Juan Manuel Bertón es sociólogo de profesión, docente universitario y columnista del semanario coloniense Noticias. Su anterior libro en narrativa se titula Yo una vez tuve una familia de demonios (2020), con el que le fue concedido el Primer Premio en el Concurso Internacional Horacio Quiroga de 2019, organizado por el Centro Cultural Casa Quiroga, la Intendencia de Salto y el Ministerio de Educación y Cultura.
Por su obra narrativa ha sido ternado en el premio literario Juan Carlos Onetti de la Intendencia de Montevideo (2019), obtuvo la primera mención en el concurso Narradores de la Banda Oriental (2021), participó siendo premiado y antologado en el concurso Premio Itaú de Cuento Digital (2018) y obtuvo el Primer Premio del V Concurso literario de poesía y narrativa convocado por Espacio Mixtura y la Casa de los Escritores del Uruguay.
En 2021, fue ganador del Sexto Mundial de Escritura, entre 6.000 participantes provenientes de más de 20 países, y donde concursaron 30.000 relatos. Este año publicó Esos perros pensamientos por Estuario Editora.
¿Preferirías viajar al futuro o al pasado?
Al pasado, sin duda. Me gustaría sacarme algunas interrogantes.
Si pudieras ser un personaje de tu libro, ¿cuál serías?
Creo que sería el extraterrestre perdido, del cuento homónimo, aunque no estoy muy seguro. No lo sabemos a ciencia cierta pero parece que puede ir, venir y reiniciar su vida a costo cero. Es bastante inmune al paso del tiempo y a las culpas del pasado, eso es bastante envidiable.
Si pudieras cambiar el final de cualquier libro famoso, ¿cuál elegirías y cómo sería el nuevo final?
El final de La metamorfosis es perfecto, tan certero como triste. Podríamos arruinarlo con algunas venganzas y mantener la falsa ilusión de que existe la justicia. Un final un poco más terraja, más hollywoodense, y sobre todo, tranquilizador.
¿Cuál es tu técnica más extraña o inusual para superar el bloqueo de escritor?
La verdad es que nunca sentí algo parecido al bloqueo, porque no tengo un compromiso con la escritura. Aparece cuando tiene ganas y no la extraño cuando no está. Me encanta que sea así, porque sufro mucho con los compromisos.
¿Qué cinco cosas guardarías en una cápsula del tiempo?
No me gusta guardar nada, pero tengo la –fea– sensación de que quizás debería estar ahorrando en momentos buenos. Me los estoy gastando muy rápido.
Tu autobiografía en una frase.
Parafraseando a Sartre, “hago lo que puedo con lo que hicieron de mí”.
Contanos qué estás leyendo ahora.
Tengo tres o cuatro cosas sobre la mesa, con algunas ya arranqué y con las otras estoy en eso: Un desperfecto en la carretera de Cecilia Ríos, La vida enferma de Leonardo de León, La era del vacío de Gilles Lipovetsky. También Breve diccionario para tiempos estúpidos de Sandino Nuñez, libro que consulto con mucha frecuencia. Demasiada, por desgracia.
Si tus libros fueran adaptados al cine, ¿a quién te gustaría que interpretara al personaje principal?
El protagonista principal de mi último libro es un extraterrestre mudo. Sería bueno que el papel sea interpretado por una mega-estrella mundial; pagarle toneladas de dinero y esconderla debajo de un disfraz. El público se entera en los créditos de que el actor disfrazado de extraterrestre triste, que estuvo meses rodando anónimamente en Tarariras, era Scarlett Johansson, quien, para ese entonces, estará nuevamente a miles de kilómetros de nuestro alcance. Todo muy Cortázar. Vamos con eso.
El primer verso que te viene a la mente.
Confieso que no tengo el paladar suficiente para disfrutar de la poesía, del caviar o del arte de Jason Pollock. Puedo responder con algo más emotivo: “Cultivo una rosa blanca”, de José Martí, que trae incluida la voz de mi madre y la escucha atenta de un niño de ocho o nueve años. Ese vengo siendo yo.
¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?
Por puro placer estético, nada más. No creo en los sacrificios ni del que escribe ni del que lee, no hay lucha ni resistencia ni bandera que sostener. El único fin que persigo como lector es entretenerme.
Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida ¿qué es?
Una milanesa grande y rica. Suerte, tercera.
Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.
