caso, todo viene de un mismo lugar que es la escritura creativa. Y también de estar rodeada de creadores. De amigas, de amigos, de personas que también se dedican a lo mismo, de que formen parte de mis procesos creativos, de yo poder formar parte de los suyos. Hay una cosa bastante gregaria también.
Dice Marguerite Duras que “escribir es leer lo que todavía no se escribió”, como si la escritura no fuera un gesto de afirmación de lo que ya pienso sino una manera alternativa de pensar: la que solo el acto mecánico de escribir permite. ¿Cómo te resuena esa idea en relación a lo que hacés?
Qué lindo lo que dice Marguerite. No podría armar una frase a la altura, ni de cerca. Yo no me sé leer a mí misma. Sé escribir, pero no sé leerme. Puedo leerme y puedo entender cuando algo está funcionado y cuándo no, que se parece bastante a cuándo una escena funciona y cuándo no está funcionando. Creo que eso viene de las clases de teatro y de dirección escénica, algo de entender cuándo está habiendo un caudal interesante y cuándo no está habiendo nada, y muchas veces no tiene que ver con que haya diálogos o no. Pero hay muchas cosas que me dicen de lo que yo escribo que no termino de ver, y eso me parece algo bueno. No tener una clave de lectura de mí misma me parece sano. No tener muy en claro lo que estoy haciendo. Creo que es el único lugar en el que no necesito saber, en el que no necesito claridad. En general necesito saber siempre de todo, tengo algo medio inseguro, medio controlador de algunas cosas. Pero justo ahí en el trabajo, en la redacción, en la escritura, en lo creativo, no tengo ninguna claridad respecto de cuáles son mis recursos, qué es lo que estoy repitiendo, qué es lo que no. Y creo que esa es la clave: no saberlo.
Hermoso que arrojes una clave.
Tiene que ver con lo que hablábamos hace un rato, eso del elogio de lo indie, poder producir sin los medios que se necesitan para hacerlo. Al menos hasta cierto momento de mi vida fue así. Ahora ya no. Ahora, quizás por la edad y la vida adulta y demás, yo ya no puedo permitirme el lujo de hacer nada que no sea remunerado. También porque valorizar mi trabajo es valorizar el trabajo de mis colegas, de mis compañeros. Y creo que es algo plural, no sólo individual. Cuando hablo de valor, hablo de valor económico. Nosotros no hacemos artes menores.
Hablemos de la película que estrenás. Como directora de cine, ¿seguís desarrollando expresión en torno a las mismas obsesiones? ¿Hay algo de tu manera de percibir la belleza que se repita en tu obra literaria y en la película también? ¿Qué obsesiones y bellezas nuevas te reveló dirigir cine?
Puede estar bueno pensar que la belleza también se trafica. En el mundo de hoy, en términos de supervivencia económica. Perdón que hable de esto, pero... Argentina. Para sobrevivir a veces tenés que hacer cosas que capaz no son las que querrías. Yo vinculo mucho el trabajo con lo económico y lo artístico, para mí no van por caminos diferentes. No es que lo artístico es más zen y el trabajo es más serio. En ese sentido, me parece que sí, con la película traté de generar belleza en dos obras distintas. La película toma algo del libro en sus inicios, pero después es algo nuevo, como te decía antes.
Y respecto de las obsesiones al dirigir cine... Mirá, el proyecto de la película, por suerte no me generó nuevas obsesiones, porque suficiente con las que ya tengo. Por ahora tengo claro que dirigir cine es algo que no voy a volver a hacer en el corto plazo. Hay algo de los tiempos del cine que me parece muy injusto por momentos. Es mucho tiempo dedicado a un proyecto, más que nada por el tema de la financiación. Eso me sorprende muchísimo. Son años dedicados para algo que una vez que ya está terminado, existe durante un tiempo muy limitado. También te podría decir que un libro es lo mismo, pero... no es lo mismo. Un libro tiene otro despliegue, y la cocina de un libro también. Entonces, en ese sentido, el cine me abisma, me hace decir: "mirá todos los años que se le dedica a conseguir financiamiento para un proyecto que después cuando existe es como un gran eureka”, pero mirás para atrás y te preguntás qué onda con todo el tiempo que le dedicaste.
Charly García dijo algo así como “qué otra cosa se puede hacer salvo ver películas”. ¿Cuál es la diferencia entre verlas y hacerlas? ¿Te gustaría que Charly la vea? ¿Qué creés que diría cuando aparezcan los créditos finales en la pantalla?
Yo creo que me gastaría. Seguramente haría algún comentario asombroso que aniquilaría todas mis ideas. No digo desde un lugar malvado, sino que es lo que él hace: resumir todo en una frase brillante y dejarte en off side. Así que no sé si querría que la viera. Le tengo mucho respeto a Charly García. Lo admiro tanto que lo tengo que ver de lejos... Y la diferencia entre verlas y hacerlas es como la diferencia entre caminar y volar. Son dos experiencias abismalmente diferentes.
¿Te gusta Uruguay? ¿Venís seguido?
Ay, Uruguay... Vengo re poco, mucho menos de lo que me gustaría. Vine por primera vez cuando era muy chica, después a la residencia que hicimos juntos, y después vine el año pasado a dar un taller en Escaramuza, pero estuve cuatro días nomás. Y vine ahora por el estreno de la película en Cinemateca. Me encanta, pero estuve muy poco tiempo, así que no tengo anécdotas. Lo que sí tengo son amigos. Gente muy admirable y hermosa que fui conociendo, por eso me dan muchas ganas de volver más seguido, a capturar más anécdotas para tener para contar.
¿Hay algo que le dirías hoy a la Camila del pasado?
Le diría que todo ese fanatismo por la música después va a ser algo relativo. Como que le diría algo para asustarla, la verdad. Y también hay algo de la experiencia del armado de la película que para mí fue muy loco, porque me llevó a ponerme en contacto con muchos músicos que yo admiré mucho de chica, cuando tenía 15, 16 años, y eso fue muy raro, como de realidades paralelas. Me digo, "mirá si yo hubiera sabido cuando era chica que yo me iba a tomar un café con Eli Suárez, el cantante de los Gardelitos, o que iba a hablar por teléfono con el cantante de El Bordo". Son cosas mínimas, pero que a mí me hubiera cambiado la vida saberlo en ese momento.
¿Y hay algo que le dirías a la Camila de dentro de 15 años?
Me cuesta pensarme dentro de 15 años fuera del contexto de lo que es la realidad... del país, ni hablar. A veces creo que no voy a estar viviendo en Argentina. Me encantaría pensar que sí porque para mí es el mejor país del mundo, pero es el mejor país del mundo conquistado por los malos. No sé cuánto pueda resistir esa situación. Y si no estoy acá, donde sea que esté me gustaría seguir bastante igual a ahora. Con los mismos miedos, las mismas frustraciones, las mismas conquistas, no sé. No quisiera cambiar demasiado.
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