Parecido: una mujer encontró mi tarjeta de débito tirada, me buscó en redes sociales, me contactó, me esperó veinte minutos hasta que pude llegar, y cuando lo hice, me felicitó por la publicación de mi primer libro (Yo una vez tuve una familia de demonios, MEC, 2020). Crack.
Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.
Difícil. Supongo que una buena conversación en la previa de un asado, unos cigarrillos en el medio, los viernes de noche, diciembre. La previa, como concepto, me trae siempre una promesa de felicidad. Por oposición, la miseria sobreviene en los finales. Terminás con algo que deseaste mucho y pensás: “¿y ahora qué?”.
Si pudieras invitar a tres personajes literarios a cenar, ¿quiénes serían y por qué?
Lord Henry Wotton, de El retrato de Dorian Gray. Cuando tenía quince años lo admiraba; cínico, agudo, un poco cruel. Sus diálagos con Basil y con Dorian siempre me tenían de su lado. Haciendo algo de trampa, me gustaría invitar también al narrador anónimo de Los posatigres o al de Pérdida y recuperación del pelo, de Julio Cortázar. Le tengo mucho cariño a esas voces.
¿Por qué Esos perros pensamientos?
Yo les tuve miedo a los perros, les tengo y les tendré. Cuando era chico y vivía en Tarariras, llegaba a caminar diez cuadras para un recorrido de tres: tenía a todos los perros malos cartografiados, entonces acomodaba mi camino para evitarlos. Nunca me mordió ninguno, pero gasté mucho tiempo y energía condicionado por ese mapa invisible del miedo, porque en el fondo no es otra cosa. Los perros pensamientos son así, ilusorios y a su vez tan reales.
¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?
Dos años escribirlo, dos más publicarlo.
Contanos sobre una lectura que haya tenido un impacto significativo en tu vida. ¿Qué libro fue y por qué fue tan importante para vos?
Tiendo a pensar que las lecturas que más impactan son las primeras, te moldean sin darte cuenta, como casi todo lo que te pasa de chico. De grande, recuerdo algunas lecturas que me afectaron; leí On the road, de [Jack] Kerouac, unos meses antes de ser padre por primera vez, y pensé “ya estoy demasiado grande para vivir una experiencia como esta”. Cerré el libro y me di cuenta de que era un adulto con todas las letras. Como escritor, creo que La metamorfosis (Franz Kafka), Historias de cronopios y de famas» (Cortázar) y las obras completas de Felisberto Hernández son las lecturas que más me marcaron, que más me motivaron a escribir. Hay otras cosas muy buenas, quizás mejores, pero éstas desprenden una libertad en las formas y en los temas que te invitan, te convidan a escribir.
Imaginá que tenés la oportunidad de escribir una secuela para cualquier libro clásico. ¿Cuál libro elegirías continuar y qué dirección tomaría la historia en tu secuela?
No soy bueno para estos ejercicios; pienso en torcer la historia de los libros que me gustan y me imagino empeorándolos, definitivamente.
Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?
“Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”, como dice André Breton en Manifeste du surréalisme. Creo que le cabe a mi libro, no sé si al resultado pero sí a la forma de trabajo – si es que a eso se le puede llamar trabajo–. La definición es buena; podría –quizás debería– ser leída como una crítica. Casi un insulto.
Si pudieras vivir en el mundo de cualquier libro, ¿cuál elegirías y por qué?
Tengo una fantasía recurrente: vivir solo, aislado, con lo básico para la supervivencia. Podría vivir en alguna de las aventuras de Julio Verne, como La isla misteriosa o El faro del fin del mundo. También podría instalarme en el Yukón de Jack London, buscando oro y evitando a los osos.
Fragmento final de “El extraterrestre perdido”:
El extraterrestre, entonces, comenzó su retirada. Como la llegada, la retirada tampoco tuvo grandes pompas. Un día dejó la changa del cine Rex, después dejó de ir a la placita y al colegio, y al final dejamos de cruzarlo por la calle. Algunos días salíamos con mis amigos a recorrer terrenos baldíos y éramos una especie de cardumen de motos, recorriendo sin sentido todos los rincones del pueblo. Lo buscábamos en casi todos los lugares que antes habíamos frecuentado, revisábamos caras y escondites y bares y colegios.
Fumamos muchos más cigarrillos en la plaza, un día, un mes y algunos años. Nos seguíamos riendo de cualquier cosa, nos dábamos algunos golpes, nos burlábamos de la gente y de las cosas; pero esos cigarrillos y esas risas y esas burlas tenían un sabor distinto, porque éramos de esas personas que habían perdido algo.
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